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Vive y transmite el Evangelio

Se levantó y se puso a orar | Evangelio del 4 de febrero

By 31 enero, 2024No Comments
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Evangelio según San Marcos 1,29-39:

En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Se levantó y se puso a orar

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 04 de Febrero, 2024 | V Domingo del Tiempo Ordinario

Job 7: 1-4.6-7; 1Cor 9: 16-19.22-23; Mc 1: 29-39

Visitando nuestra comunidad de Terni (Italia) hace dos semanas, tuve ocasión de dialogar con un grupo de Juventud Idente. Había preparado un diálogo sobre la persona de Cristo y comencé con una pregunta: ¿Cuál era la profesión de Jesús?, esperando que respondieran “aprendiz de carpintero” o algo así, para llevarles poco a poco a ver la realidad más profunda de su persona. Pero mi estrategia se vio fulminada con la respuesta contundente y certera de la primera niña: La profesión de Jesús era la oración.

Al escuchar el Evangelio de hoy, los adultos quizás no tengamos la pureza y perspicacia de esa niña y tal vez nos podemos detener en la asombrosa serie de prodigios que hizo Cristo, curando multitud de enfermos y expulsando demonios. Sin embargo, hay una línea que no puede pasar por alto: Cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.

San Francisco de Sales compara con humor el ser humano a un reloj de péndulo, diciendo que independientemente de su calidad, debe ser siempre recargado y puesto a tiempo dos veces al día: una vez a la mañana y otra a la tarde. Además, en respuesta a la pregunta sobre la forma de hacer oración, respondió: Es necesaria sólo media hora, pero si estás muy ocupado, es necesaria una hora. Eso refleja el Evangelio de hoy: Jesús no se retira a orar cuando encuentra tiempo libre, sino en medio de una actividad intensa, cuando todo el mundo le busca.

Sabemos bien que NO se plantea aquí un problema de prioridades o de utilización del tiempo. La clave está en vivir un estado de oración continua, en el cual puede haber momentos, que pueden ser segundos, minutos, quizás una hora o varios días, en los que nos unimos vigorosamente a Cristo en su súplica esencial: Conocer la voluntad del Padre. Sin embargo, no perdamos de vista lo que los Evangelios nos sugieren, que Jesús era sistemático en su vida de oración. Durante el día predicaba, curaba… y durante la noche oraba. Esto lo han recogido los Fundadores de todas las comunidades religiosas de muchas formas distintas.

Para seguir con una de las metáforas del santo obispo de Ginebra, la oración debe parecerse a lo que ocurre en una barca: a veces remamos con la fuerza de nuestros brazos y en otros momentos sentimos la fuerza del Espíritu Santo, que empuja nuestras velas.

Nuestro padre Fundador nunca dejó de insistir en la atención continua, sujeta al silencio que imponemos a nuestras preocupaciones: Si no tenéis esa oración íntima y esa conducta moral íntegra, en medio de la dispersión de las tantas cosas de cada día, porque son inevitables, nunca podréis oírle (…) Sabed que toda la oración de este mundo se resume en una sola palabra: Padre, te escucho (El Carisma Idente).

Una vez le preguntaron a un granjero por qué sus ovejas se perdían, aunque estuvieran dentro de una cerca. Su respuesta fue: Lo único que hacen es ir comiendo… hasta conseguir perderse. Agachan la cabeza y vagan de una zona verde a otra. Rozan una zarza y se apartan a otro lado. A veces llegan a un agujero en la valla, lo atraviesan, pero nunca encuentran la forma de volver. Pero hay un paralelismo entre las ovejas y nosotros: Comemos y nos vamos perdiendo; trabajamos y nos vamos perdiendo; pensamos y nos vamos perdiendo. Perdernos parece nuestra actividad favorita. No miramos hacia lo alto. Vagamos de una ilusión o de un deseo a otro. Metemos la cabeza en la cueva y no podemos ver el camino de vuelta.

Cristo, junto con sus discípulos, trabajó intensamente, incluso a veces sin tiempo para descansar ni comer (Mc 6: 31). Pero no se perdieron, ni siquiera en esa sublime tarea de evangelizar.

Conviene insistir en que la oración no es sólo para momentos críticos o desesperados. Ni tampoco exclusiva para personas con dificultades. Cristo no creció en una familia disfuncional, ni sufría conflictos emocionales o trastornos de la personalidad. No estaba deprimido ni tenía dudas sobre su misión. Sin embargo, Él oraba y nosotros no.

Existen demasiados asuntos en nuestra vida que NO imaginamos puedan convertirse en oración. Eso explica por qué, las personas que sí viven en oración, se esfuerzan en explicar por cuántos caminos, de cuántas maneras la oración nos lleva a unirnos con las Personas Divinas; hablamos por eso de oración apostólica, de gratitud, de perdón, de intercesión…cada instante exige una forma de oración que, esencialmente, significa una forma de ofrenda, como han intuido todas las religiones al ofrecer sacrificios de muchas clases.

Hoy es un día muy adecuado para discernir cómo, en medio de nuestra actividad y de nuestras preocupaciones, sin salir de este mundo, podemos compartirlo todo con las Personas Divinas. Ellas se encargarán de purificar nuesta intenciones. Tal vez, para evitar perdernos como las ovejas, el primer paso es preguntar: ¿Cómo puedo ahora comer, dormir, sufrir, estudiar, limpiar, pasear, hablar, escuchar, reír, llorar… para que sirva de algo en tu reino?

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La Segunda Lectura encaja bien con la descripción de la actividad de Jesús que hace hoy el Evangelio. También San Pablo se siente empujado sin remedio a anunciar el Evangelio que una vez odiaba y persiguió. Muchos de nosotros no sentimos esa pasión, esa necesidad profunda. Algunos cristianos y religiosos desean anunciar el Evangelio “para ser que seamos más numerosos”, o porque realmente hablan bien y se sienten a gusto al ser escuchados, o por obligación. San Pablo confiesa que no lo hace por gusto, ni para recibir paga ni remuneración.

Sin utilizar palabras recargadas ni sofisticadas, San Pablo reconoce que el premio recibido es precisamente… anunciar el Evangelio. No es difícil comprenderlo. Es la satisfacción de quien sabe que está haciendo el mayor bien posible. Un profesor que termina satisfecho su clase, un médico que completa con éxito su operación o un escritor que acaba una novela que le complace, se sienten gratificados… pero siempre tienen la impresión de que pueden hacer algo más grande.

Yendo más allá de las actividades profesionales las madres y los padres que se sacrifican por un hijo, aceptando trabajos durísimos, la ingratitud o la soledad, o la persona que dedica todo el día a cuidar un enfermo, que requiere atenciones físicas, afectivas y espirituales, sienten que su vida es plena, aunque esté llena de incomodidades y proyectos sin realizar.

El dar testimonio del Evangelio, con la palabra, siendo un ejemplo de misericordia o perdonando cualquier ofensa, es un privilegio que proporciona el máximo nivel de plenitud, porque ciertamente exige la entrega total de la vida.

Por supuesto, no todos los llamados a propagar el espíritu evangélico están dispuestos a vivir con el desapego de sus juicios, deseos e intenciones paralelas, lo cual lleva siempre a alguna forma de escándalo, en especial la doble vida, que siempre sale a la luz con efectos devastadores.

En algunos países, o en ciertas culturas, es fácil que una persona consagrada se aproveche de esta condición, pues representa un status social o aporta unas comodidades materiales notables. Esa es sólo una de las formas como puede corromperse la misión de transmitir el Evangelio y San Pablo hace hoy mención de este peligro, llevando a cabo su misión gratuitamente, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Para otros, la corrupción puede consistir en que su predicación, o su vida supuestamente consagrada, es sólo una forma de eludir la responsabilidad que demanda una familia o un trabajo exigente.

¿Cuándo me siento –como San Pablo, como la suegra de Pedro- entusiasmado con el servicio?

– Cuando compruebo que, a pesar de las apariencias, mi esfuerzo siempre da fruto, nunca queda estéril. Aunque mis ojos no vean la conversión de una sola persona, la semilla no morirá. Queda en los ojos y en el corazón de las personas el hecho de que otra forma de vivir es posible, pues Cristo es una figura histórica que, además, se hace visible en quien es fiel.

– Cuando recuerdo que no estoy solo en mi tarea, sino que, a pesar de mis limitaciones y mis pecados, es el Espíritu quien hace posible mi perseverancia. El ser consciente de que puedo ser instrumento utilizado por Dios para atraer a sí a las personas, no es comparable a otro consuelo, independientemente de que viva esta tarea con peramente temor y temblor: Estuve entre ustedes con debilidad y con temor y mucho temblor y mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1Cor 2: 3-5).

– Cuando me doy cuenta que NADA podría sustituir a esta misión de vivir y transmitir el Evangelio, si de verdad lo hago con el sacrificio de mi vida y de mi fama, lo cual NO es una posibilidad, sino una constante. La experiencia de los discípulos confirmó la verdad de las palabras del Maestro. Un día les preguntó: “Cuando les envié sin bolsa ni alforja ni sandalias, ¿les faltó algo?”. Respondieron: “No” (Lc 22: 35).

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La Primera Lectura es una mirada al problema del mal, del dolor, del sufrimiento. Es algo antiguo, universal y permanente. Veintidós siglos antes de Cristo, un autor egipcio escribió el conocido Dialogo de un hombre desesperado con su alma, donde se contempla la posibilidad del suicidio.

En el caso de Job, la desgracia le llega como pérdida de sus hijos, de la salud, de las propiedades… y además su esposa le anima a quitarse la vida, pues, al igual que los cuatro amigos que visitan a Job, piensa que todo es un castigo de Yahveh, según la terrible interpretación de la enfermedad y el dolor que imperaba en su tiempo.

Por supuesto, es admirable la fe y la paciencia de este coloso del Antiguo Testamento, que encuentra en este mundo el consuelo y la confirmación de que Dios le escucha, le acompaña y no es origen de ninguna maldición.

En el Evangelio de hoy, Cristo no da lecciones sobe el dolor, ni lo elimina de la faz de la tierra. Es más, en otro momento declarará: A los pobres los tendrán siempre con ustedes (Jn 12: 8). Pero, a la vez, es sensible a todo sufrimiento y por eso cura de las dolencias físicas y mentales de quienes se acercan a Él. Sin embargo, enseguida, decide ir a otros lugares donde esperan oír el mensaje que les permitirá vivir con esperanza en medio del dolor y las dificultades. Por eso les recuerda a los discípulos: Para eso he venido.

La suegra de Pedro, a la que Cristo curó, tuvo que morir, no sabemos cómo ni cuándo, pero lo cierto es que al conocer a Jesús se puso a servir, a disposición de los demás. Esa es la característica más importante de quienes son curados por Cristo.

Los que sufren el abandono, los afligidos, los enfermos, los que tienen alguna discapacidad, no son discípulos de segunda clase, sino que tienen la oportunidad de mostrar, más claramente que los sanos, la paciencia y la vividas en la limitación y el sufrimiento. Y, no menos importante, su debilidad es una llamada para que nuestra tibia compasión se transforme en vigorosa misericordia cristiana al acercarnos a ellos. Dios no nos va a sustituir, espera de nosotros la piedad activa que nos transforma y nos hace auténticos mensajeros suyos.

Hemos de luchar contra el dolor y la enfermedad por todos los medios, pero Cristo se sometió a terribles sufrimientos, demostrando que el dolor no es un problema para resolver, sino un misterio para ser vivido.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente