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Pastores, guerreros y ladrones | Evangelio del 21 de abril

By 17 abril, 2024No Comments
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Evangelio según San Juan 10,11-18:

En aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
»También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».

Pastores, guerreros y ladrones

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 21 de Abril, 2024 | IV Domingo de Pascua

Hechos 4: 8-12; 1Jn 3: 1-2; Jn 10: 11-18

Competencias de un pastor. Confieso que mi idea de lo que hace un pastor es bastante limitada. Y más todavía de lo que era un pastor como el que Cristo describe hoy para presentarse a sí mismo: Yo soy el Buen Pastor.

Algunos de nosotros tenemos una imagen artificial y azucarada de la vida de un pastor en cualquier zona del mundo. Pero el libro de Samuel cuenta cómo el profeta elige a David como futuro rey, aunque siguió trabajando como pastor. En una de las visitas del joven David a sus tres hermanos que estaban en el campo de batalla, apareció el gigante Goliat y el joven pastor se ofreció para combatir con el gigante filisteo, derribándolo, contra todo pronóstico, con un certero impacto de una piedra lanzada con su honda.

Un pastor no solo toma delicadamente en sus brazos a las ovejas heridas, sino que también está dispuesto a la lucha; es un guerrero, como enseña el Antiguo Testamento y eso significa defender decididamente sus ovejas. La figura de David es emblemática en esta misión defensiva del pastor, pues no era un soldado profesional y tampoco poseía un aspecto físico imponente.

Para nosotros, esto puede ser una primera lección práctica, pues muchas veces pasamos el tiempo midiendo nuestras fuerzas, lamentándonos de nuestra debilidad y, a fin de cuentas… mirándonos a nosotros mismos. Pero, conviene recordar que la Iglesia en este mundo se llama Militante porque está en guerra continua con los cruelísimos enemigos, mundo, carne y satanás, como decía el Catecismo del Concilio de Trento. No significa que estamos llamados a sembrar la discordia y la violencia, sino que hemos de ser conscientes de que la contrariedad nos acompañará siempre, incluso en los momentos más felices y exigirá de nosotros un combate permanente, un estado de vigilancia para proteger –más que nuestra propia vida espiritual- la de aquellos que la Providencia pone a nuestro lado: Apacienta mis ovejas (Jn 21: 15-17).

El mundo no son sólo vanidades y afanes, sino también conflictos con las personas queridas y con los que no consigo nunca tener una relación armoniosa.

La carne no son sólo las tentaciones y mis pecados, sino también el dolor y las limitaciones de mi cuerpo y de mi alma.

El diablo es el enemigo silencioso, que intenta aprovechar para sus fines hasta los dones que recibimos y la gracia de la purificación.

En la práctica, como mencionamos antes, estoy tan preocupado de mi debilidad anímica y espiritual, que cuando Jesús dice “la mies es mucha”, lo que siento es cierto desánimo, pesimismo y resignación.

No fue ese el caso de Francis Xavier Nguyen Van Thuân. Poco después de ser nombrado arzobispo coadjutor de Saigón en 1975, fue detenido y encarcelado por el gobierno a causa de su fe católica. Nunca llegó a ejercer su ministerio como arzobispo. Tras 13 años de prisión, nueve de los cuales los pasó en régimen de aislamiento, fue finalmente liberado en 1988 y enviado al exilio.

Durante su estancia en la cárcel, utilizó sus limitados recursos de forma creativa para cumplir sus deberes como pastor de los fieles. Como no podía estar físicamente presente entre los suyos, tuvo que encontrar la manera de llegar a ellos, así que solicitó la ayuda de un muchacho para que le trajera calendarios antiguos y ecribía en el reverso mensajes que el joven copiaba y distribuía entre los fieles. Era prácticamente una máquina fotocopiadora humana. Las profundas cartas de Van Thuân a la comunidad católica la fortalecían en su fe y la ayudaban a perseverar. Estos breves mensajes escritos recordaban a la gente que su querido arzobispo, aunque no estuviera físicamente presente, estaba con ellos a través de la oración y en espíritu.

Manifestando una fidelidad innovadora, también utilizó sus escasos medios para celebrar la Misa en la cárcel. Sabía que celebrar la Misa era su deber más importante, pero no tenía iglesia, ni altar, ni sagrario. ¿Cómo podía, pues, cumplir con su deber de obispo? Convirtió el campo de concentración en una catedral y la palma de su mano en un altar. Convirtió el bolsillo de su camisa en un tabernáculo y la oscuridad de los dormitorios en una morada para la Luz misma.

Gracias a su ingenio, muchos prisioneros recuperaron el fervor de su fe. A los presos se les recordó que debían abrazar el sufrimiento y utilizar sus circunstancias actuales para crecer en la fe. Su ejemplo y sus enseñanzas nos recuerdan que la fe cristiana implica una entrega activa al Señor. Significa buscar la mejor manera de proclamar el amor de Cristo en cada momento, en cada circunstancia y en cada acción, incluso cuando todas las probabilidades parecen estar en nuestra contra.

¿Cuál era el secreto de su resistencia? Lo contó en sus memorias:

Solo en mi celda, seguía atormentado por el hecho de que tenía cuarenta y ocho años, estaba en la flor de la vida, había trabajado durante ocho años como obispo y había adquirido tanta experiencia pastoral, y allí estaba, aislado, inactivo y lejos de mi pueblo.

Una noche, desde lo más profundo de mi corazón, pude oír una voz que me aconsejaba: ¿Por qué te atormentas? Debes discernir entre Dios y las obras de Dios: todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo, las visitas pastorales, la formación de seminaristas, hermanas y miembros de órdenes religiosas, la construcción de escuelas, la evangelización de los no cristianos. Todo eso es un trabajo excelente, la obra de Dios, ¡pero no es Dios! Si Dios quiere que renuncies a todo y pongas el trabajo en sus manos, hazlo y confía en Él. Dios hará el trabajo infinitamente mejor que tú; confiará el trabajo a otros más capaces que tú. Sólo tienes que elegir a Dios y no las obras de Dios.

Al releer la historia de este santo obispo, proclamado Venerable por la Iglesia, y recordando que por unos minutos lo pude saludar en Roma, comprendí mejor que debía dejar de quejarme y de compadecerme de mí mismo. Tampoco debo angustiarme demasiado, porque nadie es de mi propiedad. Soy, e todo caso, como decía nuestro padre Fundador, un zagal (joven ayudante del pastor) del Buen Pastor, que nunca abandonará a su rebaño y siempre lo protegerá contra ladrones y bandidos. Él es quien entregó su vida por mí y por ti para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

—ooOoo—

Podemos pensar que sólo los obispos y otras autoridades de la Iglesia son los destinatarios del mensaje de hoy de Jesús, de su llamada a ser pastores, incluso porque en la Iglesai se usa el término “Pastor” para denominar un guía espiritual o quien tiene un cargo jerárquico. Pero si recordamos ejemplos como la mijer samaritana, Zaqueo o los desdichados ciegos y leprosos que fueron curados por Cristo, resulta evidente que cada uno de nosotros tiene que preocuparse por descubrir cómo ser pastor, lo cual no es equivalente a la moderna e interesante noción de “líder”. Eso explica el interés del Maestro en que los discípulos participasen en la tarea de repartir los panes y los peces que Él multiplicó.

Por otra parte, en situaciones de guerra y en el fragor de la batalla, la obediencia es primordial. Por eso dice Cristo: Las ovejas que me pertenecen escuchan mi voz. Esto es lo que nos define en última instancia: nuestra obediencia. Él hace la llamada juiciosa; nosotros simplemente la llevamos a cabo. En medio de una cultura de información masiva, relativismo e individualismo, donde hay tantas voces que compiten entre sí, debemos aprender a escuchar la única voz que importa, la voz de Cristo, del Buen Pastor.

El no escuchar su voz acaba en caos y conflicto en las filas del rebaño. El Espíritu del Evangelio, que nuestro Padre y Fundador sitúa en el centro del esfuerzo unitivo con Cristo, tiene como uno de sus componentes la aceptación del Evangelio, abrazándolo con nuestra mente para que llegue al corazón, después de meditarlo, utilizando continuamente su luz, su criterio, en todos los pensamientos y acciones.

Una última observación, que se refiere a una posible interpretación cómoda y superficial de las palabras de Cristo cuando afirma hoy: El asalariado, que no es pastor, al que no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona a las ovejas y huye.

Por supuesto, quien tiene la misión de apacentar a las ovejas de Cristo (sea una “autoridad” o no) y utiliza su condición para abusar de los demás y aprovecharse de ellos en beneficio propio, comete faltas, algunas de ellas abominables, y puede ser llamado ladrón.

Todos conocemos el acoso sexual, el maltrato a los superiores y el uso ilícito del dinero de la Iglesia, siempre con justificaciones para autocomplacerse, pero si tú o yo no damos a la gente lo que REALMENTE necesita, los verdes pastos y prados mencionados en el Salmo 23, somos auténticos ladrones, asalariados que se aprovechan de su posición.

A veces, el lobo que nos hace huir es el miedo a la dificultad, el deseo de no romper nuestra relación cómoda y superficial con la gente.

Otras veces, la dificultad reside en la indiferencia, en no haber formado y fortalecido nuestra sensibilidad. Los psicólogos afirman que nuestra sensibilidad y empatía son normalmente mayores con las personas que consideramos similares a nosotros, por ejemplo, de la misma cultura, edad, opiniones, etc. Esta observación concuerda con la insistencia de Cristo en que consideremos a cada ser humano como un hermano o una hermana, lo cual es más cierto que cualquier otra forma de relación que pueda unirnos: jefe-empleado, compañeros de trabajo, vivir bajo el mismo techo o tener las mismas dificultades, todo lo cual es indudablemente significativo.

La falta de sensibilidad ante el dolor y los sueños de los demás nos aleja del prójimo, nos hace huir de él porque así lo dictan los instintos: buscar el equilibrio, evitar los problemas, simplificar la propia vida… es decir, lo contrario de la Bienaventuranza que promete la alegría completa a quien intenta saciar la sed y el hambre de todos, acercar a los demás a Cristo (no “a la religión” ni a las prácticas piadosas).

Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed (Jn 6, 35).

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente