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Vive y transmite el Evangelio

Podados por la Palabra

By 26 abril, 2018No Comments
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Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 29-04- 2018 V Domingo de Pascua, Perú. (Hechos de los Apóstoles 9:26-31; 1 Juan 3:18-24; Juan 15:1-8.)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos da una nueva definición de Sí mismo. La semana pasada nos decía: Yo soy el Pastor, y ahora declara: Yo soy la verdadera vid. Como era de esperar, esto nos brinda una oportunidad única para comprender y aprovechar nuestra verdadera relación con Cristo: somos Sus ramas, una parte integral de Él.

La primera observación es que Él tiene que podarnos. Esta es la forma como que Cristo mismo describe la purificación, no sólo como un esfuerzo ascético que hacemos, sino como una iniciativa de Dios. Por lo tanto, tenemos que alinear nuestra abnegación, nuestro esfuerzo purificativo, con la acción purificadora del Espíritu Santo.

Por ejemplo, si mi defecto dominante es alguna forma de orgullo, probablemente haré un esfuerzo honesto para evitar imponer mis juicios y deseos. Pero frecuentemente no voy a apreciar el alcance de la fuerza purificadora del vaciamiento, la impotencia y la contrariedad que el Espíritu Santo quiere usar para domar mi ego. La conclusión práctica es que tengo que ser más respetuoso y receptivo al plan de Dios. ¿Pienso que mis sufrimientos son sólo mala suerte, un obstáculo, un tiempo de espera en mi vida? ¿Pienso que puedo esperar a vientos más favorables para entregarme completamente en mi misión? ¿De verdad es necesario tener pleno control mental, emocional y de todo lo que pasa a mi alrededor?

Un demonio principiante vino un día a visitar al maestro diablo. Quería impresionarle con su habilidad para llevar a cabo la voluntad del maestro. Tengo una estrategia que evitará que los cristianos sigan a Dios, le dijo. Los convenceré de que no hay Dios. El maestro diablo simplemente sonrió y le deseó éxito en su misión. Unos días más tarde, el joven demonio regresó abatido, con aspecto consternado. No pude lograr que los cristianos creyeran que Dios no existe, admitió. Pero luego se animó y agregó: Sin embargo, tengo una idea mejor. ¡Los convenceré de que no hay cielo! De nuevo, el maestro diablo sonrió y despidió al joven demonio. Luego de unos pocos días, el joven diablo regresó, una vez más con aspecto derrotado. No lo entiendo, le dijo al maestro. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Cuál es el secreto para confundir a los cristianos? El maestro diablo, que había estado esperando ese momento, echó su brazo sobre los hombros del joven principiante y le explicó: Hijo, no puedes tener éxito intentando que nieguen los fundamentos de su fe. Ese es un truco demasiado obvio, y lo rechazarán siempre. Sin embargo, yo he tenido mucho éxito durante estos años al convencerlos de que no hay necesidad de apresurarse a vivir su fe. Simplemente los mantengo esperando un mejor momento.

El Espíritu Santo no sólo nos da fuerza para superar los momentos difíciles. Más importante aún, Él siempre hará uso de nuestra aridez mental, nuestra vacilación emocional y nuestro vaciamiento, para acercarnos a Él. La purificación divina necesita ser acogida con inteligencia, paciencia y meditación cuidadosa, para que pueda dar frutos. Esta es la advertencia esperanzada de Juan en la Segunda Lectura: Porque Dios es más grande que nuestros corazones y lo sabe todo. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y debemos permitir que Dios reine en nuestras vidas, como lo hizo María.

¿Cómo podemos ser podados por el Espíritu Santo sino permitiendo que su Palabra entre en nuestros corazones? Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado. Esto no quiere decir que fueran perfectos, pero que lo que necesitaba ser depurado en ese momento de sus vidas, ya fue podado. La poda es un proceso para toda la vida, a menudo muy doloroso, pero siempre productivo.

Cuando tengo una vaga sensación de que puedo hacer más por mi prójimo, o de que tengo que profundizar mi atención en el Evangelio… eso ya es una manifestación del plan de Dios para mí. Estas intuiciones cotidianas llevaron a San Ignacio de Loyola a escribir su Oración por la Generosidad:

Señor, enséñame a ser generoso. Enséñame a servirte como lo mereces; a dar y no calcular el costo, a luchar y no prestar atención a las heridas, a esforzarme y no buscar descanso, a trabajar y no pedir recompensa, excepto saber que hago tu voluntad.

En segundo lugar, nos pide que permanezcamos en Él. Esto tiene muchas implicaciones y diferentes interpretaciones compatibles, pero lo cierto es que Jesús está pidiendo una intimidad con Él. Esta intimidad no sólo se mide por la cantidad de horas que paso en oración silenciosa; por supuesto, esto es extremadamente importante, pero tiene límites de tiempo prácticos. El canon, la constante de esta intimidad es tomar a Cristo en cuenta en cada parte de mi vida: en los llamados buenos momentos, así como en mis horas de dolor, errores y fracasos. No es sólo recordarlo, sino más bien llevarlo en el corazón. Es por eso que la oración tiene varias dimensiones, que están incluidas en el Padrenuestro; esencialmente: pedir perdón, dar gracias y preguntar a Dios cuál es ahora su voluntad para mí y para mi prójimo.

Permanecer en Él es traerlo al momento presente de mi vida, permitiéndole caminar a mi lado y mirar a la gente con sus mismos ojos. Y este es un hábito que crece y acaba impregnando todas nuestras actividades.

Esto se refleja en la experiencia cotidiana de cada ser humano. El filósofo alemán Schopenhauer dijo que hay una memoria del corazón más precisa y tenaz que la de la mente. Cualquiera que sea el sentimiento o la impresión que prevalezca en nuestros pensamientos, tendrá un poder evocador, organizador, focalizador y permanente para tocarnos y conmovernos profundamente. Schopenhauer observa que incluso una memoria débil siempre conservará perfectamente lo que alimente la pasión dominante: el amado nunca olvida ningún acontecimiento favorable; la persona ambiciosa, nada que sirva a sus planes; la persona avara nunca olvida la pérdida sufrida, ni el hombre orgulloso el insulto hecho a su honor; la persona vanidosa, cada palabra de elogio. Esto se ha llamado la memoria del corazón, que es más íntima que la de la mente. La memoria no sólo consiste en una representación de condiciones y circunstancias, sino en un revivir el estado afectivo mismo como tal, es decir que lo sentimos y no simplemente lo recordamos.

Sí; se nos han dado los medios psicológicos y espirituales necesarios para permanecer en Él y en comunión con nuestros semejantes. Esta unidad debe fundarse en nuestra unidad con la verdadera vid. Por esta razón, al comienzo de la misa, decimos: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes. La unión de todas nuestras comunidades cristianas se basa en nuestra unión con la Santísima Trinidad. De lo contrario, como vemos en la Primera Lectura, el miedo, la mentira y los malentendidos hacen que nuestra unidad sea efímera y frágil.

Necesitamos por ello un diálogo sincero y honesto, al igual que los primeros cristianos. Escuchar es el primer paso necesario para romper la resistencia y que lleguemos a ser uno. Si no nos escuchemos en caridad y amor, el miedo nos cegará para ver la verdad.

Podar aquello que nos roba es esencial, pero más aún es estar continuamente conectados. Jesús simplemente dijo a los discípulos que Él está en el Padre, nosotros estamos en Él y Él está en nosotros. ¿Qué significa permanecer en Él? Significa ser constante en nuestra relación para que Cristo pueda continuar plenamente en nosotros. Para aquellos de nosotros que hemos llegado a amarlo, no podemos pensar en nada mejor que Él esté de verdad plenamente en nosotros.

Jesús está dispuesto a sostener tu vida y la mía si permanecemos en Él. Jesús confió en el Padre para todo. Él no actuó sin el Padre. (Jn 14:31) Este también es nuestro caso. Fuimos hechos para vivir en Él. Esa es la única manera de producir fruto espiritual, tanto que, en Nazaret, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre unas pocas personas enfermas y sanarlas. Él estaba asombrado por su falta de fe. (Mc 6: 5-6). Como alguien dijo, la oración no cambia la voluntad de Dios, sino que la implementa.

Pero la dura realidad es que, con demasiada frecuencia, nos encontramos desconectados de la vid. ¿Qué es lo que causa esa desconexión? Si nuestra oración es débil, la desconexión se produce de tres maneras diferentes:

Cuando quiero seguir mi propio camino, ser autosuficiente. Este es el apego al yo. Los lazos de esclavitud que me mantienen atado a mis juicios, deseos o mi sed de felicidad.

Cuando me deslumbra la mentira de que me falta algo, algún deseo carnal, algún tipo de satisfacción temporal. Este es el apego al mundo.

Cuando trato de servir a dos señores: Dios y mi temperamento. Mi mal genio, mi timidez, mi lujuria o mi vanidad se convierten en una adicción y no cederán. Lo que hago con una mano, lo destruyo con la otra. Esto significa el estar esclavizado a mi defecto dominante.

Ello explica por qué llamamos Unión Purificativa a esas tres dimensiones de nuestra Oración Ascética.

Cuando estamos en Él y Sus palabras están en nosotros, no estaremos pidiendo que se cumplan nuestros deseos y concupiscencias. (Santiago 4: 3) Deseamos lo que Él desea y estamos pidiendo que se haga Su voluntad en la tierra. Deseamos lo que Él desea porque Su vida fluye a través de nosotros, y eso resulta en auténtica fecundidad.

Por último ¿Cuáles son los frutos de los que Cristo está hablando?

Jesús escogió a sus discípulos y lo hizo para que fueran y llevaran fruto. Hay dos tipos de fruto. Existe el fruto de carácter interno, descrito por Pablo en su Carta a Gálatas: El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y autocontrol. También se produce el fruto apostólico. Un discípulo misionero debe representar una diferencia en el lugar de trabajo, en la escuela y en la familia.

Jesús dijo: Vayan y den un fruto duradero. Solo la fe en Jesús y, en consecuencia, una vida fructífera, pueden satisfacernos. La mujer samaritana estaba buscando amor y aprecio y Jesús le dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le hubieras pedido tú y él te hubiera dado agua viva. Es por eso que cuando servimos a los pobres, a las personas que sufren y a los enfermos, nuestro objetivo final no es sólo alimentarlos, darles ayuda material o incluso sanarlos física y emocionalmente, sino acercarlos más a Jesús. Con Él, estamos afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados, perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. (2Cor 4: 8-9).

Las obras que Cristo puede producir a través de nosotros por el Espíritu Santo; esa es la fruta que nunca se desgasta, nunca se pudre, nunca muere y nunca desaparece.