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Vive y transmite el Evangelio

Venid y descansad un poco

By 1 septiembre, 2017No Comments

Reflexiones para ahondar y vivir el Evangelio, por Lourdes Grosso, misionera idente. (Artículo publicado por la revista Ecclesia, n. 3.891-92, 8 y 15 de julio de 2017).

Venid y descansad un poco

Podría ser perfectamente el eslogan de una agencia de viajes, o el reclamo publicitario de algún rincón paradisíaco donde pasar las vacaciones de verano. Pero no. Es Palabra de Dios.

Parece ser que eran tantos lo que iban y venían en torno a Cristo y sus apóstoles que no encontraban tiempo ni para comer, al punto que un día les dice: «venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Pero muchos les vieron marcharse y desde las aldeas fueron corriendo por tierra y se les adelantaron, de modo que «al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (cf. Mc 6,30-34), con calma. Siempre me ha impresionado este relato. Estaban agotados, es cierto, pero Cristo no despachó rápidamente a las personas que requerían su atención, sino que, conmovido, les dedicó todo el tiempo necesario, sin prisas, con cariño, para enseñarles el amor que les tenía el Padre.

El descanso necesario

Descansar no significa abandonar toda actividad para centrarse con egoísta miopía en uno mismo; no es evadirse de las responsabilidades para refugiarse lejos de cuanto incomode mi zona de confort, y menos aún deshacerse de las reglas de la convivencia y poner entre paréntesis la ética para sumergirse en un “todo vale” si me satisface. Esto es sólo apariencia engañosa que embriaga con promesas placenteras para, al final, cosechar del estío un dilatado hastío. Descansar es otra cosa. Es amar de otra manera. Es centrarse en lo esencial, dedicarse a lo que nos hace más humanos y más hermanos. Por eso, si el trabajo es necesario para vivir, también lo es la tregua del descanso.

Descansar es necesario. ¡Hasta el Creador descansó el séptimo día! Pero ciertamente no para desentenderse de la obra de sus manos, sino para contemplarla y sostenerla con la complacencia y el poder de Padre. También nosotros estamos convocados a dejar otras obligaciones para centrarnos en la fraternidad, para acompañarnos mutuamente, para ayudarnos a descubrir juntos la belleza que nos circunda en la naturaleza y nos habita dentro. Recuerdo que hace años, en una clase de formación, una hermana nos dijo: «descansad en el carisma». Así de sencillo, así de real. Cuando nos situamos donde realmente tenemos que estar, encontramos el descanso.

La pregunta para nosotros será entonces: ¿cómo descansaba Cristo? Una sencilla mirada al Evangelio nos da una respuesta clara sobre su proceder y la clave de actuación para quienes somos sus discípulos.

El descanso de Cristo

Iban caminando hacia Galilea. Llegando a Sicar, Jesús, cansado del camino, se sienta junto al pozo mientras que los discípulos van al pueblo a comprar comida. Se acerca una samaritana a sacar agua, y él, pidiéndole de beber, entabla una conversación que lleva a aquella mujer a desear el agua viva, a reconocer al Mesías, a descubrir su condición de hija de Dios y a convertirse en apóstol de su pueblo (cf. Jn 4,1-42). El descanso del Señor es aliviarnos de nuestras pesadas cargas y enviarnos a llevar la buena noticia.

En otras ocasiones nos encontramos a Cristo en Betania, donde viven sus amigos Lázaro, Marta y María, que le ofrecen hospitalidad. Allí se retira a pasar la noche, es recibido cuando va de viaje, llora la muerte de su amigo y tras resucitarlo comparte una cena en la que es ungido con un perfume que llena la casa de fragancia (cf. Jn 11,1-44 y par). Vita consecrata nos recuerda que «el ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración “utilitarista”, es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida “derramada” sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa» (n. 104). Nuestro descanso es entrar en su intimidad.

El descanso del apóstol

Entonces ¿dónde puedo ir a descansar? Ven a mí cuando estés cansado y agobiado, que yo te aliviaré; aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarás descanso (cf. Mt 11,28-30). Es su respuesta para ti, también en este verano.

(Imagen: Mesa de Betania, en el Comedor del Centro Aletti en Roma)