por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes
New York, 26 de Enero, 2020. | III Domingo del Tiempo Ordinario.
Isaías 8: 23.9,1-3; 1 Corintios 1: 10-13.17; San Mateo 4: 12-23.
Recuerdo cómo hace años nuestro Padre Fundador compartía con varios jóvenes misioneros lo que significaba la obediencia para él: No quiero dar un solo paso si no veo que es el deseo de Dios.
Debo confesar que en mi inmadura mente juvenil esto parecía una imposibilidad, algo que “sonaba bien”, pero poco tenía que ver con la realidad, al menos con la mía, llena de dudas, tentaciones y una multitud de asuntos mundanos que me atraían.
Pero la vida y las palabras de los Fundadores rezuman verdad. Y el Evangelio de hoy confirma que el Reino de Dios está cerca, a punto de llegar, y que siempre tenemos la posibilidad de conocer su voluntad y, así, pasar de las tinieblas a la luz. El reino de los cielos está cerca cuando nos apartamos de las tinieblas y no sólo caminamos en la luz, sino que, de esa manera, nos convertimos nosotros mismos en esa luz.
El Espíritu Evangélico es un aspecto de nuestra oración que consiste en mirar continuamente a la persona de Cristo y, de esa manera, aprender a responder a cualquier desafío, cualquier amenaza y cualquier duda que pueda surgir. Podemos ilustrar esto con una anécdota:
En una ocasión, una madre arrancó un mapamundi de una página completa de una revista y lo hizo pedazos. Luego le pidió a su hija de cinco años que reconstruyera el mapa. En pocos minutos la niña lo hizo, lo que sorprendió a la madre. Cuando le preguntó a su hija cómo había reconstruido el mapa tan rápidamente, la niña le explicó que en el reverso de la página había la cara de un hombre. Verás, mamá, cuando conseguí la cara del hombre, el mundo entero se unió.
San Mateo resume en tres acciones la misión emprendida por Cristo: Enseñar, es decir, ser luz para toda persona; Predicar la Buena Nueva, es decir, demostrar que el amor de Dios es más fuerte que el mal y Sanar a los enfermos, lo que significa dar la oportunidad concreta de dar fruto, a pesar de los límites morales, físicos o culturales.
Las Lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre cómo responder a nuestra vocación, al llamado que Dios nos hace a cada uno de nosotros tan personalmente como lo hizo con los cuatro pescadores del Mar de Galilea. Destaquemos tres aspectos de la respuesta de un discípulo auténtico.
1. La urgencia del apóstol.
Jesús salió de Nazaret cuando se supo que Juan había sido encarcelado. Fue un momento doloroso para Él. Jesús no perdió tiempo ni se demoró para continuar lo que Juan el Bautista había empezado, es decir, llamar a Su pueblo de retorno a Dios. Un signo siniestro de las cosas terribles que vendrían aparecía en el horizonte.
En más de una ocasión, esto nos ha pasado a todos en nuestras vidas. En los momentos en que necesitamos más consuelo y apoyo, comprendemos que nos corresponde a nosotros ayudar a alguien, dar una vuelta de tuerca a nuestros esfuerzos y prestar más atención al dolor de los demás que al nuestro. No podemos considerar esto como una pura coincidencia o simplemente como mala suerte. Es más bien un acto de confianza de Dios, que nos pide que le respondamos con la misma confianza: la misión encomendada no depende tan solo de nuestras propias fuerzas, sino de su presencia y de su gracia.
Probablemente Jesús sabía que el encarcelamiento de Juan se acercaba, y que su ocurrencia era sólo cuestión de tiempo. Así pues, su viaje a la ciudad costera de Cafarnaúm debió ser un momento de oración destinado a aceptar los desafíos que le esperaban. Su decisión de llamar a Simón y Andrés para que le siguieran después del encarcelamiento de Juan el Bautista fue una declaración de fe y esperanza y un gesto de libertad ante las crueldades de la vida. No esperó a tener un equipo completamente entrenado o un tiempo óptimo para que su mensaje fuera recibido. Los enemigos de Juan el Bautista trataron de silenciarlo, pero la buena nueva del reino de Dios no puede ser silenciada. Esta es la manera en que Jesús vive la misma cosa que nos anuncia: El reino de los cielos está cerca, nada puede detenerlo.
Es sorprendente cómo Simón, Andrés, Juan y Santiago, los cuatro pescadores que Cristo llamó, reaccionan con la misma urgencia y diligencia que Jesús. No estaban de brazos cruzados, sino pescando y remendando sus redes. No estaban solos, sino con sus familias y compañeros de trabajo. Pero entendieron que Dios los estaba llamando a algo más grande e indispensable para sus semejantes.
Cristo comenzó a reunir a un grupo de personas con las almas heridas y las alas rotas, y encendió sus corazones con un sueño que venció sus temores y les hizo entender que eran parte de un proyecto más grande que sus sueños individuales. El entusiasmo por el reino de los cielos, la inspiración que impulsa al apóstol, es contagiosa cuando no está contaminada por los asuntos del mundo. Por esta razón, consideraremos ahora la segunda característica visible en la vida del verdadero apóstol.
2. Arrepentimiento y abandono del mundo.
Esta actitud radical no es simplemente el resultado del carácter más o menos decidido de un discípulo. Es, por un lado, una condición necesaria para que Dios nos elija como instrumento suyo y, por otro, el resultado de la purificación llevada a cabo en nosotros por el Espíritu Santo.
Jesús proclama hoy: Arrepiéntanse porque el reino de los cielos está cerca. El arrepentimiento comienza con la percepción de los frutos mortales y la oscuridad del pecado. Esto se refleja en la Lección Didáctica de nuestro Examen Ascético. Pero no es sólo una percepción o idea, ni es simplemente un dolor o una vergüenza. Es un elemento de oración unitiva, que verdaderamente nos transforma y nos mueve de la oscuridad a la luz. Lo que era invisible a nuestros ojos, aparece claramente; las tristes consecuencias de convertirnos en esclavos de nuestro carácter. Esa visión es tan clara que prepara nuestro corazón para acoger los planes divinos para nuestra vida.
Convertirse no equivale a ser un poco mejor o a hacer más buenas obras, sino a cambiar radicalmente la forma de pensar y de actuar. Quien se mueve en la oscuridad tiene que volverse hacia la luz. Este es el camino por el que estamos entrando, conversión tras conversión, cada vez más en el Reino de los Cielos.
El conflicto luz-oscuridad continúa, esperando el día interminable, cuando ya no habrá más noche (Ap 22:5), pero recibimos continuos dones por ese milagro interior que tiene consecuencias externas. Estos dones son tan poderosos que exigen toda nuestra atención. Es como volar un avión supersónico a 20 metros sobre el suelo o un combate de judo entre dos grandes campeones. ¿Es posible tener la menor distracción?
Cristo promete hacer a sus nuevos discípulos pescadores de hombres. NO debemos suponer que Él habló de esta manera sólo para que los pescadores lo entendieran. Un buen pescador posee algunas cualidades que Jesús espera cuando nos llama a ser pescadores de hombres. Por supuesto, esto no es simplemente una cuestión de selección de personal, sino de acoger y aceptar los dones que el Espíritu Santo otorga a aquellos que están dispuestos a servir. Ser pescadores es la manera en que Cristo describe el necesario abandono del mundo por parte de un discípulo.
* Un pescador aprende a esperar pacientemente hasta que el pez muerde el anzuelo. Si está inquieto y se mueve rápidamente, nunca logrará ser un pescador. El buen pescador de hombres debe tener paciencia. No se desanima cuando parece que no pasa nada.
En una ocasión, un hijo se quejó a su madre diciendo: He dejado de ir a la iglesia por dos razones: No me gusta la gente y yo no le caigo bien a ellos. La madre lo miró y lo consoló diciendo: Hijo mío, debes volver a la iglesia por dos razones: ya tienes cincuenta años… y eres el párroco.
* Un pescador tiene valor. Está dispuesto a arriesgarse y a afrontar la furia del mar y del vendaval, porque sabe que no está solo en la lucha y que la misión de acercar a los demás a Cristo es el mayor bien posible que podemos hacer por ellos. El discípulo de Cristo no teme a las olas, ni siquiera cuando están enfurecidas. No pierde la esperanza de salvar a un hermano, incluso cuando se encuentra en una situación humanamente desesperada: esclavo de una pasión desenfrenada, de carácter irascible, agresivo e intratable. En cualquier situación en que se encuentre, será salvado por Dios, que utilizará para ello el humilde esfuerzo y el testimonio del discípulo de Cristo.
* Un pescador tiene buena vista para el momento adecuado. Sabe que hay un tiempo para hablar y un tiempo para estar en silencio, pero en todo momento orando por las personas que quiere acercar a Dios. Sabe cómo poner el cebo al pez. Un pez se acercará a un cebo y otro pez a otro distinto. Él sabe que con el mismo enfoque no ganará a todos los hombres. Seguro que tenga que conocer y reconocer sus propias limitaciones. Probablemente tiene que descubrir que hay ciertas esferas en las que él mismo puede trabajar y otras en las que no puede.
* Y, lo más importante de todo, un buen pescador no trata de hacer verse, sino que se hace pequeño, con auténtica humildad, para que Cristo sea visible. Si el pescador proyecta su propia presencia, incluso su propia sombra, el pez ciertamente no morderá. Este era el estilo de San Juan Bautista: El que viene después de mí tiene un rango más alto que yo.
En el simbolismo bíblico, el mar es la morada del diablo, de las enfermedades y de todo lo que se opone a la vida. En el mar vivían los monstruos y en él, incluso los marineros más hábiles no se sienten seguros. Pescar personas significa sacarlas de la condición de muerte en la que se encuentran, arrancarlas de las fuerzas del mal que, como las aguas embravecidas, las dominan, las engullen y las agobian.
El abandonar al padre no significa que quien se hace discípulo de Cristo o elige la vida consagrada deba ignorar a los propios padres. En la cultura judía, el padre era el símbolo del vínculo con los antepasados y del apego a la tradición. Y es nuestra dependencia del pasado la que debe romperse cuando constituye un impedimento para acoger la novedad del Evangelio. No todos los hábitos, costumbres, tradiciones o actividades moralmente neutras son compatibles con el mensaje de Cristo. Como hemos dicho al principio de este comentario, todo lo que no sea el deseo de Dios es incompatible con el Evangelio.
3. El sentido de unidad.
Algunos de nosotros damos la impresión de saberlo todo, de tener siempre una respuesta a cualquier pregunta, de estar por encima de otras personas que trabajan para los demás: religiosos, autoridades eclesiásticas, seguidores de otros carismas o doctrinas. Esto es especialmente grave en el caso de los superiores o de quienes tienen alguna responsabilidad y representación.
Estas son manifestaciones de falta de unidad, como la micro-gestión, la resistencia a delegar, la impaciencia con nuestros colaboradores o la negligencia en la comunicación. Pero las consecuencias no se limitan al mal funcionamiento y la falta de organización. El verdadero problema es el escándalo de nuestras divisiones y la pérdida de oportunidades apostólicas, como vemos en la Segunda Lectura de hoy. Los corintios olvidaron que los apóstoles no son amos sino siervos; no son los salvadores, el Salvador es sólo Cristo. Lo que causa la falta de unidad y las discordias es el deseo de dominar a los demás, de prevalecer entre todos y de imponerse a los otros.
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A pesar de las heridas y defectos que tenemos, todos estamos llamados a una vocación de fecundidad. Incluso las crisis y los reveses que afrontamos podrían servirnos como punto de inflexión para hacer algo más notable y más desinteresado que hacer simplemente lo que se nos da bien. Dios tiene muchas maneras de convertirnos en pescadores de hombres.