
Evangelio según San Mateo 16,13-19:
En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Todo encuentro con Jesús tiene consecuencias
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 29 de Junio, 2025 | San Pedro y San Pablo
Hechos 12: 1-11; 2 Tim 4: 6-8.17-18; Mt 16: 13-19
En el diálogo que hoy relata el Evangelio, Cristo podría haber dicho al futuro San Pedro que conocía su debilidad, que sabía como fallaría en el momento que más le necesitaba y que discutiría con los demás discípulos por saber quién de ellos sería el primero y el más grande. Podría haberle dicho que, aun siendo débil y vanidoso, negándole y huyendo, había decidido construir su Iglesia sobre él; podría haberle confesado que también sabía cómo le amaba y lo que sería capaz de hacer por amor a Él.
Pero, simplemente, delante de todos los demás apóstoles y del mundo entero, para que nunca se olvide hasta el fin de los tiempos, le dijo que sería su Roca, y que las puertas del infierno, los poderes de la muerte, los enemigos de la Iglesia y los perseguidores no prevalecerían contra ella. Todo encuentro íntimo con Cristo trae siempre una sorpresa. Por encima de nuestra flaqueza, está la gracia, cuya victoria se hace visible en el tiempo oportuno.
Un día, san Pablo vio a Pedro comportándose de forma inapropiada con unos dejando de comer con los cristianos no judíos por miedo a los más conservadores. gentiles (Gál 2: 11-14). Fue corregido por San Pablo, pero era un hombre y cometía errores. Sin embargo, san Pablo nunca dudó en seguir a la Roca e ir a Jerusalén para ver a san Pedro (Gál 1: 18). Ese es el poder de la Iglesia: está construida sobre la Roca.
No hay nada más poderoso que la Iglesia; dejad de luchar contra ella, no sea que vuestra fuerza sea vencida. No luchéis contra el cielo. Si lucháis contra un hombre, vencéis o sois vencidos. Pero si lucháis contra la Iglesia, no podéis vencer. Porque Dios es más fuerte que todos… El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. ¿Qué palabras? Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (San Juan Crisóstomo).
Cuando hablamos de un encuentro decisivo con Cristo, como el de Simón Bar-Jona, futuro San Pedro, no podemos olvidar que esto sigue ocurriendo hoy, al aparecer en nuestro camino alguien cuyo ejemplo de vida nos trae vigorosamente la memoria de Jesús o tal vez alguna persona en cuyo sufrimiento vemos el rostro y el dolor de toda la humanidad… y también la aflicción divina.
Cuando nos sintamos desanimados, es importante recordar cómo el mismo San Pedro pasa de ser Roca a piedra de tropiezo y un obstáculo en el camino de Jesús, que llega a llamarle “Satanás”.
De roca a piedra de tropiezo: es difícil concebir un contraste mayor. Algo de ese mismo contraste, incluso contradicción, está en todos nosotros, en nuestra relación con Cristo. Tenemos momentos en los que estamos en armonía con su voluntad para nosotros y otros en los que nos sentimos en conflicto con su deseo para nuestras vidas. Sin embargo, el Maestro mantuvo su fe en Pedro, a pesar de sus fallos, y Él también mantiene su fe en nosotros, incluso cuando nos mostramos abiertamente infieles a Él.
Al dirigirse a Pedro como la roca, Jesús se refiere a la Iglesia como “mi Iglesia”, no la Iglesia “del Papa”. Por ser “su Iglesia”, perdurará, incluso cuando aquellos que tienen la responsabilidad pastoral de la Iglesia puedan fallar y muchos de sus miembros seamos mediocres. Porque la Iglesia tiene al Señor resucitado presente en su seno hasta el fin de los tiempos, las puertas del infierno, los poderes del mal y de la muerte, nunca podrán resistirla; al final no triunfarán.
Podemos también recordar ahora la conversión de San Pablo, cuya alma fue preparando la Providencia, sin duda desde antes que contemplase, complacido, el martirio de San Esteban, a quien seguramente jamás dejó de recordar agradecido como un mensajero del cielo para mostrarle el camino del martirio más glorioso. En el caso de Saulo, la esencia del mensaje recibido fue hacerle mirar sinceramente a su interior: ¿Por qué me persigues?
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Hay muchas personas, católicos, protestantes o de cualquier creencia, que hacen el bien con generosidad admirable, a veces sublime. Pero algunos, que llamamos “santos”, tienen la capacidad de acercarnos a Cristo con su vida, que en verdad es canonizable, es decir, digno de ser canonizado, de servir como modelo y estímulo para imitar a Cristo viviendo el Espíritu Evangélico. Ellos son ejemplo de personas en las que encontramos a Cristo de forma determinante para nuestra vida espiritual.
Un caso moderno. La Beata Sandra Sabattini (1961-1984) era una joven brillante, aunque seria y tímida. Vivía en Riccione, una ciudad Italiana a orillas del Adriático. Estudiaba medicina, tenía fe, pero no era especialmente devota.
Conoció a un sacerdote llamado don Oreste Benzi, quien organizaba convivencias para jóvenes que ayudaban a personas con discapacidad, en la drogadicción o sin hogar. En una de esas convivencias, mientras lavaba a un hombre parapléjico, Sandra comprendió que Dios estaba en los más débiles. Su reflexión fue: No se puede amar a Dios sin mancharse las manos.
Desde entonces, se dedicó plenamente al voluntariado, renunció a lujos, y escribió: Ya no me pertenezco. No puedo vivir sólo para mí. Murió en un accidente de tráfico a los 22 años, cuando se dirigía a una reunión de su grupo de voluntariado y fue beatificada en 2021.
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La Primera Lectura relata cómo un ángel libera a San Pedro de la prisión, poco antes del momento fijado por el rey Herodes para ejecutarlo. Pueden ser ángeles o pueden ser seres humanos a quien Dios pone en nuestro camino para conducirnos a una libertad que parecía imposible, a superar una persecución o vencer una limitación moral que creíamos invencible.
Esa persona, por supuesto, no será perfecta; sin duda, en su vida habrá luces y sombras, como en todos nosotros. Recuerdo un caso en una de nuestras parroquias:
Andrés era un hombre devoto, comprometido con su comunidad cristiana y fiel asistente a la Eucaristía cada domingo. Sin embargo, en su interior guardaba un profundo rencor hacia su hermano menor, que. años atrás, había traicionado su confianza al robarle una fuerte suma de dinero durante un momento crítico de su vida. Aunque el tiempo había pasado, Andrés mantenía firme una convicción: No puedo perdonar a alguien que ha traicionado de esa manera. Dios es justo, y yo no puedo actuar como si eso no hubiera ocurrido.
Para él, perdonar era sinónimo de tolerar el pecado. Estaba convencido de que hacerlo sería renunciar a la justicia de Dios.
Un día, en un grupo de oración, conoció a una mujer madura que compartió su testimonio. Contó cómo su hijo había abandonado la fe, caído en la drogadicción y lastimado profundamente a su familia. Años más tarde, volvió arrepentido. Claudia no solo lo recibió, sino que también lo ayudó a recuperarse y a reconciliarse con Dios. Cuando una persona del grupo le preguntó cómo pudo hacerlo, ella respondió:
No lo hice porque lo mereciera. Lo hice porque Cristo me perdonó primero. Y si yo, que soy pecadora, recibí misericordia, ¿cómo no voy a ofrecerla también?
Esa frase impactó profundamente a Andrés. No fue una confrontación, sino más bien una revelación. Por primera vez, entendió que el perdón no era debilidad ni abandono de justicia, sino obediencia al amor radical que Cristo enseñó.
Con el tiempo, Andrés decidió hablar con su hermano. No fue fácil, pero por primera vez oraron juntos. De ese modo, no borró el pasado, pero abrió una puerta al futuro. Y todo comenzó porque una creyente valiente vivió su fe y confesó su debilidad con humildad y misericordia.
Me pregunto cuántas veces, por mis prejuicios o por mi falta de atención, he perdido la oportunidad de leer la voluntad divina, manifestada en personas que no me han parecido portadores de su mensaje.
Igual que Pedro, muchos santos han tenido momentos en los que se manifestaba su defecto dominante, su fragilidad, pero no lo han ocultado. Al contrario, han sido fieles al Espíritu Evangélico que nos enseña y transmite el mismo sentir de San Pablo: de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo (2Cor 12: 9).
Un caso notable es el de Santa Teresa de Lisieux. Ella misma reconoce en sus escritos que era extremadamente susceptible: lloraba con facilidad y tenía arranques emocionales.
Cuando ya estaba en el convento, no siempre sentía consuelo al rezar, luchaba contra el orgullo, el juicio hacia las demás hermanas, y un fuerte sentimiento de aridez espiritual. En su enfermedad (tuberculosis), sufrió dudas profundas sobre la existencia del cielo y de Dios, aunque siguió creyendo «a ciegas» porque, como ella misma dice, Dios me hizo comprender que hay almas imperfectas… y que sin embargo son queridas por Él.
En su diario se aprecia cómo no se idealiza, reconoce su impaciencia, sus fallos, su cansancio y su lucha constante con el deseo de reconocimiento frente al íntimo llamado a la modestia y la humildad.
En el día de hoy, al celebrar el 66 aniversario de la fundación de nuestro Instituto, tengamos una mirada de profunda gratitud a nuestro padre Fundador, cuya vida se ajustó fielmente a todo aquello que nos ha dejado como instrumentos para progresar en la santidad en común y ser capaces de vivir y transmitir el Evangelio en medio de nuestra pequeñez.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente