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Vive y transmite el Evangelio

Otra sorpresa de Cristo… | Evangelio del 10 de agosto

By 6 agosto, 2025No Comments


Evangelio según San Lucas 12,32-48:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».
Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».

Otra sorpresa de Cristo…

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 10 de Agosto, 2025 | XIX Domingo del Tiempo Ordinario

Sab 18: 6-9; Heb 1: 1-2.8-19; Lc 12: 32-48

Algunos de ustedes recordarán esta esperanzadora noticia de guerra.

Durante el asedio de Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) en los años 90, la ciudad vivía bajo constantes bombardeos. Las calles estaban desiertas, la comida escaseaba y el miedo era parte de la rutina diaria.

En medio de ese caos, un panadero llamado Vladimir decidió seguir horneando pan cada mañana. Lo hacía no para vender, sino para repartirlo entre sus vecinos más afectados: ancianos solos, madres con hijos pequeños, y familias sin recursos. Cada día se exponía al peligro, caminando por calles donde las balas podían aparecer en cualquier momento.

Cuando le preguntaron por qué arriesgaba su vida, respondió: Si dejo de compartir mi pan, dejo de ser humano. Y mientras pueda dar algo, incluso en esta guerra, soy libre.

Los que recibían su pan sentían no solo alivio físico, sino esperanza. Y Vladimir, pese a no tener casi nada, decía que nunca se había sentido más vivo.

Esta historia nos recuerda que servir no siempre es grandioso, pero puede ser profundamente heroico y transformador, tanto de quien da como de quien recibe.

Todavía más llamativa es la sorpresa que nos da hoy Jesús es su anuncio de lo que hará con sus siervos fieles: Yendo de uno a otro, les servirá.

Desde luego, se produce una “inversión de roles”, pues en la cultura judía del siglo I, los criados servían a su señor. Pero aquí, Jesús describe al Señor (Él mismo) sirviendo a los siervos fieles.

Esto es más que una imagen de humildad radical del amor divino. Podría entenderse que el Señor tuviera un gesto especial, invitando a los siervos fieles a sentarse con Él a la mesa, pero el servirles “uno a uno” significa un gesto de complacencia, de una máxima felicidad, que Cristo gozosamente desea compartir con los que llama amigos (Jn 15: 15). Es algo tan esencial en Él, y que puede realizar porque se lo permite la conducta fiel de algunos siervos. Ya lo había anunciado: El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Mc 10:45).

Es cierto y central a nuestra fe, que Cristo ofreció su vida en sacrificio, un sacrificio de años que culminó de forma angustiosa con la Pasión y la Cruz. Pero además, el Evangelio de hoy nos permite comprender mejor cómo servir, dar la vida y ser auténticamente feliz, van unidos. En efecto, la plena alegría de Jesús será totalmente visible en el cielo, pero también en este mundo. Es así para el panadero de Sarajevo, para Cristo y para todos nosotros.

Dicen que San Maximiliano Kolbe, el sacerdote franciscano que se ofreció voluntariamente para ocupar el lugar de un hombre con familia, que había sido seleccionado para ser ejecutado, pasó los días previos a su ejecución con una paz y una alegría inexplicables, consolando y animando al resto de los prisioneros.

Pero esto ocurre en todos los casos, más o menos dramáticos, más o menos llamativos. Recuerdo una madre que estaba plenamente dedicada a cuidar a su hijo, afectado de parálisis cerebral, al cual dedicaba junto con su esposo literalmente cada minuto del día. Al fallecer el joven, aunque todos le decían cómo él estaría feliz en el cielo y cómo ella podría emprender una nueva vida, al poco tiempo murió de tristeza, pues ninguna actividad ni el amor sincero de su esposo y sus otros dos hijos, llenaban su corazón.

El ser capaces de servir puede ser un acto generoso, sin duda, pero no se puede encontrar algo de mayor plenitud; si por cualquier razón dejamos de servir, se crea un vacío. Esto, en ocasiones, tiene una explicación psicológica (por ejemplo, la depresión de algunos jubilados), pero en realidad puede afectar a nuestro éxtasis más exquisito, a la forma de acercarnos a los demás para servir (aunque sea un vaso de agua). A veces nos cuesta entenderlo, como le sucedió a Pedro cuando el Maestro decidió lavar los pies de los discípulos. Pero la verdad es que Cristo, al hacerlo era tan humilde como feliz; porque sintió en su interior la sonrisa complacida del Padre.

Ojalá seamos capaces de recordar esto cuando se nos da una responsabilidad, aparentemente grande o pequeña, sobre uno o muchos seres humanos.

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En la Primera Lectura se relata con solemnidad la noche de la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto. Este texto no solo evoca un momento crucial en la historia del pueblo hebreo, sino que ofrece una profunda reflexión sobre la fe, la esperanza y la acción silenciosa pero decisiva de quienes creen en la respuesta de Dios a las buenas acciones.

Este mensaje, aunque profundamente religioso, encuentra un eco sorprendente en algunos momentos clave de la historia de la ciencia. Uno de ellos es el descubrimiento de la vacuna contra la viruela por Edward Jenner en el siglo XVIII.

El libro de la Sabiduría habla de cómo aquella noche, anunciada de antemano por Yahveh, fue recibida por el pueblo con confianza, en espera de la salvación prometida. Los israelitas, actuando en obediencia y unidad, realizaron el rito pascual en secreto, mientras el juicio de Dios caía sobre sus opresores. Este momento de aparente fragilidad y silencio resultó ser el punto de partida de su liberación. La clave estuvo en la fe activa, en la confianza en lo invisible, y en la disposición a actuar con responsabilidad colectiva.

A fines del siglo XVIII, el médico británico Edward Jenner observó que las mujeres que ordeñaban vacas parecían inmunes a la viruela, una enfermedad devastadora. A partir de esa intuición, se atrevió a inocular a un niño con material de una pústula de viruela bovina. Fue un gesto científico audaz, hecho sin grandes proclamaciones, que marcó el inicio de la inmunología moderna. Tal como los israelitas sacrificaron un cordero en secreto, Jenner actuó discretamente, pero con la convicción de estar siguiendo un camino verdadero. Ambos actos, aunque modestos en apariencia, fueron semillas de salvación colectiva.

Además, tanto en el texto bíblico como en el hecho histórico, hay un elemento de contraste moral. En la Escritura, los justos confían y son liberados, mientras los opresores son juzgados. En el caso de la vacuna, también puede verse un contraste entre la apertura a lo nuevo -que permitió salvar vidas- y la resistencia inicial de muchos sectores, que rechazaban la idea por miedo o ignorancia. Al igual que el pueblo santo compartía los riesgos y los bienes en comunidad, el éxito de la vacunación dependió de la cooperación social, de asumir juntos el riesgo por un bien mayor.

Este paralelismo nos sugiere que tanto en la fe como en la ciencia, y en otros ámbitos de la vida humana, los auténticos avances, los cambios profundos, surgen cuando las personas se atreven a confiar, a actuar incluso en medio de la incertidumbre, y a mantener una esperanza activa. La noche pascual y el descubrimiento de la vacuna comparten una misma estructura profunda: una promesa, una acción valiente, y una liberación que alcanza a muchos.

La Providencia utiliza la creencia, la expectativa y el amor, que están presentes en todo ser humano, como cimientos donde construir; la fe, la esperanza y la caridad. Eso es una observación de nuestro Fundador, Fernando Rielo, que nos hace comprender cómo somos y cómo las Personas Divinas nos miran, nos escucha, nos hablan y nos aman.

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Hoy, en las palabras de Cristo, encontramos una sentencia que no podemos olvidar ni dar por comprendida. También habla profundamente de cómo somos: Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

Si quieres saber qué es lo que realmente gobierna tu vida, no mires lo que dices, sino mira dónde inviertes tu tiempo, tu pensamiento y tu energía. Nos recuerda que nuestras prioridades definen quiénes somos y en qué se centra nuestra vida. Es una llamada a reflexionar sobre qué valoramos realmente y a asegurarnos de que nuestro «corazón» esté invertido en lo único que sea verdaderamente valioso y duradero, es decir, lo que representa en cada instante la voluntad de Dios.

Cristo lo expresa hoy de forma radical, reuniendo en una frase la abnegación y la caridad evangélica: Vendan sus bienes y den limosna.

No nos quedemos en la comparación global de los bienes de la tierra y los bienes del cielo. Hemos de poner nuestros sueños, talentos y experiencia en las manos de Dios. Normalmente somos tan malos administradores de nuestras capacidades como el siervo que se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse. También estamos adormecidos por los ridículos y pasajeros tesoros de nuestro corazón, y por eso Cristo habla hoy de que no todos los siervos están despiertos. Por eso, el Espíritu Santo se ve obligado a actuar en nosotros continuamente y de forma misteriosa. Por supuesto, nos conoce más profundamente que la pobre y limitada visión que cada uno tenemos de nuestro ser y de todo lo que pasa a nuestro alrededor.

La Segunda Lectura pone los ejemplos de Abraham, Isaac, Jacob y Sara, que basaron su fe en la suave impresión de que los actos que hacían tenían un valor eterno; no necesitaron ver resultados completos, inmediatos, absolutos.

He aquí una historia que nos ayudará a recordar la fe necesaria para perseverar cuando no vemos claramente todo lo que hace Dios en nosotros:

Un adolescente chino que quería aprender sobre el jade, la piedra imperial que procede del dragón, y para ello fue a estudiar con un anciano y experto maestro, conocido por la calidad de sus enseñanzas. Este maestro puso un trozo de piedra en la mano del joven y le dijo que lo sujetara con fuerza. Luego comenzó a hablar de filosofía, de la sociedad, del sol y de casi todo lo que hay bajo él. Después de una hora, le quitó la piedra y lo envió a casa.

El procedimiento se repitió durante semanas. El chico se frustró: ¿cuándo le hablaría del jade? Pero era demasiado educado para interrumpir a su venerable maestro. Entonces, un día, cuando el anciano le puso una piedra en las manos, el muchacho exclamó al instante: ¡Eso no es jade!

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente