
Evangelio según San Lucas 17,5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.
»¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».
Fe y acción: un feedback completo
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 05 de Octubre, 2025 | XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Hab 1: 2-3; 2,2-4; 2Tim 1: 6-8.13-14; Lc 17: 5-10
Hoy, Cristo nos habla de la fe, más exactamente, de nuestra poca fe. Debo confesar que a veces me identifico con el pequeño pájaro de esta historia:
Había una vez un gorrión que vivía su existencia como una sucesión de ansiedades y signos de interrogación. Todavía estaba en el huevo y se atormentaba: ¿Podré romper alguna vez esta cáscara tan dura? ¿No me caeré del nido? ¿Mis padres me alimentarán?
Disipó estos temores, pero otros lo asaltaron mientras, temblando en la rama, tenía que emprender su primer vuelo: ¿Me sostendrán mis alas? ¿Me estrellaré contra el suelo? ¿Quién me traerá de vuelta aquí arriba? Por supuesto, aprendió a volar, pero empezó a decirse: ¿Encontraré una compañera? ¿Podré construir un nido? Esto también sucedió, pero el gorrión se angustiaba: ¿Estarán protegidos los huevos? ¿Podré alimentar a mis pequeños?¿Podría caer un rayo sobre el árbol y carbonizar a toda mi familia? ¿Y si viene el halcón y devora a mis hijos? Cuando los pequeños demostraron ser hermosos, sanos y vivaces y comenzaron a revolotear aquí y allá, el gorrión se quejaba: ¿Encontrarán suficiente comida? ¿Escaparán del gato y otros depredadores?
Entonces, un día, el Maestro se detuvo bajo el árbol. Señaló al gorrión a sus discípulos y dijo: Miren las aves del cielo: no siembran, no cosechan ni recogen en graneros… ¡y sin embargo vuestro Padre que está en los cielos las alimenta!
Dese luego, esa pequeña historia tiene la misma conclusión que el Evangelio de hoy: la fe no es un asentimiento a un conjunto de ideas o convicciones, sino una sucesión de pasos. Por eso Jesús termina hablando del servicio, que es hacer con plena dedicación lo que AHORA MISMO tengo que hacer, aunque me parezca poco significativo, incluso a veces inútil.
Pero, como le ocurrió al gorrión de esa leyenda, hay un plan para cada uno de nosotros, es más, estamos hechos de tal forma que si somos fieles y ponemos el corazón, la mente y la intención en este minuto, dedicándolo a quien nos lo ha regalado, obtendremos una respuesta inesperada, incluso -como le pasó al gorrión- nos dará vergüenza y nos sorprenderá darnos cuenta que Cristo nos utiliza como testimonio de su presencia… Esa es la interpretación que podemos dar a unos de los Proverbios de Fernando Rielo: Quien pasea sabiamente, descubre cielos a cada paso.
Pero no tenemos valor o no juzgamos necesario ni eficaz el dejar ciertos hábitos que nos impiden cumplir la voluntad del Padre. No es simplemente cuestión de “ser valientes para emprender alguna acción exigente…”.
La abnegación en asuntos de carácter o respecto a actividades que me seducen es indispensable para que la fe pueda crecer, como los propios discípulos intuyen en el Evangelio de hoy que es necesario: Señor, aumenta nuestra fe.
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La Primera Lectura, de Habacuc, nos proporciona la misma lección. Este profeta vive en un tiempo de gran injusticia social y violencia. Ve cómo los malvados prosperan mientras los justos sufren, por eso expresa su angustia y frustración ante el aparente silencio de Dios. La suya es una oración honesta, que representa el dolor humano frente al mal. Habacuc no duda de Dios, pero le exige una respuesta: ¿por qué permite tanta injusticia? No es una falta de fe, sino una queja que nace de una fe profunda.
Se trata de una pregunta universal: Si Dios es bueno, ¿por qué permite tanto sufrimiento e injusticia?Habacuc se convierte en la voz de todos los que alguna vez se han sentido abandonados o ignorados por Dios en medio del dolor., de la incertidumbre o del pesimismo. En esta ocasión, el profeta se escandaliza de que Dios vaya a usar a los babilonios, un pueblo aún más cruel, para castigar a Judá.
La respuesta de Dios es una misión que le encarga a Habacuc (exactamente lo mismo que nos sucede a ti y a mí 28 siglos después…):
El Señor ordena a Habacuc que escriba la visión, lo que significa que su promesa es segura y debe ser preservada. Sin embargo, la justicia de Dios no opera en el tiempo humano. La solución siempre nos parece lenta, pero es segura e infalible, necesitamos siempre más paciencia y una perspectiva a largo plazo.
Dios asegura que el soberbio no prosperará., aunque parezca que los arrogantes y violentos (como los babilonios) triunfan, su éxito es temporal y su propia soberbia será su ruina.
Mas el justo, por su fe, vivirá, concluye la Primera Lectura. «Vivir» no significa necesariamente sobrevivir físicamente, pues muchos justos son aniquilados, sino perseverar, mantenerse firme y encontrar la verdadera vida. De manera que el pago a un acto de fe no es un triunfo cualquiera, sino una intimidad, una unión más profunda con las Personas Divinas. La clave para soportar el tiempo de injusticia no es entender los planes de Dios, sino confiar en ellos. La fidelidad o fe (la palabra hebrea implica ambas) es el ancla que mantiene al justo en pie mientras espera la justicia divina.
También la segunda carta de Pablo a Timoteo, está escrita en un contexto de persecución y sufrimiento. Pablo, encarcelado y consciente de su cercanía a la muerte, anima a su discípulo Timoteo a mantenerse firme en la fe y en su misión. Le dice que no permita que el miedo apague su vocación. El “don de Dios” se refiere a su llamado al ministerio. Y San Pablo, además, no olvida mencionar que el Espíritu Santo habita en nosotros, es decir que la fe es vivida en común, por supuesto, de muchas formas diferentes, pero siempre podemos aprender de la fe del prójimo y siempre, por medio de la gracia, tenemos oportunidad de ser ejemplo de cómo la fe actúa en nuestra debilidad.
Basta pensar en un dato que nos dice cómo el verdadero cambio exige una comunidad: a nivel global: una de cada tres personas que termina su tiempo en la cárcel, vuelve a ser reincidente. Por el contrario, aquellos que consiguen integrarse en una comunidad de trabajo, familiar o religiosa, superan casi siempre su pasado, que en múltiples ocasiones tuvo origen en alguna forma de soledad o, peor aún, en un ambiente que casi necesariamente arrastra al crimen, la violencia o cualquier degradación.
Sin hablar necesariamente de relacionarnos con quienes violan la ley, todos nosotros estamos llamados a que nuestra vida ayude a aumentar la fe y la sensibilidad de nuestros semejantes, como nos exhorta hoy el salmo responsorial: ¡Ojalá hoy escuchen ustedes su voz! No endurezcan sus corazones como en Meribá, como aquel día en Masá, en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba; cuando me tentaron, a pesar de haber visto mis obras.
Hoy día, cuando tantos califican a la ansiedad como una enfermedad característica de nuestro tiempo, hemos de reconocer que tú y yo podemos ser víctimas de situaciones que nos llevan a un comportamiento ansioso y pesimista y, consecuentemente, poco sensible a la realidad y las esperanzas del prójimo ¿Quién no ha pensado que el odio, el rencor, los prejuicios que impregnan las relaciones entre las comunidades o los pueblos son realidades inevitables? ¿Quién no ha pensado que ciertos conflictos familiares son irreconciliables? ¿Quién, al menos una vez, no ha pensado que las raíces de la enemistad entre las personas son tan profundas que no pueden arrancarse? ¿Quién no se ha visto agobiado por tener que terminar un trabajo en un plazo demasiado corto?
Demasiadas situaciones contribuyen a deteriorar ese estado de contemplación, que quizá es mejor llamar oración continua y que nos permite abrazar la fe.
¿Qué síntomas tiene la pérdida de la fe? Pocas veces se manifiesta con una negativa rotunda, como de quien renuncia oficialmente a ser miembro de la Iglesia católica. Esos casos se deben más bien a haber sufrido un escándalo que ha dañado la sensibilidad de alguna persona.
Pero la fe se pierde cuando nos detenemos, cuando sentimos que no hace falta más esfuerzo o un esfuerzo nuevo. La fe se está perdiendo al sentarnos al borde del camino, como cuando una religiosa me decía: He entregado muchos años, todo mi tiempo y mi dinero a mi Institución y ahora puedo dedicarme a lo que siempre me ha gustado, lo que alimenta mi cultura y mi realización personal y profesional. Una forma aparentemente justificada de egoísmo… donde pocos verán la acción del diablo, amplificando las consecuencias ordinarias de un cansancio natural y real.
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La última parte de las palabras de Jesús parece contrastar lo que en otro momento enseña el Evangelio, cuando dice: ¡Feliz el esclavo el cual su amo, cuando venga, le encuentre alerta! Sí. Les digo que se pondrá las ropas de trabajo, los sentará a la mesa, y vendrá a servirles El mismo (Lc 12: 37). Ahora dice que, el sirvo, tras una jornada dura de trabajo, ha de servir la mesa para que su señor pueda comer confortablemente.
Cristo no está hablando de la obligación de los esclavos de la época; más bien, está poniendo el dedo en la llaga de nuestra poca fe: Nuestro Instinto de felicidad nos empuja a exigir a Dios alguna forma de recompensa, por lo que consideramos nuestro mérito, nuestra abnegación. Pero, ya nos dice San Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4: 7).
En el fondo, el orgullo nos lleva a exigir (¡ahora mismo¡), la respuesta a nuestro esfuerzo, aunque sea la admiración -siempre efímera y cambiante– de los demás; pero el plan divino es diferente: Mi premio es más y más confianza puesta en ti, más y más difíciles misiones. Tú, a veces no crees en mí, pero yo hago crecer tu fe haciéndote capaz de responder a mis peticiones.
Acojamos hoy la luz que nos permite ver esa auténtica recompensa de la Providencia.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente










