
Evangelio según San Juan 13,31-33a.34-35:
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
»Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».
Cuando salió Judas del cenáculo…
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 18 de Mayo, 2025 | V Domingo de Pascua.
Hechos 14: 21b-27; Ap 21: 1-5a; Jn 13: 31-33a.34-35
Nuestra forma de amar, o de manifestar el amor, suele ser pobre e insuficiente, con motivos e intenciones ambiguos y a veces mal disimulados. La siguiente historia puede servir como ejemplo ilustrativo.
Una vez había un hombre joven cuya prometida rompió su compromiso y destrozó su tierno corazón. Después de algún tiempo separados, recibió una carta de disculpa y deseo de reconciliación.
Decía así:
Querido Jorge: No hay palabras para expresar la gran tristeza que siento desde que rompí nuestro compromiso. Por favor, di que me aceptas de nuevo. Nadie podrá ocupar tu lugar en mi corazón, así que, por favor, perdóname. ¡Te quiero, te quiero, te quiero! Tuya para siempre, María.
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Como prueba de que los seres humanos somos capaces de lo peor y de lo mejor, he aquí una historia verdadera, esta sin ninguna ironía ni humor grotesco:
William Gladstone, miembro del Parlamento británico en el siglo XIX, anunció la muerte de la princesa Alicia ante la Cámara de los Comunes. Junto con el anuncio, contó esta historia. La hijita de la princesa estaba gravemente enferma de difteria. Los médicos le dijeron a la princesa que no besara a su hija porque eso pondría en peligro su propia vida al respirar el aliento de la niña.
Una vez, cuando la niña luchaba por respirar, la madre, olvidándose por completo de sí misma, la tomó en sus brazos para evitar que se ahogara. Jadeando y luchando por su vida, la niña dijo: ¡Mamá, bésame! Pensando sólo en su hija moribunda y sin pensar en sí misma, la madre besó tiernamente a su hija. De ese modo contrajo la difteria y, poco después de su hijita, murió la princesa Alicia.
El amor verdadero se olvida de sí mismo. y no cuenta el costo. El Cantar de los Cantares dice así: Los océanos no pueden apagar el amor, ni las inundaciones pueden ahogarlo. Cristo nos entrega el mandamiento del amor, precisando que hemos de amar como Él lo hizo y lo hace hoy. El texto evangélico de este domingo pone frente a frente lo que fue el amor aparente de Judas -que sin duda había puesto en riesgo su vida- y la forma de amar de Jesús. El beso de Judas en el Huerto de Getsemaní fue el opuesto al de la princesa Alicia, con el que entregó su propia vida.
Pero, ya antes, cuando salió Judas del Cenáculo, su tragedia había comenzado hace tiempo.
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Una lectura rápida de la historia de Judas Iscariote nos puede llevar a la idea de que su codicia le llevaba a robar del fondo común de los discípulos y luego el diablo le tentó para ganar una suma mayor, 30 monedas de plata, que era el precio de venta de un esclavo (Ex 21: 32).
Pero el diagnóstico verdadero lo hace Cristo al anunciar las Bienaventuranza: Los limpios de corazón verán a Dios. No importa que Judas haya estado entre los privilegiados que fueron elegidos por Jesús para acompañarle, ni que fuera testigo de su ejemplo, sus milagros y enseñanzas. Hay una forma de impureza en el corazón que nubla nuestra mirada espiritual y anula el valor de las enseñanzas recibidas.
El corazón sólo puede ver lo que ama. A los de limpio corazón se les revela la plena gloria de la naturaleza divina y esa visión es una bendición, porque ver a Dios satisface los anhelos del corazón. Entonces, la inquietud se desvanece. Cesan la ansiedad y las distracciones de quien busca tranquilidad a cualquier precio.
Tener un corazón puro no es la ausencia de afectos impíos, sino la presencia continua de un amor santo y no compartido, capaz de presidir todos los afectos a las personas o a las cosas del mundo. El alma es un altar tan supremo que debe adorar algo en su santuario más íntimo y, a menos que adore a Dios allí, no puede ser pura.
Dejando a un lado el análisis que tanto han repetido los teólogos sobre la motivaciones de Judas para llevar a cabo su traición (desilusión al ver que Cristo no era el líder mesiánico que esperaban ver; inclinación a la codicia aumentada por la tentación, etc.) a nosotros nos interesa comprender que nos sucede algo igual, aunque no lleva a consecuencias tan espectaculares como la traición de Judas.
El corazón deja de estar limpio cuando nos permitimos que alguna pequeña idea o deseo no compatible con el reino de los cielos haga morada en nosotros. Esto es delicado, pues esa idea o deseo puede ser moralmente neutro o insignificante, pero se cumple invariablemente lo que la experiencia llevó a decir a San Pablo: ¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? (1Cor 5: 6).
Por ejemplo, si alguien comienza a justificar pequeñas mentiras en su día a día, con el tiempo esto puede convertirse en un patrón de comportamiento más amplio, afectando su integridad y sus relaciones. Lo que comienza como una acción aparentemente insignificante puede terminar moldeando el carácter de la persona y su percepción de la honestidad. Esto equivale a los hurtos que Judas hacía del fondo común, de manera que nadie sospechaba de su corrupción.
Con frecuencia, por miedo, heridas emocionales, o decepciones, nuestro corazón se endurece. En esa vida única que se nos ha dado, donde el espíritu y el alma conviven, donde los instintos luchan por entrar en un territorio que no les corresponde, se producen lo que algunos autores han llamado pecados acariciados.
Todo pecado acariciado debilita el carácter y fortalece un cierto hábito; y el resultado es una degradación mental y moral. Me puedo arrepentir del mal que hice, y encaminarme por senderos rectos; pero el consentimiento de mi mente y mi familiaridad con el mal, me hará difícil distinguir entre lo recto y lo erróneo. Esa sensibilidad deteriorada finalmente llevó a creer a Judas que el perdón era imposible.
La peor consecuencia no es algo que le sucede directamente al que acaricia el pecado: su sensibilidad hacia el prójimo se desvanece poco a poco, con lo cual no se da cuenta del daño que hace, de lo que necesita su hermano
La neuropsicología ha establecido paralelismos entre el pecado acariciado y las adicciones, especialmente en los casos en que los comportamientos pecaminosos se vuelven compulsivos y difíciles de controlar. Pero, en la vida espiritual, como vemos en la historia de Judas, hay un factor más, que es la intervención diabólica, que normalmente no es nada espectacular.
Mediante los malos hábitos que he formado, el diablo no perderá la ocasión de “sugerir” a nuestros instintos dar un paso más: probar una fruta que estaba prohibida “injustamente”, transformar las piedras en pan o buscar un mesías que asegure el poder frente a los rivales.
En el caso de Judas Iscariote, dice el Evangelio que Satanás «entró en él» (Juan 13:27), lo cual pasó inadvertido a los demás discípulos. El trabajo del diablo es promover suavemente una inclinación de nuestra alma, en dirección diferente a la que el Espíritu Santo nos sugiere. Los resultados no tienen por qué ser dramáticos a primera vista, como el abandono de una vocación religiosa o una infidelidad en el matrimonio…pero, sean estos más o menos visibles, el resultado es siempre una frustración, la pérdida de una vida plena, gozosa y capaz de llevar la paz al prójimo en medio de cualquier dificultad o tragedia, por penosa que fuera.
Por grande y vergonzoso que sea mi pecado, incluso si lo he ocultado durante mucho tiempo o creo estar seguro que me dominará hasta el fin de mi vida, la misericordia divina es más fuerte que esas ideas y sentimientos. Pedro también niega vergonzosamente a Jesús, pero encuentra perdón. Judas, no. Judas no solo traicionó a Jesús, también perdió la fe en el perdón.
Después de ver que Jesús fue condenado, Judas sintió un profundo remordimiento e intentó devolver el dinero a los sacerdotes. Al ser rechazado, terminó quitándose la vida, lo que muestra la magnitud de su remordimiento.
Pero, incluso en el momento de la traición, Jesús lo llamó «amigo» (Mt 26:50), mostrando que la puerta de la gracia aún estaba abierta. Notemos que no hay nunca palabras de condena directa hacia él por parte de Jesús. Es más, comer en el mismo plato era un signo de honor y confianza. Si Judas hubiera clamado por misericordia, sin duda habría sido perdonado. El Maestro no lo denuncia abiertamente delante de los otros discípulos, lo cual sugiere una última oferta silenciosa de amor.
No basta el remordimiento, el reconocer la falta. Si no acudimos a Cristo, para abrazar su palabra, su consejo, su perdón siempre nuevo, de alguna forma cometemos un suicidio de nuestra vida espiritual, de la relación con las Personas divinas, que son la única fuente de vida.
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Si nuestra capacidad de pecar es grande, el mandamiento de Jesús va más allá, más profundamente que cualquier tentación o debilidad: Ámense unos a otros como yo los he amado. El modelo es su persona. No cuenta el que alguien “merezca ser amado o no”, no se trata de cumplir reglas para amar, sino sólo imitarle a Él. Una de las más certeras y prácticas descripciones de esta forma de amar es la que San Pablo recuerda en su Carta a los Romanos (Capítulo 12), llena de sugerencias prácticas…y proactivas:
«» Ámense de corazón unos a otros como hermanos
«» Cada uno aprecie a los otros más que a sí mismo.
«» Si se trata de esforzarse, no sean perezosos; manténganse espiritualmente fervientes y prontos para el servicio del Señor.
«» Vivan alegres por la esperanza, animosos en la tribulación y constantes en la oración.
«» Solidarícense con las necesidades de los creyentes; practiquen la hospitalidad.
«» Bendigan a los que los persiguen y no maldigan jamás.
«» Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.
«» Vivan en plena armonía unos con otros.
«» No ambicionen grandezas, antes bien pónganse al nivel de los humildes.
«» No presuman de inteligentes.
«» A nadie devuelvan mal por mal.
«» Esfuércense en hacer el bien ante cualquiera.
«» En cuanto de ustedes dependa, hagan lo posible por vivir en paz con todo el mundo.
Tenemos la gracia para ello, porque Cristo cumple en nosotros lo que dice la última frase de la Primera Lectura: Todo lo hago nuevo.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente