Evangelio según San Marcos 1,12-15:
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva».
Un viaje en el tiempo
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 18 de Febrero, 2024 | I Domingo de Cuaresma
Gen 9: 8-15; 1 Pe 3: 18-22; Mc 1: 12-15
¿Por qué hacemos tantas cosas de las que luego nos arrepentimos? ¿Por qué no concluimos el bien que empezamos? Son preguntas delicadas, que tienen muchas contestaciones posibles. Pero es verdad que en nuestra vida espiritual podemos encontrar respuestas muy prácticas, que nos llevan a acercarnos a Cristo y a su manera de vivir.
Hoy hemos recordado cómo fue llevado al desierto y allí no sólo fue tentado, sino que realizó un largo y solitario ayuno. No siempre podemos viajar a un lugar desierto y silencioso, pero tenemos a nuestro alcance otra manera de movernos que, sin duda, Cristo practicó. Se trata de desplazarnos en el tiempo. No es ciencia-ficción, no es nada extraño, y la profecía es sólo un ejemplo de ello. Nuestro padre Fundador afirma que la profecía nos permite vivir anticipadamente nuestro destino. Este es el elemento más importante de la profecía, más que anticipar eventos que pueden ocurrir de una forma u otra.
En nuestra oración, podemos efectivamente saborear lo que la Providencia nos reserva para el futuro, pero también nuestra imaginación puede ayudarnos a elegir un camino adecuado, de la misma forma que a un científico le permite pronosticar en la mente el resultado de ciertos experimentos.
Volviendo a nuestras preguntas iniciales, podemos decir que muchas veces nos falta perspectiva en el tiempo y por eso nos perdemos, tomamos caminos equivocados que, además, pueden hacer daño al prójimo.
Por ejemplo, supongamos que expreso mi intención de dar un paseo. No parece nada negativo, pero quizás no tengo en cuenta si alguien en casa está con un apuro de tiempo y necesitado de ayuda, si podría invitar a otra persona, si alguien espera con preocupación que yo termine una tarea aún inacabada… Todo eso puede evitarse si pongo mi mente en unas horas más adelante y utilizo mi imaginación para visualizar los resultados, en este caso la sensación de olvido o de insensibilidad que puedo dejar en mi prójimo.
Otro ejemplo, más serio, es si decido dejar de hablar con alguien cuya conducta me enoja y me parece insoportable. El resultado inmediato puede ser que se evite un choque, pero si miro hacia delante, hacia el futuro, puedo imaginar qué será de la otra persona cuando se sienta acusada con mi actitud, qué efecto tendrá mi conducta en quienes me observan y qué nos puede ocurrir a los dos cuando pasen semanas, meses o años vividos en ese resentimiento.
Así nos ocurre siempre que tomamos una decisión apresurada en un asunto delicado.
En esos casos, hay dos estados mentales posibles: ser atraídos y fantasear con prisa por algo que nos atrae, o alejarnos y ver el panorama más amplio de cómo se desarrollará todo si actuásemos según nuestros impulsos.
Saber adónde nos llevarán nuestras acciones antes de que se instale una situación tentadora nos da la oportunidad de tomar una decisión acorde con el Evangelio. Sólo antes de ser arrastrados por el instinto de felicidad, estamos en condiciones de planificar los pasos para proteger nuestro deseo más íntimo de perfección, nuestra verdadera aspiración.
El resultado final de muchas acciones es predecible y parece que debería ser obvio…Así pensamos cuando observamos cómo se comportan otras personas, o cuando miramos retrospectivamente nuestro propio comportamiento. Pero las prisas, el cansancio o la preocupación pueden interponerse para producirnos una auténtica ceguera.
Hoy, Cristo nos da una lección en el desierto. Como hombre, se distancia en el yermo de sus fuerzas, de su capacidad y se pone en manos del Padre. El ayuno representa la lejanía del mundo, de las pasiones. Pero al mismo tiempo significa el colocarse ante la voluntad divina con el signo de no querer nada más. Eso es el desierto espiritual y eso es también nuestro permanente viaje al futuro en la oración. Algo que va más allá del popular mindfulness, o atención plena al momento presente.
Para ayudarnos a comprender la victoria de Cristo sobre el diablo, existe una leyenda de la sabiduría africana sobre el águila y el cuervo. Dice que el cuervo es el único pájaro que se atreve a picotear a un águila. Se sienta en la espalda del águila y le pica en el cuello. Cuando esto ocurre, el águila no se defiende, sino que sólo despliega las alas y vuela más alto mirando al sol. A esas alturas, el cuervo no puede respirar bien por falta de oxígeno, y entonces, cae por sí mismo.
Si no nos rendimos ante los problemas, sino que visitamos nuestro desierto interior, oiremos más cerca la voz divina y los cuervos de nuestra vida se caerán. Ni el mundo, ni el diablo, ni nuesta carne, podrán resistir. La Cuaresma es un tiempo para recordar lo que decía el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma de 2021: ¡Dios nos hará nuevos si se lo permitimos!
También San Agustín nos advierte de cómo incluso la tentación puede transformarse en instrumento de victoria: Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.
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Hace unas décadas, nadie creía en la existencia de los agujeros negros en el universo, pero hoy son estudiados y observados, siendo una de las claves para entender el origen y la evolución del cosmos. De igual modo, muchas personas no creen en la existencia del diablo, considerando que es un mito, un símbolo o, peor aún, un producto de las creencias mágicas de otras épocas ya superadas. Por ejemplo, ya en 1951 Rudolf Bultmann decía: No se puede hacer uso de la luz eléctrica y del aparato de radio, recurrir a medios de la medicina clínica en muchos casos patológicos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus y de los milagros.
Sin embargo, sólo teniendo en cuenta la personalidad del diablo, que pretende separar y engañar, podemos luchar eficazmente contra nuestra torpeza moral y espiritual.
Los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto tienen un simbolismo claro: cuarenta años significan el tiempo que pasó el pueblo elegido en el desierto, una generación, la que fue tentada y probada de forma continua. Eso nos enseña que la acción del diablo no es ocasional o sólo se da en momentos de especial importancia.
Misteriosamente, pero de forma clara, su presencia es permanente y tenemos experiencia de cómo aprovecha hábilmente nuestra debilidad, nuestros miedos e instintos, para separarnos del camino. Las fieras que rodeaban a Cristo durante su permanencia en el desierto simbolizan esta amenaza permanente, que no tiene nada de mitológico o imaginario.
Uno de los engaños fundamentales que utiliza el diablo es hacer que confundamos nuestra identidad personal, quiénes somos realmente. Tres veces en el Evangelio, Satanás preguntó a Jesús: Si eres el Hijo de Dios… El diablo quería inquietarle sobre Su identidad como Hijo de Dios. ¿Somos más que los animales que comen, trabajan, duermen, procrean y luego desaparecen de la faz de la tierra? ¿O somos realmente creados a imagen y semejanza de Dios, llamados a compartir con Él la plenitud de la vida? Porque si sólo tenemos una vida que vivir, entonces es mejor vivir egoístamente. Pero si nuestra vida plena comienza tras la muerte, entonces debemos vivir desinteresada y significativamente porque la vida continúa más allá.
Pero no sólo tenemos ese consuelo; la Primera Lectura nos alienta y nos anima a la fidelidad a quien es no sólo Creador, sino quien ha establecido un pacto, que poéticamente es recordado con la aparición del arco iris, que aparece entre las nubes, en medio de las tormentas.
Hoy, al comienzo de la Cuaresma, la Iglesia nos exhorta a vivir en la seguridad de que no estamos solos. La presencia de los ángeles que acompañaron a Jesús tras las tentaciones es un ejemplo de cómo Dios coloca a seres celestiales y humanos a nuestro lado para que no caigamos en un individualismo que hoy –más que nunca- penetra las vidas de todo ser humano.
El autor del Génesis recuerda la antigua visión de un dios lleno de ira por los pecados de los hombres, pero nos dispone a abrir el corazón a los planes de un amor divino incondicional. El propio Jesús estuvo asistido por una familia, por unos discípulos, por unas santa mujeres que le acompañaron en su vida pública, incluso por San Juan Bautista, que en un momento del Evangelio es llamado “ángel” pues eso significa mensajero divino (Mc 1: 2).
Todavía más, es el Espíritu quien le lleva al desierto. El mismo Espíritu que descendió hasta Él en forma de paloma durante el Bautismo (Mc 1: 10). La vida de Jesús es lo más lejano a la de un individualista autosuficiente.
La conciencia pura que evoca San Pablo en la Segunda Lectura, va más allá de una integridad moral, sino que pretende despertarnos a nuestra auténtica identidad filial.
Quien no recuerda que es hijo no puede vivir la gratitud, no es capaz de aprovechar lo que ha heredado y no comprende por qué ha de amar a otros seres humanos, a veces le resultan poco acogedores.
Por eso Fernando Rielo, en su libro Transfiguración, dice:
Si no eres hijo que adora
a un Padre celeste y único,
¿cómo puedes merecer
que los de tu casa te amen?
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente