Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 3-9-2017, XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Jeremías 20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27)
Mark Twain escribió: La vida no consiste esencialmente en hechos y sucesos. Consiste, sobre todo, en la tormenta de pensamientos que agita continuamente nuestra cabeza.
Nuestra mente está llena de pensamientos, nuestra voz interior está frecuentemente meditando sobre las cosas que han pasado y las que van a suceder, quizá ahora estás pensando en lo que lees. Pero sabemos que fácilmente nuestra mente se pone a divagar…
Pero la pregunta importante es: ¿cómo pensamos? ¿pensamos como los hombres o como Dios?
Cristo dijo que cuando pensamos como hombres, tropezamos. Es importante considerar cómo pensamos y qué pensamos. Pensar de forma errónea nos hace tropezar. Necesitamos hacerlo de una forma nueva, tenemos que pensar como Dios piensa. En la lectura del Evangelio de hoy vemos que aunque Pedro hablaba con una sincera preocupación y amor por Cristo, lo que decía era contrario a la voluntad de Dios. Estaba realmente actuando en contra de Dios, trabajando en complicidad con el diablo para evitar que Cristo cumpliese su misión. Pedro quería que Jesús tomara el camino fácil hacia el éxito, a través del poder y de la gloria. Pero el camino de Cristo no es el poder y la grandeza, sino la humildad y el servicio hasta el extremo de morir en la cruz.
Mientras seamos esclavos del mundo, nunca podremos alcanzar una vida plena. Quienes son esclavos del mundo buscan la felicidad mundana a través del placer, la riqueza o una posición social. Pero tales cosas no traen una felicidad auténtica, porque no son eternas.
Como nos advierte hoy San Pablo: No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Sí; una tentación constante del ser humano es tomar como modelo el mundo. Pero Cristo deja claro que es a través del sufrimiento y la abnegación como podemos conquistar el mundo.
El collar es un conocido cuento de Guy de Maupassant. Una señora joven llamada Mathilde quisiera ser rica y poder ser aceptada en la alta sociedad. Pero su esposo es un ciudadano corriente, sin los medios para hacer realidad esos sueños.
Esa señora encuentra la ocasión de realizar sus sueños cuando ella y su marido son invitados a un baile elegante. Se gasta una cantidad enorme de dinero para comprar un hermoso vestido. También consigue prestado un precioso collar de una amiga, Madame Forestier. El collar recibe muchos elogios de los aristócratas que asisten al baile. Sin embargo, ocurre lo peor: Mathilde extravía el precioso collar.
¿Qué puede hacer, si era tan caro? Llenos de pánico, ella con su marido piden prestados treinta y seis mil francos para comprar un collar nuevo, de manera que su amiga no se enterase de lo que sucedió. Para pagar esa fortuna, se ven obligados a vender su casa, despedir a sus sirvientes, encontrar dos trabajos, incluso retirarse a vivir a un barrio pobre. Después de diez años de intenso sacrificio, logran pagar la deuda.
Un día, cuando todo estaba pagado, Mathilde visita a Madame Forestier, quien se asombra de cómo Mathilde ha envejecido muy rápidamente. Mathilde le confiesa lo ocurrido y todas las dificultades por las que han pasado. Bastante conmovida, su amiga revela a Mathilde que los diamantes que tenía el collar original eran falsos y que en realidad el collar costaba menos de 500 francos. Todos esos sacrificios fueron un gran error.
Muchas personas se hacen esclavos de valores que resultan ser ilusorios o acaban en angustias. Adoran ídolos que no pueden dar la auténtica felicidad. Esto es precisamente lo que hacemos cuando nos centramos más en lo que pasa a nuestro alrededor que en la Palabra de Dios. Cuando permitimos que nuestra actitud sobre el futuro sea dominada por otras circunstancias, en vez de la Palabra de Dios, ponemos a esos sucesos por encima de Dios. Poner esas circunstancias por encima de Dios es no menos que una idolatría.
Pero no sólo nuestros pensamientos son distintos de los de Dios. Incluso nuestra generosidad NO es la divina. Nuestra compasión NO es la de Dios. Algunos ejemplos:
* A veces, cuando intentamos proteger o defender a una persona, destruimos la imagen de otra. Hemos de decir la verdad con humildad, caridad y firmeza. Nuestra intención será iluminar y curar, no atacar a otras personas o menospreciarlas.
* En ocasiones, somos muy amables con alguna persona, sin darnos cuenta de que estamos viviendo una acepción de personas al ignorar a otros.
* Esencialmente, el miedo es lo que limita nuestra generosidad:
Una niña pequeña estaba muriendo de una enfermedad de la cual su hermano de ocho años se había recuperado anteriormente. El médico dijo al niño: Sólo una transfusión de tu sangre puede salvar la vida de tu hermana ¿Estás dispuesto a darle tu sangre? Los ojos del pequeño se llenaron de espanto. Dudó por un instante y por fin dijo: De acuerdo, doctor, estoy dispuesto. Una hora después de la transfusión el niño preguntó tímidamente: Doctor ¿cuándo voy a morir? Sólo entonces comprendió el médico el miedo que había sentido el niño. Creyó que al dar su sangre estaba entregando la vida por su hermana.
Entonces ¿cuáles son los pensamientos de Dios? En particular, más allá de la mera curiosidad, he de preguntarme qué es lo que Dios piensa de mí. Sólo hace falta fijarnos en las enseñanzas de nuestro padre Fundador y en la experiencia personal para darnos cuenta de que la Santísima Trinidad, nuestro verdadero Padre, nuestro verdadero Hermano y nuestro verdadero Amigo, sólo piensan en una cosa:
Que me niegue a mí mismo, que tome mi cruz (lo cual es básicamente lo mismo) y que siga a Cristo.
Lo cierto es que la felicidad nos llega cuando amamos y vemos que podemos hacer algo significativo en la vida de los demás. Esta es nuestra victoria junto a Cristo, el dar un testimonio. Los frutos visibles, las conversiones y nuestro propio cambio serán la obra del Espíritu Santo, con nuestra modesta contribución y según su plan y su tiempo. El propio Cristo nos da un ejemplo de cómo enfrentarse a las tentaciones y a los conflictos de nuestras pasiones. Basta seguirle. Él no pone en juego su fidelidad al Padre y a su Reino y permanece fiel hasta entregar su vida. Así precisamente llegó a la plenitud de vida en su Resurrección.
Irónicamente, también tenemos la “capacidad” de cooperar con el diablo (¡y la usamos a menudo!). Lo que él hace cuando nos tienta es que comienza a enfocarnos más y más en la que quiere que hagamos. Y así llena nuestra mente y voluntad con ese deseo y no nos damos cuenta de que hemos sacado a Cristo del estrecho paisaje que contemplamos: ¿Cómo me afectará lo que voy a hacer? ¿Cómo afectará a las personas que me rodean? ¿De qué me servirá esto en el futuro? ¿Me va a hacer bien o va a destruirme? ¿Cómo afectará a mi futuro?
Y así, nos lleva a pensar sólo en una cosa: ¿Qué quiero en este momento? ¿Qué necesito ahora mismo? ¿Cómo puedo encontrar una gratificación inmediata? Este es sólo un ejemplo de nuestros tristes encuentros con el diablo.
Muchas veces repetimos que necesitamos una conversión personal, un encuentro con Dios. Esto fue lo que le ocurrió a Jeremías. Se enamoró de Dios: Me sedujiste, Señor y yo me dejé seducir; me has vencido: tú fuiste más fuerte. Así, enamorarse de Dios y hallar su belleza es un pre-requisito para poder proclamar el Evangelio de la alegría.
Típicamente, en nuestras meditaciones pasamos por alto la última frase que dice Cristo hoy: El Hijo del Hombre vendrá con sus ángeles, en la gloria de su Padre y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. De nuevo, quizá es que somos de alguna manera víctimas del secularismo, de las formas de pensar y de los estilos de vida del mundo. No tendemos a pensar en el cielo, nuestro verdadera y eterna casa. Nos quedamos en los sucesos de la vida, que pueden ser triviales, trágicos o impresionantes. Por eso, deberíamos recordar estas palabras de nuestro padre Fundador:
Miro al mundo, y veo la eternidad. Voy eternizando todos los actos de mi vida. Quisiera que todos fuesen eternos; que cualquier acto, incluido el más pequeño, tuviese una memoria permanente en la vida de las generaciones que van a venir. (25 FEB, 1973).
Adornaros de los atributos, que quedan simbólicamente expresados por las bienaventuranzas, y que son los títulos de vuestra eternidad (5 DIC, 1981)
Sí; esta vida es lo que nos dice de ella la vida eterna. Esta vida sólo tiene sentido en el contexto del cielo. Esto sirve para todos, seamos cristianos o no. La eternidad ha sido incrustada en nuestros corazones como una joya preciosa (Eclesiastés 3:11).