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Vive y transmite el Evangelio

Falta de atención y somnolencia | Evangelio del 25 de febrero

By 21 febrero, 2024No Comments
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Evangelio según San Marcos 9,2-10:

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Falta de atención y somnolencia

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 25 de Febrero, 2024 | II Domingo de Cuaresma

Gen 22:c1-2.9-13.15-18; Rom 8,31b-34; Mc 9,2-10

La Transfiguración de Cristo ¿Una experiencia única? Sin duda; pero no dejemos que este momento tan espectacular nos haga pensar que nada parecido ocurre en nuestra vida.

No es lo más llamativo en esa historia, pero los tres discípulos estaban cargados de sueño (Lc 9: 32) cuando Cristo les invita a orar en el monte. Seguramente, muchos de nosotros nos sentimos identificados con los tres apóstoles, escogidos por Jesús para acompañarle en esos momentos de intimidad con el Padre. No se trata simplemente de cansancio y falta de sueño. En casos como este, el dormir tiene un significado no sólo fisiológico: nuestra atención se dirige a otros asuntos. Puede parecer sorprendente y contradictorio, que después de hacer el esfuerzo de subir una montaña, el lugar de encuentro con los dioses para muchas culturas… los discípulos se refugian dentro de sí mismos. Ese es el significado de su sueño.

Ya sabemos que prestar atención a alguien o a algo exige dejar a un lado otras cosas. Sólo cuando estoy convencido de que algo o alguien es prioritario, indispensable en mi vida, entonces no dejo dormir a mi atención. Los tres discípulos tal vez no consideraron muy importante esa ascensión al monte, pues todavía estaban bajo la impresión del anuncio que les había hecho Cristo de su propia Pasión y Muerte. No se daban del todo cuenta que la escena era semejante a lo sucedido a Moisés (Ex 24: 1), que subió al Monte Sinaí con tres personas muy especiales, Aarón, Nadab y Abiú, para escuchar a Yahveh.

Tú y yo estamos en una situación parecida, porque los muchos trabajos, las dificultades externas e internas y los deseos personales corroen continuamente la atención a lo verdaderamente importante.

Hay una gran diferencia entre la atención que prestamos a “las cosas” (objetos, ideas, planes) –por agradables o dolorosas que sean– y la atención que podemos prestar a las personas. A una mujer, verdaderamente y cabalmente femenina, le puede encantar un pañuelo de color que le han regalado y en verdad le sienta bien. Se fijará en sus colores y en la forma de ponérselo. Pero no lo mirará de igual forma que mira a su hijo, para el cual tendrá mil ojos, atendiendo a su cuerpo, sus emociones, sus palabras, su entorno…

Permitan que cuente una anécdota verdadera, que termina con un consejo parecido al que Dios Padre da hoy en el texto evangélico.

Un grupo de peregrinos fue a Jerusalén para visitar los lugares históricos. Tres peregrinos del grupo estaban tan absortos en las tiendas de regalos, comprando recuerdos y haciendo fotos, que ignoraron por completo la llamada del jefe del grupo para que volvieran al autobús.

Poco después se dieron cuenta de que estaban solos y se asustaron. Pero fue entonces cuando empezaron sus problemas. Intentaron volver al hotel, pero ninguno recordaba el nombre exacto. Así que tomaron un taxi y le pidieron que diera una vuelta por Jerusalén en busca del hotel. Una hora más tarde, el taxista se dio por vencido y pidió que le pagaran. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que no tenían suficiente dinero para pagar el taxi. Así que el taxista les llevó a la comisaría de policía, donde les pidieron que se identificaran. Fue entonces cuando los peregrinos se dieron cuenta de que habían dejado sus pasaportes en el hotel.

Unas horas más tarde, el guía localizó a los peregrinos desaparecidos, que le recibieron con lágrimas de alivio. Entregó los pasaportes a la policía, pagó la enorme factura del taxi y los condujo de vuelta al hotel. Mientras se marchaban, el policía advirtió a los peregrinos: A partir de ahora, permanezcan cerca de su amigo y escúchenle.

Comenzábamos diciendo que en nuestra vida existen muchos momentos semejantes a la Transfiguración de Cristo. Esto no sólo significa que nuestra propia transfiguración se lleva a cabo, sino que Cristo tiene una forma nueva de presentarse en mi vida y, al igual que los tres adormilados discípulos, es posible que mi frágil atención no aproveche esa visita, esa presencia siempre distinta, porque los momentos de mi vida siempre son distintos. Y aquí se cumple lo que una vez dijo el psicólogo William James: Cuando el fruto está maduro, un simple toque lo hará caer. La Providencia explota cuidadosamente los momentos en que mi presente y mi experiencia pasada se conjuntan para hacerme cambiar.

Identificarse con Cristo no es solamente intentar hacer lo que Él hizo, sino sentir su dolor y saborear sus mejores sueños. Podemos decir que es una empatía espiritual, que tiene ocasión de producirse cuando Jesús nos invita subir al monte, a mirar a nuestro alrededor de forma distinta, nueva, igual que le pidió a Abraham ascender la montaña… para sacrificar a su hijo. Sin pensar en ocasiones extraordinarias, esta invitación nos llega, por ejemplo:

* Cuando me doy cuenta de que podría haber sido más cuidadoso, más atento con alguien y ya es demasiado tarde. Pero Cristo me quiere decir algo con este sentimiento, mientras que yo sólo llego a “ponerme triste” o, peor aún, a justificarme.

* Cuando abre mis ojos al sufrimiento de una persona, mientras yo estoy concentrado en su falta de sensibilidad, en su egoísmo, o en el tiempo que me hace perder.

* Cuando me da la oportunidad de hacer un gesto de amabilidad. No una obra admirable y grandiosa, sino algo que sea significativo, que envíe un mensaje de cercanía a mi prójimo. Una palabra, un esfuerzo por escucharle, antes de apresurarme a hablar. Un autor dijo que el mayor regalo que puedo dar –siempre- es la pureza de mi atención.

* Cuando me pide algo totalmente inesperado, que no encaja con la imagen que tengo de Él. Hemos mencionado la actitud obediente de Abraham, que estaba dispuesto a sacrificar a su hijo, lo cual había sido algo abominable, pues sólo las tribus enemigas, como los moabitas, hacían estos sacrificios (2Reyes 2: 26). De todas formas, Hoy existen bastantes casos de personas que han practicado y promovido el aborto, hasta que sus ojos se han abierto a la realidad de ese crimen.

La lista de ejemplos podría extenderse mucho, pero es más importante que cada uno de nosotros la escriba según la propia experiencia.

Algo que tienen en común las situaciones que acabamos de citar es que, de muchas maneras, Dios abre nuestros ojos, como a los tres discípulos adormilados. Y, a través de Su mirada, no sólo podemos perdonar al prójimo, que siempre es necesario, sino ser conscientes de la presencia de Dios en sus vidas… en todo momento.

—ooOoo—

No se deben interpretar literalmente las palabras iniciales de la Primera Lectura: Dios no habla con voces que llegan a nuestros tímpanos, sino que, a través de la naturaleza y especialmente de los seres humanos, se comunica de una manera no audible, pero profunda y clara.

Entre los ascetas del desierto, se contaba una historia que ilumina bien esta verdad, que el comienzo de la oración es prestar auténtica tención a Dios y a los hombres

A uno de los padres egipcios, que buscaba una señal de aprobación divina para sus largos años de devoción monástica, le dijeron que su santidad no era nada comparada con la de un simple y humilde vendedor de un pueblo cercano. Al ir a estudiar detenidamente a este hombre, el monje lo encontró ocupado con sus verduras en medio del ruido y la prisa de las calles de la ciudad, atento a las necesidades de todos los que acudían a él. Incluso al llegar la noche, cuando la gente se alborotaba y cantaba a voz en grito por las calles, el hombre permanecía en su tarea, ayudando a los rezagados en sus necesidades.

Finalmente, el monje, exasperado, exclamó: ¿Cómo puedes ser capaz de orar con este ruido? El vendedor miró a su alrededor, sintiendo compasión por las personas que componían su vida ordinaria, y respondió muy sencillamente. Me digo a mí mismo que todos estos van camino del Reino. Se concentran con toda su atención en lo que hacen, cantan canciones con toda la alegría que pueden reunir. Mira cómo se preparan para el Reino de Dios sin ni siquiera saberlo. ¿Qué menos puedo hacer yo que alabar en silencio al Dios que ellos, sin darse cuenta, celebran cantando?

Aquella noche, el viejo monje regresó lentamente a su celda, sabiendo que había recibido -nada menos que de un simple verdulero- una importante lección sobre el arte de la atención en el desierto. La oración sólo puede ser real cuando concedemos a Dios y a los hombres el don de nuestra atención.

—ooOoo—

Tomemos buena nota de lo ocurrido en la cima del monte: una nube cubrió a los discípulos y dejaron de ver lo que les fascinaba, lo que les impulsaba a seguir a Jesús. Pero en esa falta de visión, en esa sombra, reciben el mensaje más importante, pues venía del Padre: Escuchen a mi Hijo. Esto no son simples palabras poéticas, sino que es un llamamiento, una arenga a seguir escuchando la voz de Dos en medio de las situaciones absurdas de la vida, de las contrariedades menos esperables, como la aparente intención de Dios de sacrificar a Isaac… o la decisión de enviar a su Unigénito para expiar nuestros pecados.

En la Epístola a los Hebreos (11: 13) se nos recuerda que Abraham murió sin ver realizada la promesa divina, al igual que les sucedió a otros hombres de fe, pero, pudieron divisar e intuir, de lejos lo que Dios les había prometido, sabiendo que eran extranjeros y gente de paso sobre la tierra.

Nuestro consuelo, cuando contemplamos la más pequeña luz que nos viene del cielo, es lo que afirma la Segunda Lectura: Si Dios está con nosotros ¿quién puede ser nuestro enemigo?

En esta Cuaresma, renovemos nuestra intención de escuchar con atención el Evangelio y las sugerencias íntimas del Padre a través Espíritu, para bajar al valle con un deseo, también renovado, de caminar junto a Cristo.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente