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Vive y transmite el Evangelio

¿Qué es lo que pertenece a Dios?

By 20 octubre, 2017No Comments

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 22-10-2017, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Isaías 45:1.4-6; 1Tesalonicenses 1:1-5b; Mateo 22:15-21)

Cuando Cristo habla de dar algo a Dios y de dar algo al César no se refiere a una supuesta “separación de la Iglesia y el Estado”. Pretendía ir más allá de la simple política humana. Cristo está haciendo una distinción (no una oposición) sobre lo que pertenece a la creencia religiosa y lo que es simplemente propio de la moral o la cultura secular.

Este es el reto universal, en toda época. Es también nuestro reto personal. Seguramente, muchas veces centramos nuestros esfuerzos en cumplir obligaciones, como hacer un trabajo duro y honesto, no discriminar a nadie, ser leales, tratar bien a las personas, etc. Pero no es necesario seguir a Cristo para cumplir ciertas exigencias morales mínimas. Si tienes ciertas obligaciones seculares y son justas las debes cumplir como todo ciudadano honrado, pero “tu corazón, tu alma y tu mente” no pertenecen al estado, ni a tu trabajo, ni a tu actividad favorita. Perteneces a Cristo y Cristo pertenece a Dios (1Corintios 3: 23).

San Ignacio de Loyola se hizo consciente de esta realidad tras ser herido en la Batalla de Pamplona, en 1521. Mientras se recuperaba, fue inspirado para dejar la vida militar y dedicarse a trabajar por Dios. En sus Ejercicios Espirituales incluyó la frase siguiente, que los jesuitas utilizan en su fórmula de profesión de votos: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta (Ejercicios Espirituales, #234).

Nuestro padre Fundador lo expresa con el concepto de Espíritu Evangélico: de hecho, todos nuestros momentos, todos nuestros pensamientos y deseos, todas nuestras acciones deberían pertenecer a Dios. Cuando tengo intenciones y motivaciones diferentes (moralmente buenas o no) no lograré dar a Dios lo que pertenece a Él. Éste es también el mensaje de la primera lectura: Yo soy el Señor. No hay otro.

Sabiendo que estamos ocupados en las obligaciones (incluidas las religiosas y apostólicas) de este mundo, Cristo nos pide entregar a Dios lo que pertenece a Dios. Todos los asuntos de este mundo son pasajeros. Por mucho que nos preocupemos por la economía, las guerras y todos los problemas de nuestro mundo, a fin de cuentas todas esas cosas no tienen peso. Sí, es muy importante ser activo en nuestro mundo y ser responsable de lo que se nos ha confiado. Sin embargo, todo lo que hay en el mundo viene de Dios y a Él le hemos de devolver todo lo que nos ha dado, especialmente la misión de cuidar de nuestro prójimo. De lo contrario, tendremos que decir con la poeta:

Por todo el bien que no hice…
Perdóname, Perdóname (Katharine Towers).

Incluso el César pertenece a Dios, porque él (igual que Ciro) es llamado por Dios a revelar sus planes de salvación, de manera insospechada para el propio César. Ellos son y nosotros somos instrumentos de Dios. Incluso cuando nos rebelamos frontalmente a Él, es capaz de actuar creativamente para incluir nuestra rebelión en sus planes y luego darnos la posibilidad de hacer un bien.

Pero esto es muy positivo y alentador; nos podemos sentir humildes y agradecidos por las bendiciones que Dios nos ha dado para que las utilicemos en sus planes divinos. San Pablo deja muy claro que este Dios que es Padre debe manifestarse en la forma que vivimos toda nuestra vida. Recordaba a los tesalonicenses que deberían demostrar su fe en acción, actuando por amor y con esperanza en Nuestro Señor Jesucristo.

El reino de los cielos abarca todas las dimensiones de la vida. Este reino sólo puede realizarse en mí cuando toda mi vida se ajusta a las reglas divinas, a las reglas de los valores del Evangelio. Esto no es una posibilidad entre otras. Esto es la ley: sólo una vida de completa dedicación, de total desprendimiento, puede proclamar que Dios vive en nosotros y nosotros en Él. De modo que, cuando NO vivimos una doble vida, una de fe y otra mundana, Dios nos entrega almas y la inspiración necesaria para llevarlas a Él.

Uno de los ejemplos más claros y también más sutiles es el riesgo que tenemos de limitarnos a una moral secular en cuanto al uso del tiempo

Ser un buen administrador del tiempo que Dios nos da no es simplemente una cuestión de aprovechar cada minuto para ser más productivos. El objetivo en esta administración no es que un cristiano esté más ocupado. No buscamos vivir una vida con más actividades. Lo que pretendemos es usar bien el tiempo que tenemos, según una visión espiritual y apostólica del mismo.

Sí; somos hijos de Dios y ciudadanos del cielo en el exilio, peregrinos. Quienes pertenecen al mundo, por otro lado, viven en la tierra como criaturas de este mundo, buscando sentido y significado en la vida sólo en las cosas del mundo. Para un discípulo de Cristo, San Pablo nos recuerda que vivimos en un tiempo de oscuridad, en una edad perversa, cuya forma pasará. Todo en este mundo está dirigido a hacernos pensar que este mundo es nuestro fin último. Pero estamos aquí para ser embajadores de Cristo en una misión universal, donde tenemos que hacer discípulos de Jesús en todas las naciones: Por tanto, ya coman o beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo para la gloria de Dios (Corintios 10: 31).

Sin embargo, si lo pensamos cuidadosamente, sin Dios no hay base alguna para la moral, pues todo sería relativo. Sin Dios no puede haber una entrega total a nada, pues no habría nada a lo que rendirse.

Si la fe no ilumina el significado de toda nuestra vida, podemos estar seguros de que estamos adorando una imagen falsa de Dios. Hay quien forja una fe de “hágalo usted mismo”, que reduce a Dios al limitado espacio de sus deseos personales y de sus propias convicciones. Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usando su santo nombre para justificar sus propios intereses o incluso para incitar odio y violencia (Papa Francisco).

C.S. Lewis escribió:

Hay tres imágenes en mi mente que debo abandonar constantemente y cambiarlas por otras mejores: una imagen falsa de Dios, la falsa imagen de mi prójimo y la falsa imagen de mí mismo.

En algunas ocasiones, pueden surgir conflictos entre las leyes humanas y los mandatos de Dios. Entonces, puede ser útil recordar la historia de Santo Tomás Moro, el mártir inglés:

El rey Enrique VIII de Inglaterra estaba válidamente casado. Apeló a Roma para anular su matrimonio. Pero no había una base objetiva para hacerlo; Roma se negó a ello. Entonces, se declaró a sí mismo Jefe de la Iglesia en Inglaterra y se volvió a casar. Luego, ordenó que todos sus amigos y autoridades firmasen un documento declarando que estaban de acuerdo con la decisión del rey. Muchos de los amigos de Tomás Moro firmaron, pero él se negó a hacerlo. El rey le amenazó con la prisión, juicio por traición y ejecución. Pero Moro siguió negándose.

Tenía dos obligaciones, una con Dios y otra con su país. Cuando entraron en conflicto, Moro no vaciló en permanecer fiel a la primera. Mientras marchaba a ser ejecutado en 1534, animaba a todos a permanecer firmes en la fe. Sus últimas palabras fueron: Muero siendo un buen servidor del Rey, pero Dios es primero.

El Evangelio de hoy nos recuerda que somos ciudadanos del mundo, pero sobre todo del cielo. Tenemos un compromiso y una obligación con ambos. Esperamos que estas obligaciones no choquen, pero si lo hacen, hemos de tomar una decisión como la de Santo Tomás Moro, sin dejar de lado a Dios ni a nuestra conciencia.

Un reto esencial de las tres lecturas de hoy es el mantener los ojos bien abiertos al acto permanente del Espíritu Santo para darnos cuenta de que fácilmente podemos hacer ídolos de las realidades de este siglo y de que estamos llamados a ser purificados y a unirnos siempre más estrechamente a Él.

Él nos invita a ser siempre más conscientes de la obra de Dios en toda nuestra vida y en todos los eventos a nuestro alrededor. No podemos tener una mirada estrecha y ver lo que es santo y divino sólo en lo que así parece a la sociedad y a nuestros amigos. Dios transciende todo; está presente en todo. Esta conciencia se llama Inspiración y, como elemento de nuestra vida mística, debería ser continua, y de hecho lo es cuando abrimos nuestras puertas a las personas divinas. El estar convencido de la presencia y la acción de Dios en el mundo es algo central en nuestra fe, por muy débil que ésta sea.