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Vive y transmite el Evangelio

Comer, Curar y Anunciar | Evangelio del 6 de julio

By 2 julio, 2025julio 3rd, 2025No Comments


Evangelio según San Lucas 10,1-12.17-20:

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
»Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: ‘Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios’. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo».

Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Comer, Curar y Anunciar

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 06 de Julio, 2025 | XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Is 66: 10-14c; Gál 6: 14-18; Lc 10: 1-12.17-20

Si nos proponemos ser apóstoles modernos, enviados por Cristo a pesar de nuestra pequeñez, hemos de presta atención el consejo que Cristo dio al enviar personalmente a estos 72 discípulos: Comer con la gente, curar los enfermos y anunciar que el Reino está cerca.

֍ En realidad, el compartir la comida es ocasión de mutua enseñanza y de abrir los corazones más de lo que podemos imaginar. Cualquier persona sensible, de cualquier creencia o sin conocer a Dios, estaría de acuerdo.

Quisiera ilustrarlo con una historia de sabor budista:

En un monasterio zen en las montañas, los discípulos se reunían cada mañana para compartir el desayuno en silencio, según la tradición. Una mañana, el joven discípulo Hoshin se dio cuenta de que el maestro Seijun no estaba presente. Pensando que el maestro estaría meditando, sirvieron la sopa y comieron sin él.

Al día siguiente, sucedió lo mismo. Y al otro. Hoshin, inquieto, fue a ver al maestro.

Maestro, ¿por qué ya no comparte la comida con nosotros?

Seijun sonrió levemente: Cuando el maestro no se sienta a la mesa, los discípulos piensan que ya saben comer solos. Pero cuando el maestro sí se sienta, recuerdan que comer también es una enseñanza.

Desde ese día, Seijun volvió a sentarse con ellos, y los discípulos comprendieron que la presencia del maestro no es solo guía en el camino, sino también en cada gesto cotidiano. Incluso al alzar la cuchara. También el propio Seijun aprendía sobre la naturaleza humana con cada pregunta de sus discípulos.

Por supuesto, Jesús no se refiere sólo a sentarse a la mesa, sino a compartir las actividades diarias más cotidianas y a las que no se considera espiritualmente significativas, como pueden ser las tareas domésticas, el tiempo de ocio, o las conversaciones informales sobre un asunto cualquiera. Este consejo de Cristo, de comer con los habitantes de la casa, viene acompañado de su testimonio personal, que no todos comprendieron, al verlo sentarse a la mesa con publicanos, pecadores, fariseos… y por supuesto con sus discípulos (…que no eran menos pecadores). No faltó la ocasión para compartir el alimento con multitudes (Mt 14:13-21; 15: 32-38), aunque hubiese que hacer un milagro; era más importante el gesto de unir a todos en la comida que resolver urgentemente el problema del apetito.

Si no hay una convivencia sencilla, donde se crea confianza poco a poco, es inútil hacer discursos y dar lecciones elaboradas. Sin haber compartido un tiempo de amistad, se puede tocar la razón, pero no el corazón. Eso explica por qué el apóstol Felipe, muy inspiradamente, abandonando razonamientos interminables, invitó a su incrédulo amigo Natanael: Ven y verás (Jn 1: 46).

Me emociona escuchar a muchas personas que visitan nuestras residencias, para pasar unas horas o comer con nosotros y comprobar cómo captan la presencia de Dios, una atmósfera que no se puede explicar sólo por la calidad del menú o lo animado de la conversación.

Podemos hacernos varias preguntas personales:

– ¿Permito que alguien de mi familia o mi comunidad tenga que comer solo, por dificultades de horario?

– ¿Me interesa de verdad lo que ha pasado a mi hermano en su trabajo rutinario de hoy?

– ¿Busco invitar a quien voy conociendo a que pase unos momentos con mi familia o mi comunidad?

– ¿Prefiero trabajar solo en mi habitación, con la puerta bien cerrada, porque me parece más fresca, más caliente, más cómoda, más adecuada para la concentración?

֍ Por cierto, es durante una comida en casa del publicano Leví, futuro San Mateo, cuando Jesús declara: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos (Mt 9: 12).

Eso nos lleva al segundo consejo que Cristo nos da hoy: Curen a los enfermos.

Nos puede parecer algo chocante, pues bien nos gustaría ir haciendo prodigios y sanar a quien padece artritis, fiebre o dolor de muelas. Pero, la enfermedad es todo lo que nos limita, lo que nos encierra en nosotros mismos, incluido algún triunfo. Todos hemos conocido personas con profundas dolencias físicas o morales, que no se identificaban con sus padecimientos o achaques y otros que no se dejaban deslumbrar por sus éxitos. Cristo y los discípulos lograron liberar a muchas personas de las cadenas del sufrimiento, aunque no resolvieron -ni era esa su misión- todas las dolencias que afligían a sus coetáneos.

Esos primeros discípulos eran más bien ignorantes y con admirable valor, pues no tenían precursores directos en su misión, a no ser el heroico ejemplo del Bautista. Tal vez por eso el Maestro subraya hoy: Miren que les envío como corderos en medio de lobos. También, tal vez por eso les dio eventualmente poder para hacer curaciones de ciertas enfermedades, pues la misión, claramente, desbordaba su capacidad… lo mismo nos sucede hoy, pero no necesitamos la facultad de sanar enfermedades, porque conocemos los efectos de la gracia, que nos permite, con los dones del Espíritu, acercarnos a los demás para ser luz y sal.

Un capellán que prestaba servicio en el campo de batalla. Se encontró con un joven soldado que yacía en un cráter, gravemente herido. Le preguntó: ¿Quieres que te lea algo de este libro, la Biblia? El soldado respondió: Tengo tanta sed que prefiero beber agua. El capellán se apresuró a traer agua. Entonces el herido dijo: ¿Podrías ponerme algo debajo de la cabeza? El capellán se quitó el abrigo, lo enrolló y lo colocó con cuidado debajo de la cabeza del hombre a modo de almohada. El herido dijo: Ahora, si tuvieras algo para cubrirme… tengo frío. El capellán se quitó inmediatamente la chaqueta y se la puso al herido para que entrara en calor.

Entonces el soldado miró al capellán directamente a los ojos y le dijo: Si hay algo en ese libro que haga que un hombre haga por otro todo lo que tú has hecho por mí, por favor, léelo, porque me encantaría escucharlo.

Esa pequeña historia nos confirma que el anuncio del Reino viene después de curar a las personas, aunque sea en el último momento, aunque nos quedemos con el deseo de haber tenido con ellas otra forma de “éxito”, o resultados más rápidos y claros. Pero, muchas veces, somos el único libro sobre Jesucristo que otros pueden leer.

Sería signo de poca oración el no ser conscientes de que nuestro prójimo necesita ser curado. Sería un síntoma de superficialidad, de ver en él nada más que la arrogancia, la indiferencia, la impaciencia o la insensibilidad que a todos nos invaden de alguna manera. En la vida de Jesús hay muchos momentos en los que se fija en el dolor oculto:

* Unos amigos bajaron a un hombre paralítico desde el techo para que Jesús lo vea (Mc 2:1-12). Antes de sanarlo físicamente, Jesús le dice: Tus pecados te son perdonados, pues Él veía más allá de la parálisis: percibe una necesidad espiritual que nadie más había notado.

* En Lucas 13:10-17, Cristo ve a una mujer encorvada desde hacía 18 años. Nadie la había ayudado, pero Él la llama, la toca y la endereza. Él dice que estaba “atada por Satanás”, revelando otra vez una dimensión espiritual de su enfermedad que nadie había considerado.

* En Marcos 10:46-52 vemos al ciego Bartimeo que llama a Cristo a grandes voces.  Aunque la multitud lo reprende por gritar, Jesús se detiene. Percibe su fe y su clamor desesperado. Le pregunta qué quiere, y al oír “que recobre la vista”, lo sana por su fe. Ciertamente, Jesús no solo ve el daño en cuerpo, sino también en el corazón.

* Otro ejemplo significativo es el del centurión romano en Mateo 8:5-13. Este hombre era una figura de autoridad en el ejército romano, respetado y con poder. A pesar de su estatus, se acercó humildemente a Jesús para pedir la sanación de su siervo enfermo.

֍ Cristo deja claro que el primer mensaje a transmitir es la paz, su paz. No como saludo o deseo, sino como ese sentimiento que los apóstoles experimentaban porque su nombre estaba escrito en el reino de los cielos, es decir, porque sentían que podían realizar la voluntad de Dios, a pesar de toda debilidad, persecución o falta de visión; ciertamente esa paz no es cosa de este mundo. Como nos dice la Primera Lectura: Festejen a Jerusalén (…) Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz.

También San Pablo nos confirma hoy que esa paz nos hace sentirnos “nuevas criaturas”, herederos de la misión de Cristo: Lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma. La característica de una nueva criatura es sentirse hijo y hermano. Hijo de un Padre que sigue confiando en mí y hermano de toda persona, lo cual nos deja sorprendidos y felices, pues no se puede entender ni conseguir con las razones y la fuerza de este mundo.

Ciertamente, esa paz es más fuerte que los contratiempos diarios o la tentación a vivir de forma mediocre, a sobrevivir. Nos permite seguir mirando al frente y estar seguros de que estamos perdonados y acompañados por Cristo en cualquier tribulación, como los discípulos de Emaús.

Un hombre que escribió a un famoso rabino explicándole que era profundamente infeliz. La carta decía así:

Me gustaría que me ayudara. Me despierto cada día triste y aprensivo. Yo no puedo concentrarme. Me cuesta rezar. Yo cumplo los mandamientos, pero no encuentro satisfacción espiritual. Yo voy a la sinagoga, pero me siento solo. Me empiezo a preguntar qué sentido tiene la vida. Yo necesito ayuda.

El rabino se limitó a devolverle la carta. Solo había hecho una modificación antes de reenviarla.

Había subrayado la primera palabra de cada frase. Era siempre “Yo” o “Me”.

Esa perspectiva pesimista parece ser que constituye la infelicidad del yo solitario y moderno de hoy… igual que la infelicidad de cualquier otra época y cultura.

—ooOoo—

¿Qué significa rueguen al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies? ¿Tal vez el dueño no es consciente de que esa mies es abundante y pocos los trabajadores? ¿O quizás se resiste, por alguna extraña razón, a enviar refuerzos?

No parecen razones muy convincentes. Más bien se trata de manifestar al dueño nuestro profundo deseo de colaborar en la recolección, en procurar que nada (nadie) se pierda, asegurarle nuestra disposición para no perder un instante, sabiendo que eso arrastrará a otros a colaborar en su viña. En realidad, se trata de que demos la oportunidad al Espíritu Santo, para que ilumine nuestro humilde testimonio y empuje a otras almas a servir.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente