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Vive y transmite el Evangelio

El Buen Pastor y la Piedra Angular

By 16 abril, 2018No Comments
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Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 22-04- 2018 Cuarto Domingo de Pascua, Madrid. (Hechos de los Apóstoles 4:8-12; 1 Juan 3:1-2;Juan 10:11-18.)

Sentirse seguro no es lo mismo que experimentar paz. Es un sentido de protección ante cualquier peligro presente o futuro y se manifiesta especialmente ante presencia de amenazas y fuerzas hostiles. La amenaza puede ser más o menos real o imaginaria, pero nos sentimos protegidos.

Puede que estemos en paz cada vez que hablamos con un amigo, pero un amigo no siempre puede transmitirnos seguridad en todos los aspectos clave de nuestra existencia; sabemos que hay algunos problemas a los que tenemos que enfrentarnos personalmente.

En nuestra vida espiritual, esta es también la diferencia entre beatitud y quietud. La beatitud, la verdadera seguridad, no se encuentra en la minimización de la exposición al riesgo o al sufrimiento, sino en la presencia de Dios cuando algún momento de nuestra vida parece ser un completo fracaso.

De hecho, el peligro siempre está presente. Accidentes, relaciones deterioradas, enfermedades y los efectos de nuestros pecados, gravitan siempre a nuestro alrededor. Por no hablar de la inevitabilidad de nuestra muerte y la de aquellos a quienes amamos.

Tal vez recuerdes una película de Woody Allen titulada Hannah y sus hermanas. Woody Allen hacía el papel de una persona que constantemente teme tener una terrible enfermedad. Lo que llamamos un hipocondríaco. Cuando aparece en la película, va camino al médico. El médico le asegura que no parece tener nada grave, aunque es necesario realizar algunas pruebas adicionales. Woody no consigue calmarse con la necesidad de esas pruebas. Está seguro de que encontrarán algo terrible. Pero sus miedos son infundados. El doctor le anuncia que todo va bien. En la siguiente escena se ve a Woody saliendo del hospital, saltando alegremente por la calle. Está celebrando el buen resultado de las pruebas. Pero de repente, se detiene y dice: Todo esto significa que ahora estoy bien… La próxima ocasión, seguramente tendré algo grave.

El personaje de Woody Allen exagera el peligro, pero transmite con mucha precisión la realidad de que todos necesitamos sentirnos seguros y que ninguno de nosotros llega por sí mismo al grado suficiente de nuestra seguridad.

Muy a menudo, buscamos seguridad en algunas de nuestras zonas de confort. Por ejemplo, algunos académicos son extremadamente reacios a emprender una investigación prometedora en áreas nuevas, porque el financiamiento no es seguro, o tal vez conlleva cambios significativos en sus hábitos de investigación, o tienen dudas sobre su capacidad en la nueva inciativa. Lamentablemente, algunos religiosos se niegan a ser trasladados a una nueva misión debido a un supuesto problema o poco claro problema de salud o porque creen que son insustituibles en su misión actual. Buscamos seguridad porque creemos que nos dará libertad o satisfacción de por vida. Pero si buscamos seguridad en todos los aspectos de nuestra vida, acabamos limitando nuestras capacidades. Irónicamente, el mayor peligro para la mayoría de nosotros no radica en fijar un objetivo demasiado alto y no alcanzarlo, sino fijar algún objetivo demasiado bajo … y conseguirlo, como dijo el gran artista Miguel Ángel.

En su reciente Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, el Papa Francisco dice: Como el profeta Jonás, siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya prefijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, refugio en las normas.

Cristo, como el Buen Pastor, NO está hablando de ese tipo de seguridad mundana. Nuestro sentimiento más profundo de seguridad (Beatitud) se basa en comprender que siempre hay un plan de Dios para nosotros. Y esto queda claramente expresado en ese documento de identidad de Jesús, como un Buen Pastor caminando delante de nosotros y guiándonos con el ejemplo, no sólo con sus palabras.

* Es importante reconocer que el plan de Dios puede ser para nosotros difícil de comprender. Nuestra Madre María no podía entender cómo podría concebir un hijo incluso antes de haber consumado su matrimonio con José, pero comenzó a caminar inmediatamente y declaró su completa obediencia a Dios.

Hemos de ser conscientes de que el Espíritu Santo siempre nos da alguna señal para que podamos discernir la voluntad de Dios. El Arcángel Gabriel señaló el hecho de que Isabel había concebido milagrosamente un hijo, y eso fue suficiente para María. En nuestro caso, no es diferente, y estamos llamados a ser más conscientes de todo el perdón y la gracia que nosotros y nuestro prójimo hemos recibido. En la primera lectura de hoy, esto es lo que Pedro animaba a los líderes y a la gente a hacer: Miren el bien que hemos hecho a un lisiado. La fe no es absolutamente ciega, más bien sucede que, mientras ocurren los milagros, estamos mirando hacia otro lado.

No necesitamos que venga un ángel a visitarnos cada día. De nuevo, leemos en Gaudete et Exsultate: Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios.

Pedro hizo un enorme esfuerzo para que el plan de Dios fuera algo visible para la gente y cómo la piedra que habían rechazado se convirtió en piedra angular.

* El Buen Pastor nos une como nadie más puede hacerlo. Toda asociación mundana, creada con buenas o malas intenciones, es fugaz y de corta duración. Podemos construir sociedades, uniones y alianzas basadas en el ingenio humano y la buena voluntad, tal vez para ser de gran utilidad a muchos, pero, ¿cuál es su peso en la eternidad? La respuesta de Dios al ansia de poder y gloria en Babel, nos da una pista para hacer un juicio correcto sobre el verdadero valor de los éxitos humanos: Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra. (Gen 11: 4). Como es bien sabido, San Agustín dijo que, cuando eliminamos el amor de Dios y la justicia, ¿qué son los reinos sino pandillas de criminales a gran escala? (Ciudad de Dios, 4.4).

Los seres humanos nos reunimos por necesidad, conveniencia, defensa de la propia supervivencia, comodidad y por todo tipo de intereses. Y eso puede tener consecuencias de gran alcance. Por ejemplo, cualquier psicólogo social sabe que la dinámica de multitudes proviene de una sensación de invencibilidad de los individuos cuando están integrados en un grupo, un “contagio” de sentimientos y una mayor capacidad de ser sugestionados, haciéndolos reaccionar de una forma que en otras circunstancias sería muy diferente. Los jóvenes que bailan en un club, o las parejas que se forman sólo “porque están felices juntos”, son otros dolorosos ejemplos de las obras de un mundo de asalariados, que no son verdaderos pastores y a quienes no pertenecen las ovejas.

La llamada del Buen Pastor se dirige a todos y cada uno de los seres humanos, pero el objetivo es reunir en uno a los hijos dispersos de Dios que están esparcidos (Jn 11:52).

Cuando Jesús dijo: Tengo otras ovejas que no pertenecen a este redil. A ellas también debo guiar, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor, se estaba refiriendo no sólo a diferentes países o culturas, sino a muchas personas cercanas a nosotros cuyos corazones se conmueven por el testimonio de un apóstol y en un día determinado decidirán seguir a Cristo. Esto es lo que sucedió muchas veces en los Hechos de los Apóstoles: los creyentes judíos que habían acompañado a Pedro estaban asombrados de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles, ya que podían oírlos hablar lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios.

Sí, somos una comunidad y Jesús nos reúne en torno a sí; nuestra fe tiene que ser compartida. Incluso una cosa tan íntima como nuestro arrepentimiento, se comunica apropiadamente en el Sacramento de la Reconciliación y en nuestra dirección espiritual.

El don de la unidad en Cristo es algo muy visible, porque la unidad es lo más difícil de este mundo, donde podemos ver todos los tipos posibles de división. Por todos lados, a todos los niveles. Esta es la razón por la cual nuestras discordias y la falta de unidad se convierten en el mayor escándalo. Y a la inversa, esta es la razón por la cual nuestra vida perseverante en común, con la gracia de Dios, es tan atractiva, al igual que lo era la unión y la hermandad de la primitiva comunidad cristiana; tanto que el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos (Hechos 2: 47).

Esta unidad, realizada por el movimiento de Cristo dentro de nuestro corazón y por la obra del Espíritu Santo, tiene también una consecuencia inmediata en todos nosotros, un sentido de seguridad y beatitud: El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? (Salmo 27: 1-3).

¿Cuál es la razón real y fundamental por la que nuestra respuesta fiel y obediente al Buen Pastor, cuando reconocemos su voz, nos da paz y nos une? Nuestro Padre Fundador responde: Porque este estado de recogimiento y de quietud no separa, sino que une porque todos tenemos la condición religiosa de ser hijos de Dios. (Concepción Mística de la Antropología).

En la vida espiritual, queremos tener un sentido de seguridad, queremos saber que Dios cuidará de nosotros. Necesitamos saber que, tarde o temprano, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Rom 8, 37).

La seguridad se basa siempre en una confianza profunda. Por supuesto, dentro de un minuto puedo ser infiel y traicionar a Dios, pero nuestra seguridad espiritual, nuestra beatitud mística tiene algunos momentos cumbre (llamados Régimen, como en el Régimen de Flujo de un río) donde sentimos que una virtud particular (fe, esperanza), caridad, diligencia, castidad …) ha sido grabada en nuestro corazón y se ha convertido en parte de nuestra vida, una parte de nuestro ser, no sólo una obligación o un objetivo. Tendría que hacer un gran esfuerzo para dejarla de lado. Aún más, (en el nivel ontológico), es una llamada y un estímulo para entrar más en contacto con la profundidad interna de mi existencia, para estar más completamente alerta y consciente y llegar a ser esa persona que Dios soñó cuando fui creado. Cierta campaña publicitaria de una universidad estaba centrada en el eslogan: Vamos a descubrir quién puedes llegar ser. ¡Buena idea! Esto es algo que debemos explorar en todos los niveles.

* ¿Somos buenos pastores? Hace muchos años, una mujer que caminaba con su bebé en las colinas del sur de Gales, Inglaterra, fue alcanzada por un temporal de nieve. El equipo de rescate la encontró muerta, congelada en la nieve. Sorprendidos de que no llevase abrigo, siguieron buscando y encontraron a su bebé. Ella lo había envuelto con su ropa y el niño testaba vivo y a salvo. Creció y llegó a ser David Lloyd George, el primer ministro de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial.

Jesús dice claramente que debemos dar nuestra vida por las ovejas. Dar la vida no sólo significa el acto magnánimo de “morir por los demás”, sino especialmente aprovechar todas las oportunidades para proclamar a Jesucristo al mundo, para darlo a conocer y que todos puedan amarlo; y usar todos los medios a nuestra disposición, sin ser avasalladores ni dogmáticos, sin caer en un activismo febril, para que sea reconocido como la piedra angular de nuestras vidas.

Primero, tenemos que hacer amigos antes de que el Espíritu Santo pueda hacer uso de nuestro testimonio para hacer conversos. Esto puede llevar mucho tiempo, pero la victoria está asegurada. Este fue el caso del cardenal Van Thuan (1928-2002) que pasó 13 años en una prisión comunista. Dos guardias lo vigilaban permanentemente, pero no tenían autorización para hablarle. Aun así, él comenzó su apostolado primero, mostrando alegría y sonriendo. Luego comenzó a contar historias sobre sus viajes. Eso estimuló su curiosidad y comenzaron a hacer muchas preguntas. Lentamente, muy lentamente, se hicieron amigos y … ¡los vigilantes se convirtieron en los discípulos de Van Thuan!

Esto no es posible si no experimentamos en nuestra oración la urgencia de la misión, la sed y el hambre de todos y cada uno de los seres humanos, de forma muy parecida a San Pablo: Estoy dispuesto a ser maldecido por Cristo, por causa de mis hermanos, de mis parientes según a la carne.

Un monje de la antigüedad quería oponerse a ser nombrado obispo, sobre la base de que los cuidados de los asuntos le privarían del cuidado atento de su piedad. Su superior, a quien formuló la objeción, respondió que era mucho mejor que se ocupara de salvar las almas de otros hombres, que tratar de mantener “una finura en su piedad”.

Muchas de las oportunidades que perdemos, son situaciones en las que cometemos el mismo error que los jefes del pueblo y los ancianos: juzgar que cierto testimonio o acción no es importante o incluso necesario, pero tal vez hubiera sido la piedra angular de nuestra vida apostólica. Evitar ese pensamiento, caminar un paso más, tener aceite de reserva para las lámparas, no perder un solo minuto, … Ignorar esas oportunidades es un mensaje implícito enviado al Espíritu Santo, que significa: En este momento, no estoy disponible.

Todos tenemos la experiencia de estar hablando con una persona que evita todo tipo de contacto visual, o mira al pájaro en la barandilla del balcón, o está continuamente buscando mensajes de texto … o está bostezando y cabeceando. Inmediatamente nos damos cuenta de que no será posible tener un diálogo profundo. ¿Por qué no va a ser lo mismo si el Espíritu Santo y yo estamos en un diálogo apostólico (oración apostólica) y yo permanezco tibio, como un asalariado?

¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o extranjero, o desnudo, o enfermo, o en prisión, y no te cuidamos?

Aprendamos del muchacho que ofreció los cinco panes de pan de cebada, el más barato de todos los panes, y dos pescaditos. En su humilde ofrenda, Jesús encontró la materia prima para un milagro. Y esto está sucediendo continuamente hoy. Cristo dice que podemos reconocer su voz. Prestemos atención; Él siempre tiene muchas cosas que decir.

A menos que esté dispuesto para recibir burlas por causa de mi fe, a hacer sacrificios por la misión y a aceptar la humillación y el fracaso, es poco probable que mi prójimo me vea como uno de los pequeños pastores que acompañan a Cristo.