
Evangelio según San Lucas 16,1-13
En aquel tiempo, Jesús decía también a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.
»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. El le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.
»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero».
Todos somos administradores
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 21 de Septiembre, 2025 | XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Am 8: 4-7; 1Tim 2: 1-8; Lc 16:1-13
En el año 1973 se estrenó un excelente film titulado Papillon, basado en una exitosa novela del mismo título, escrita por Henri Charrière, un marino y preso francés, acusado de un crimen que no cometió y sentenciado a trabajos forzados a perpetuidad en las colonias francesas.
Se trata de un relato de los ingeniosos, arriesgados y continuos intentos de fuga de Charrière, cuyo sobrenombre era precisamente Papillon (Mariposa, en francés) por un tatuaje que se hizo en el pecho. Desde luego, el protagonista se gana a cualquier espectador, no por su continua violación de las normas de las prisiones, sino por su astucia, que supera las reglas y las durísimas normas penales del sistema carcelario de la época.
Esto nos puede ayudar a entender lo que quiere decir Cristo al relatar hoy el episodio del administrador deshonesto.
Alabar la astucia de una persona no significa estar de acuerdo con todo lo que hizo. Cristo no elogia el hecho de haber engañado, sino cómo ese administrador utilizó TODOS los recursos que tenía, su experiencia, sus amistades, su simpatía… Si por el contrario, hubiese decidido cobrar más de lo debido a los deudores, habría ganado alguna cantidad, pero no habría asegurado su futuro. En efecto, se pregunta: Cuando sea expulsado de mi cargo ¿quién me recibirá en su casa? Los publicanos no parecían tan inteligentes y previsores, pues cobraban más de lo debido y se ganaban el odio y la enemistad de todos.
El señor que había contratado a ese administrador terminó alabándole (Jesús no dice que le renovase el contrato…) lo cual dice mucho de la sensibilidad e inteligencia de ese hombre rico.
En realidad, la astucia del administrador no se limita a encontrar una fuente de dinero, sino a buscar otros bienes más duraderos, como lo es una casa donde ser recibido. Esto le exige renunciar a beneficios inmediatos, a lo que podría ganar en las últimas semanas de su trabajo. De modo que, paradójicamente, este administrador también es un ejemplo de abnegación. La conclusión del Maestro es clara: aunque el dinero puede hacernos esclavos suyos, también puede servir para ganar el máximo bien, una “morada eterna”.
Esta enseñanza es verdaderamente profunda y va más allá de ser una instrucción sobre cómo manejar el dinero. En efecto, no se limita a recomendar que “evitemos el mal”, o que seamos pacientes con la adversidad, sino que pidamos la gracia para transformar lo que es una debilidad nuestra o una dificultad externa, en ocasión de hacer el bien y dar gloria a Dios.
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Por supuesto, no debemos limitarnos a pensar que hay que usar la astucia que Dios nos da en mayor o menor medida. Una vez más, hemos de recordar lo que Jesús dijo a los discípulos:
Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí (Jn 15: 4).
Veamos un ejemplo fascinante del Antiguo Testamento, que combina astucia humana y gracia divina. Se trata de la historia de Ester, relatada en el libro que lleva su nombre.
Ester, una joven judía, vive en el exilio en Persia y es elegida como reina sin que el rey sepa su origen. Un alto funcionario llamado Hamán trama un genocidio contra el pueblo judío, logrando que el rey firme un decreto para exterminarlos.
Ester, guiada por su primo Mardoqueo, decide actuar con extrema astucia y prudencia. En lugar de confrontar directamente, organiza dos banquetes para el rey y Hamán, ganándose su favor y creando el ambiente perfecto para revelar la verdad. En el segundo banquete, Ester revela su identidad judía y expone el complot de Hamán, lo que provoca su caída.
Aunque el papel de Dios no se menciona explícitamente en el relato, su providencia es evidente: El rey no puede dormir una noche y revisa los archivos, descubriendo que Mardoqueo había salvado su vida. Esto lleva a Mardoqueo a ser honrado, justo antes de que Hamán intente destruirlo. El decreto de exterminio es revertido, y los judíos son salvados. De este modo, Ester no solo salva a su pueblo, sino que se convierte en símbolo de valentía, sabiduría y fe.
Su historia se celebra cada año en la festividad judía de Purim, como recordatorio de cómo Dios puede obrar a través de personas astutas y valientes.
De manera que, sería muy pobre considerar las Lecturas de hoy como una simple crítica social a los ricos. Por supuesto, la mayoría de personas que llegan a un nivel económico alto, o a un puesto político de gran poder, se hacen más y más ambiciosas y menos sensibles al dolor de los que tienen tantas carencias. Esto siempre ha sido así, desgraciadamente, pero hoy el Evangelio nos interpela a todos. Hoy debemos reconocer que TODOS SOMOS ADMINISTRADORES, que a todos se nos ha confiado una parcela del reino, unas almas que a veces ni siquiera nos hemos molestado en descubrir.
Reflexionando sobre los trágicos suceso de la Segunda Guerra Mundial, la filósofa Hannah Arendt acuñó el término “la banalidad del mal” refiriéndose a cómo personas comunes pueden participar en actos atroces simplemente por no reflexionar sobre sus acciones o su capacidad de hacer el bien. No hacer el mal no es suficiente. Ignorar el bien que uno puede hacer —por comodidad, miedo o indiferencia— también tiene consecuencias desastrosas para quien lo hace y para el prójimo. Ella concluyó que el mal no siempre proviene de una maldad radical o de intenciones perversas, sino que puede surgir de la falta de pensamiento, de la indiferencia, de la obediencia ciega.
Tal vez por eso, Martin Luther King decía que la tragedia más grande no es la maldad de los malos, sino el silencio de los buenos. De modo que, esa misma impresión lleva a San Pablo a insistir a los cristianos de Roma: Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor. Por lo tanto, cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios (Rom 14: 8,12).
En realidad, todo empieza con la pregunta del administrador infiel: ¿Qué puedo hacer ahora? No es simplemente que haya sido ingenioso, sino también reflexivo, contemplando todas las opciones, todas las posibilidades de utilizar los medios a su alcance para un fin que merece la pena.
El reconocer los propios límites sin pesimismo ni disimulo es no solo una muestra de madurez emocional, sino una actitud que nos dispone a vivir un Recogimiento verdadero, una vida ascética centrada en separar los peces buenos de los que no sirven, de lo que es inútil, como describe Cristo en la parábola de la red. Lejos de ser una tarea sencilla, es uno de los primeros esfuerzos que hemos de hacer en la oración ascética, para que sea posible un diálogo con las Personas Divinas.
San Pablo es un modelo de es un ejemplo profundamente espiritual de alguien que reconoce con claridad tanto sus límites como los talentos y gracias que ha recibido. Lo hace sin caer en la falsa modestia ni en la arrogancia. En la Segunda Carta a los Corintios (12:7-10), Pablo habla de “una espina en la carne” que le fue dada para que no se engría. Aunque pidió ser liberado de ella, todos recordamos lo que Dios le respondió: Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad. Pablo no disimula su fragilidad, sino que la convierte en lugar de encuentro con Dios. Reconoce que no puede con todo, pero que eso no le invalida.
Por otro lado, en 1 Corintios (15:10), reconoce: Por la gracia de Dios soy lo que soy; con lo que no se atribuye méritos personales, pero tampoco se desprecia a sí mismo. Reconoce que ha recibido dones, misión, fuerza… y que todo eso viene de Dios. No se minimiza, sino que se ubica con gratitud.
El ejemplo más sublime de esta madurez, de quien sabe mirar a la vez su pequeñez y la gracia recibida, es Marí, que en el Magnificar declara: Ha mirado la humildad de su sierva… desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.
También en la vida profesional o académica, existen ejemplos admirables de reconocer los propios límites sin caer en el pesimismo ni en el disimulo, como es el caso de Marie Curie (1867-1934), la célebre científica pionera en el estudio de la radiactividad. A pesar de sus logros extraordinarios, Curie nunca pretendió saberlo todo ni minimizar los riesgos de su trabajo. Cuando comenzó a notar los efectos nocivos de la radiación en su salud, no los ignoró ni los disfrazó. Reconoció que había límites en el conocimiento científico de su época y en la protección disponible, pero en lugar de rendirse o dramatizar, siguió investigando con la prudencia y el rigor que le eran posibles.
De hecho, en muchos de nosotros CONTRASTA el profundo interés, el esfuerzo notable en realizar las tareas que el mundo nos impone (como a toda la gente) con una atención poco profunda a las sugerencias del Espíritu. Sin embargo, en el Evangelio se aprecia la honestidad de muchas personas, que sin duda tenían sus defectos, pero hacen sinceramente la pregunta sobre cómo usar todos sus recursos, aunque piensen que son pocos.
Así, la gente se dirige a Juan el Bautista preguntándole: ¿Qué debemos hacer? Los oyentes del discurso de Pedro en Pentecostés se preguntan: Hermanos, entonces ¿qué debemos hacer? Es la pregunta de cualquiera que es consciente de estar ante una elección decisiva en su vida. El administrador deshonesto sabe que tiene poco tiempo a su disposición y comienza a reflexionar: cavar no puedo, mendigar me da vergüenza…
Cuando Jesús recomienda hoy: Hagan amigos con el dinero injusto, no nos invita simplemente a tener una buena y armónica relación con las personas, sino a imitarle en su manera de entender la amistad. Con el amigo, se comparte lo más profundo, no sólo mis opiniones o preferencias, sino lo que recibo de las Personas Divinas. Por eso pudo decir a sus discípulos: Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre (Jn 15: 15).
Ojalá esta historia del administrador infiel nos empuje a reconocer y a vivir con gratitud lo que realmente somos: frágiles vasijas de barro a las que ha sido confiado guardar un tesoro que está destinado a llegar a nuestro prójimo.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente










