Evangelio según San Marcos 13,24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.
»De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre».
¿Qué hace Dios para consolarnos?
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 17 de Noviembre, 2024 | XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Dan 12: 1-3; Heb 10: 11-14.18; Mc 13: 24-32
Una de las peores frases que se puede decir a una persona que sufre un dolor espantoso y prolongado, o que súbitamente se debilita, es: No te preocupes, que enseguida te vas a encontrar bien.
El problema no son las palabras, lo que ocurre es que han de ir acompañadas de otros signos, por ejemplo, el rostro confiado de un médico, o un análisis que da esperanzas sobre su salud. O tal vez la seguridad de que alguien va a seguir a su lado incondicionalmente, si la situación mejora o si le va a llevar al final de su vida, despacio o rápidamente.
Esto le ocurrió al criminal que se encontraba crucificado junto a Jesús; cuando Cristo comprobó la fe que ponía en Él ese delincuente, le respondió con un gesto de afecto que no podemos imaginar y le aseguró de que seguiría estando con él (no que “se acordaría de él”) sin límites, más allá de la muerte.
En el Evangelio de hoy, Cristo nos da el consuelo de la eternidad que nos espera, pero no suaviza sus palabras al anunciar guerras, terremotos, tribulación y persecuciones, como preludio del fin del mundo. Más de una persona, en estos meses de conflictos mundiales generalizados y catástrofes naturales, se pregunta si no será todo eso señal de lo que anuncia el Evangelio.
Es inútil discutir ese asunto, pues Cristo añade que, en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre. Esto es algo que puede parecer sorprendente (¿no se supone que hay una comunicación perfecta entre Cristo y el Padre?), pero nuestra pobre lógica humana no pone en primer lugar el mensaje más importante de esta frase: No necesitamos satisfacer nuestra curiosidad, ni siquiera la más legítima, para ser fieles a lo que vamos descubriendo de la voluntad divina para nuestra vida personal.
Para ello, y para consolarnos, Cristo envía siempre al Espíritu de mil maneras a fin de dar fortaleza a quien tiene fe. Como hizo con Perpetua y Felicidad, una noble romana y su sirvienta, mártires en Roma en el siglo III. Felicidad gritaba de dolor mientras daba a luz en la cárcel. El carcelero la ridiculizó cruelmente: Si ahora sientes dolor, ¿cómo lo pasarás cuando te arrojen a las fieras? Felicidad respondió: Entonces será diferente. Él estará en mí.
En el relato de la muerte de Perpetua se dice que entró en la arena del coliseo como verdadera esposa de Cristo, avergonzando con su mirada a todos los que la miraban. Se dirigió al procurador que presidía el tribunal: Tú nos juzgas; Dios te juzgará a ti. Arrojadas a los leones y antes de ser degolladas, se dieron el signo cristiano de la paz.
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En nuestro caso, si probablemente no necesitamos ser fortalecidos para ser devorados por los leones, para nosotros ¿cuáles son los signos que acompañan a las palabras de Cristo, a la promesa que hace hoy de “reunir a sus elegidos”? Podríamos responder que Dios pone en nuestro corazón sabiduría, fortaleza y buenas intenciones, pero el signo más íntimo, la prueba más contundente que nos permite saborear algo de la eternidad que nos espera, es la íntima presencia de las Personas Divinas.
Algunos pueden pesar que esto es algo abstracto, incluso ilusorio, pero el propio Cristo lo expresó así para que entendiésemos que se trata de algo que se cumple ahora; como nos dice el Evangelio de hoy: No pasará esta generación hasta que todo esto suceda. Como muchos estudiosos de la Biblia han sugerido, Cristo está hablando tanto de su venida final como de su permanente llegada a nuestros corazones, ayer, hoy, siempre.
Esta presencia divina en nosotros es tan clara que, incluso las personas que declaran su ateísmo o su incapacidad de llegar a Dios, tienen una forma de orar que es a veces paradójica, como el insulto, o la súplica “a un Dios que no creen que exista”. Un ejemplo famoso es el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), que escribió un poema titulado La Oración del Ateo, en el que dice:
Sufro a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
Existiría yo también de veras.
En realidad, como le ocurrió a San Pablo, la presencia de Dios es tan vigorosa que se transforma en la verdadera existencia de la persona: Ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí (Gál 2: 20). Su presencia es tan poderosa que arrolla nuestras convicciones, nuestras preferencias y el poder de las pasiones.
Esa es la liberación del pecado. Tenemos miedo y dudas, sufrimos la tentación, caemos con frecuencia… pero al mismo tiempo sentimos que si nos negamos a la vida de servicio, a la cruz que Cristo nos ofrece, todo pierde su sentido: el dolor, el éxito, las alegrías, el esfuerzo…de esto, tristemente, también tenemos experiencia cuando somos infieles y nos encontramos, como dice la Primera Lectura, saboreando algo de lo que es la ignominia y el desprecio eterno.
Si en verdad nos dejamos incendiar (¡qué expresión tan acertada de Cristo en Lc 12: 49!) sentiremos el consuelo que necesitamos y lo contagiaremos a todos. Ser incendiado es bastante más que ser iluminado…
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Volviendo al genial Unamuno, en 1900 publicó en el periódico un breve relato titulado La Venda, una historia sobre una mujer que había sido ciega y, de forma inesperada para todos, es curada por un médico en una intervención portentosa. Pero ella rehusaba a servirse de la vista y cubría sus ojos con una venda, continuando a utilizar un bastón para caminar por las calles con habilidad inigualable.
Un día, le comunicaron que su padre estaba a punto de morir y se precipitó, siempre con su bastón y su venda, hasta el hogar paterno.
La familia le decía:
Pero ¿es que no quieres ver a tu padre? Por primera, por última vez acaso…
Y ella respondió:
Porque quiero verlo… pero a mi padre… al mío…, al que nutrió de besos mis tinieblas, porque quiero verle, no me quito de los ojos la venda…
No necesitaba la información que ahora le podían proporcionar sus ojos; conocía a su querido padre de otra manera, más íntima, más significativa, como “el que nutrió de besos sus tinieblas”, quien de verdad supo consolarle con su presencia.
Es una narración que nos recuerda cómo el discípulo de Cristo, el auténtico aspirante a ser apóstol, no necesita unas condiciones ideales, o unas cualidades prodigiosas para servir al prójimo; le basta simplemente sentirse hijo.
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La imagen de la higuera no representa un anuncio fatídico, sino todo lo contrario. Aquí no se está hablando de castigos ni de destrucción. El labrador sabe ver en muchos signos la promesa de un fruto, de una ocasión que no debe ser desperdiciada. Se trata de una invitación a estar preparado para recoger lo mejor que la Naturaleza ofrece. En nuestro caso, la presencia de Dios en nuestras vidas nos impulsa –a los que tienen mucha o poca fe- a nuevas obras de misericordia, a lo único que verdaderamente cambia el mundo, a pesar de todas las calamidades que no podemos borrar de nuestro alrededor.
En este sentido, podemos entender la Primera Lectura cuando se refiere al anuncio de la llegada del ángel Miguel. En el lenguaje de la Biblia, los “ángeles” no siempre eran los espíritus puros, las criaturas que acompañan a Dios y tienen misiones específicas, incluido el acompañamiento de los seres humanos, como es el caso de los que llamamos ángeles guardianes. Por ejemplo, San Miguel era el nombre dado al ángel guardián de Israel.
Un ángel es en sentido amplio, todo el que prepara el camino y protege a quien busca servir a Dios y al reino de los cielos. Por eso, el Evangelio de San Marcos habla así de San Juan Bautista: Yo enviaré a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino (Mc 1: 2).
Los signos que están representados en la higuera no son sólo aquellos que la naturaleza nos ofrece, sino muy especialmente la vida de nuestro prójimo. De cada ser humano hemos de aprender algo valioso para nuestro camino espiritual. Evidentemente, la vida de quienes llamamos santos nos acerca a Cristo, como hizo ejemplarmente el Bautista. Pero quienes contemplamos haciendo algún tipo de bien o cometiendo acciones mediocres, vulgares o depravadas, también nos hablan de Dios, nos confirman que podemos hacernos sensibles a su continua llamada o, por el contrario, ir perdiendo sensibilidad a la voz divina.
Eso explica que, incluso los signos diabólicos, esas huellas del diablo, que intenta enfocar nuestra atención a nuestra fragilidad y dar valor absoluto a nuestras dificultades, puedan tener un valor purificativo nada despreciable.
Por eso, no como simple ironía, sino por su paradójica utilidad en nuesta vida espiritual, se llama en ocasiones al diablo “ángel de luz” (2Cor 11:14), mostrando cómo ciertamente los planes divinos no pueden ser amenazados por el maligno.
Recordemos cómo las religiones más importantes han intuido esa lucha entre algunos seres malvados y los ángeles que Dios envía en nuestra ayuda. Hoy día, no es frecuente hablar del diablo, seguramente por un desconocimiento de su verdadera naturaleza y su influencia en nuestra vida espiritual. En nuestro mundo cristiano, los artistas de todas las épocas no se equivocaron al representar precisamente al arcángel San Miguel, de muchas formas, como un guerrero que acaba con el diablo.
Por todo ello, no leamos textos como la Primera Lectura y el Evangelio de hoy, con la arrogancia y la presunción de que “eso” es para otros tiempos. El mundo pasará, pero las palabras de Dios no pasarán, nos recuerda hoy el Maestro.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente