Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

¿Qué es lo indispensable en nuestra vida? | 2 de mayo

By 26 abril, 2021enero 12th, 2024No Comments
Print Friendly, PDF & Email

por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.

Europa, 02 de Mayo, 2021 |V Domingo de Pascua

Hechos de los Apóstoles 9: 26-31; 1 Juan 3: 18-24; San Juan 15: 1-8.

En los primeros años del rock and roll, alrededor de 1956, se hizo muy popular una canción que decía algo así:

Puedes derribarme, pisarme la cara, calumniar mi nombre por todas partes, hacer todo lo que quieras, pero, querida, no te acerques a mis zapatos de gamuza azul.

Elvis Presley, el artista que la popularizó, hizo un uso inteligente, humorístico y expresivo del apego que tenemos a algunos objetos, para decir en su canción que consideraba sus zapatos de gamuza más valiosos que su propia vida. Pocos de nosotros daríamos más valor a un objeto que a nuestra vida, por muy apegados sentimentalmente que estemos o por mucha comodidad que nos proporcione ese objeto.

Sin embargo, cuando se trata de personas, las cosas son diferentes. Una madre o un padre suelen estar dispuestos a sacrificar su vida por un hijo. Cuando estamos verdaderamente enamorados de una persona o le debemos nuestra vida, nos resulta casi imposible vivir sin su presencia, su recuerdo o su cariño. La vida ya no sería la misma.

Jesús, en el texto del Evangelio de hoy, nos exhorta a permanecer en Él. ¿Por qué? Porque separados de Él no somos nada, por muy ricos, admirados y cultos que seamos.

El dinero que tenemos puede salir volando de nuestras manos en cualquier momento. El conocimiento que tenemos, se alejará de nuestra mente cuando nos hagamos seniles y los seres queridos pueden distanciarse de nosotros o terminar su estancia en este mundo. Esta realidad, esta “conexión” con los demás, va más allá de lo que decía el filósofo griego Aristóteles, que el ser humano es un animal social. Y también más allá del hecho psicológico de que todos necesitamos recibir y dar afecto sincero.

Paradójicamente y a pesar de nuestro egoísmo, lo que toda persona necesita es vivir un amor sin límites. Sin retener nada, sin que este estado de amor termine y cuyos frutos sean seguros.

San Pedro llegó a esta conclusión y la expresó de forma clara y concisa: Maestro, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Jesús lo confirma en el Evangelio de hoy: Sin mí no podéis hacer nada. Pero también nos dice el modo preciso de alcanzar la vida plena y eterna que toda persona anhela, intuye o ha creído saborear en algún momento. Sus palabras no son sólo una información, sino un verdadero camino.

Además, Jesús no se limita a decirnos lo que nos conviene, sino que actúa, interviene en nuestra alma. Y la imagen que hoy nos ofrece de sí mismo no puede ser más clara y explícita para mostrar cómo lo hace: nos poda como lo hace un experto viñador. La poda y el recorte eran realizados por los agricultores en diferentes épocas del año. La primera era durante el invierno y consistía en la eliminación de las ramas innecesarias; la segunda, realizada en agosto, tenía por objeto eliminar los brotes más débiles para potenciar los mejores.

Se trata de una purificación que confía al Espíritu Santo. Es importante no olvidar que lo esencial es SU acción de poda, no simplemente NUESTRO esfuerzo purificador.

Muchas tradiciones espirituales y religiones insisten, con razón y basándose en la experiencia, en la necesidad de la purificación, pero Jesús nos promete que Él se encarga de ello si se lo permitimos.

Por nosotros mismos, no podemos conseguir liberarnos de nuestros límites. Hay una bonita historia de Nazrudin, un maestro sufí, que tenía el don de contar historias disparatadas. Un día, cuenta la historia, envió a uno de sus discípulos al mercado y le pidió que le comprara una bolsa de chiles. El discípulo hizo lo que le pidió y le llevó la bolsa a Nazrudin, que empezó a comer los chiles, uno tras otro. Pronto se le puso la cara roja, le empezó a gotear la nariz, le comenzaron a llorar los ojos y se atragantó. El discípulo lo observó durante un rato con asombro y luego dijo: Señor, su cara se está poniendo roja, sus ojos lloran y se está ahogando. ¿Por qué no deja de comer estos chiles? Nazrudin respondió: Estoy a la espera de encontrar uno dulce.

Nos resulta difícil escuchar las opiniones y los consejos de los demás, pero también los consejos que Dios nos da continuamente. El Espíritu Santo trata de purificarnos de todo lo que es inútil, obsesivo, perjudicial o una distracción en nuestra lucha por unirnos a Dios y al prójimo.

Ustedes ya están limpios por la palabra que les he dicho. No es una declaración de inocencia de los discípulos, sino la indicación del instrumento que el Padre utiliza para podar. San Juan nos lo recuerda al comienzo de su Primera Carta: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.Esto explica por qué nuestra purificación ha de ser continua hasta el final de nuestra vida. En sus dos aspectos, lo que el Espíritu hace en nosotros y nuestra respuesta, que es esencialmente la abnegación.

Probablemente, una de las acciones purificadoras más frecuentes del Espíritu Santo es la Apatía Mística. Pero es necesario entender bien lo que significa la apatía mística.

En primer lugar, no tiene nada que ver con la indiferencia, la pereza, la insensibilidad o el desinterés por los asuntos del reino de los cielos o del mundo. La apatía, como término estrictamente psicológico, representa un estado de indiferencia, en el que un individuo no responde (es indiferente) a los aspectos de la vida emocional, social o física. Pero, en nuestra vida espiritual, suele referirse a la falta de simpatía o antipatía por las cosas de Dios.

En segundo lugar, se refiere no sólo a la falta de simpatía o antipatía por la penitencia necesaria, sino también a la liberación del poder de las pasiones, algo que es imposible de alcanzar completamente por nuestras propias fuerzas. Pocas veces hablamos de este rasgo de la apatía mística, pero si observamos atentamente nuestra experiencia, recordaremos muchos momentos en los que nuestra mente y nuestra voluntad se alejan de la esclavitud de las pasiones, de un modo difícil de explicar sin la intervención del Espíritu.

En este sentido, probablemente el resultado más espectacular de la apatía mística (promovida en nosotros por el Espíritu) son los momentos de victoria sobre nuestro instinto de felicidad, porque nos hacemos obedientes y experimentamos cómo Dios se sirve de nuestros pequeños actos de generosidad, como nos dice hoy la Segunda Lectura: Tenemos confianza en Dios y recibimos de él todo lo que pedimos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

En muchas ocasiones, la apatía mística llega a cambiar nuestra visión del mundo y de la vida espiritual. Nuestro Padre Fundador llama Vaciamiento a ese estado en el que no tenemos ninguna urgencia por conseguir las alegrías espirituales ni las que vienen del mundo. Nuestras prioridades y orden de valores se transforman.

El mismo Jesús murió como un fracasado en una cruz. No tuvo ningún éxito visible del que sentirse orgulloso. Sin embargo, la fecundidad de la vida de Jesús supera cualquier medida humana. Como testigos fieles de Jesús tenemos que confiar en que también nuestras vidas serán fecundas, aunque hoy no podamos ver sus frutos.

Una de las grandes dificultades que encontramos para escuchar la voz de Dios y así poder dar fruto son las distracciones. De forma silenciosa, pero terriblemente eficaz, las distracciones nos impiden permanecer en Él. De hecho, son las victorias más brillantes para el diablo, porque sin lucha ni tentación, nos separa de las cosas de Dios, de la necesidad del prójimo. Nos distraemos con asuntos malos o buenos o moralmente neutros. Nuestra limitada energía se pierde antes de que podamos utilizarla para hacer el bien. Y esta verdad ha sido reconocida en todas las grandes tradiciones espirituales.

Se cuenta una historia sobre Arjuna en las sagradas tradiciones hindúes, en el Mahabharata. Al prepararse para la gran batalla que se convertiría en el Armagedón hindú, Arjuna y sus hermanos son presentados a Drona, quien debe enseñarles el arte de la guerra y de la vida. Para medir su capacidad, Drona coloca un buitre hecho de paja y trapos en lo alto de un árbol lejano. A continuación, pide a cada uno de los aspirantes a arquero que describa lo que ve al tensar su arco y apuntar la flecha.

Uno por uno, describen haber visto el buitre, el árbol, el cielo, una nube, sus manos y el arco. Cada hermano es rechazado, con el comentario de Drona: Fuera. Todos ustedes. Son inútiles para disparar. Entonces se dirige al último hermano, Arjuna. ¿Qué ves?, pregunta Drona. Un buitre. Describe al buitre. No puedo. ¿Por qué? Sólo puedo ver su cabeza, explica Arjuna. Por fin, con satisfacción, Drona le dice a Arjuna:  Deja tu flecha. Te convertiré en el mejor arquero del mundo. Arjuna tenía la disciplina necesaria para concentrarse en el objetivo, para evitar distracciones innecesarias.

El Espíritu Santo nos ayuda en esta poda permanente de las ramas inútiles. Los frutos de la purificación no son sólo para transformar nuestra vida espiritual. El testimonio de quien acoge y soporta las adversidades, sabiendo que el Espíritu Santo las utiliza (no las crea) para cambiar y purificar nuestras intenciones, es muy poderoso.

Esto es lo que ocurre con San Pablo, tal como se refleja en la Primera Lectura. Primero, tiene que sufrir el revés y la contrariedad de no ser creído por muchos, debido a su anterior papel de perseguidor de los cristianos. Y luego, tiene que pasar por dificultades, incluido el peligro de muerte, a causa de su predicación a los Helenistas. Este es un mensaje para todos nosotros, cuando encontramos incomprensiones, diferencias y desconfianza en los que son nuestros hermanos. La tendencia a abandonarlo todo o a seguir el propio camino es entonces fuerte, pero la oportunidad que tenemos de demostrar que seguimos a Cristo SÓLO para dar gloria a Dios Padre, manifestando su amor, es realmente muy especial.

Reflexionemos seriamente sobre lo que Jesús quiere transmitirnos hoy: Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes (…) El que permanezca en mí y yo en él, dará mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada. Dios hará fructificar nuestro amor, veamos o no esa fecundidad. Se trata de permanecer en el Señor para tener la valentía de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos, para ir al mar abierto de las necesidades de los demás y dar amplitud a nuestro testimonio cristiano en el mundo.

Es importante destacar que la purificación, aunque tenga un componente doloroso, produce la alegría que es ciertamente indispensable para vivir esta vida: tener la certeza de que damos frutos, los que responden a nuestra auténtica naturaleza, que podemos alegrarnos como una madre que trae un hijo al mundo, pero no sin el dolor del parto.

Por último, como comienza diciéndonos hoy San Juan, los signos de la presencia de Cristo en nuestra vida no son las profesiones de fe proclamadas con palabras, sino las acciones concretas de servicio y de perdón en favor del prójimo: Queridos hijos míos, amemos no sólo de palabra y con los labios, sino de verdad y de obra.