
“Hay gestos silenciosos que desarman el ruido del mundo: una sonrisa, un silencio, una cruz llevada con paz.”
Con estas palabras, el P. Luis Casasús abrió el Capítulo del Instituto Id el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz. La semana de reuniones de gobierno, del 14 al 20 de septiembre, reúne en Roma al presidente, a los vicepresidentes y a los superiores y procuradores generales del Instituto.
“Este Capítulo —afirmó el P. Luis— es una mirada a nuestro pasado reciente y al futuro que espera al Instituto. Queremos hacerlo con los ojos de nuestro Fundador y con la luz de Cristo, convencidos de que nadie tiene respuesta para todas las cosas, como recordaba el Papa Leone XIV a sus hermanos agustinos en el Capítulo que se celebra estos días. No tenemos ni necesitamos toda la luz, sólo la que la Providencia nos quiera dar en cada instante”.
Un brindis de gratitud y alegría
En este marco, y con ocasión de la confirmación de la presidencia del P. Luis por tres años más, el superior general Fernando Real expresó un agradecimiento en nombre de toda la familia idente:
“Te expresamos la alegría, el verdadero gozo, la verdadera satisfacción que tenemos todos por tu labor en estos tres años, realmente consolidando la unidad de la institución y marcándonos un camino de trabajo, de comunión, de unidad, de servicio”.
Desde la Cruz
El inicio del Capítulo estuvo marcado por una homilía signo de una mirada que cuida y acompaña. Compartimos aquí algunos fragmentos.
“Hoy, cuando celebramos la Exaltación de la Cruz, iniciamos nuestro Capítulo, que es una mirada a nuestro pasado reciente y al futuro que espera al Instituto.”
“Convencidos de que nadie tiene respuesta para todas las cosas, como recordaba el Papa a sus hermanos agustinos en el Capítulo que se celebra estos días. No tenemos ni necesitamos toda la luz, sólo la que la Providencia nos quiera dar en cada instante.”
“En esta Fiesta, que la lógica del mundo no puede explicar, pidamos la fortaleza que tuvo Jesús para seguir viviendo su misericordia desde la Cruz: consolar a su Madre, instruir a Juan, acoger al Buen Ladrón y, sobre todo, seguir escuchando a nuestro Padre celestial.”
“En esta Eucaristía, roguemos por cada hermana y cada hermano que caminan en cada misión del mundo con su cruz y su gozo. Pidamos ser instrumentos para ayudarles con las fuerzas que el Espíritu nos quiera conceder.”
Después, Luis compartió una historia de la que fue testigo hace unos años:
“Cada mañana, Emilio tomaba el metro en Madrid para ir a su trabajo como enfermero en un hospital. El vagón estaba siempre lleno, el aire denso, y los rostros marcados por la prisa. Emilio, con su mochila al hombro y su uniforme blanco, se mantenía en silencio, esta vez iba sentado, sin reclamar espacio ni mostrar impaciencia por dos adolescentes mal educados que se agitaban ante él y le empujaban de forma negligente.
Un lunes, el metro se detuvo entre dos estaciones. Las luces de emergencia se encendieron. Alguien se quejó en voz alta, otro golpeó la puerta con frustración. Pero Emilio permaneció tranquilo, con la mirada serena, como si el retraso fuera una pausa más en su jornada. No era el fin del mundo.
A su lado, una joven madre con un niño en brazos lo observaba. El niño lloraba, y ella intentaba calmarlo, visiblemente agobiada. Emilio le ofreció una sonrisa leve, sin palabras, y, sin hacer ningún gesto de molestia, le cedió su lugar para que el niño estuviera más tranquilo.
Cuando el metro volvió a moverse, la madre le dijo: Gracias. No por el asiento… por no hacer ese gesto que todos hacen. Me hizo sentir que no estaba molestando.
Emilio simplemente asintió. Sabía que no quejarse era una forma de cuidar. Sabía que llegaría tarde y su jefe no creería la historia de la avería del metro. Era consciente de que el mundo ya tenía suficiente ruido, suficiente prisa, suficientes juicios. Su silencio era su manera de decir: Aquí hay espacio para tu fragilidad.
Ese día, sin saberlo, Emilio fue bálsamo para una madre agotada, ejemplo para un adolescente que lo observaba desde el otro extremo del vagón, y yo mismo recibí el testimonio de que la paz empieza con una forma elegante de cargar la cruz.”
La atención es una forma de cruz compartida.