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Vive y transmite el Evangelio

El Diablo en el Paraíso…y aquí

By 9 junio, 2018No Comments
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Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
New York, Comentario al Evangelio del 10 Junio, 2018.
X Domingo del Tiempo Ordinario (Génesis 3:9-15; 2Corintios 4:13-18.5:1; Marcos 3:20-35.)

¿Dónde estás? Estas palabras dirigidas a Adán son el primer signo registrado de la misericordia de Dios. Cuando alguien va a visitar a una familia y eventualmente se pierde, su amigo lo llamará a su teléfono celular, preguntándole ¿Dónde estás? Así, podrá ayudarle a encontrar el camino a su casa.
De hecho, ese es el verdadero significado del pecado en la lengua griega de la Biblia: errar el tiro, extraviarse. El pecado es la incapacidad de convertirme en lo que soy, hijo de Dios, persona creada a su imagen y semejanza. El pecado es más que malas acciones, pensamientos u omisiones. Significa errar el tiro, no alcanzar el objetivo del plan de Dios… y Él siempre tiene un plan para nosotros.
– Tenía un plan para la higuera: esperaba que diera fruto, incluso si no era el tiempo de los higos. Esa higuera representa una llamada de atención para todos nosotros, a fin que empleemos todos nuestros talentos en el servicio del Reino.
– Tenía un plan para el pueblo de Israel, para que ellos fuesen los portadores de luz a las naciones.
— Tenía un plan para Adán y Eva; para ti y para mí. Nuestras circunstancias actuales son parte de la historia que Dios está escribiendo. Podemos estar experimentando eventos devastadores y nuestras circunstancias a menudo son muy dolorosas; nadie puede explicar por completo el porqué del sufrimiento, o su significado. Los desastres naturales, la violencia y las enfermedades trágicas no son el plan de Dios, pero Él siempre está dispuesto a usar nuestro sufrimiento para hacer algo nuevo en nuestra vida… y en las vidas de aquellos que son testigos de nuestro comportamiento. En la Segunda Lectura, San Pablo lo expresa claramente: Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno.
Y eso es lo que hizo tras el pecado de Adán. No maldijo a Adán y Eva, sino que hizo vestidos de piel para Adán y su esposa y así los vistió. Dejar el Paraíso fue duro, pero Adán y Eva no dejaron otra opción a Yahvé: ni siquiera se disculparon, sino que además buscaron excusas y la racionalización de su falta: La serpiente me engañó… La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él…
Y lo más importante, es que sólo maldijo a la serpiente y la condenó a comer polvo todos los días de su vida. Incluso hoy en día, está claro que “morder el polvo” significa conocer la derrota. Fue una verdadera profecía de la derrota final del diablo y la victoria de Cristo, la victoria de los descendientes de Eva, nuestra victoria.
¿Y quién te dijo que estabas desnudo? Todos sabemos la respuesta. El diablo estaba aprovechando la oportunidad de apartarlos aún más de Dios. Él viene a decirnos cuán pecadores somos; cuán sucios estamos, de manera que comenzamos a huir de la presencia de Dios. Estos sentimientos son algunos de los efectos de los Signos Diabólicos. Algo nuevo había ocurrido en el interior de Adán. Nosotros, como él, quedamos ciegos y sordos con el pecado, olvidando que el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar a los perdidos (Lc 19:10).
El diablo es el padre de la mentira y esto reside en que nos lleva a dejarnos engañar por nuestras propias emociones o por nuestra propia y convincente lógica:
Hijo -indicó a un padre a su pequeño- no nades en ese canal…Bien, papá, respondió el muchacho. Pero en la tarde llegó a casa con un traje de baño mojado. ¿Dónde has estado? Preguntó el padre. Nadando en el canal, respondió el chico. ¿No te dije que no nadases allí? preguntó el padre. Sí, así es, respondió el niño. ¿Por qué lo hiciste? Preguntó el padre. Bueno, papá –replicó el niño- tenía puesto el traje de baño y no pude resistir la tentación … ¿Por qué llevabas el traje de baño? Preguntó el padre. Es que así estaba ya listo para nadar, en caso de que fuese tentado, respondió el muchacho.
Además, nuestra cultura moderna trata de eliminar los sentimientos de culpa y vergüenza. Irónicamente, muchas personas tienden a despersonalizar al diablo, pero, al mismo tiempo, insisten en la importancia de la autoestima que podemos adquirir a través de un diálogo interior compasivo con nosotros mismos (¿?) Un diálogo ilusorio donde el mensaje principal es: Soy mejor de lo que parece. Esta es la “lógica convincente” que mencionamos anteriormente. Eso explica por qué nuestro Padre Fundador insiste en el peligro de un diálogo con nuestras pasiones.
Lo anterior se refiere a la culpa y la vergüenza. En el otro extremo de nuestras emociones autoconscientes, las que se enfocan en el yo de la persona que las siente, está el orgullo. Cuando alguien comienza este diálogo y consciente o inconscientemente piensa que él o ella es el origen del éxito de las obras emprendidas…entonces, ciertamente esa persona está siendo engañada por el diablo. Según un dicho popular, la sabiduría es conocerse a sí mismo. Y la forma de llegar gradualmente a esta sabiduría es un continuo estado de oración, para que podamos ser dóciles y receptivos al poder de Dios y la gracia que nos concede. Esto está bien explicado en la Carta de Santiago: Si alguno de ustedes carece de sabiduría, que se la pida a Dios, que da generosamente a todos sin reproche, y le será concedida.
Eu una ocasión le preguntaron a Sir Alexander Fleming, el famoso descubridor de la Penicilina, cuál había sido el mayor descubrimiento de su vida; él respondió humildemente: Descubrir que soy un pecador.
En Efesios 1: 1-5, San Pablo afirma que estamos revestidos de la gloria de Dios. Sin embargo, esto es también lo que Adán y Eva y todos nosotros, sus hijos, perdimos cuando pecamos. El pecado de la desobediencia despojó a nuestros primeros padres de la gloria de Dios; por lo tanto, el efecto inmediato del pecado sobre ellos fue que se dieron cuenta de que estaban desnudos. Con su desobediencia, el pecado entró en nuestra raza y cuando pecamos, nos quedamos desnudos, despojados de la gloria de Dios.
En la parábola del Hijo Pródigo, ambos hermanos manifiestan una visión distorsionada de su padre. El hijo menor siente que ya no merece ser llamado hijo, porque ha roto todas las reglas, mientras que el mayor siente que se merece un trato especial porque las ha cumplido todas. Pero cumplir la ley no garantiza la perfección de nuestra relación. Erróneamente, ambos hijos pensaron que el amor del padre depende de cómo se comporten ellos. Pero el amor de nuestro Padre no depende de cómo nos comportamos.
En Cristo somos liberados para poder volver a nuestra vocación de amor a Dios y a los demás. Este es nuestro origen; más original que el pecado original. En el famoso soliloquio de Shakespeare en su obra Hamlet, el personaje principal, formula la pregunta ¿Ser o no ser? cuando estaba al borde de la desesperación y la autodestrucción. Quizás esto sea aún más profundo, relevante y aplicable a todos los momentos de nuestra vida: siempre hay un dilema, seguir nuestra vocación de amor o no seguirla. Cuando digo que no, entonces peco y, verdaderamente, no estoy viviendo. Hay una razón principal por la cual los escribas dijeron: Está poseído por Beelzebul. La envidia. La misma envidia de Caín. Dios estaba más satisfecho con el sacrificio de Abel y en la cabeza de Caín la envidia estaba diciendo: Eso no es justo. Mereces más. Abel recibe todas las alabanzas. Entonces Caín mató a Abel. El crimen fue homicidio y el móvil la envidia. Los escribas, que habían venido de Jerusalén (lo cual parece indicar que era una especie de delegación oficial), como todos los demás, sabían cómo actuar con envidia: sabotear el proyecto de la otra persona; poner los ojos en blanco cada vez que dice algo; hacerle la víctima de nuestro sarcasmo; arruinar su reputación; decir mentiras. Muchos de los conflictos que experimentamos en nuestras vidas están realmente enraizados en la envidia.
¿Cómo podemos eliminar en nuestras vidas ese pecado corrosivo? Siendo coherentes con nuestra experiencia del amor de Dios: percibirlo cada vez más clara y vívidamente (no se trata de una ilusión ni de sólo una promesa) y centrándonos en el plan que Dios tiene para mí en este mismo momento. Esto es exactamente lo que hizo María cuando visitó a su prima Isabel: era completamente consciente de la gracia que ella misma había recibido, (El Señor miró la pequeñez de su sierva), y al mismo tiempo muy consciente de las expectativas de Dios y se dispuso de inmediato a socorrer a Isabel, que necesitaba su ayuda.
Al ofrecer su humilde servicio, María acertó plenamente porque, como dice el Evangelio, Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Como el Magnificat de María también dice: A los hambrientos los colmó de bienes.
La locura y la posesión diabólica, a menudo estaban vinculadas en el mundo antiguo, e incluso hoy en día; es por eso que escuchamos a los familiares de Jesús diciendo en el Evangelio de hoy: Es un exaltado. Pero Cristo no se queja de esta actitud y, cuando dice: El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, hermana y madre, no está despreciando a su familia. Está dejando en claro que, en el Reino de Dios, la conexión familiar más importante es espiritual, no física: Mas, a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. (Jn 1: 12-13).
Este es el verdadero vínculo que tenemos con nuestra familia espiritual que, eventualmente incluye a nuestra familia natural: tenemos en común nuestro afán de hacer la voluntad de Dios. En Lucas 14, Jesús dice: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Podemos ser llamados a “odiar” y “renunciar” a nuestra familia. Para muchos padres es difícil ver a sus hijos irse a otra parte lugar para cumplir una misión, y a veces esto significa que no podrán cuidar como les gustaría a sus padres ancianos. Por otro lado, para aquellos que no creen en Jesús, cuando sus hijos los dejan para irse a vivir a otra parte del mundo, les parece a veces una forma de odio. Cuando Jesús dice que no podemos ser sus discípulos a menos que “aborrezcamos” a nuestros padres, probablemente significa que podemos estar llamados a hacer cosas que parecen odio o desprecio a nuestros padres cuando, de hecho, les estamos agradecidos, los amamos y anhelamos que se unan a nosotros en la vida eterna.
Si realmente deseamos saciar la sed de nuestro prójimo, calmar las tormentas que hay en sus vidas y expulsar los demonios que los esclavizan, permanezcamos en ese círculo de la familia de Jesús al tomarlo como nuestra piedra angular, nuestro maestro y consejero en nuestras decisiones, tanto en asuntos ordinarios, que parecen insignificantes y comunes y en nuestras pruebas y tentaciones que pueden parecer intratables.