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Vive y transmite el Evangelio

Dar y pedir perdón | 19 de febrero

By 14 febrero, 2023febrero 16th, 2023No Comments
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p. Luis CASASÚS | Presidente de las misioneras y los misioneros Identes

Roma, 19 de Febrero, 2023 | VII Domingo del Tiempo Ordinario

Lev 19:1-2.17-18; 1Cor 3:16-23; Mt 5, 38-48.

1. Perdonar auténticamente. Al hablar del perdón cristiano, es costumbre recordar casos sublimes y realmente conmovedores de personas que han sido capaces de no condenar a quienes les han causado un daño terrible. No está mal recordarlos, porque al menos nos enseñan que se puede perdonar en cualquier situación. Comencemos con un ejemplo:

Immaculée nació y creció en una pequeña aldea de Ruanda, África. Disfrutó de una infancia tranquila con sus cariñosos padres y sus tres hermanos. La educación era muy importante en su hogar, por lo que no es de extrañar que le fuera bien en la escuela y que estudiara ingeniería eléctrica y mecánica en la Universidad Nacional de Ruanda. Fue durante las vacaciones de Pascua de 1994, cuando la vida de Immaculée se transformó para siempre.

El 6 de abril de ese año, el asesinato del presidente hutu desencadenó meses de masacres de miembros de la tribu tutsi en todo el país. Ni siquiera las pequeñas comunidades rurales como la de Immaculée se libraron de la matanza, casa por casa, de hombres, mujeres y niños.

Para proteger a su única hija de la violación y el asesinato, el padre de Immaculée le dijo que huyera a casa de un pastor local en busca de protección. El pastor refugió rápidamente a Immaculée y a otras siete mujeres en un cuarto de baño oculto. Durante los 91 días siguientes, Immaculée y las demás mujeres se acurrucaron en silencio en esta pequeña habitación, mientras el genocidio se extendía fuera de la casa y por todo el país.

Mientras estaban escondidas, la ira y el resentimiento destruían la mente, el cuerpo y el espíritu de Immaculée. Fue entonces cuando Immaculée se volcó en la oración. Empezó a rezar el rosario como forma de ahogar la ira de su interior y el mal que había fuera de la casa. Fue ese punto de inflexión hacia Dios y lejos del odio lo que salvó a Immaculée.

Al cabo de 91 días, Immaculée fue finalmente liberada de su escondite solo para enfrentarse a una horrible realidad: encontrar a toda su familia brutalmente asesinada, a excepción de un hermano que estaba estudiando en el extranjero.

Tras el genocidio, Immaculée se encontró cara a cara con el hombre que mató a su madre y a uno de sus hermanos. Tras soportar meses de sufrimiento físico, mental y espiritual, Immaculée aún fue capaz de ofrecer lo impensable, diciéndole al hombre: “Te perdono“.

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2. El perdón cotidiano. Pero Cristo nos habla hoy del perdón como algo que no es ocasional en nuestras vidas, ni tampoco “un problema” que pueden tener ciertas personas rencorosas o muy dolidas.

Cuando comencé a comprender las palabras del Padrenuestro, que aprendíamos de niños, siempre estaba turbado por la frase “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Por supuesto, me era fácil perdonar, ya que en mi corazón de niño no cabía el rencor o el resentimiento, sin embargo, no acertaba a comprender cuáles eran mis ofensas a Dios. Ni tampoco imaginaba qué tendría que hacer Dios para perdonarme, en caso de emergencia. De vez en cuando tenía algún problema con los otros niños, tal vez con algún profesor, pero no lograba comprender cómo podría ofender a alguien tan importante como Dios. Mis conocimientos teológicos no llegaban tan lejos.

Ya de adulto, cuando comprendí lo bella que era la inocencia infantil, fui entendiendo que Dios no tenía que perdonarme “de vez en cuando”, sino continuamente y que la vida de Jesús en este mundo fue un continuo acto de perdón a amigos y a enemigos. Al paralítico de Cafarnaúm, a María Magdalena, a la adúltera de Jericó; a la Samaritana, a Zaqueo, a quienes le traicionaron…

Tengo la seguridad de que he recibido perdón de Dios, sobre todo, cuando he perdido infinidad de oportunidades de hacer el bien. Son tantas que estoy seguro que no soy consciente de muchas de ellas. Pero lo más importante es que el perdón de nuestro Padre celestial siempre se manifiesta como una (o muchas) nuevas ocasiones de hacer el bien en su nombre.

Cuando Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debemos perdonar, le responde que no hay límite, porque el “método” del perdón es como actúa Dios misericordioso. Su perdonar es el ofrecimiento constante de su amor, el cual requiere ser correspondido por el hombre y, es decir, una conversión interior para crear un corazón que ama y se siente amado. De esta manera no se alienta la injusticia ni hay lugar para el miedo o la prepotencia, sino para la confianza y la benevolencia sin límites.

Cristo presenta hoy varios ejemplos de cómo perdonar y uno muy relevante es cómo hacerlo frente al abuso de poder. Sucedía a menudo que los soldados romanos o algún señor local obligaban a los campesinos pobres a hacer de guías o a transportar cargas. Tenemos un ejemplo en el relato de la pasión: Simón de Cirene fue obligado a llevar la cruz de Jesús (Mt 27,31).

Los zelotes, es decir, los revolucionarios de la época, propusieron la rebelión y el uso de la violencia para oponerse a tales exacciones. El filósofo griego Epicteto exhortaba a la prudencia: Si un soldado te confisca el asno, no te resistas ni te quejes, o te golpearán y al final tendrás que hacer entrega del animal.

Jesús no hace ninguna consideración de este tipo. No llama a la prudencia. Simplemente dice a sus discípulos Si alguien les obliga a caminar una milla, caminen dos. No es una regla de sabiduría. No sugiere una estrategia para convertir al agresor. Ni siquiera garantiza que ese comportamiento dé resultados positivos a corto plazo.

Pide al discípulo que, sin hacer cálculos, mantenga el corazón libre de resentimiento y se abstenga de cualquier respuesta que no esté dictada por el amor. Para un auténtico discípulo de Cristo, éste es el mayor testimonio posible en tales situaciones. El Espíritu Santo hará el resto del trabajo.

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3. Pedir perdón. Al hablar del perdón, es frecuente olvidar la importancia de pedir perdón a los demás, por olvidos, errores, malentendidos, o cualquier cosa de nuestra conducta que les haya robado la paz. Meditemos con atención lo que Fernando Rielo dice en su Concepción Mística de la Antropología:

La actitud farisaica, que es la de quien se caracteriza por la incontinencia verbal. Las personas que incurren en esta actitud comienzan a hablar y, en la medida en que progresa la conversación, el centro y el tema es la complacencia con ellas mismas o desde ellas mismas. Ejemplo de esta actitud lo tenemos en el fariseo que daba gracias a Dios y se comparaba con el publicano creyéndose mejor que él. Es el tipo de persona prepotente que nunca reconoce equivocarse, que no pide perdón o le cuesta pedirlo, o que piensa que todo lo hace bien y mejor que los demás.

No pensemos que es algo que les sucede “a los otros” …

La incapacidad de pedir perdón se relaciona con la rigidez, el fanatismo, la desconfianza acentuada y a veces con una personalidad depresiva.

Pedir perdón implica empatía; no hacerlo, soberbia. Cualquier educador, psicólogo o persona sensible sabe que los seres humanos tenemos varios mecanismos, nacidos del miedo y la soberbia, para NO PEDIR PERDÓN:

Negación: la actitud farisaica antes mencionada.

Olvido: Simón, el fariseo, no ofreció agua a Jesús para lavar sus pies y no le saludó como debía hacerlo (Lc 7: 44-47) ¿quizás pensó que ya le había hecho mucho bien al invitarle?

Minimización: “Alguna vez levanté la voz a mi esposa, pero eso no me llevó a maltratarla”.

Justificación: “La verdad que no hablé mal de él con intención de destruir su fama, fue por mi parte un acto pedagógico

Atribución de la culpa a la víctima: “Dejé de dirigirle la palabra porque era como hablar a la pared”.

Atribución de la culpa a factores personales o externos: “Como estoy tan ocupado, la verdad que no tengo tiempo de despedirme al salir de casa

Dejarse llevar por reacciones centradas en sí mismo: quedarse en un mero remordimiento, en ocasiones pasar a conductas autodestructivas o incluso al suicidio (Judas Iscariote).

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Amen a sus enemigos y recen por los que les persiguen. Es la exigencia del amor gratuito e incondicional que no espera ninguna contrapartida y que, como el de Dios, alcanza incluso a los que hacen el mal.

La segunda parte de Su mandato -oren- sugiere el medio para poder practicar el amor a quienes de muchas formas nos persiguen, a quienes nos hacen la vida imposible: la oración. Esta purifica la mente y el corazón de los pensamientos y sentimientos dictados por la lógica de este mundo y nos hace ver el mal con los ojos de Dios, que no tiene enemigos reales.

Jesús pide a los discípulos que hagamos brillar en nuestro comportamiento el carácter de nuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos e injustos.

Sean perfectos como es perfecto su Padre celestial. La perfección del judío era la observancia exacta de los preceptos de la Torah. Para el cristiano, es el amor sin límites, como el del Padre. Perfecto es aquel a quien no le falta nada, que es íntegro, cuyo corazón no está dividido entre Dios y su ego. La disponibilidad a darlo todo, a no guardarse nada para sí, a ponerse totalmente al servicio de las personas, incluido el enemigo, le pone en las huellas de Cristo, conduce a la perfección del Padre que lo da todo y no excluye a nadie de su amor.

Nada puede cambiar el pasado, pero el perdón puede cambiar el futuro. Nuestra fe nos dice que Dios lo puede todo, incluso obtener fruto de nuestras ofensas al prójimo…si se lo permitimos, pidiendo perdón de la mejor forma: sin que la persona ofendida se sienta violenta o incómoda, de manera discreta, sin exagerar nuestra expresión y, sobre todo, con sinceridad.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASÚS

Presidente