El Presidente de las misioneras y de los misioneros identes, P. Jesús Fernández Hernández, ha enviado este bello mensaje a los peregrinos de la Ruta Jacobea Idente. Esta se celebra cada año por deseo expreso del Fundador de los misioneros identes, Fernando Rielo, y tiene lugar del 12 al 25 de julio desde Astorga (León) hasta Santiago de Compostela. En esta ocasión ha tenido un bello cariz ecuménico por la participación de un grupo de peregrinos alemanes de la iglesia protestante de Hoyerswerda.
Queridos misioneros y misioneras, amigos y amigas:
Ante todo, mi afecto y mi oración por cada uno de los peregrinos. Este año estamos celebrando los 30 años de la Ruta Jacobea. Una peregrinación recorrida por creyentes y no creyentes, y por auténticos arrepentidos. ¿De qué cosa? De no haber descubierto que lo más valioso y fecundo de la vida personal es saberse hijo de un Padre Celeste que nos ama con verdadera locura. Este Padre es llamado Dios, concepto primordial y absoluto, que pasa a palabra en las diferentes lenguas de todas las naciones y culturas del mundo. Su contenido es una realidad que ha sido infundida a todo ser humano: el místico patrimonio genético que nos hace a todos verdaderos hijos de Dios.
La vida del ser humano, con este valiosísimo patrimonio que cada uno tiene, es tránsito, éxodo, peregrinación hacia nuestro verdadero hogar: el cielo, representado en el Pórtico de la Gloria. Las dificultades de la peregrinación han simbolizado el camino de cruz por el que atraviesa la vida de cada ser humano, como atestigua el fundador de los misioneros y misioneras identes, Fernando Rielo: «Un camino de cruz -estas son sus palabras- que puede transformarse en itinerario lleno de esperanza, donde se presta servicio a los demás, se comparte generosamente la amistad y la vida, se apuesta por el respeto y la escucha en el diálogo; un camino de cruz que puede convertirse en recorrido de admiración, donde se contemplan bellos paisajes, donde se sabe apreciar el arte y la cultura de las pasadas generaciones, donde se admira la amabilidad y hospitalidad de las gentes; un camino de cruz que nos compromete con los más altos valores, donde se ayuda a los demás, donde sólo se mira el bien, la paz, la felicidad del otro, donde se desea sinceramente encontrar la forma mejor de concebir y vivir el destino; un camino de cruz que puede ser trayecto accidentado, donde aparecen el cansancio y la fatiga, el tedio y la desazón, la soledad y la incomprensión, pero, al mismo tiempo, se tiene la capacidad de respuesta, de superación, de esfuerzo, de tesón: en una palabra, de ejercer la potestad de hijos e hijas de un celeste Padre común; un camino de cruz que llega a Santiago de Compostela, ciudad de talladas cruces con su Pórtico de la Gloria, símbolo de un ser humano que, adquiriendo, por vocación inapelable, el compromiso de ser santo, lleva en su corazón el desposorio de la cruz y de la gloria, del sufrimiento y de la alegría, de la muerte y de la vida»[1].
Este es el camino verdadero, que es el mismo Cristo, que hay que seguir, unidos a Él, en el regreso a vuestras casas. Solo así podréis encontrar la paz, la libertad interior y la dicha. El camino de la cruz lleva dirección al cielo. Afirma Fernando Rielo que «Quien en esta vida tiene verdadera visión del cielo sabe lo que tiene que hacer: lleva el instinto del esfuerzo, de la cruz. Quien no toma la cruz no podrá alcanzar esta visión. Puede decirse que quien tiene visión de las cosas celestes es inasequible a cualquier desaliento, y permanece inalterable frente a todos los episodios que le acontecen, y en el aspecto que sea»[2].
Cristo da una definición clara del cielo o vida eterna: “Que te conozcan a Ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3). Vivir en el cielo es “estar con Cristo”, “vivir en Cristo”, “caminar con Cristo”. Por su muerte y resurrección, Él nos ha abierto el cielo. No perdamos este gran y único regalo.
Queridos peregrinos, la verdad es que cada una de nuestras dimensiones constituye un vasto horizonte por descubrir. La vida espiritual, la vida mística, es un universo por sí mismo, un mundo inmenso, una aventura apasionante como ha sido vuestro peregrinar siguiendo la ruta de los grandes peregrinos y penitentes de varios siglos. Vuestro caminar hacia la ciudad del Apóstol Santiago ha conllevado ciertos riesgos y ha exigido cierta audacia. No os ha faltado valentía.
Posiblemente habéis explorado las bases de una vida interior rica con los elementos de la oración continua, la lectura del Evangelio y el estado de agradecimiento que nos deja la Eucaristía.
Se dice que somos personas con roturas en nuestro corazón. Seguramente habéis comenzado la ruta con una cierta soledad con sentido de aislamiento, con miedos y con alguna sensación de inseguridad o cierta confusión sobre la orientación de vuestras vidas. Cuando las personas se reúnen para recorrer no solo un camino sagrado exterior, sino para realizar una peregrinación por su alma, se descubren esas roturas interiores. Esta es la razón por la cual una peregrinación exterior corre paralela con una peregrinación interior.
Estoy convencido de que todo ser humano sufre de una forma distinta a la de otro ser humano, aunque sean familia de la misma sangre. Y esto puede verse en el sufrimiento de unas relaciones rotas entre esposos, entre hermanos, entre padres e hijos. Pero lo más hermoso es que, a pesar de nuestras debilidades, hemos sido elegidos y bendecidos por nuestro Padre Celeste.
Seguramente habéis tenido alguna experiencia espiritual o mística durante la peregrinación que os haya introducido un poco más en el conocimiento experiencial del misterio de la Santísima Trinidad, que es un conocimiento de amor. Delante de Dios hay una cierta oscuridad, producida por su luz infinita que, para nosotros, es demasiado fuerte, y nos quedamos profundamente asombrados, en silencio. En realidad, toda relación con Dios en el silencio de nuestro corazón, abiertos al amor divino, es verdadera oración.
¡Jóvenes peregrinos! Sed entusiastas, que es más que ser optimistas. El entusiasmo es, según la etimología griega, soplo, fuego, arrebatamiento interior por lo divino. El entusiasmo, cuando es auténtico, produce paz, equilibrio y serenidad. El entusiasmo empuja, arrastra, es fascinante, es sumamente atractivo. Tener entusiasmo es tener juventud, ganas de luchar por un futuro mejor, tener vitalidad, soñar, salir de la mediocridad y de la rutina, es sacar lo mejor que hay dentro de nosotros mismos. Sabed que Cristo es el único que puede verdaderamente humanizar una sociedad que, sin Él, se encuentra a la deriva. Es el gran líder que transmite entusiasmo y creación ante las dificultades que no faltan nunca.
No os desaniméis nunca, queridos jóvenes. Sois los nuevos héroes del siglo XXI. No penséis tanto en vuestros éxitos o fracasos. Esto no es lo más importante. Lo más importante es intimar con vuestro hermano y amigo Cristo. Cuanto más profundas sean nuestras raíces en Cristo, más lejos llegarán las ramas. Solo así, en Cristo, podremos hablar de amistad con los hombres y poder ayudar, eficazmente, a nuestro prójimo. Las personas que oran, que aman en el silencio de todo aquello que los separe del amor al Padre hacen mucho bien a la humanidad. Los pequeños arroyos hacen los grandes ríos caudalosos.
Quien quiere hacer algo bueno siempre encontrará medios para hacerlo. Así cada acto de oración es como una estrella que se enciende en algún corazón llegando hasta el último rincón del universo.
Esperando encontrarme alguna vez con vosotros en la ruta de la vida, os abrazo y os bendigo, bajo la mística sombra de Santiago Apóstol y de nuestro padre Fundador, y ante la presencia de los Sagrados Corazones de Jesús, María y José.
Jesús Fernández Hernández
Presidente de las misioneras y misioneros identes
[1] Fernando Rielo, Mensaje a los peregrinos de la Ruta Jacobea, Nueva York, a 11 de julio de 2001.
[2] Cristo y su sentido de empresa, FFR, Madrid, 2017, p. 102
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