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Vive y transmite el Evangelio

El verdadero amor crea dependencia | Evangelio del 10 de noviembre

By 6 noviembre, 2024noviembre 7th, 2024No Comments


Evangelio según San Marcos 12,38-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a las gentes en su predicación: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».
Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».

El verdadero amor crea dependencia

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes 

Roma, 10 de Noviembre, 2024 | XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

1Re 17: 10-16; Heb 9: 24-28; Mc 12: 38-44

En el lenguaje corriente, la palabra “dependencia” nos pone en estado de alerta. Nos sugiere la falta de libertad de quien consume alguna sustancia, como la marihuana, el fentanilo o cualquier otro estupefaciente. O tal vez nos hace pensar en lo que se llama una personalidad dependiente, un trastorno que produce la necesidad exagerada de sumisión o de ser cuidado por alguien.

Pero, mirado desde otro punto de vista, observemos el estado de felicidad y auténtica dependencia de una madre entregada a su bebé o un amante que, literalmente, no puede vivir sin la persona amada. Es una impotencia profunda… es la impotencia de Cristo en la Cruz, es hacerse totalmente dependiente de quien se ama.

La mayor prueba de esta impotencia y dependencia del amado explica mejor que nada lo que significa la Redención: No solamente que Él pagó por nuestros pecados, sino que nos demostró cómo es posible, en medio de la debilidad más extrema, darlo todo por quien se ama. Eso es una redención de nuestros límites para amar, de la tiranía de nuestro ego. En ese sentido, ciertamente la pobre viuda que aparece hoy en el Evangelio es imagen de Jesús, muy al contrario que los ricos que daban limosnas elevadas. La medida del amor es otra…

Incluso cuando un joven que hace el gesto tradicional de arrodillarse frente a su amada, para declarar su amor, aunque sea algo teatral, se está manifestando como mendigo, como alguien que no puede vivir sin la presencia y la compañía de ella. Puede que más pronto o más tarde ese amor se deteriore, se haga interesado y poco generoso, pero, aun así, en sus inicios estuvo unido a esa humildad que recuerda al amor incondicional de Dios por nosotros, sus criaturas. Dice Benedicto XVI:

Lo que es malo, la realidad del mal, no puede simplemente ignorarse; no puede dejarse ahí. Hay que enfrentarse a ello, hay que superarlo. Sólo esto cuenta como verdadera misericordia. Y el hecho de que ahora Dios se enfrente él mismo al mal, porque los hombres son incapaces de hacerlo, ahí reside la bondad «incondicional» de Dios (Jesús de Nazaret, 2007).

El carácter universal de la redención, de la libertad que se nos ha dado para poder amar plenamente, queda bellamente descrito en la Primera Lectura, en el gesto de esa mujer, una pagana, no israelita, que acoge la petición de un profeta extranjero, le da su propia comida y se dispone a morir con su hijo. El gesto es tan significativo y poderoso que Jesucristo lo recordará más tarde en su predicación (Lc 4: 25-26).

Una lección en la historia de la viuda de Sarepta, que sin duda hemos experimentado en nuestra vida, es la manera como la Providencia dialoga con nuestra generosidad.

Primero, el profeta Elías pide agua a la pobre mujer; luego, el escaso alimento que tenía para ella y su hijo, en medio de una sequía y una hambruna que azotaba la región. De este modo, cuando Dios queda convencido de nuestra disposición, de nuestra generosidad al hacer un pequeño pero sincero gesto de abandono por los demás, nos pide algo siempre más importante.

Así se cumple, si respondemos con fe, que quien es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, también es injusto en lo mucho (Lc 16: 10). Más que una observación sobre nuestro comportamiento, es una descripción sobre el modo de actuar la gracia, que nos prepara siempre para un próximo paso en la entrega de nuestra vida. En la historia de la viuda de Sarepta, la respuesta divina es grandiosa y significativa: su hijo es salvado de la muerte.

Pero la respuesta de la viuda es también profunda y representa lo que siempre sucede cuando un auténtico discípulo de Cristo da un testimonio de fe:

Ahora conozco que tú eres hombre de Dios, y que la palabra de Señor en tu boca es verdad (1Re 17: 24).

Si la persona cambia o no, si se convierte o no, es algo diferente, pero la semilla sembrada por el apóstol ya comienza a dar fruto.

—ooOoo—

No perdamos de vista que en muchas ocasiones el acto generoso no es una iniciativa, un proyecto que hacemos para servir, sino que tiene características de una verdadera vocación, de una llamada, algo que ciertamente requiere la respuesta de una obediencia. Eso fue lo que le sucedió a la viuda de Sarepta, que recibió y aceptó la indicación de Elías. Pero no olvidemos que el propio Elías se encontraba en la misma situación, por obedecer los deseos de Yahveh, huyendo de la muerte que le deseaban los reyes Acab y Jezabel, y siendo alimentado en el desierto por los cuervos.

La Segunda Lectura habla con precisión de cómo es la generosidad de Cristo: consiste en el sacrificio de sí mismo. Esto no es una frase simbólica. El sacrificio de mí mismo, de mi vida y de mi fama, suele ser doloroso, pero es el núcleo de la verdadera libertad. De Cristo afirma San Pablo que se despojó de su condición divina. Eso es lo que lo hace el único y verdadero sacerdote. En efecto, la sangre de los animales sacrificados nunca consiguió la libertad de los seres humanos, nunca se modificó el nivel de pecado en el mundo. Pero, el hecho de saber que Alguien ya me ha amado de esa manera. Que ha entregado su sangre y me inspira continuamente a imitarle, es un revulsivo poderoso que hace temblar todas las formas de mi egoísmo. Es cierto que la generosidad, en todas sus formas, se contagia.

En 2012, un escritor fue testigo de un simpático suceso. En la cafetería de un restaurante de la carretera, un desconocido pagó generosamente la cuenta del desayuno del siguiente cliente que esperaba en la cola detrás de él. Esa persona pagó la factura del siguiente desconocido en la cola. Y lo mismo hicieron todos los clientes siguientes. Puede parecer una anécdota superficial, pero, como no era ningún experimento programado, deja ver que la generosidad es realmente contagiosa.

Un caso todavía más profundo es el siguiente, en la vida de un santo, Anastasio, Padre del Desierto del siglo IV.

El abad Anastasio tenía una Biblia muy cara, en realidad su única posesión. Un día, un visitante le robó el libro, pero Anastasio no lo persiguió, porque no quería que el otro hombre mintiera sobre el robo del libro. Unos días después, un vendedor de libros usados de la ciudad se acercó a Anastasio y le dijo: Un hombre quería venderme este libro, pero como parece bastante caro, quería conocer tu opinión. ¿Es realmente un libro valioso? Anastasio dijo que sí, y le dijo al librero el valor real del libro, sin mencionar que era suyo. Al enterarse de esto, el ladrón llevó el libro a Anastasio y le rogó que le permitiese devolvérselo. Pero Anastasio no aceptó el libro y se lo regaló al ladrón. Este quedó tan impresionado por todo el episodio que se convirtió en alumno de Anastasio y vivió con él en el desierto durante el resto de su vida.

No es difícil comprender que, para muchas personas es arduo creer en el amor de Dios, incluso creer en la existencia del amor en el mundo. Quienes han tenido pocas o ninguna experiencia de un amor maternal y paternal, quienes han sido heridos, abandonados o abusados por alguien cercano a ellos, necesitan sentir en su vida un amor auténtico, incondicional, porque desconfían de todos y, todavía más, no se consideran dignos de ser amados. Por eso es tan necesario el testimonio de quien busca amar como Jesús. Se le puede comprender más o menos, se le puede seguir o huir de Él, pero su forma de amor no genera sospechas ni mucho menos miedo. Por eso su amor es verdaderamente redentor; tiene en cuenta que, además de pecadores, somos enfermos, estamos heridos.

—ooOoo—

La observación de Cristo, tras contemplar la generosidad de la viuda que entregó su limosna, es digna de tenerse en cuenta: ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir. Hubiera sido conmovedor y ejemplar que la pobre mujer se guardase una de esas insignificantes monedas y diera la otra como limosna. Pero hizo lo que para ella era el máximo posible. Seguramente tú y yo no hemos llegado “a dar hasta el final” en nuestros actos de generosidad.

Según el Maestro, esa es la medida, no la cantidad de tiempo, de palabras, de actividades o de viajes que dedicamos a los demás. La pregunta que debo hacerme es: ¿Todavía espero un beneficio personal de lo que entrego, en forma de reconocimiento, gratitud o satisfacción de ver un fruto ante mis ojos? No puede haber división entre mis intenciones y mis acciones; eso explica por qué el Evangelio nos presenta hoy el contraste entre los ricos que daban limosna y la pobre viuda.

Debo analizar ante Cristo qué es lo que inconscientemente aún considero “necesario para vivir”, que raramente será un objeto material. Hay hábitos y formas de hablar que –insisto, sin ser muy conscientes- considero que forman parte de mi vida, que ni siquiera imagino que debería abandonar ante el altar, para que Cristo observe que deseo cambiarlos por pequeños gestos de generosidad, que sin duda me llevarán a crear un hábito una maravillosa dependencia de la vida del prójimo, nutrida por la gracia.

Aún sin mencionar a Dios, las venerables palabras de Mahatma Gandhi, describen acertada y poéticamente este proceso: Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores se convierten en tu destino.

La viuda pobre no sólo fue generosa, sino también poseía una visión espiritual que le permitió comprender el alcance de su humilde donación. Su gesto llegó a Cristo, a sus discípulos y a cada uno de nosotros. Sin embargo, los ricos y los escribas querían seguir otra dirección: hacer sentir a las gentes sencillas que, tenían que concederles privilegios, saludarlos con reverencia; en realidad, querían ocupar el lugar de Dios.

Podemos pensar que nuestro caso es diferente, que nuestra actitud no es tan cruel y egoísta. Puede que sea así, pero nuestra sensibilidad a los asuntos del reino de los cielos tiene que crecer, si creemos en lo que el mismo Cristo dice: Cualquiera que dé a beber, aunque solo sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, en verdad les digo que no perderá su recompensa (Mt 10: 42).

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente