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Confirmar la Palabra con signos | Evangelio del 12 de mayo

By 8 mayo, 2024mayo 10th, 2024No Comments
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Evangelio según San Marcos 16,15-20:

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

Confirmar la Palabra con signos

Luis Casasús – presidente de las misioneras y los misioneros Identes

Roma, 12 de mayo, 2024 | Ascensión del Señor

Hechos 1:1-11; Ef 4: 1-13; Mc 16:15-20

Seis siglos antes de Cristo, el filósofo griego Heráclito, nacido en Éfeso, afirmó que el fundamento de todas las cosas está en el cambio incesante, permanente. Lo reflejó en sus sentencias, haciendo ver que para él lo fundamental era ser consciente de que la naturaleza cambiaba, que nunca era la misma. Igualmente el ser humano. Estamos sometidos, insistía, a continuos cambios físicos, mentales y espirituales. Yo no soy el mismo que era ayer. Es una intuición brillante, que él elevó a absoluta y por eso decía que el fuego bien representa el cambio y movimiento constante en el cosmos y en el ser humano.

Una vez Santa Catalina de Siena escribió: Si somos lo que debemos ser, prenderemos fuego al mundo entero; palabras que encierran un profundo significado y cuyos ecos resuenan hoy más que nunca.

Como dicen algunos, vivir es cambiar y, para comprenderlo mejor, nos invitan a contemplar las estaciones del año y el paso del tiempo en nuestra existencia. Sucesos inesperados; eventos muy dolorosos como la muerte de un ser querido o una separación; la llegada de una nueva responsabilidad o el fin de una etapa; el deterioro de la salud…todo eso puede ayudarnos a poner nuestra confianza en Dios, si no permitimos que el dolor, la tristeza y la incapacidad para comprender se apoderen de nosotros.

Es cierto que a veces nos sentimos como de los discípulos de Jesús cuenta la Primera Lectura: Galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo? No podemos comprender, no nos explicamos cómo Dios parece impasible, ajeno a nuestra preocupación, no actúa para sacarnos de la perplejidad, de la impotencia.

Pero escuchamos en la Segunda Lectura algo que nos da el verdadero sentido de los cambios en nuestra vida: al igual que le ocurrió a Cristo, todo está orientado a la riqueza de gloria que da en herencia a los santos. No solo el final del viaje, el camino también es muy importante. Si acogemos los planes de nuestro Padre celestial, nos espera una gloria que a veces podemos saborear, anticipar; necesitamos esa confirmación, en medio de nuestra poca visión y de nuestras vacilaciones.

La morada que nos espera depende de nuestro grado de fidelidad, pero San Lucas nos recuerda las palabras del Maestro:

No toca a ustedes conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.

Así ocurrió inmediatamente, y vemos ya al diácono Felipe saltar la primera barrera cultural, social y religiosa, comenzando a evangelizar a lo samaritanos.

Cristo no hablaba sin experiencia personal. En este mundo, Él pasó por etapas y cambios radicales:

Vida en Familia → Vida Pública → Pasión → Muerte → Resurrección → Ascensión

Nosotros no seguimos un camino muy distinto, pero hemos de ayudar a todos a comprender que el dolor, el sacrificio, la duda, no son sin sentido ni estériles. Esto es lo que el apóstol hace sin descanso, al ser testigo, precisamente al encontrarse con demonios, serpientes y lenguas desconocidas, como recuerda el texto evangélico hoy ¿Seremos tan torpes tú y yo, pensando que esto es una exageración, una metáfora luminosa o algo del pasado?

—ooOoo—

Tras recibir el Espíritu Santo, Cristo no dice que los discípulos “deberán ser testigos”, sino que afirma que lo serán. Es algo realmente profético y, ciertamente, no se equivocó. Después de haberse quedado pasmados mirando al cielo, los discípulos se pusieron en marcha. A nosotros nos sucede lo mismo, nos cuesta creer que la misión no puede esperar, que el corazón de todos los seres humanos tiene sed, una sed mucho más fuerte que cualquier forma de increencia, de mediocridad o de malicia.

San Juan Pablo II, cuando aún era el Arzobispo Wojtyła, meditó profundamente sobre lo que significa ser testigos, yendo más allá de imaginar que tenemos que realizar numerosas actividades, estudiar o viajar mucho.

֍ En primer lugar, San Juan Pablo II nos dice que ser testigo significa estar en unión con Cristo. San Juan Pablo II explica que ser testigo, dar testimonio de Cristo, significa “unirse a Cristo para “ver al Padre” (cf. Jn 14,9) en Él y por Él”.

Es interesante observar que el primer aspecto del testimonio no es algo que asociemos inmediatamente con la labor de evangelización, que consiste en compartir el Evangelio con los demás, sino en ver al Padre uniéndose a Cristo, en Él y por Él. ¿Cómo podríamos dar testimonio del amor de Dios a los demás si no somos capaces de verlos a través de los ojos de Cristo? Recordemos la primera llamada de los discípulos. Fueron llamados a estar con el Maestro antes de ser enviados a ser pescadores de hombres. La relación con Cristo siempre precede a la misión. Si no es así, nuestras redes permanecerán vacías y todos nuestros esfuerzos serán infructuosos.

Por alguna razón, todos los fundadores de institutos, órdenes o congregaciones dedicadas a cualquier actividad, han puesto como condición, como punto de partida, la mirada orante a Cristo y la comunión entre los miembros de su familia religiosa. En el caso de nuestro fundador, Fernando Rielo, lo ha expresado de forma muy explícita y literal, diciendo que “idente” significa caminar identificándose con la persona de Cristo.

֍ En segundo lugar, San Juan Pablo II enseña que, para ser testigo, hay que ser capaz de “leer en Cristo el misterio del hombre”. Cristo es el hombre perfecto y, si queremos ser humanos, debemos parecernos a Él. El testimonio no es producto de palabras hábiles y de un discurso elocuente. Estas cosas son útiles, pero no son lo más crucial. Para ser eficaz y convincente, el mensajero debe convertirse en el mensaje.

Dar testimonio significa, en última instancia, imitar. En un mundo que glorifica la innovación y el ser original, la llamada cristiana al testimonio va contracorriente. Si hemos de ser testigos, estamos llamados a imitar y no a adorar la palabra más seductora de hoy: “innovar”. En última instancia, debemos imitar a Cristo en todos los aspectos de su vida, palabra, acción, prioridad e intención. Si las personas se sienten atraídas por nuestras comunidades, debe ser porque se sienten atraídos por Cristo, no podemos atribuirnos ningún mérito. De hecho, el culto a la personalidad, en el que se da tanto énfasis a la personalidad carismática y única del predicador o del párroco, hace daño al mensaje cristiano. Ser más como Cristo, significa morir a nosotros mismos.

De forma paradójica, cuanto más imitamos a Cristo, más queda al descubierto nuestra única e inimitable identidad.

Se cuenta la historia de un cachorro de león, de pocas semanas, que se había perdido. Se unió a un rebaño de ovejas y pronto se consideró a sí mismo un cordero más, intentando balar y comer hierba como los demás. Un día se oyó un rugido procedente del bosque, las ovejas huyeron al acercarse el león. Pero el pequeño cachorro no tuvo miedo.

El león, que era su padre, le cogió por el cuello, le hizo ver su reflejo en un charco de agua, y le dijo: ¿Ahora ves quién eres y de quién eres?

En la Ascensión, Cristo nos da una prueba visible de quién es Él y de quiénes somos nosotros, al dejarnos como testigos, a pesar de nuestra manifiesta mediocridad.

֍ Por último, Juan Pablo II destaca la dimensión sacramental del testimonio. Escribe: Es la dimensión sacramental a través de la cual Cristo mismo actúa en un ser humano que se abre a su acción en la fuerza del Espíritu de la Verdad. Para que nuestro testimonio dé fruto, no se trata solo de unirnos a Cristo o de imitarle. El testimonio no es únicamente un esfuerzo humano. Siempre es iniciativa de Dios. Es dejar que el Él actúe a través de nosotros y en nosotros, y por eso dejó a la Iglesia los sacramentos, canales eficaces de la gracia santificante. Nuestro trabajo de evangelización sólo puede dar frutos, frutos duraderos, si extrae su fuerza de la fuente de la gracia, que se pone a nuestra disposición a través de los sacramentos.

Los Hechos de los Apóstoles, presentes en las lecturas durante todo el tiempo de Pascua, ilustran bien los puntos anteriores planteados por San Juan Pablo II. Vemos florecer el ministerio público de los apóstoles, precisamente porque estaban en total comunión con Cristo en Su ministerio, predicación e incluso sufrimiento. Los Apóstoles eran copias de Cristo, daban testimonio por imitación, atrayendo a los demás hacia Cristo en vez de hacia sí mismos. Y, por último, vemos a las primeras comunidades misioneras, que eran comunidades en oración, comunidades en culto, comunidades que se construían sobre los sólidos cimientos de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía. Comprendieron que, sin los sacramentos y una vida de oración activa, su labor evangelizadora fracasaría. De hecho, su culto sería la principal fuente de evangelización, al atraer a tantos a abrazar y celebrar el misterio de Cristo.

A menudo hablamos de la Cuaresma como un tiempo penitencial, un tiempo oportuno para arrepentirse. Pero el arrepentimiento no es algo que hagamos solo durante la Cuaresma. Se extiende a la Pascua, a todas las estaciones y al ciclo de la vida. Porque el evangelio del arrepentimiento no consiste en señalar los pecados de los demás. Nuestro arrepentimiento es también una invitación a conformar nuestras vidas a Cristo, y a ser testigos del arrepentimiento sometiéndonos a Él diariamente, para que el amor de Dios llegue a su perfección en nosotros.

Santa Teresa de Ávila dijo: Cristo no tiene ahora en la tierra más cuerpo que el tuyo, ni más manos que las tuyas, ni más pies sino los tuyos. Tuyos son los pies con los que ha de andar haciendo el bien, y tuyas son las manos con las que debe bendecirnos ahora. Jugar al fútbol, cuidar de los enfermos, dar de comer al bebé, ser profesor de la Juventud Idente, o cuidar de los nietos… todo ello puede dar testimonio de Jesús a través de nuestra actitud. Cristo sigue actuando con nosotros, a través de los signos que acompañan nuestro trabajo, como escribe Marcos.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis Casasús

Presidente