Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

Lo único que cuenta es la fe, una fe activa por medio del amor (Gal 5: 6)

By 11 noviembre, 2020enero 12th, 2024No Comments
Print Friendly, PDF & Email

por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.

New York/Paris, 15 de Noviembre, 2020. | XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Proverbios 31: 10-13.19-20.30-31; 1Tesalonicenses 5: 1-6; San Mateo 25: 14-30.

El significado original de la Parábola de los talentos de hoy es una referencia a los escribas y fariseos, porque habían guardado el don de Dios para ellos mismos en lugar de compartirlo con las naciones. Habían excluido a los pecadores y paganos del reino. Multiplicando las leyes y aplicando una observancia legalista de las mismas, no sólo protegieron su religión de ser contaminada por otros, sino que también los excluyeron. Fundamentalmente malinterpretaron la naturaleza de lo que habían recibido.

La Parábola de los Talentos tiene, por supuesto, muchas lecturas e interpretaciones posibles, pero sus dos consecuencias, moral y mística, son claras: qué sucede si no usamos los talentos recibidos y cómo responde Dios si los usamos realmente.

Lo lamentable es que alguien haga un mal uso o no use sus talentos. Cuando se hace un mal uso, se causa daño a sí mismo y a los demás. Cuando no se usa, incluso lo que se tiene se pierde. Podemos preguntarnos por qué precisamente el que menos recibió fue torpe y por lo tanto severamente castigado. Por supuesto, no se trata de una discriminación injusta por parte del Maestro, sino de un retrato de lo que a veces nos sucede a algunos de nosotros: creemos que lo que poseemos no es muy valioso, o es insuficiente, o es difícil hacerlo producir. En cualquier caso, el problema es que nos lo guardamos para nosotros mismos. De alguna manera, lo enterramos.

Cuando actuamos (o, mejor dicho, dejamos de actuar) de esta manera, lo que se revela es nuestro profundo egoísmo. De hecho, el sirviente que recibió un talento dijo que conocía la exigente forma de actuar de su amo, pero aun así no quiso molestarse en poner el dinero en el banco. Este sirviente sabía que su Maestro era capaz de dar fruto donde nadie lo esperaba, pero aun así no quería ponerse en marcha. El castigo por hacer improductivos los talentos del Señor es la exclusión de su alegría, es el hecho de no pertenecer hoy al reino de Dios. En realidad, es un castigo que nos imponemos a nosotros mismos, actuando contra nuestra naturaleza, dentro de la cual se encuentra la compasión como semilla de la auténtica misericordia del Evangelio.

Esta historia, aunque sólo sea una anécdota entre dos genios, nos muestra el poder de los talentos en acción:

Einstein era un inveterado aficionado a los conciertos. Asistió al famoso debut del violinista Yehudi Menuhin con la Filarmónica de Berlín, en el que el joven Menuhin, de 13 años, actuó como solista en un programa de los conciertos de Bach, Beethoven y Brahms que sería hoy en día inconcebible. Einstein se emocionó tanto con la interpretación de Menuhin que se apresuró a entrar en la habitación del niño después de la actuación y lo tomó en sus brazos, exclamando “¡Ahora sé que hay un Dios en el cielo!”

El filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.) ya intuía que la felicidad “no es un hábito o una facultad entrenada, sino el ejercicio de una facultad“.

Hay muchos obstáculos para que nuestros talentos sean puestos en uso, para que den fruto. Seguramente, la primera dificultad es que no somos plenamente conscientes de que los poseemos. Para eso tenemos que entender que es un talento. En nuestra vida espiritual, un talento es todo lo que puede ponerse al servicio de los demás, para acercarlos a Dios. Ciertamente, esto incluye las habilidades, los conocimientos, las gracias recibidas, las fortalezas de cada uno… todo lo que de origen innato o adquirido puede ser proyectado a los demás y puede darles luz y fuerza para acercarse a Dios y al prójimo.

En esto, el papel sutil y destructivo del diablo es devastador, porque utiliza muchos mecanismos de nuestro ego para hacernos indiferentes, insensibles y ciegos al vínculo entre las necesidades de los demás y nuestros talentos.

Algunas de las fuentes de resistencia a ponernos en marcha que tienen más probabilidades de ocurrir son:

* Miedo a perder el control, ante la incertidumbre de lo nuevo. Por eso muchos nos limitamos a repetir lo que otros han dicho o a realizar las actividades sin cambiar nada “porque siempre se hizo así”.

* Sorpresa. No estamos preparados para el cambio y, en lugar de prepararnos para la nueva situación, nos atrincheramos sin considerar las consecuencias. Las situaciones nos encuentran desprevenidos. Nos falta coraje para arriesgarnos en la proclamación del evangelio. Tenemos miedo, como el siervo, de aventurarnos en territorios desconocidos.

* Dudas sobre nosotros mismos, sobre nuestra capacidad y competencia. Sin darnos cuenta de que no somos el centro del universo, ni tenemos idea de las gracias que recibiremos.

En el libro Cartas del Diablo a su sobrino, de C.S. Lewis, un demonio instruye a su sobrino demonio, Orugario, en una serie de cartas, sobre las sutilezas y técnicas para tentar a la gente. En sus escritos, el diablo dice que el objetivo no es hacer a la gente malvada sino hacerla indiferente. Este diablo mayor advierte a Orugario que debe mantener al paciente cómodo a toda costa. Si empieza a pensar en algo importante, anímale a pensar en sus planes de almuerzo y a no preocuparse tanto porque eso podría causarle indigestión. Y luego, el diablo le da esta instrucción a su sobrino: Yo, el diablo, siempre me ocuparé de que haya gente mala. Tu trabajo, mi querido Orugario, es proveerme de gente sin preocupaciones.

Por el contrario, la Primera Lectura es un canto a una mujer que ciertamente pone sus talentos a trabajar, siempre al servicio de los demás y, en este caso, con una profunda y femenina sensibilidad a los efectos de sus acciones sobre el prójimo. Es lo contrario de la indiferencia: Ella acerca su mano a los pobres, y extiende sus brazos a los necesitados.

Más aún, un talento en la antigüedad era una medida de algo particularmente pesado, generalmente de plata u oro. Un solo talento puede representar hasta 25 kilos de oro o plata. Un talento era una suma que correspondía al salario… de unos veinte años de trabajo de un obrero.

Un antiguo lector judío habría captado inmediatamente la conexión con la densidad y el peso: un talento era algo “de peso”.  La pesantez habría traído a la mente el mayor peso de todos, que fue traducido al latín como la gloria de Dios. En la cultura antigua, la imagen era clara: se trata de lo que es consistente y sólido en oposición a lo que es fugaz, ligero, lo que se lleva el viento. No se puede buscar la seguridad y la paz en otras cosas. Por eso San Pablo dice en la Segunda Lectura: Cuando la gente dice, “Paz y seguridad”, entonces el desastre repentino viene sobre ellos. Y lo que era de más peso (más glorioso) que todo los demás, era la misericordia de Dios.

Los talentos dados a los tres sirvientes representan no tanto capacidades o habilidades personales; sino una participación en la misericordia de Dios, en el peso, la robustez del amor divino. Dado que la misericordia siempre se dirige al otro, estos “talentos” están destinados a ser compartidos. En realidad, aumentan precisamente en la medida en que se entregan. Esto explica por qué Cristo en el Sermón de la Montaña dice que los misericordiosos son bienaventurados porque recibirán misericordia. Esa es la respuesta del Espíritu Santo: A todo aquel que tenga, se le dará más y se hará rico. Notemos que los talentos se distribuyen “a cada uno según su capacidad” y por lo tanto el fruto producido con el esfuerzo y la misericordia de cada uno NO se espera que sea el mismo.

Ciertamente, Dios ha sido misericordioso con nosotros dándonos los medios para practicar y desarrollar la misericordia. Eso incluye buenos contactos, profesores, amigos, consejeros, períodos de buena salud, diferentes formas de creatividad e inteligencia… y fe. La sabiduría de este mundo y la experiencia diaria nos muestran que las diferentes habilidades, como nuestros músculos, se deterioran si no los usamos. Por el contrario, su crecimiento y desarrollo requieren la práctica.

El novelista y ganador del Premio Nobel Sinclair Lewis (1885-1951) fue una vez asediado por estudiantes universitarios para una conferencia sobre el arte de la escritura. Los estudiantes explicaron que tenían un profundo deseo de ser escritores. Lewis comenzó su conferencia diciendo: ¿Cuántos de ustedes anhelan seriamente ser escritores? Todas las manos se levantaron. “Entonces“, dijo Lewis, “no tiene sentido darles la conferencia. Mi consejo es que vayan a casa y escriban, escriban, escriban“. ¿Seremos capaces de aplicar la lección a la gracia de ser misericordiosos, que de siempre diferentes maneras hemos recibido todos?

Esta Parábola también nos enseña, con toda claridad, que es Dios quien tiene la iniciativa, quien se acerca a nosotros poniendo en nuestros corazones (también en la inteligencia, en el cuerpo y en el alma) los talentos que necesitamos para participar en el reino de los cielos de ahora en adelante. Una de las pruebas más claras y visibles de su respuesta al que usa sus talentos para el bien de su prójimo es la Beatitud. Significa un estado de paz que reconocemos como indestructible. Es por eso que en el AT y NT encontramos descripciones como las siguientes:

Bienaventurado el hombre cuya fuerza está en Ti, cuyo corazón se pone en peregrinación (Salmo 84:5).

El Señor es un refugio para el oprimido, una fortaleza en tiempos de dificultad (Salmo 9:9).

Entrégale a Él todas tus preocupaciones, porque Él se preocupa por ti (1 Pedro 5:7).

No te entristezcas, porque la alegría del Señor es tu fuerza (Nehemías 8:10).

Esta forma de paz no significa ser apartado del dolor y las dificultades del mundo, sino la certeza de que nadie puede destruirla. Al mismo tiempo, se caracteriza porque se transmite a los demás, como se expresa poéticamente en la Primera Lectura. Una tercera característica de la Beatitud es que nos libera de buscar la paz y la tranquilidad en las cosas del mundo, como dice San Pablo en la Segunda Lectura.

¿Cómo podemos entonces usar los talentos? Seguramente, siendo tan astutos como una serpiente. Hay personas a las que este animal es repulsivo, pero por alguna razón Cristo lo usa como modelo (Mt 10:16) para nuestro comportamiento. Dicho en términos modernos, pero también en lenguaje zoológico: una vez localizada la presa, no duda en lanzarse sobre ella. Esta es la facultad unitiva en acción, el centro de nuestro esfuerzo ascético. Las serpientes no sólo son rápidas y astutas para esconderse, sino también para pasar a la acción. El foco de la parábola no es el beneficio obtenido, sino más bien la actitud con la que nos disponemos a la acción.

Uno de los principales mensajes de la Parábola está en la reprimenda del amo al sirviente perezoso: la única actitud inaceptable es la indiferencia, y el miedo al riesgo. Fue condenado porque se dejó bloquear por el miedo. La mayoría de nuestras miserias provienen de la negligencia y la irresponsabilidad. Por eso el último sirviente fue castigado severamente.