
Evangelio según San Juan 16,12-15:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’».
¿Qué es la vida?
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 15 de Junio, 2025 | La Santísima Trinidad
Prov 8: 22-31; Rom 5: 1-5; Jn 16: 12-15
El preguntarse ¿qué es la vida? No es solo para filósofos profesionales. De vez en cuando, es algo que todos hacemos, quizás sin palabras, para encontrar sentido a una situación dolorosa, a un gran esfuerzo continuado o a una falta de motivación en lo que nos toca realizar.
Hace unos días, en un retiro, un joven de buena voluntad, pero inmerso en la frenética vida urbana confesaba que, para él, la vida era trabajar muchas horas, un breve tiempo de familia y algo de deporte. Un caso tristemente típico.
Pero Jesucristo nos dice: El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada (…). El Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho (Jn 14: 23-24). Entonces, esto ha de ser una clave (la clave) esencial para comprender qué es la vida, nuestra vida, más allá de una sucesión de actividades y preocupaciones. La Santísima Trinidad está en nosotros de forma permanente, pues somos su morada, por indignos que nos consideremos. Pero no se trata sólo de un honor, sino de nuestra verdadera vida.
En alguna ocasión, San Juan Pablo II nos recordaba que la criatura humana tiene tres dimensiones en su vida:
* La participación en la vida eterna, es decir, el no perderse, el vivir plenamente desde ahora, gracias a que creemos en Cristo (Jn 3: 15).
* El ser nueva criatura, permanentemente renovada por el acto del Espíritu Santo: De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2Cor 5: 17).
* El vivir como hijos, en comunión de amor con nuestro Padre celestial: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Rom 8: 16).
Es significativo que el Papa Francisco también hablase de tres dimensiones de la vida humana (2 ABR 2020) que podemos hacer coincidir con las anteriores.
La promesa. Esta es la promesa que él nos hizo: la vida eterna (1 Jn 2:25). Es una promesa, centrada en Cristo y es garantía del perdón de los pecados y del don del Espíritu Santo.
La alianza, que se realiza en la cruz de Cristo y se actualiza por medio del Espíritu Santo. Ya no es una alianza escrita en piedra, sino sellada en el corazón, y que implica: una relación viva y personal con Dios, la participación en la vida trinitaria y la llamada a vivir con fidelidad, como respuesta al amor recibido.
La elección. Cada cristiano ha sido llamado por nombre, desde la eternidad, para vivir como hijo del Padre. Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1:4).
Esta elección significa ser llamado para vivir una nueva identidad, la de hijo; una misión, como discípulo y una comunión, como parte del Cuerpo de Cristo.
El Papa Francisco en su reflexión, se fijaba especialmente sobre la figura de Abraham, lo cual hace aún más notables sus argumentos, por verse anunciada ya en el Antiguo Testamento esta participación en la vida trinitaria.
La manifestación del Dios trinitario en nos hace semejantes a Dios, no sólo personalmente, sino en la posibilidad de vivir una comunión imposible para el mundo. Como dice la Constitución Dogmática Lumen Gentium:
La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.
Ese es el deseo de Cristo, de una unidad que replica la que existe en la Santísima Trinidad:
Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17: 21).
—ooOoo—
En la práctica, creer y tener en cuenta la realidad de la Santísima Trinidad tiene consecuencias provechosas inmediatas: Nos permite dialogar con el Padre, el hijo y el Espíritu Santo de forma adecuada, pudiendo así identificar la voz que se dirige a nosotros y, de esa manera, responder de forma adecuada en cada instante de ese Diálogo con tres Voces, como decía nuestro padre Fundador.
Parece conveniente recordar hoy que ese Diálogo con las Personas Divinas no es sólo sobre verdades o sobre nuestra vida moral. No es un diálogo principalmente racional o discursivo; es un diálogo de nuestro ser. La comunicación esencial es sobre el amor y el amor no siempre necesita explicación. Como dice San Pablo: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Rom 5: 5).
La voz del Padre se manifiesta como una llamada continua a vivir nuestra identidad de hijos.
Su voz es la que nos recuerda quiénes somos y hacia dónde debemos dirigirnos. Es la voz que nos llama a confiar en su Providencia y a descansar en su amor. Cuando Jesús ora al Padre dice: Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre (Jn 17:11). En cada uno de nosotros, ese diálogo se basa en el pasado, en la certeza y vivencia de que no nos ha abandonado, de que tiene un plan para cada uno de nosotros, el cual se va manifestando poco a poco, a veces
La voz del Hijo suele ser una enseñanza sobre cómo seguir el camino. Eso explica por qué Él se identifica como verdadero Camino (Jn 14:6). El simple recuerdo de su imagen nos invita a servir y a vivir en comunión con los demás. Nos recuerda que hemos sido personados por su sacrificio y eso nos empuja a perdonar de igual manera. Su presencia es verdaderamente contagiosa, por eso ha buscado que esa presencia tenga muchas formas distintas:
– en la Eucaristía,
– cuando dos o más nos reunimos en su nombre,
– en la Palabra, que nos ilumina de forma siempre nueva. En muchas ocasiones, lejos de parecernos un texto, sentimos que Cristo nos habla al corazón.
– en el prójimo, que nos permite ver la virtud y el mismo dolor que conmueve a Dios, presente en los necesitados de todo tipo. Estuve hambriento y me diste de comer…
– en la oración explícita o implícita, personal o comunitaria, entendida como “estado de oración” de quien sólo tiene una intención en todo lo que hace.
La voz del Espíritu Santo: la inspiración y la guía interior
El Espíritu Santo nos habla desde lo más profundo del corazón, iluminando nuestra mente y guiándonos en cada decisión. Su voz es la que nos consuela en la dificultad, nos impulsa a actuar con valentía y nos da discernimiento para reconocer la voluntad de Dios.
Ese diálogo discreto y continuo con la Santísima Trinidad, se realiza de forma imprevista y variada. Me gustaría expresarlo en unos versos:
Otra vez estás ahí,
con aspecto de sombra luminosa
en el fértil desierto de tu ausencia
donde los huesos secos se transforman
en sangre decidida
que arrastra vida nueva en las arterias.
Sigues estando ahí, en el silencio
de la oración que apenas dice nada,
en la palabra herida entre los labios
en el paisaje gris de una mirada
Otra vez estás ahí,
como esa melodía
que ha entrado en mi memoria y me acompaña
como si fuera la dueña del alma.
—ooOoo—
El Salmo 8, al contemplar la dignidad del ser humano, lo describe como alguien poderoso y débil a la vez. Dios, en su bondad, ama al ser humano de una manera tan especial que lo convierte en su cocreador, colaborador de su obra.
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar.
—ooOoo—
Esto es lo que significa ser creado a imagen de la Santísima Trinidad, compartir su autoridad sobre la creación. Su dignidad especial es la fuente de la grandeza del hombre, que no puede ser violada. El que la Ley dijera que “somos dioses” (Jn 10: 34) nos permite vivir en la presencia de las Personas Divinas.
En el Éxodo vemos cómo Moisés estaba cuidando ovejas en el desierto, como cada día, después de años de exilio. No era profeta, ni líder, ni visionario. Solo un pastor cansado y aparentemente olvidado.
Una mañana cualquiera, subió al monte Horeb y allí, en medio de su rutina, vio que una zarza ardía en fuego, pero no se consumía. Se acercó. Entonces oyó una voz: No te acerques más. Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra santa.
Moisés entró en la presencia viva de Dios. Fue un encuentro real, en el que todo cambió: Una tierra común se volvió santa su vida de pastor se hizo vocación y su nombre fue pronunciado con ternura por Dios mismo. Vivir en presencia de Dios, como Moisés, significa detenerse ante el misterio cuando algo en lo cotidiano arde y cobra un nuevo sentido.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente