
Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 17-9-2017, XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Eclesiástico 27:30.28:1-7; Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35)
«Un hombre llamado Ove» es una película sueca de 2015. Ove es un hombre viudo de 59 años, deprimido tras haber perdido a su esposa, fallecida hace seis meses. Después de haber trabajado 43 años en la misma compañía ferroviaria, es obligado a jubilarse. Es la clase de persona que no se calla cuando alguien no le cae bien y les señala con el dedo como si fueran criminales. Tiene principios sólidos, rutinas estrictas y poca paciencia.
Sin embargo, detrás de ese aspecto irritable, hay una historia y una tristeza. Sus intentos de ahorcarse son interrumpidos una y otra vez por una inmigrante iraní que siempre le está pidiendo ayuda. Luego, Ove se dirige a la estación de tren para saltar ante un tren en marcha. Sin embargo, un hombre que estaba en el andén se desvanece y cae a la vía. Nadie se acerca a ayudarle, por lo que Ove salta a las vías y le salva de la muerte. De nuevo, intenta cometer suicidio con una pistola, pero dos jóvenes a quienes antes había ayudado, le interrumpen llamando a su puerta…pidiendo de nuevo su ayuda. Con estos sucesos, poco apoco, su vida cambia completamente y su generosidad reprimida brota de él de forma ejemplar y conmovedora.
Esto es una hermosa alegoría del poder de la facultad unitiva. Cuando nos aproximamos al prójimo con paciencia, sin juzgarle y asegurándole que es amado, algo muy profundo sucede en nosotros mismos, y si lo hacemos en nombre de Cristo, Él mismo lleva este cambio hasta el extremo. Esta experiencia es más fuerte que nuestros pensamientos y nuestros deseos, más potente que cualquier otro evento en nuestra existencia… incluidos los intentos de suicidio.
Perdonar NO ES lo que a veces pensamos:
- Perdonar no significa que me da igual la falta de la otra persona o que digo que no importa.
- Perdonar no significa que renunciar a mi derecho de exigir excusas y restitución vaya a ser fácil o inmediato.
- Perdonar no significa negar el daño que me ha hecho la otra persona.
- Perdonar no significa que el pecador vaya a librarse de poner ante Dios su conducta de pecado.
- Perdonar no significa que la vida siga igual para mí, como antes de la ofensa; puede que algunas posibilidades u oportunidades hayan sido destruidas.
- Perdonar no significa que en el futuro no haya de usar la sabiduría y la discreción.
- Perdonar no significa olvidar. Para olvidar sólo se requiere mala memoria o la necesidad de suprimir el pasado. Contribuyo al milagro cuando recuerdo y aún así, perdono.
- Perdonar no significa quitar importancia a los hechos. El perdón no se produce si no soy consciente de la ofensa y de que estoy herido.
No todos los días tenemos que perdonar traiciones, puñaladas por la espalda o a alguien que nos hiere físicamente, pero continuamente tenemos la oportunidad de perdonar pequeñas cosas, como cuando alguien llega tarde, se olvida de una reunión o no saca la basura. Quizás cuando Cristo responde a Pedro que hemos de perdonar setenta veces siete no está usando una hipérbole…
Es bueno perdonar las cosas pequeñas porque cuando tengamos que perdonar cosas mayores sabremos cómo hacerlo. Pero la razón más importante para perdonar continuamente limitaciones, equivocaciones o imprevisiones es que es la prueba más incuestionable de que una persona se está haciendo cada vez más semejante a Cristo, manso y humilde de corazón: Sean benévolos entre ustedes, misericordiosos, perdonándose mutuamente como les perdonó Dios en Cristo (Ef 4, 32). Cada vez que perdonas, te haces más parecido a Jesús.
El Papa Francisco detallaba las implicaciones de la parábola del Deudor Inmisericorde: Jesús afirma que la misericordia no es sólo un acto del Padre, es también un criterio para saber quiénes son sus auténticos hijos… Perdonar las ofensas es la expresión más clara de un amor misericordioso y para nosotros los cristianos es un imperativo del cual no podemos excusarnos.
Aquí, el principio es: “A quien mucho se le perdonó, debe perdonar mucho”. En otras palabras, el principio del perdón es que la gracia para perdonar a otros no tiene límite.
Cristo enseña a sus discípulos, y por extensión a nosotros, que el perdón que damos ha de ser en proporción a la cantidad recibida. Al primer siervo se la había perdonado todo y por eso debería él perdonar todo. De igual modo, un hijo de Dios, a través de la fe en Cristo, tiene perdonados todos sus pecados.
El Papa Francisco recordaba las palabras del Padrenuestro donde decimos: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a nuestros ofensores. Explicaba que esto es “una ecuación”. En otras palabras: si no eres capaz de perdonar ¿cómo va a perdonarte Dios? El Señor quiere perdonarte –continuó el Papa– pero no puede hacerlo si tienes tu corazón cerrado y no puede entrar la misericordia. Alguien podría objetar: Padre, yo perdono, pero no alcanzo a perdonar una cosa muy fea que me hicieron… La respuesta es: pide a Dios que te ayude a perdonar (1 Marzo 2016).
El perdón que vamos a dar presupone que lo hemos recibido antes. Por supuesto que Dios perdona, pero ¿somos dóciles y abiertos para recibir su perdón? Para recibir este perdón hemos de tener un corazón contrito. Eso es lo que nos enseña la primera lectura ¿Qué es un corazón contrito? Es más que simplemente estar tristes por nuestros pecados. Es más que un sentimiento emocional de lamento. Un corazón contrito es el que se da cuenta de que sus pecados hacen daño a los demás, especialmente a sus seres queridos y a sí mismo. Cuando una persona llega a esta conciencia, entonces se pone en marcha y toma el propósito de no continuar haciendo daño a los demás. Por el contrario, caminará en la senda de la verdad y del amor. Este es uno de los frutos de nuestra Lección Didáctica en el Examen Ascético; en la oración, he de sacar lecciones de mis propios pecados.
La parábola del Siervo Implacable no es simplemente una amenaza; tiene una enseñanza positiva sobre el poder del perdón. Y hay muchas historias reales que lo confirman:
Hace algunos años, el hijo de una mujer afroamericana fue brutalmente asesinado. Ella recibió apoyo de su iglesia local y decidió renunciar al poder del mal en su vida, lo que para ella significaba entonces perdonar al asesino de su hijo. No iba a ser fácil. Decidió que iría a visitar al criminal en la cárcel y seguir haciéndolo hasta que llegase a poder perdonarle. Hablar cara a cara con el asesino de su hijo fue lo más difícil que le tocó hacer en la vida. La ayuda que recibió de la iglesia fue que le acompañó una persona en sus visitas hasta que se sintió capaz de ir ella sola.
Cada semana, durante dos años, esa madre visitó la cárcel, acompañada durante 18 meses por un miembro de la comunidad parroquial, hasta que sintió que podría ir sola. Entonces supo que estaba lista para perdonar, para renunciar al poder del mal en su vida y para convertirse en un miembro de la comunidad que creía y vivía de esa manera.
Años después, el asesino convicto fue liberado y, aunque parezca increíble, comenzaron a trabajar juntos en programas de educación para evitar que los jóvenes usen la violencia.
Ese es el poder del perdón.
Como decíamos antes, el perdón divino se manifiesta y se confirma dándonos una nueva oportunidad, una misión muy precisa. Fijémonos en la historia de Pablo, que mató a tantos cristianos. Recordemos lo que Cristo hizo de él…!Esa persona se convirtió y fue una de las grandes figuras del Nuevo Testamento! Fijémonos en el caso de Pedro, cómo Dios lo puso al servicio de la Iglesia después de que le hubiese negado tres veces…
Pero aún más importante que meditar sobre cualquier episodio bíblico es el que tú y yo nos detengamos a reflexionar en nuestra experiencia personal: ¿Qué he hecho y de qué he sido perdonado? ¿Cuál es la misión que inesperadamente y sin merecerlo he recibido como prueba de este perdón?
Por lo menos, he de reconocer que la llama de mi fe no ha sido apagada por nadie… Sí; estos son puntos importantes para la reflexión en mi oración:
* ¿Cómo he sido perdonado?
* ¿Cómo he perdonado a los demás? ¿De qué manera NO les he perdonado?
* Debido a mi terquedad, ¿cuándo he perdido la oportunidad de pedir perdón y de perdonar?
La obra de reconciliación de Cristo no estaría completada si no nos reconciliáramos entre nosotros. El perdón que Cristo vino a traernos no es sólo reconciliación con Dios, sino también dentro de nosotros y con los demás. La justicia divina nos exige estar en una relación justa con Él, con el prójimo y con nosotros mismos.
El orgullo es lo que impide que busquemos la misericordia de Dios y su perdón. Eso se pone de relieve especialmente en el sacramento de la confesión y en nuestro examen ascético. Es nuestro orgullo lo que nos impide revelar nuestras faltas a otra persona. La vergüenza que sentimos es consecuencia del pecado, como les ocurrió a Adán y Eva, que intentaron ocultar su falta. Si queremos encontrar la fuerza para perdonar, hemos de confesar nuestros pecados y meditar en la Pasión de Cristo para recibir esa fuerza. Sólo entonces seremos tocados por su misericordia incondicional, y sólo entonces podremos nosotros también perdonar y ser misericordiosos con los demás.
No elegimos perdonar. Sólo elegimos el compartir el perdón que ya hemos recibido.
Quienes no pueden perdonar son los que nunca han experimentado el perdón de Dios o nunca han reflexionado sobre él. Si vemos que nos cuesta perdonar, pidamos sinceramente hoy a Dios la gracia para hacerlo. Dios nos la dará y a la vez recibiremos su misericordia. De modo muy semejante al servidor de la parábola, necesitamos tiempo para reflexionar sobre nuestros pecados y sobre la abundante misericordia de Dios. Sólo entonces podremos de verdad perdonar. Hemos de recordar las palabras de Cristo: ¿Por qué te fijas en la paja en el ojo de tu hermano y no ves el tronco que hay en tu ojo?