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Vive y transmite el Evangelio

¿Qué significa servir?

By 21 octubre, 2018No Comments
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Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
París, Comentario al Evangelio del 21 de Octubre, 2018.
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Isaías 53,10-11; Carta a los Hebreos 4,14-16; Marcos 10,35-45).

Esta pregunta es peligrosa. Nos puede llevar a seleccionar algunas de las mejores cualidades de servicio que hemos entendido, porque hemos analizado y diseccionado los rasgos de Cristo como servidos.
¿Quién puede negar que un verdadero servidor debe ser Abierto a aprender, Sumiso, Paciente, Diligente, Productivo, Leal y Honesto? Podríamos elegir otros descriptores y el esfuerzo siempre valdrá la pena, porque Cristo definió su misión con una sola palabra: Servir.
Pero esa actitud de servicio no es simplemente algo sobre lo que Jesús habló a otros… ¡lo vivió! Sólo cuando nos detenemos un instante para entregar nuestro tiempo a los demás, nos damos cuenta del verdadero significado del servicio.
Nada se dice del servicio en abstracto; Jesús manifiesta con sus actos la actitud que han de vivir los discípulos. No habla de una virtud, sino que apunta a algo que Él, mismo hace.

Por favor, tomemos nota de la siguiente historia. Especialmente si somos un líder o superior religioso: Durante la Revolución Americana, un hombre vestido de civil pasó junto a un grupo de soldados que estaban esforzándose por sacar un carro de caballos atascado en un profundo lodo. Su oficial les estaba dando instrucciones, aunque él no intentaba empujar. El hombre que presenciaba la escena preguntó al oficial por qué él mismo no empujaba también. Con gran dignidad, el oficial respondió: ¡Señor, soy un cabo! El hombre desmontó de su caballo y empezó a ayudar a los agotados soldados. Cuando se completó el trabajo, se dirigió al cabo y le dijo: Señor cabo, la próxima vez que tenga un trabajo como este y no tenga suficientes hombres para hacerlo, informe a su comandante en jefe, vendré y le ayudaré de nuevo. Demasiado tarde, el orgulloso cabo reconoció…al general Washington.

Sí, el Evangelio de hoy trata un tema particularmente delicado, porque incluso para personas con corazón manso, mente clara y manos trabajadoras, no es fácil hacer lo más perfecto y adivinar en todo instante cuál es servicio oportuno y necesario a realizar.

Tenemos que estar en un estado de permanente oración para no dejarnos engañar por nuestras buenas
intenciones (mezcladas con nuestros intereses personales y egocentrismo):
* Marta, Marta, estás ansiosa y preocupada por muchas cosas. Sólo una cosa es necesaria.
María ha elegido la mejor parte y no le será quitada.
* Señor, ¿Tú lavarme a mí los pies? … Nunca me lavarás los pies (Jn 13: 6,8).
Con frecuencia, nuestros corazones buscan hacer algo muy grande, algo que requiera mucho sacrificio y, a menudo, nuestro corazón no ve las cosas humildes. Las grandes oportunidades para servir a los demás rara vez llegan, pero las pequeñas nos rodean todos los días.

Debemos aprender a hacer las cosas sencillas que, a menudo, son las más difíciles de hacer, porque realmente tenemos poca visión. Por eso les invito a que hoy hagamos todos una reflexión personal sobre cómo traducir a nuestras vidas el ejemplo de Jesús, los santos y muchos verdaderos siervos del reino.

He aquí otro ejemplo inspirador:En 1952, un hombre llegó a una estación de ferrocarril para recibir el Premio Nobel de la Paz. Cuando bajó del tren, todos los flashes se dispararon y los funcionarios de la ciudad se acercaron a reunirse con él; entonces, les dio las gracias cortésmente y pidió ser excusado por un minuto. Caminó a través de la multitud al lado de una anciana que intentaba arrastrar dos maletas grandes. Las recogió, sonrió y la acompañó a su autobús, la ayudó a subir y le deseó un buen viaje. Luego, Albert Schweitzer, el famoso misionero médico en África, se dirigió a la gente y se disculpó por hacerlos esperar. Un miembro del comité de recepción dijo a un reportero: Es la primera vez que veo un sermón caminando.

Permítame insistir en la prioridad de servicio:
De nada servirían las teologías, las filosofías, las especialidades científicas sin este concepto hondísimo del servicio, cuyo primer ejemplo lo dio Cristo cuando lavó los pies a sus discípulos, y no permitió que se los lavasen a Él (Fernando Rielo, 27 Feb., 1982).

Como discípulos de Cristo, no somos mejores que muchas otras personas que sirven generosamente y con admirable desapego. La diferencia es que tenemos el privilegio de servir con Cristo y en su presencia; eso significa que llevamos a nuestro prójimo a Dios y traemos a Dios hasta nuestro prójimo, porque nos guía el ejemplo de Cristo en nuestras humildes acciones. ¿No es eso un privilegio? ¿Y no lo es el servir al propio Cristo? Sabemos que Jesús ha llegado antes que nosotros y se ha identificado con los que sufren, dejando el mensaje de que yo estoy con ustedes, el Espíritu está con ustedes y sepan que son amados como mi Padre me ama.

Solemos decir que el secreto de ser feliz es hacer algo por los demás. Gandhi, a partir de su propia experiencia concluyó que la mejor manera de encontrarse a sí mismo, es perderse en el servicio de los demás. Incluso la sabiduría china dice lo mismo en un sabio proverbio:

Si quieres felicidad por una hora, toma una siesta. Si quieres felicidad por un día, ve a pescar. Si quieres felicidad por un mes, cásate. Si quieres felicidad por un año, hereda una fortuna. Si quieres felicidad para toda la vida, ayuda a otro.

Mencionamos antes a Albert Schweitzer. Desde su perspectiva como evangelizador y servidor de los más pobres, dijo lo siguiente a un grupo de estudiantes: No sé cuál será el destino de ustedes, pero sí sé una cosa: los únicos entre ustedes que serán realmente felices son aquellos que hayan buscado y hayan encontrado una manera de servir.

¿Por qué es así?
Porque, si nos fijamos en nuestra propia experiencia de servicio, cuando servimos nos convertimos en lo que somos y lo que hacemos. En esas cosas humildes que podemos hacer por nuestro prójimo, compartimos el mismo cáliz de Cristo en nuestra vida de cada día, entregándonos por el bien de los demás.

Por otro lado, notamos que nuestra vida se va arruinando cuando se enfría nuestra pasión por ayudar a los demás.

Las palabras de Leon Tolstoi resuenan en los corazones de muchas personas, dentro como fuera del mundo cristiano: El precepto ético más sencillo y más breve es ser servido lo menos posible … y servir a los demás tanto como se pueda.

Pero, seamos realistas; a menudo, las personas a las que tratamos de servir no son agradecidas y todos nuestros esfuerzos nunca son suficientes para satisfacerlas. Solo Él puede darnos la paciencia, el valor, la humildad y la perseverancia para hacer el bien, incluso cuando somos ridiculizados y mal entendidos. No estaremos exentos de sufrir cuando hagamos el bien.

La primera lectura, escrita unos seis siglos antes del nacimiento de Cristo, anuncia la victoria del Siervo sufriente, que es condenado a muerte por ser el siervo de Dios, pero finalmente recompensado y liberado por Dios de la muerte eterna. Este ha sido siempre el caso: aunque el siervo sufra y muera, se producirá un bien mayor. ¿Qué sucede cuando servimos en Su nombre? Sobre todo, cosas inesperadas. Y normalmente invisibles para la persona que sirve. Nuestras humildes buenas acciones son
como pequeñas piedras arrojadas a la piscina del tiempo; aunque las piedras mismas puedan desaparecer, sus ondas se extienden a la eternidad. Muy parecido al caso de la pobre viuda que Jesús alabó cuando dio todo lo que tenía como limosna. Misteriosamente, pero con seguridad, ese hábito de vivir para los otros y morir a sí mismo se convierte en el medio para
compartir plenamente la vida de Dios.

John Ruskin, el escritor inglés del siglo XVIII, visitaba a un amigo y estaba en pie mirando por una ventana de la casa. Era de noche y el farolero encendía las farolas. Desde la ventana solo se podían ver las farolas que se estaban encendiendo, y la luz que el farolero llevaba de una lámpara a otra. El farolero no era visible. Ruskin observó que el farolero era un buen ejemplo de lo que es un verdadero cristiano. Su camino estaba claramente iluminado por las luces que él encendía, y la llama que él mantenía ardiendo, a pesar de que él mismo podría ser ignorado o invisible.

Al comienzo del evangelio, Jesús dice que Él es la luz que había venido al mundo. La mayor recompensa por hacer el bien es la oportunidad de hacer más. Si somos fieles en las cosas pequeñas, Dios nos da autoridad en cosas más grandes que el mundo no puede entender o llevar a cabo:

Una mujer bien vestida estaba de safari en un país pobre. Su grupo se detuvo brevemente en un hospital para leprosos. El calor era intenso, las moscas zumbaban por todos lados. Observó que una enfermera estaba agachada en la tierra, curando las llagas llenas de pus de un leproso. Con desdén, la mujer comentó: ¡No haría eso por todo el dinero del mundo! La enfermera respondió suavemente: Yo tampoco.

María se llamó a sí misma “sierva de Dios, esclava de Dios” y se abrió libremente a todo lo que se le pedía. Y todos sabemos cuál fue la impresionante respuesta de Dios a través de la gracia. Ciertamente, uno de los resultados más fascinantes de cualquier vida tocada por la presencia de Cristo es cómo se despierta el deseo de servirlo en cada área de la vida.

Nuestro servicio va siendo impulsado más y más por un sentido de gratitud por el amor y la presencia de Dios en nuestras vidas y por un deseo de glorificarlo en todo lo que hacemos: Amamos porque Él nos amó primero (1 Jn 4:19).

La primera condición para empezar a servir. En la parábola del Buen Samaritano, vemos que lo primero que necesitamos para servir es darnos cuenta de que alguien está sufriendo. El samaritano fue consciente de que alguien estaba en apuros. Los otros personajes de la historia habían endurecido engañosamente sus corazones. Sí, primero, como discípulos de Cristo, debemos tomar conciencia de quienes están en necesidad, ya sea física, emocional o espiritual, porque están ahí al lado, no muy lejos de nuestra puerta y también están en nuestra propia casa y comunidad. La Segunda Lectura nos dice: No tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades. Roguemos al Espíritu Santo todos los días para que despierte nuestra sensibilidad.

Rabindranath Tagore escribió este conocido poemita:

Dormí y soñé que la vida era alegría.
Desperté y vi que la vida era servicio.
Serví y he aquí,
que el servir era alegría.

El cuidado adecuado de los demás puede tomar bastante tiempo. Esto explica por qué a veces podemos tratar con afecto a los enfermos que visitamos… pero nos cansamos de ayudar a los hermanos y hermanas en nuestro hogar.

Un comentario final. Jesús nos está dando hoy un brillante ejemplo de la educación del éxtasis. Santiago y Juan son ambiciosos y egocéntricos, pero Jesús no los reprende, sino que busca redirigir su ambición. La respuesta de Jesús a los discípulos es un llamado a la abnegación y al compromiso personal. Cuando nuestra energía ya no está dirigida a nosotros mismos, no necesitamos protegernos o luchar por cosas mundanas, sino que utilizamos toda nuestra energía en servir.

Consejos para aprovechar al máximo la Santa Misa
12. 
Rito de la paz y la Fracción del Pan. Por el Rito de la paz, la Iglesia exhorta a la paz y la unidad en su seno y en toda la familia humana, y los fieles se expresan mutuamente su comunión y caridad antes de actualizar su comunión en el Sacramento. En cuanto a la forma del signo de paz que ha de darse, las Conferencias Episcopales deben establecerla de acuerdo con la cultura y las costumbres de los pueblos. Sin embargo, es conveniente que cada persona, de una manera sobria, ofrezca el signo de paz sólo a los más cercanos.

El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si el caso lo requiere, del diácono o concelebrante. El signo de partir el pan, hecho por Cristo en la última cena, significa que todos los fieles se hacen un solo cuerpo (1Cor 10:17) al recibir la Comunión del único Pan de Vida, que es Cristo. El sacerdote o diácono parte el Pan y pone una partícula de la sagrada forma en el cáliz para indicar la unidad del Cuerpo y la Sangre del Señor en la obra de la salvación. La súplica Agnus Dei (Cordero de Dios …) es cantada por el coro o solista y la asamblea responde; todo ello recitado o en voz alta.