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Canción de amor por la viña (Isaías 5) | Evangelio del 28 de abril

By 24 abril, 2024No Comments
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Evangelio según San Juan 15,1-8:

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
»Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».

Canción de amor por la viña (Isaías 5)

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 28 de Abril, 2024 | V Domingo de Pascua

Hechos 9: 26-31; 1Jn 3: 18-24; Jn 15: 1-8

La metáfora de la vid y los sarmientos es sencilla y extraordinariamente significativa, por eso Cristo la recoge fielmente del Antiguo Testamento y le da un significado pleno y lleno de inspiración para todo ser humano. Ya el profeta Isaías dice:

La viña del Señor del universo es la casa de Israel; los habitantes de Judá, su plantel predilecto (Is 5: 7).

En lo que hoy escuchamos a Jesús, podemos distinguir al menos tres enseñanzas sobre nuestra naturaleza:

* Es posible y frecuente que el amar a los demás, a quienes no nos comprenden o no nos estiman, sea algo doloroso. Pero la imagen de la vid nos está diciendo que también es algo natural, que estamos hechos para amar al prójimo, por duro que sea en ocasiones. Como escribió el poeta irlandés William B. Yeats (1865-1939): Si lo que digo resuena en ti, es simplemente porque somos ramas de un mismo árbol. En este momento de nuestra historia, cuando idolatramos el individualismo, el mostrar que somos diferentes, incluso las formas individualistas de vivir una supuesta vida espiritual, necesitamos recordar que somos sarmientos de una misma vid, que nadie puede ser extraño en mi vida.

La base para vivir una caridad auténtica no es el compartir ideas, sueños o valores (¡lo cual no es nada despreciable!) sino ser conscientes de que recibimos la misma savia, la misma sangre espiritual: las voces susurrantes de las personas divinas, que hemos de aprender a escuchar con todos sus matices, con todas sus tonalidades, con sugerencias siempre nuevas.

* El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto. Cristo nos enseña que ya estamos unidos a Él. Los cristianos sabemos que las Personas Divinas, realmente, están en nuestro interior, como dicen los teólogos inhabitan en nosotros, somos su morada. Por eso podemos dar fruto. Por eso hay personas que no están bautizadas, que no conocen nada del Evangelio, pero viven una virtud y una misericordia admirables. No olvidemos cómo Cristo se asombra ante la mujer Cananea (Mt 15:28) y ante el centurión de Cafarnaúm. Afirma con admiración: No he encontrado en Israel una fe como esta(Mt 8:10).

Si estuviésemos atentos a la inquietud más profunda de cada ser humano, a lo que nuestro padre Fundador llama su Aspiración, nos sucedería como al Diácono Felipe, (Hechos 8: 26-38), quien fue inspirado para acercarse al funcionario de la reina de los etíopes, precisamente cuando se preguntaba por el sentido de las palabras de Isaías. Su acto apostólico significó la conversión inmediata del extranjero.

Siempre recuerdo un amigo de mi familia que nunca se acercó a ninguna iglesia. No hablaba mal ni se burlaba de las personas que rezaban e iban a misa, pero él dedicaba el poco tiempo que tenía a escuchar música. Era mecánico de trenes y, además, por las noches trabajaba como vigilante. Se había quedado viudo muy joven y no tenía hijos. La gente le preguntaba por qué trabajaba tan duramente, si no tenía una familia a la que alimentar. Él contestaba con una sonrisa, diciendo que le gustaba estar activo, que prefería eso a quedarse en casa oyendo la música que tanto amaba.

Sólo cuando murió, supimos todos que enviaba casi todo el dinero que ganaba a dos tías de su esposa, que vivían con apuros económicos en ciudades diferentes, mientras él sólo gastaba lo indispensable para vestirse y alimentarse con verdadera austeridad

¿Cómo podríamos olvidar su ejemplo los que lo conocimos? ¿Cómo podría él imaginar que su vida nos llevó cerca de un Dios al que decía no conocer?

* Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Esto no es una amenaza. Es una realidad, un hecho que podemos constatar en la vida de muchas personas, en la tuya y en la mía.

Tanto las personas a las que atribuimos acciones ejemplares, como aquellas que no han realizado nada espectacular, tienen al final de su vida la impresión de que podrían haber hecho algo más, algo mejor. Para algunos, la vida pasa muy deprisa, para otros transcurre demasiado lentamente, pero siempre, por apasionante o intensa que haya sido, deja un sabor de algo minúsculo, incompleto, fatigoso y fugaz. Vanidad de vanidades, todo es vanidad ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? (Eclesiastés 1: 3).

Todo lo que hagamos en nuestra vida, si no está inspirado e iluminado por Dios, resulta ciertamente vanidad y nos deja insatisfechos, sea moralmente reprobable o excelente. Todo es consecuencia de nuestros deseos, buenos o malos, pero ciegos, o de las normas que la sociedad nos impone. Me viene a la memoria el breve relato de H. G. Wells (1866–1946) titulado El traje maravilloso:

La madre de un jovencito le hace un hermoso traje verde y dorado, de una delicadeza y finura indescriptibles. Los botones brillan como estrellas, y él está tan fascinado con su nuevo traje que quiere llevarlo a todas partes. Pero su madre le dice que cuide mucho su nuevo traje y que sólo se lo ponga sólo en “las grandes ocasiones”, pues nunca tendrá otro igual. Sin embargo, a veces permite que se lo ponga para ir a la iglesia los domingos, pero sólo después de haber puesto protecciones en las zonas más propensas al desgaste, como los puños y los codos, y de haber envuelto en papel de seda los botones.

En una noche extraña y especial, el joven se despierta y ve la luz de la luna brillando fuera de la ventana de su habitación, pero no una luz de luna común. Decide que ha llegado el momento de ponerse su traje como se debe, sin ninguna de sus protecciones. Tras vestirse con su hermoso traje, sale por la ventana al jardín de abajo. La luz de la luna es en verdad especial y la oscuridad de la noche es sustituida por unas sombras cálidas y misteriosas. Se abre paso a través del seto del jardín, ignorando sus espinas y zarzas, y se dirige al estanque de los patos, que le parece un gran cuenco de luz de luna plateada. Tras vadear el estanque, llega un punto donde se encuentra con una vaporosa polilla (símbolo de la muerte), que se acerca hasta que sus alas de terciopelo rozaron sus labios.

A la mañana siguiente, el jovencito aparece muerto en el fondo del pozo de piedra, con el traje, antes hermoso, ensangrentado, pero la expresión de su rostro es de una serena felicidad.

No es coincidencia que en la Primera y la Segunda Lecturas, Pablo y Juan muestren la libertad y el gozo con lo que se mueven al ser conscientes de hacer algo en nombre de Dios, a pesar de incomprensiones y persecuciones. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que hacemos algo “en nombre del Señor” cuando no pronunciamos ninguna palabra ni tenemos un pensamiento contra el prójimo.

Cuando alguien se aparta de la viña, deja de dar fruto y, aunque tenga una actividad febril y parezca decidido a ayudar al prójimo, en realidad su intención es egoísta y vanidosa. Esto es fácil de comprobar, por ejemplo, contemplando cómo nuestro ego queda satisfecho al corregir los errores de los demás. No lo hacemos como obra de misericordia, sino para mostrar nuestra superioridad.

—ooOoo—

Cristo habla con claridad de cómo su Padre y nuestro Padre, el dueño de la vid, nos purifica. De nuevo, la imagen de la poda es expresiva y certera: crecer, cambiar y aceptar la corrección es siempre doloroso. Incluso acoger una simple observación que nos contradice, produce dolor más o menos intenso. La prueba es cómo la mayoría de nosotros ponemos excusas y damos explicaciones de todo tipo en asuntos menores y mayores:

Perdona que no te respondí antes tu email, pues mi tía me visitó estos días.

Dios mío, sé que no debo perder el tiempo en Internet. Menos mal que en mí no se trata de una adicción, como es el caso de los hermanos más jóvenes.

Otra vez me han llamado la atención por romper un plato, como si fuera un signo de que soy descuidado. Este mes me ha pasado menos de quince veces y siempre porque otros me han distraído mientras lavaba la vajilla.

No informé de este asunto para no hacerte perder tu precioso tiempo.

La afirmación más importante que hace hoy Jesús sobre sí mismo es el inicio del texto evangélico: Yo soy la vid verdadera. Recordemos que en el Antiguo Testamento la vid es el pueblo de Israel, que, a pesar de muchas infidelidades y flaquezas, dio futo abundante, gracias al perdón y la misericordia del viñador. Ahora Cristo, personalmente, toma el lugar del pueblo elegido. Unidos a Él están los sarmientos verdes y los débiles, pero a través del Espíritu Santo y de los verdaderos apóstoles, siempre hay una oportunidad para dar fruto.

Por eso, quien se desanima o se enoja por la mediocridad de los miembros de su comunidad o de la Iglesia, no es consciente de que el testimonio más precioso, el fruto más genuino es el conservar la unidad, como Cristo repite. Hay otros frutos de eficacia, de éxito al conseguir “mover muchas personas”, de transmitir la Palabra de forma original y clara.

Pero si olvidamos que el signo de ser un sarmiento auténtico es la unidad con la vid y por tanto con los demás sarmientos, habremos caído en una falta de fe en quien se acercó a los leprosos, quien era amigo de publicanos y pecadores, quien reconoció que en la comunidad no todos están limpios (Jn 13: 11) y aun así no expulsó a nadie.

El alejarse de la comunidad, o de una persona porque habla mal de mí, el rechazar hacer algo en común, porque sólo veo en los demás la necesidad de ser podados, es una falta de confianza en quien dice ser la vid, en quien acoge con esperanza a los sarmientos porque los alimenta y limpia gracias a la Palabra que os he anunciado, a pesar de que no sean inocentes, como no lo somos tú y yo.

La Primera Lectura es un ejemplo conmovedor, extremo, de cómo la Providencia, en este caso a través de Bernabé, mantiene a Pablo dentro de la Iglesia, a pesar de que nadie confiaba en él.

¿Me creo mejor que el Espíritu Santo juzgando que algunos no tienen lugar en la misión? ¿Suplico ante Cristo para saber qué fruto puede dar la persona difícil o poco sensible que tengo al lado?

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente