por el p. Luis CASASUS. Presidente de las misioneras y misioneros Identes.
Roma, 1 de enero, 2023 | María Santísima, Madre de Dios.
Números 6:22-27; Gálatas 4:4-7; Lucas 2:16-21.
Permitan que conteste a la pregunta del título con las sabias y sencillas palabras del Papa Francisco: Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es el puente que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado (Misericordiae Vultus).
Intentar definir la misericordia es una tarea imposible, pues no tiene límites, sobre todo si nos referimos a la misericordia divina. Pero es importante recordar que, en la lengua de los judíos, es una palabra significa algo así como irradiar un afecto entrañable. Así comprendemos que no es simplemente sentir lástima, sino lanzar a los demás una especie de radiación (diríamos hoy en términos modernos), de energía. Si nos fijamos en la actitud de los pastores, fue exactamente lo que ellos recibieron, lo que les puso en marcha hacia el portal, como dicen los cantos tradicionales de Navidad, llevando regalos sencillos, pan, miel, manteca…
Los pastores no necesitaban comprender demasiado. Su corazón les decía que debían acercarse al pesebre, donde una joven pareja de Nazaret se había refugiado y seguramente estaban en dificultad. Sólo encontraron a María y José con un recién nacido, pero nada extraordinario o milagroso ¿Qué tendría de especial ese bebé?
Algo en común tenían los pastores con María. Ella era demasiado joven para entender lo que estaba pasando en su vida. Y preguntó al ángel cómo podía ocurrir lo que le anunciaba. Para ella, fue una sorpresa lo que declaró el anciano Simeón (Lc 2: 33) y tampoco compendió lo que el adolescente Jesús le quería decir al afirmar que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre (Lc 2: 50).
Pero esa “radiación” que tiene la misericordia, esa capacidad de llegar a Dios y a las almas, no siempre la poseen la razón y las buenas ideas. De hecho, el Evangelio de hoy nos dice cómo María guardó en su corazón el mensaje que le habían transmitido aquellos simples pastores. Los ángeles habían hecho lo mismo con estas personas sencillas: no les habían dado instrucciones ni amenazas para cambiar sus vidas y vivir una vida moralmente decente (¿quién dijo que todos los pastores son justos y buenos?); lo que los ángeles dejaron en el ánimo es la certeza de que Dios les amaba. Nada más… y nada menos.
Por sorpresa, esos pastores habían sido invitados a ser profetas, a anunciar a los mismísimos María y José que su hijo Jesús iba a hacer cosas grandes.
A veces no somos conscientes de la importancia de ser confirmados con una simple palabra. Esto es lo que el Señor encargó hacer a Aarón, bendecir su pueblo. La bendición simplemente significa “estaré contigo” o “Dios te acompañará“… y eso tiene consecuencias.
Dios no sólo es fuente de bendiciones, sino que concede a los seres humanos la capacidad de inspirar a los demás grandeza, esperanza y gozo. Cuando alguien bendice a otro, le entrega algo que, aunque no es tangible, puede ser internalizado y disfrutado. El simple acto de decir “Buenos días” a un amigo, es una pequeña bendición, que puede no tener carácter religioso, ni decidir si esa persona tendrá efectivamente una buena mañana, pero transmite a ese amigo la unidad de quien le saluda con sus intenciones, con su plan para ese día.
Un hombre estaba visitando a un agricultor y le vio sembrando su campo. ¿Qué estás sembrando? le preguntó. Trigo, respondió. ¿Y qué esperas cosechar? preguntó. Trigo, por supuesto, dijo el agricultor. Ese mismo día, un pequeño detalle provocó que el granjero se pusiera a maldecir y proferir juramentos. El visitante preguntó: ¿Y qué estás sembrando ahora? El granjero dijo: ¡Cómo! ¿Acaso te tomas tan en serio cada estado de ánimo, palabra y acción?
El visitante respondió Sí, porque cada palabra ayuda a formar el temperamento permanente; y de cada palabra debemos dar cuenta; y cada acto no hace sino ayudar a formar un hábito; y los hábitos son para el alma lo que las venas y las arterias son para la sangre: los cauces en los que se mueve y se moverá para siempre. Mediante todas estas pequeñas palabras y acciones, estamos formando el carácter, y ese carácter nos acompañará hasta la eternidad, y según él será nuestro destino y el destino de los demás para siempre.
Cuando examinamos nuestra caridad, con el fin de corregir nuestros errores, hemos de tener en cuenta nuestras palabras ofensivas, inútiles, o insensatas. Casi todas las personas que conozco dejamos caer una sombra de crítica sobre los demás, a veces con ironía y a veces de forma mal disimulada, como los que dicen: “no es una crítica, es una constatación de hechos“. Por el contrario, Cristo aprovechaba la menor oportunidad para poner de relieve las buenas acciones que veía: la limosna de la pobre viuda, la sinceridad de Nathaniel, la fe del Centurión, o de la mujer que tocó sus vestiduras buscando ser curada…
Ya desde un punto de vista psicológico y emocional, las palabras tienen un poder extraordinario. Podría poner varias experiencias personales que recuerdo de comentarios para mí demoledores y otros profundamente consoladores, pero es más relevante el caso histórico siguiente.
Un día, el futuro inventor Thomas Edison llegó a casa y le dio un papel a su madre. Le dijo que su profesor le había dado este papel y le había dicho: Dale esto a tu madre. Su madre lo abrió y leyó el papel. Después de leerlo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Thomas preguntó a su madre qué había escrito en el papel. Ella leyó toda la carta en voz alta a su hijo: Su hijo es un genio. Esta escuela es demasiado pequeña para él y no tenemos suficientes recursos ni buenos profesores para formarle. Por favor, enséñele usted misma. Y eso fue exactamente lo que hizo su madre.
Al cabo de muchos años, la madre de Edison murió y él se convirtió en uno de los mayores inventores. Un día, mientras Thomas rebuscaba entre las viejas cosas de la familia, encontró un papel doblado en un rincón del cajón de su escritorio. Lo cogió y lo abrió. Leyó el papel: Su hijo es un enfermo mental y no le admitiremos más en la escuela. Era el mismo papel que le había dado su profesor en la escuela para que se lo entregara a su madre. Tras leerlo, Edison lloró durante horas y escribió en su diario: Thomas Alva Edison era un niño enfermo mental que, gracias a una madre heroica, se convirtió en el genio del siglo.
Los antiguos creían que la palabra hablada contenía el poder y la autoridad de los dioses. Pero Cristo fue aún más claro y nos invitó a hablar a los demás como Él lo hizo, porque Las palabras que les he hablado a ustedes están llenas del Espíritu y de vida (Jn 6, 53). Si en Cristo Dios ha revelado su rostro siempre benévolo, tenemos que bendecir siempre, incluyendo a los enemigos. Bendigan y no maldigan (Rom 12:14). La Primera Lectura se refiere al texto de la más famosa de las bendiciones enseñada por el Señor mismo a Moisés.
No se trata de que las palabras sean mágicas, sino que constituyen un instrumento para que la misericordia, esa “radiación” espiritual de la que hablábamos antes, se haga eficaz en nombre de Dios. Por eso, el segundo de los Mandamientos nos dice que no pronunciemos el nombre de Dios en vano, que no digamos una palabra insensata si de verdad hemos prometido ser sus humildes mensajeros. Es una lástima que muchos de nosotros pensemos que ese Mandamiento significa solamente que no hemos de blasfemar o usar la palabra “Dios” de manera torpe.
No es sólo Dios quien bendice a la persona, sino que también la persona está llamada a bendecir a Dios. En los Salmos, la invitación vuelve insistentemente: Bendigan al Señor todos ustedes, siervos del Señor …. Levanten sus manos hacia el santuario y bendigan al Señor (Sal 134,1-2); Bendigan su nombre… hablen de su gloria, cuenten a todas las naciones sus prodigios (Sal 96,2-3).
Debemos estar atentos al recitar el Padrenuestro y ser conscientes de que la primera petición que hacemos es, en realidad, una bendición a Dios: Santificado sea tu Nombre.
La bendición que una persona dirige a Dios es la respuesta a los bienes recibidos. Es la señal de que es consciente de que todo bien procede de Él, de que es su don.
—ooOoo—
La Segunda Lectura merece un poco de reflexión. A veces pensamos que cuando el Evangelio dice que somos liberados de la Ley al recibir el título de hijos de Dios, se refiere a la Ley Mosaica. No es así. Cristo muchas veces mencionó la Ley de Moisés como algo grande que debían de respetar los fariseos y los llamados doctores de la Ley. De hecho, el texto del Evangelio de hoy nos dice que la Sagrada Familia fue obediente a la ley escrita en la Torah y procedió puntualmente a la circuncisión del Niño Jesús. Estar sometidos a la Ley significa ser legalistas, quedarse en la letra de esa Ley, o de cualquier ley moral.
Pero hay algo más. Todos nosotros estamos sometidos a las leyes de la Naturaleza, que rigen nuestro cuerpo y nuestra alma. Sin embargo, permitimos que nos esclavicen y no podemos evitarlo completamente a no ser por la gracia. San Agustín señaló que “Dios nos creó sin nuestra ayuda; pero no eligió salvarnos sin nuestra ayuda” (Sermo 169).
Hoy es el día elegido para celebrar la Jornada Mundial de la Paz, por iniciativa del santo Papa Pablo VI. Son muchas las amenazas a las que está sometida la paz, comenzando por el poder de las pasiones egoístas en cada uno de nosotros. Como dijo León Tolstoi: Todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.
Además, muchas ideologías actuales van debilitando el deseo de paz presente en cada ser humano. Podemos concluir esta reflexión con las sabias palabras de Benedicto XVI en el esta Jornada de la Paz del año 2007:
Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Supliquemos hoy a María, Madre de Dios y Madre nuestra, la gracia para defender con hechos y palabras que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que esto tiene unas consecuencias y unas posibilidades que no podemos ignorar ni despreciar.
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Tu hermano en los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente
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