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Vive y transmite el Evangelio

Dos formas de morir | Evangelio del 17 de marzo

By 13 marzo, 2024No Comments
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Evangelio según San Juan 12,20-33:

En aquel tiempo, había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Éstos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Él les respondió: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.
»Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre». Vino entonces una voz del cielo: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré». La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.

Dos formas de morir

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 17 de Marzo, 2024 | V Domingo de Cuaresma

Jer 31: 31-34; Heb 5: 7-9; Jn 12: 20-33

Hoy, en el Evangelio, Cristo nos habla de morir, de perder la vida. Esta reflexión ya era importante para muchos maestros espirituales. Incluso antes de la tradición cristiana. Buda aconsejaba meditar sobre la muerte, como una forma de aprender a vivir mejor, sin perdernos en las preocupaciones, inquietudes y tentaciones, que nos invaden sin remedio. Así lo expresaba, con un típico sabor oriental:

De todas las huellas, la del elefante es suprema. Del mismo modo, de todas las meditaciones de atención profunda, la de la muerte es suprema.

Desde luego, los cristianos han tenido una sensibilidad parecida, aunque por supuesto con otra perspectiva, aconsejando desde la Edad Media reflexionar sobre los llamados Novísimos: muerte, juicio, infierno y gloria. Sin embargo, todo esto ser refiere un primer tipo de muerte, la que marca el fin de nuestro paso por esta tierra. Esta muerte, sin duda, tiene un profundo significado para quien tiene fe, tanto para la propia persona como para los demás. Todos recordamos la antigua sentencia, referida a los primeros mártires: La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (Tertuliano, año 197).

Sobre todo, hay que tener en cuenta que Dios Padre eligió la muerte de su Hijo, no ninguna otra alternativa, para nuestra redención. No podemos entrar en la mente de Dios Padre, pero desde luego, la muerte de Cristo significa que no se guardó nada, no se reservó nada, compartió todo con nosotros, haciendo verdad lo que ya había declarado: Ahora, a ustedes les llamo amigos (Jn 15: 15).

Desde luego, según el Antiguo Testamento, el pueblo elegido había dado muestras de una gran falta de confianza en Yahveh, como dice la Primera Lectura, muchas veces rompieron el pacto establecido con quien les libró de la esclavitud, tomándolos de la mano. Cuando hoy hemos que la maldad humana no ha terminado, sino que siempre encuentra nuevas formas de manifestarse, en el mundo y en cada uno de nosotros, podemos imaginar, igual que el autor del Libro de los Números, el disgusto del Creador:

Y el Señor dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo seguirán sin creer en mí a pesar de todas las señales que he hecho en medio de ellos? (Núm 14: 11).

La realidad es que nada fue suficiente entonces ni lo es ahora para producir un cambio en el corazón humano.

Ni el ser liberado de la esclavitud, ni los Mandamientos que muestran el camino a una vida plena, surtieron efecto. Pero, sin embargo, es cierto que la historia, la vida de los santos y nuestra experiencia personal, nos demuestra que dar la vida, siendo víctima de la violencia o día a día, en un largo proceso, a veces discreto y silencioso, cambia las vidas. Puede transformarlas en un instante, o tras muchos meses… o siglos. Como dice hoy el propio Jesús: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Cristo, como Hijo del Creador, conocía bien el significado de la germinación de una semilla. Es un proceso impresionante, como me decía un amigo biólogo que dedicaba todos sus esfuerzos a investigarlo. Es de una complejidad inesperada–decía- y los cambios bioquímicos son fascinantes.

No es simplemente que el grano muera, sino que resucita como una forma de vida que es difícil de imaginar, al ver la humilde realidad y la inactividad temporal de una semilla. Pero todos tenemos experiencia de que las personas virtuosas que hemos conocido no sólo “quedan en nuestro recuerdo”, sino que toman parte en nuestras decisiones, evitando que cometamos ciertas torpezas y dándonos impulso y confianza en algunas acciones difíciles, en las cuales sabemos que podemos contar con su sonrisa y aprobación.

A veces hablamos de muerte en el mundo material, y podemos decir que la muerte y la nueva vida han formado parte de esta historia desde el principio, cuando los átomos, las partículas más pequeñas, renunciaron a su independencia para convertirse en moléculas y estructuras cada vez más complejas. Más tarde, las estrellas murieron para dar vida a nuevas generaciones de estrellas.

Incluso para una persona que no tiene fe (o cree no tenerla) el ser consciente de estar dando la vida por alguien, le mantiene firma en su sacrificio. Cuando un soldado se dispone a morir en una misión altamente peligros, no lo hace por una idea, o por un espacio de tierra o por una bandera, sino por la gente que está representada en esas realidades.

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Si no es así, si no tenemos consciencia de estar entregando la vida, de la forma que sea, nos cansaremos de cualquier proyecto o tarea, y esto será visible para todos. Nos ocurrirá tarde o temprano como al filósofo francés Sartre (1905-1980), que llegó a su famosa conclusión: El hombre es una pasión inútil. Al hablar de “pasión”, no se refería aquí a algo perverso, sino a cualquier iniciativa que emprendemos con entusiasmo. Nada nos puede llenar, sino la certeza de estar dando la vida por el prójimo.

Una de tantas noticias de héroes anónimos. Un padre dio su vida para salvar a su hijo, sujetando al niño por encima de su cabeza mientras se ahogaba en el mar.

El hombre fue a rescatar a su hijo y a su hija cuando se vieron en problemas en una playa de Nueva Zelanda. Él y otra persona se lanzaron a una peligrosa corriente mientras los niños luchaban entre las olas.

Con la marea bajando, allí hay un flujo de corriente bastante grande; los niños habían estado nadando y se vieron atrapados por la corriente, entraron en pánico y no pudieron volver.

El padre alcanzó a sus hijos y entregó a su hija al otro hombre, que la llevó sana y salva a la orilla.

Cuando ese hombre volvió a las aguas, encontró al padre bajo la superficie sujetando a su hijo por encima de la cabeza.

El padre se había ahogado, pero dio a los socorristas tiempo suficiente para salvar a su hijo.

El otro hombre llevó al niño sano y salvo a la orilla, mientras otros sacaban al padre del agua. Iniciaron la reanimación cardiopulmonar, intentando desesperadamente salvarle, pero fue en vano. La policía, los bomberos y los paramédicos de rescate no pudieron salvar al padre.

Sin duda, historias como esta nos conmueven a todos, pero no nuestra impresión no es comparable a la de los dos hermanos, que llevarán en su corazón durante toda la vida el ejemplo y la compañía de su padre.

¿Conocía ese padre el peligro al que se enfrentaba? Por supuesto, pues era un vecino y pescador aficionado de la zona.

¿Era creyente? No es necesario serlo para ser empujado a un acto como este. Está por encima de la prudencia humana, del conocimiento y de nuestras convicciones.

Pero nosotros, como discípulos de Cristo, no podemos quedarnos en la admiración de actos admirables como este, que evidentemente no pueden realizarse todos los días. Para que podamos amar con auténtico amor evangélico, el Espíritu Santo nos hace saber continuamente dos cosas:

* Qué necesita mi prójimo ahora. Puede ser algo muy sencillo, no indispensable, pero suficiente para que se haga visible en mi pequeño gesto el amor de Dios.

* Qué debo dejar para acudir a esa persona que precisa una ayuda.

Un ejemplo insuperable de esto es la actitud de María al ir a visitar a Isabel. Estaba claro que precisaba su ayuda de mujer joven y era evidente que debía dejar a un lado su propia necesidad de reposo, aun estando embarazada.

En todo caso, hemos de tomar en serio las palabras de Cristo: Les aseguro que el que crea en mí hará también lo que yo hago, e incluso cosas mayores (Jn 14: 12). Es decir, que no somos capaces ni necesitamos medir de ninguna manera la importancia o el alcance de nuestros modestos actos de generosidad; basta estar seguro que algo de mi vida (tiempo, comodidad, hábitos, preferencias…) he dejado en el camino.

—ooOoo—

Otra segunda forma de morir, según el Evangelio, es morir al pecado: Cargando sobre sí nuestros pecados, los llevó hasta el madero para que nosotros muramos al pecado y vivamos con toda rectitud (1Pe 2: 24).

De nuevo, se trata literalmente de una invitación a morir, lo cual es contrario a nuestra intuición y a nuestros instintos. La experiencia nos dice que no podemos tener el corazón dividido, pero los datos que se añaden con esta muerte son: el carácter absoluto de la renuncia al mundo y la seguridad de un fruto prometido al hecho de morir al pecado. Esto ilustra que el pecado no está constituido de diversas acciones, sino de una verdadera esclavitud, podríamos decir que es “una forma de vida”, representada en lo que nuestro padre Fundador llama Defecto Dominante, que modula todas nuestras acciones y hace imposible la atención a la propuesta del Espíritu Santo que antes mencionábamos. Por eso San Pablo habla de la necesidad de que el hombre viejo muera y Cristo viva en nosotros, el hombre nuevo. Este Defecto Dominante no es sólo uno que está por encima de los otros, o que produce más defectos. “Dominante” significa que modula y controla toda mi vida, haciendo imposibles ciertas acciones y debilitando los actos generosos que pueda realizar, limitando y mutilando su fruto.

Ya en el Antiguo Testamento, en términos espantosos, se menciona cómo la muerte es el medio de abandonar el pecado.

En el Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los Diez Mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita: ¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas. Moisés les ordena: Ciña cada uno la espada; pasen y repasen el campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente. Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: Hoy ustedes se han consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganando hoy su bendición (Ex 32: 25-29)

Cristo nos promete que no estamos solos en esta lucha y efectivamente el Espíritu Santo nos transmite el perdón, la luz y la fortaleza necesarias para vencer el combate inacabable con el pecado.

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El texto evangélico de hoy comienza con un dato importante. Unos gentiles, seguramente griegos, desean encontrarse con Jesús.

Podría parecer algo inesperado para los discípulos, que consideraban a los griegos, como los demás judíos, personas cultas, inmersas en unos cultos y unas creencias muy distintas a las suyas. Pero esos griegos eran el primer fruto entre los gentiles y visitaban Jerusalén seguramente para profundizar en su recién estrenada fe. Se acercan a Cristo no directamente, sino por medio de sus discípulos. Es más, eligen a Andrés y a Felipe, los únicos que tenían nombres griegos de la Comunidad de los Doce.

Tal vez, estos dos discípulos no esperaban ser instrumentos para conducir estos griegos hasta Jesús, pero este episodio nos enseña que cada uno de nosotros es misteriosamente elegido para ser mediador entre Dios y tantos seres humanos que tienen hambre y sed de verdad. A pesar de tus y mis distracciones, de tus y mis infidelidades.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente