Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

¿Sabes si Lázaro desayunó hoy? | Evangelio del 28 de septiembre

By 24 septiembre, 2025No Comments

Evangelio según San Lucas 16,19-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Hasta los perros venían y le lamían las llagas.
»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».

¿Sabes si Lázaro desayunó hoy?

 Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 28 de Septiembre, 2025 | XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

Am 6: 1a.4-7; 1Tim 6: 11-16; Lc 16: 19-31

La indiferencia es una actitud que claramente se opone a la unidad entre los seres humanos. Hoy día hablamos mucho de ella, sobre todo tras la insistencia del Papa Francisco, que acuñó la expresión “globalización de la indiferencia”.

¿Respecto a qué o quién somos indiferentes?

No sólo hacia el dolor del prójimo, como de forma incisiva describe la Primera Lectura, hablando de “la orgía de los disolutos” al referirse a los que disfrutan de muchas comodidades. Amós era un esforzado agricultor y conocía bien el esfuerzo y las angustias de las clases más humildes.

Somos también indiferentes a las sugerencias del Espíritu Santo, como vemos en el Apocalipsis (3:15-16) al reprochar la tibieza espiritual de iglesia de Laodicea: Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Por eso suele decirse que pocos pecados pueden ser más graves que esta indiferencia, pues significa un auténtico y directo desprecio a Dios, a sus sugerencias más íntimas, a su preocupación, hablando en términos humanos.

Debemos meditar sobre las formas cómo esa indiferencia nos invade hoy, pero no es algo nuevo y en la Biblia encontramos ejemplos abundantes, que nos deberían convencer de lo fácilmente que todos podemos ser indiferentes y, por tanto, egocéntricos, lejanos a Dios y a nuestros semejantes.

֍ Como relata el Génesis, después de asesinar a Abel, Caín responde con frialdad a Dios: ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano? Aquí se refleja la indiferencia hacia la vida del prójimo y la responsabilidad de cuidarlo.

֍ De modo parecido, los contemporáneos de Noé vivían indiferentes al llamado de arrepentimiento, ocupados en sus asuntos… hasta que llegó el diluvio.

֍ También en el Génesis leemos cómo los habitantes de Sodoma (Gén 19:1-9) vivían en pecado e indiferentes al sufrimiento que causaban, al punto de despreciar la hospitalidad y la justicia.

֍ Citemos, finalmente, al sacerdote y al levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10:30-32). Ambos ven al hombre herido en el camino, pero pasan de largo, mostrando indiferencia frente al sufrimiento.

La indiferencia hace daño a nuestro prójimo, pues pocas cosas duelen más que sentirse completamente irrelevante para alguien próximo. La observación del texto evangélico nos da que pensar: los perros venían y le lamían las llagas. También Cristo, además de la envidia y la traición, sufrió la indiferencia cuando estaba en la cruz, pues muchos se burlaban o simplemente le observaban sin compasión mientras Él sufría, indiferentes a su inocencia.

No se trata de ser capaces de resolver todo dolor, todo problema, sino de dar a quien sufre una seguridad que se parece a la que dio Jesús a sus discípulos: Estaré con ustedes hasta el final de los tiempos.

La indiferencia además, impide el diálogo, lo que predispone a que en las familias y en las comunidades se creen distancias. Una de las causas de las rupturas conyugales en la actualidad es la indiferencia entre los esposos. En la conclusión de su narración, Cristo explica con claridad los efectos devastadores de la indiferencia en quien se deja envolver por ella: su sensibilidad se destruye totalmente, de manera que el no prestar atención a la enseñanza y el ejemplo de las personas más fieles (en este caso, Moisés y los profetas), llega a una total incomunicación con Dios, que no podrá romper la barrera de esa indiferencia ni resucitando un muerto ante sus ojos.

En este contexto, podemos entender por qué Abraham le dijo al hombre rico: Entre nosotros y ustedes se ha fijado un gran abismo, para impedir que cualquiera, si lo desea, cruce de nuestro lado al suyo, y para impedir cualquier cruce de su lado al nuestro.

—ooOoo—

Tras leer el Evangelio de hoy, conviene fijarnos en el origen y las manifestaciones de nuestra indiferencia, los cuales son variados… y debemos tenerlos en cuenta.

Primero, señalemos que -en varios idiomas- “apatía” no es lo mismo que “indiferencia”. Ambas describen una falta de interés o preocupación, una falta de respuesta emocional o compromiso en ciertos ámbitos, ante ciertas situaciones. Pero la apatía implica una falta de respuesta emocional global.

La apatía es como un “apagón emocional” general. La indiferencia, en cambio, es como cerrar la cortina ante algo específico. Ambas pueden ser señales de malestar psicológico, pero también pueden surgir como mecanismos de defensa o por difíciles experiencias pasadas.

Algunas personas se desconectan emocionalmente como forma de protegerse del sufrimiento ajeno, especialmente si han vivido traumas o estrés prolongado. A veces, es una especie de desensibilización: la exposición constante a imágenes de tragedia (por ejemplo en los medios de comunicación) puede generar una especie de “fatiga empática”, donde el dolor ajeno deja de conmover. Finalmente, en contextos de estrés o presión, puede ser que las personas prioricen sus propias necesidades, ignorando las de los demás.

Podríamos pensar que el caso del hombre rico cedió a la indiferencia por el último motivo citado. Estaba demasiado preocupado en mantener su buena imagen ante los amigos ricos; su generosidad espléndida iba orientada a cultivar su buena fama ante los de su clase; evidentemente, Lázaro y los demás desgraciados de su capa social “no eran asunto suyo”.

Esto nos pasa a ti y a mí cuando pensamos que algún problema no es de nuestra competencia o que ocuparnos de él nos va a exigir un consumo de energía y tiempo que no estamos dispuestos a pagar. A veces, incluso encontramos excusas poderosas para no hacer nada: “En realidad, esa persona se merece su desgracia, se la ha buscado” o “Si tuviera un poco de vergüenza, se pondría en marcha para salir de su miseria o de su comportamiento tan inapropiado”.

Parece oportuno recordar que la apatía es más profunda que la indiferencia, lo que explica que en nuestra relación con Dios, el Espíritu Santo utilice, para purificarnos, nuestros estados de apatía respecto a la vida espiritual. De esa manera, nos demuestra que, sin necesidad de entender todo, ni de sentir deseos ardientes, podamos seguir atentos y con mayor libertad lo que la Providencia nos pide.

Desde luego, las consecuencias de la indiferencia son la separación y la imposibilidad de vivir un amor como el que Cristo mostró y enseñó . Es más, permanecer indiferente a una persona puede causarle tanto daño como el maltrato psicológico

Como dijo Elie Wiesel (1921-2016), autor galardonado con el Premio Nobel de la Paz, lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Porque cuando alguien deja de importar, deja de existir en nuestro mundo emocional y espiritual. En la otra persona se puede producir un desconcierto, que le lleve a pensar que merece el desprecio de los demás, La indiferencia puede ser silenciosa, pero profundamente hiriente. Siempre erosiona una vida. No necesariamente hay gritos o conflictos, pero algo falta: el necesario calor del afecto. Algunos signos de indiferencia en mi vida suelen ser los siguientes:

* Las conversaciones se vuelven superficiales, impersonales o rutinarias. El decir “¿cómo te fue la mañana?” se transforma en pura fórmula, que no demuestra ningún interés por mi hermano.

* Cuando una otra persona comparte algo que es importante en su vida, no reacciono o incluso cambio de tema.

* En la convivencia no hay discusiones, pero tampoco hay resolución de problemas. Simplemente se ignoran los desacuerdos. No se habla de planes, sueños o proyectos compartidos.

Pongamos un ejemplo con tonos cómicos y tristes a la vez:

Don Ernesto llevaba 27 años tomando jugo de naranja cada mañana. No por gusto, sino porque Clara, su dedicada y afanosa esposa, se lo servía mecánicamente, sin preguntar. Él lo odiaba. Lo encontraba ácido, pegajoso y sospechosamente artificial. Pero nunca dijo nada. Pensaba: Ella lo hace con cariño…”

Un día, Clara se fue de viaje. Ernesto, liberado, se sirvió un café negro y tostadas con mantequilla. ¡Feliz! Pero al volver, Clara le preguntó:

¿Por qué no tomaste jugo estos días?

Porque no me gusta. Nunca me gustó.

Clara lo miró con una mezcla de sorpresa y total indiferencia.

Ah, pensé que te encantaba. Yo tampoco lo soporto. Lo servía porque tú nunca lo rechazabas.

Ambos se rieron. Luego lloraron y se sirvieron café.

Pero esto es muy serio, pues no podemos permitirnos malgastar el tiempo de nuestra breve vida, sin hacernos cada vez más sensibles a las preferencias, las expectativas de quien nos ha creado y nos ha puesto en este mundo. Un caso bien conocido del Antiguo Testamento, donde la indiferencia de un profeta es corregida de forma llamativa por el Señor:

Dios le dice a Jonás: Ve a Nínive y adviérteles que cambien sus caminos. Jonás, en un acto de indiferencia pasivo-agresiva, responde con una acción muy humana: huye en dirección contraria. Literalmente. Se embarca hacia Tarsis, como si pudiera esconderse de Dios detrás de una ola.

Dios, con paciencia infinita y un sentido del humor que ni los profetas entienden, envía una tormenta. Los marineros, aterrados, lanzan a Jonás al mar, creyendo que él había raído la maldición de la tempestad.

Y entonces… entra en escena el pez gigante, que engulle al profeta. Jonás pasa tres días en el vientre del pez, reflexionando sobre su indiferencia, su huida…

Cuando finalmente va a Nínive y predica, la ciudad entera se arrepiente ¿Y qué hace Jonás? Se enoja. Se sienta bajo una planta y se queja de que Dios fue demasiado compasivo para la ciudad de sus enemigos. Dios le responde con una lección digna de comedia existencial: hace que la planta muera, y le dice:

¿Te duele más la planta que la gente que iba a morir? Le hace ver que Jonás ha mostrado más emoción por una planta que por miles de personas.

Esta historia nos recuerda que la indiferencia puede venir incluso de quienes han recibido una misión divina (tú y yo)… y que Dios, con su sabiduría, sabe cómo sacudirnos del letargo.

______________________________

En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente