Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

Pentecostés: El Espíritu Misionero de la Iglesia.

By 16 mayo, 2018No Comments
Print Friendly, PDF & Email

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 20-05- 2018, Domingo de Pentecostés, Nueva York. (Hechos de los Apóstoles 2:1-11; Gálatas 5:16-25; Juan 15:26-27.16:12-15)

Jesucristo fue un excelente maestro y educador. Siempre logró comenzar con lo conocido para llevar a quienes le escuchaban a algo nuevo y significativo para ellos. Por eso eligió para la venida del Espíritu Santo la Fiesta Judía de Pentecostés, también llamada la Fiesta de las Semanas, la fiesta de la primera cosecha, cuando los judíos ofrecían a Dios los primeros frutos del nuevo grano. Esto explica que la clave de Pentecostés sea la misión y su objetivo que es que la tierra se llene con el conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar (Hab 2:14). El profeta está hablando de la cosecha de las almas.

La Iglesia no nació para sí misma, nuestro camino espiritual no se limita a un estado imaginario de armonía con Dios o a cierta contemplación llamada “santidad”. Tampoco es una entidad con el propósito de organizar una variedad de actividades. La Iglesia es, por su misma naturaleza, una Iglesia misionera, dijo Benedicto XVI en muchas oportunidades. Las misiones no son algo que la iglesia hace, es algo que la Iglesia es, y si una iglesia deja de ser misionera, está traicionando su propia identidad. Además, sin el Espíritu Santo, la Iglesia es simplemente una organización y la misión se convierte en una cuestión de propaganda.

Y aquí viene el papel del Espíritu Santo. El poeta William Blake escribió un famoso poema sobre el fuego del Espíritu Santo que continuamos recibiendo desde Pentecostés:

A menos que el ojo no se incendie, Dios no será visto.
A menos que el oído no se incendie, Dios no será escuchado.
A menos que la lengua no se incendie, Dios no será nombrado.
A menos que el Corazón no se incendie, Dios no será amado.
A menos que la mente no se incendie, Dios no será conocido.

Esta es la relevancia de Pentecostés en nuestra vida cotidiana: el don del Espíritu Santo quita de nuestros corazones el miedo a la muerte, a los malentendidos y la vergüenza. Así, ya no tememos arriesgar nuestras vidas, y podemos, con celo y audacia, anunciar a nuestro prójimo la llegada de un nuevo reino, llamándolo a la fe en Jesucristo. El don del Espíritu Santo nos ha hecho partícipes de la victoria sobre la muerte. Podemos anunciar lo que estamos viviendo. Somos testigos.

Estos tres miedos forman un punto particularmente apropiado para nuestra reflexión de hoy:

► ¿Cómo es nuestro miedo a la muerte? No es sólo el normal miedo a la muerte, que es una parte muy natural de la vida para la mayoría de las personas, por lo general relacionada con el temor a la debilidad progresiva causada por las enfermedades y el envejecimiento. No es sólo el miedo a ser matado como un mártir. Lo que está en juego es la muerte de mi ego. Tememos la abnegación y la renuncia al ego; no importa cuán preparados, exitosos o valientes seamos, nos engañamos con asombrosa facilidad. Aquí tenemos una honesta confesión del ex-presidente Jimmy Carter:

Como diácono de la Iglesia Baptista, Carter siempre visitaba algunas casas, leía las Escrituras y oraba, compartía algunas creencias religiosas, luego hablaba sobre el tiempo y las cosechas y se marchaba. En su autobiografía, Carter escribió: Siempre estuve lo bastante orgulloso de este esfuerzo para lograr mantener la conciencia tranquila durante el resto del año. Un día, le pidieron a Carter que hablara en una iglesia en Georgia. El tema que se le asignó fue “Testimonio cristiano”. Decidió que causaría una gran impresión en la audiencia al compartir con ellos la cantidad de visitas domiciliarias que hizo por causa de Dios. Supuso que en los catorce años transcurridos desde su regreso de la Armada había realizado 140 visitas. Carter orgullosamente escribió el número en su guión. Mientras Carter se preparaba, comenzó a reflexionar sobre la elección de gobernador de 1966. Durante su campaña para el puesto más importante del estado, pasaba de dieciséis a dieciocho horas al día tratando de llegar a la mayor cantidad de votantes posible. Al final de la campaña, Carter calculó que trató con más de 300,000 georgianos.

Sentado en su oficina, la verdad se le hizo evidente. Carter escribió en su autobiografía: La comparación me dejó fuera de combate; ¡300,000 visitas “para mí” en tres meses, y 140 visitas “para Dios” en catorce años!
► ¿Miedo a ser malentendido? No, por favor. Incluso desde un punto de vista psicológico, el temor de ser incomprendido te hace depender de la audiencia. Las ideas se diluyen a lo que imaginas que tu audiencia puede imaginar, lo que lleva a una actitud condescendiente, arrogante…o con ambos vicios. Y terminas por perder de vista tu verdadera misión apostólica. Jesús fue malentendido y mal interpretado, y todos los cristianos, sin duda, sufriremos el mismo trato.
Cuando los escépticos se burlan de los cristianos, pues creen que no hay resurrección de los muertos, no deberíamos sorprendernos. Se rieron de Jesús porque decía que la tumba no era el final de todo. A menudo, sus palabras fueron recibidas de manera injusta por aquellos que no entendieron lo que realmente quiso decir (no estamos hablando ahora de su envidia o sus miedos a perder poder).
Cuando Jesús llegó a casa de Jairo y afirmó que la niña no estaba muerta, sino que simplemente dormía, la gente se rio de Él.
Nuestra victoria NO está en algún resultado inmediato, como una conversión repentina después de una explicación práctica y transparente de las verdades espirituales. Nuestra victoria está en nuestra intención, en nuestra actitud. Nuestra victoria no se mide por la cantidad de gente que podemos atraer a un retiro espiritual, aunque tenemos que hacer un esfuerzo para llegar a más y más personas. Nuestra victoria se mide por la forma en que nuestras vidas se rinden a Dios por medio de nuestra abnegación y cuán profundamente nuestras vidas están moldeadas por su presencia. En última instancia, no es NUESTRA victoria, sino el poder de un nuevo pacto entre la omnipotencia divina y un corazón humano, pobre pero acogedor.
Juliano el Apóstata fue emperador romano unas décadas después de que Constantino legalizara la Iglesia, pero tenía miedo de cuán influyente se había vuelto la Iglesia y por eso buscó destruirla. De ahí el nombre “apóstata”. Decidió volver a impulsar la antigua religión pagana de Roma. Aunque fracasó en su intento, puso todo su peso imperial detrás del resurgimiento del sacerdocio, los templos, las fiestas y las costumbres paganas. También emprendió otra cosa como parte de ese renacimiento pagano: las obras de beneficencia. Juliano reconoció que la verdadera fuerza del cristianismo era su preocupación por los pobres, las viudas, los huérfanos, los extranjeros. El proyecto de Juliano fue un fracaso, porque la verdadera caridad es más que un sentimiento, más trascendente que un esfuerzo por realizar buenas obras. Es literalmente un fruto del Espíritu, un don celestial que sólo puede ser otorgado por un Dios que a todos ama.
La mayoría de los primeros apóstoles no tenían muchas habilidades para hablar en público. El don de hablar lenguas fue un milagro especial para mostrar el deseo de Dios de llevar el Evangelio a todas las naciones.
Por cierto, esta es la razón por la cual los misioneros identes deben esforzarse por aprender los idiomas de los lugares a los que van. Estas son las palabras de Eugenio de Mazenod, el Fundador de los Oblatos, a uno de sus misioneros:
Reconozco que no debe ser fácil aprender un idioma africano, pero sabes que los misioneros siempre comparten algo del milagro de Pentecostés. Invoca al Espíritu Santo, entonces, para que pueda completar los dones que no recibiste por completo el día de tu Confirmación. Recibiste entonces el germen de conocimiento que ahora debe desarrollarse en ti, para el servicio de Dios y la salvación de las almas.
►La vergüenza. Decididamente, no se trata de un obstáculo menor. Refleja un exceso de atención a nosotros mismos; es innegablemente una forma de apego a sí mismo y nos lleva a alguna forma de traición. Esto es inevitable, porque la vergüenza es una manifestación de un alma dividida y no seremos capaces de soportar por mucho tiempo, el dolor y la frustración que esta situación nos causa; tarde o temprano caeremos.
Sócrates dijo que la vergüenza revela lo que una persona realmente cree, más que lo que dice o incluso piensa que cree. Esta división interna es señalada en la Segunda Lectura: La carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren.
Por un corto tiempo, Pedro se avergonzó de Jesús. Tuvo la oportunidad de afirmar su relación con Jesús, junto a un fuego, en la mañana de la crucifixión de Cristo, pero juró que no conocía a ese hombre y poco después vio a Cristo ir a la cruz para morir por pecados como el suyo. Somos conscientes de nuestra propia infidelidad. De hecho, cuanto más nos acercamos a Dios, que es luz, más conscientes estamos de nuestras propias sombras. Pedro se arrepintió y así consiguió que ese error le hiciera más honesto acerca de su propia fragilidad. Encontró el perdón y llevó a cabo las correcciones apropiadas.
Si nunca digo nada acerca de Cristo y de lo que Él significa para mí a mis amigos o compañeros de trabajo, o a cualquier otra persona, entonces estoy avergonzado de Jesucristo. Con demasiada frecuencia no nos avergonzamos de Jesús cuando estamos con otros cristianos, pero puede ser muy diferente cuando cómo estamos entre personas no creyentes. Es posible que deseemos “sentirnos acogidos” en el grupo, o simplemente no queremos ser ridiculizados o avergonzados.
Si no superamos hoy nuestra vergüenza, seremos avergonzados en el juicio final. Probablemente, como dijo una vez nuestro Padre Fundador, cuando lleguemos al Cielo, un grupo de personas conocidas y rostros familiares se acercarán a nosotros y dirán: Pasamos mucho tiempo juntos, como compañeros de clase, compañeros de trabajo, vecinos o parientes, y apenas compartiste con nosotros una palabra acerca de este Reino que ya estabas disfrutando. ¿No nos considerabas dignos de compartir tu alegría? Con suerte, estaremos en su gloria, pero el Hijo del hombre se avergonzará de nosotros.
Sólo el Espíritu Santo puede darnos la convicción interna de las verdades que se nos han revelado; entonces sabemos que lo que proclamamos es real y no son sólo palabras. Particularmente, experimentamos la misericordia de Dios al sentir el perdón de nuestros pecados; y esto no es difícil: nuestra fe no ha sido aniquilada, por lo tanto, hemos sido perdonados. Además, con este perdón recibimos, como tratamiento de primeros auxilios, el regalo de la paz.
¿Cómo sabemos que somos enviados? Por supuesto, a través de la Iglesia, a través de nuestros superiores. Pero, si somos verdaderamente obedientes, recibimos una confirmación íntima: más allá de los vicios y las virtudes de nuestro prójimo, podemos ver cada vez más claramente su sufrimiento más profundo (la división interna) y su aspiración más honda (la generosidad oculta y dormida. Entonces somos empujados a la vida apostólica en un paso sin retorno.
Pero el ser un verdadero discípulo no es solo un asunto individual, sino que debe conducir a la formación de una comunidad de discípulos misioneros. Surge entonces una segunda dificultad:
¿Cómo podemos lograr una unidad completa entre nosotros? No necesitamos reinventar la rueda: Todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, nos hemos bautizado en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, y hemos bebido un solo Espíritu. (1Cor 12:13).
La única forma en que podemos tener unidad es en el Espíritu Santo. No podemos tener unidad porque todos estemos de acuerdo en todo; eso es imposible. Tenemos unidad sólo como un don del Espíritu Santo. Ahora, nos corresponde acoger este regalo. ¿Y por dónde empezamos? Por la Humildad. No soy el centro de todo. No tengo que hacer todo a mi manera. No necesariamente sé lo que es mejor. Eso es humildad.
Y, en segundo lugar, con la Paciencia. De nuevo, se trata de un fruto del Espíritu, lo que significa soportarse unos a otros con amor. Eso es una elección y llega a ser una virtud… cuando se hace habitual. Tenemos que soportarnos los unos a los otros. Eso no significa que “nos caigamos bien”. Se trata de soportarnos los unos a los otros, con el objetivo de preservar la unidad del Espíritu.
Es por eso que en los Ritos Introductorios de la Misa buscamos acercarnos al altar en unidad, confesando humilde y públicamente que hemos pecado y pidiendo a nuestros hermanos y hermanas que sean pacientes, que oren por mí ante Dios nuestro Señor.
Con toda humildad y mansedumbre, sopórtense con paciencia los unos a los otros en amor (Ef 4:2).
Jesús oró por nosotros antes de su Pasión: Les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como Nosotros somos uno: Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que Tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí.
Sí; la unidad es un proceso y requiere práctica, como cualquier otra virtud; como la humildad y la paciencia. No sólo eso. Compartir esta unidad es el objetivo final de nuestra misión. Por lo tanto, leemos en Redemptoris Missio: El objetivo final de la misión es permitir que las personas compartan la comunión que existe entre el Padre y el Hijo. Y San Agustín lo explicó muy bien:
La comunión de la unidad de la Iglesia… es como una obra del mismo Espíritu Santo, con la participación del Padre y del Hijo, porque de alguna manera el Espíritu mismo es la comunión del Padre y del Hijo … El Padre y el Hijo tienen el Espíritu en común, porque él es el Espíritu de ambos.
Permítanme cerrar con dos pequeñas joyas muy significativas de nuestros últimos Papas:
Dado que los adultos tienen tantas dificultades para llevar a los jóvenes a la fe, es probable que sea una señal de que Dios está llamando a los jóvenes a evangelizar a sus semejantes (Benedicto XVI).
El Papa Francisco se refirió a ser Discípulos Misioneros como un desafío para lograr ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos de evangelización, en sus respectivas comunidades (La Alegría del Evangelio).