Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

Ni la muerte, ni la vida, ni lo alto, ni lo profundo… | Evangelio del 11 de mayo

By 7 mayo, 2025No Comments

Evangelio según San Juan 10,27-30:

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Ni la muerte, ni la vida, ni lo alto, ni lo profundo…

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 11 de Mayo, 2025 | IV Domingo de Pascua.

Hechos 13: 14.43-52; Ap 7: 9.14b-17; Jn 10:27-30

Hoy Cristo afirma con vigor que nadie puede arrebatar las ovejas que su Padre le ha confiado ¿Es en verdad lo que ocurre? ¿No demuestran lo contrario los hechos de cada día, las acciones torpes, violentas o insensatas de todos nosotros? ¿No logra el diablo continuamente sacar del camino a miles de almas? ¿No son muchos los que abandonan su vocación?

Dejarnos deslumbrar por estas realidades sería ignorar la ilimitada misericordia divina, que busca a una oveja perdida con dedicación total, haciendo ALGO MÁS de lo que realiza por el bien de las otras. Claro que hay ovejas que atraviesan valles oscuros y cuya vida se parece a la historia de infidelidades del pueblo de Israel. Pero todos, tarde o temprano, serán salvados, se encontrarán gozosos en la casa del Padre

¿Cuál es la diferencia? Las lágrimas que hemos de derramar quienes hemos abandonado el camino una o muchas veces, quienes hemos elegido nuestra propia voz frente a la del Pastor, que nos intenta ayudar sin ahorrar esfuerzo. Eso es el Purgatorio, cuya realidad no podemos confundir con un lugar de tortura o castigo.

El Purgatorio es un estado de purificación, un proceso de reconciliación y restauración, donde el alma se libera de las imperfecciones y se prepara para la comunión plena con Dios.

Esto enfatiza la misericordia divina, ya que permite que las almas sean purificadas en lugar de condenadas. Así, esta purificación es un acto de amor y justicia, donde el sufrimiento del alma no es un castigo, sino una oportunidad para alcanzar la santidad necesaria para la unión plena con Dios.

Imaginemos que una persona se dirige una cita que espera con entusiasmo e ilusión. Desea encontrarse con alguien a quien aprecia y ama de verdad. Si en el camino se mancha su vestimenta, se sentirá incómodo y hará todo lo posible por lavar y hacer desaparecer las manchas que podrían desagradar a quien le espera. Eso podría ser una metáfora del Purgatorio. Podemos decir que es la última manifestación de la misericordia divina, antes de darnos el abrazo eterno. La última prueba de que, en efecto, nadie puede arrebatar al Buen Pastor las ovejas que su Padre la ha confiado.

Eso permite entender por qué San Juan nos dice hoy en la Segunda Lectura: Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.

Las más importantes tradiciones espirituales, como el Budismo o el Islam, contemplan la realidad de un purgatorio, aunque con matices distintos, pero siempre como una preparación o purificación para una vida plena. Este es un sentimiento universal.

Incluso la psicología humanista, por autores como Carl Rogers, Abraham Maslow y Rollo May, han considerado la existencia de un “purgatorio psicológico” como una travesía interna donde la persona limpia creencias perjudiciales, miedos y expectativas negativas, acercándose a su verdadero ser. En este proceso, el dolor, la culpa o el arrepentimiento no son castigos, sino instrumentos de depuración hacia una vida más consciente y auténtica. Es la evidencia de nuestra necesidad de perdón, tanto para los creyentes como para los más escépticos.

Nos dice Fernando Rielo: Los santos vivieron, en este mundo, el purgatorio y la desesperación de estar locamente enamorados de un Padre al que se adora con toda la mente, con toda la voluntad, y con todas las fuerzas (En el Corazón del Padre).

En ese mismo libro, lleno de íntimas confesiones, nos anima a buscar incluso el purgatorio del amor, el purgatorio puro. hasta conseguir vivir, unos con otros, en nuestros corazones, el sentido de hogar, de cariño familiar, de ternura íntima, según el modelo de la Trinidad.

En efecto ¿por qué hemos de esperar a morir para demostrar a Dios Padre que le amamos, o le queremos amar con todo nuestro ser? Él se adelanta a nuestra torpeza y nos deja en el corazón la seguridad de que nos espera, de que nos busca. El hacer un continuo esfuerzo por liberarnos de pasiones y de la futilidad del mundo, es un gesto de afecto profundo que siempre es correspondido por Él.

—ooOoo—

Escritores como Miguel de Unamuno (1864-1936), que vivió una intensa crisis espiritual, han tenido la impresión de Cristo como la reflejada en su poema El pastor de nubes, que termina así:

El pastor va, no se cansa,

sueña y canta mientras guía

aquel tropel de poesía,

aquel tropel de esperanza.

Y se le va la vida en ello,

y al llegar la noche oscura,

se tenderá en la llanura

a mirar nacer el cielo.

Quien tiene verdadera fe, no debería olvidar lo que afirmó San Juan Pablo II:

La Eucaristía es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor, de su supremo acto redentor. Es el sacramento en el que el buen Pastor hace presente constantemente su amor oblativo por todos los hombres (3 MAY 1998).

Por eso la Iglesia, sin cesar, recuerda a todos los fieles la importancia de recibir la Eucaristía, que nos da la presencia de Cristo como única fuerza capaz de hacernos capaces de afrontar la adversidad y la persecución.

Observemos cómo la liturgia nos presenta hoy la experiencia de Pablo y Bernabé en Antioquía. Nos recuerda que encontraremos oposición cuando compartamos la palabra de Dios nuestro Padre. Esta adversidad puede venir muchas veces de personas que sienten envidia o desean subrayar los defectos del discípulo de Cristo, pero también nuestro carácter, el miedo a la adversidad, nuestro cansancio, o -por el contrario- la impresión de tener algún éxito, también pueden convertirse en fuerzas que intentan separarnos del Pastor. San Pablo lo expresó de forma detallada (Romanos 8), usando para las ovejas la temible metáfora de quien es llevado al matadero:

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito:

Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

—ooOoo—

Cristo afirma hoy su unidad con el Padre. Y es algo que debemos comprender cada vez mejor, una unidad profunda, en la que se comparte todo, pero que no es sólo para ser admirada, sino para servir de modelo en nuestra convivencia. Algunos santos fueron especialmente sensibles a esta realidad.

El emperador Teodosio, en el siglo IV, había sido seducido por los maestros arrianos. Pero el santo obispo Anfiloquio, en Roma, eligió un medio genial, arriesgado y excéntrico para convencerlo de su error.

Teodosio había elevado a su hijo, Arcadio, a la dignidad de César. Juntos, en estado real, recibían el homenaje de sus súbditos. Anfiloquio, en una de estas ocasiones, se presentó y se arrodilló ante el emperador, pero no prestó atención a su hijo. Teodosio, ofendido, exclamó: ¿No sabes que he hecho a mi hijo partícipe de mi trono? El obispo se volvió entonces hacia el joven Arcadio, le puso las manos sobre la cabeza, invocó una bendición sobre él y se dio la vuelta para marcharse. Naturalmente insatisfecho con ese gesto, que sustituía al esperado homenaje, el emperador Teodosio preguntó con tono airado si ese era todo el respeto que el obispo le rendía al ocupante del trono, pero este respondió: Señor, estás enfadado conmigo por no rendir a tu hijo el mismo honor que a ti mismo; ¿qué pensará Dios de ti por alentar a quienes insultan a su Hijo, que es su igual, en todas las partes de tu imperio?

La unidad del Padre y del Hijo no es una realidad para el conocimiento teológico, no es sólo un aspecto del dogma, sino especialmente un medio maravilloso para acercarnos a Dios Padre, que nos ha dado en forma encarnada y visible a su Hijo.

—ooOoo—

La voz de Cristo, como Pastor, no es sólo para advertirnos del peligro, sino también para demostrarnos su confianza y afecto, para hacernos ver que -como decía nuestro padre Fundador- quiere hacer de cada uno de nosotros un “zagalillo”, un ayudante de pastor, alguien capaz de atraer con delicadeza a las almas hacia la forma más pura de vivir el amor. Nos contagia de su afecto sin límite por cada ser humano. Permitan que lo ilustre con una sencilla leyenda:

En una ciudad donde el ruido parecía opacar cualquier sonido puro, Adrián pasaba cada día caminando sin rumbo fijo, aparentemente ocupado, incluso con stress, como tantos conciudadanos… Pero sus pensamientos eran como el tráfico de la ciudad: caótico, constante, difícil de ignorar.

Pero una tarde, mientras cruzaba una plaza, un sonido diferente lo atrapó. Era un violonchelo. Las notas flotaban en el aire como una brisa inesperada, envolviendo a todos los que pasaban. Sin entender por qué, Adrián se detuvo. No podía moverse.

La melodía lo llamaba, no con palabras, sino con una fuerza invisible. Cada acorde parecía tocar algo dentro de él, una emoción que llevaba dormida demasiado tiempo. Como quien sigue el eco de una voz familiar, Adrián se acercó al músico, incapaz de apartarse de él.

Cuando la última nota resonó, el silencio no fue vacío, sino lleno de algo nuevo. Adrián sintió que la música no solo lo había atraído, sino que, en cierto modo, le había encontrado, sonaba para él y había ensanchado el horizonte de su vida rutinaria. En ese momento deseó pagar sus deudas: debía una canción a mucha gente.

______________________________

En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente