La persona de María y su ‘fiat’ ha sido la gran protagonista de esta hermosa aventura del Motus Christi y de la JMJ de Panamá, que ha tenido como lema “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Aldea de María se llamaba la casa de retiros de Capira, a 75 km al oeste, donde celebramos el Motus Christi, y el “hágase en mi según tu palabra” ha centrado las catequesis y las palabras del Santo Padre durante toda la JMJ, además de cantarlo hasta la saciedad en el precioso himno de esta 34ª Jornada mundial.
El milagro de llevar un gran grupo de jóvenes, soñado por nuestro presidente, P. Jesús Fernández, y por nuestros superiores generales, P. Luis Casasús y María del Carmen García, se produjo. Asistieron 75 jóvenes de Bolivia, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Francia y México, acompañados por once misioneros y misioneras.
El Motus internacional se desarrolló en la localidad de Capira, a 75 km (unas dos horas de autobús) al este de la ciudad de Panamá, con la llegada de todos los grupos el día 16 de enero por la noche. Ya desde el gozoso encuentro en el aeropuerto de Tocumen se percibía el precioso ambiente de familia que viviríamos desde el primer día en el Motus.
No sólo la casa, de la comunidad Magnificat, era un lugar de recogimiento y silencio, sino que la misma estructura y espíritu del Motus fue introduciendo a todos los jóvenes en ese clima, incluso a los más desacostumbrados a ello. Fueron descubriendo con sorpresa que la santidad es posible y que vivirla en comunidad es la manera más bella y fructífera. En ese sentido, los testimonios de varios hermanos y hermanas, profesos y probantes, fueron momentos de mucha emoción para los jóvenes al ver cómo no hay un prototipo de santo ni circunstancias ideales sino que Cristo nos llama a todos en las situaciones más insospechadas.
Ha sido un momento de gracia, de mucha gracia, que ha tocado a todos. Cinco días que nos han parecido un poco de vida eterna, de cielo en este mundo. En sus diferentes momentos: charlas, oración personal, comunidades, comidas, ateneo se ha respirado un ambiente de comunión y de servicio que invitaba a volar mucho más alto y a sentir la presencia de Dios en cada uno.
Esta atmósfera de familia y de vida fraterna les ha sorprendido tanto que ha ayudado incluso a los más reservados a abrirse y a buscarnos a los hermanos y hermanas para hablar de su vida, de sus sueños y de su amor a Cristo.
El toque carismático, donde muchos expresaron su decisión de seguir a Cristo con todas las consecuencias, fue un hermoso broche de oro. Como muestra, uno de los jóvenes dijo algo que ilustra el sentir común de los participantes: “Yo antes de venir a la JMJ tenía ciertos proyectos, ideas, intenciones de cómo pasar esta experiencia, pero ahora, después de haber vivido estas jornadas del Motus, pienso que el viaje ha valido la pena solamente por el Motus.”
Con cierta tristeza por dejar el lugar y por terminarse una experiencia tan intensa, el lunes 21 en la mañana salimos hacia la ciudad de Panamá, pues al día siguiente comenzaba ya la JMJ. La organización de la misma nos había informado recientemente que nuestro grupo sería alojado en la Parroquia Cristo Hijo de Dios, en el barrio de Samaria, donde cada peregrino estaría viviendo en una familia. Aunque al principio pensamos que hubiera sido mejor estar todo el grupo unido, alojados en un colegio o en los salones de la parroquia, enseguida nos dimos cuenta de que vivir con familias era una bella oportunidad de conocer al pueblo panameño desde dentro y de comprender su profunda religiosidad y su espontánea amabilidad y alegría.
Por otro lado, la Providencia quiso que estuviéramos en un barrio, el de Samaria, con bastantes necesidades y carencias, para conocer no solo el lado turístico de la ciudad sino la realidad en la que viven muchos panameños. La pobreza, la falta de salubridad en las calles y en las casas y la marginación eran evidentes, pero lo compensaron la gran alegría y cariño con que nos acogió cada familia. Nos dieron de lo que no tenían, al más puro estilo evangélico. Nosotros no podíamos ser menos: decidimos asumir esas circunstancias como un momento de misión y de compartir con nuestras familias adoptivas toda la riqueza recibida en el Motus.
Los frutos no se hicieron esperar. La generosidad y fe los panameños nos hizo sentir como uno más de sus familias, creándose unos vínculos fuertes, que todos anhelamos que permanezcan. Y todo ello pese a que pasábamos casi todo el día fuera y los momentos de convivencia se limitaron a las noches y a las mañanas en el desayuno.
Uno de los jóvenes participantes manifestó que para él había sido una experiencia formativa, porque había visto la bondad y atención de las familias de acogida y porque había aprendido a valorar más lo que tenía, a ser más servicial y más atento a las necesidades de los de casa.
Desde los días 23 al 28 la jornada estaba llena con las actividades programadas por la JMJ, por la mañana y por la tarde.
A parte de la participación en los diferentes actos de la JMJ y la atención al stand de la ‘feria vocacional’, la jornada transcurría desplazándonos entre los escenarios de los actos, en una semana de calor húmedo intenso, más de lo normal según los mismos panameños. En resumen: horas caminando casi siempre al sol, horas de espera antes del inicio de los actos también al sol, horas de transporte y de espera en el metro… Éramos verdaderamente peregrinos dentro de la ciudad, viviendo todo con una alegría sobrenatural, como el resto de los miles de jóvenes que estaban allí. Fue también sorprendente cómo el Papa Francisco, es sus exigentes y tiernas palabras a los jóvenes, les dijo varias cosas que de alguna manera habían aparecido en el Motus: vencer la comodidad y el conformismo; vivir el amor incondicional del Padre; vivir el ahora de Dios y no el mientras tanto, y el ponerse a caminar en pos de Cristo sin detenerse, arriesgándolo todo como María.
Después de la misa celebrada por el Papa el domingo día 28, se dejó la tarde libre para que cada uno pudiera compartir con la familia que le acogió y también este tiempo fue muy hermoso para todos.
Contemplando ahora esta fuerte experiencia humana y espiritual, es evidente que la participación en la JMJ no era ciertamente para ‘ver al Papa’, a modo de un espectáculo, que seguramente lo habríamos visto mejor desde la televisión en casa, sino para vivir junto a Pedro, el vicario de Cristo, un peregrinaje hacia Cristo, con María, para vivir este gran Pentecostés junto con toda la iglesia universal, reunida en torno a su pastor.
Otro regalo de la Providencia fue el encuentro ‘casual’ en el aeropuerto con el Arzobispo de Panamá, Mons. José Domingo Ulloa. Fue el mismo día que partíamos todos a casa, el martes 29 de enero, cumpliéndose así el deseo de nuestro presidente, el P. Jesús Fernández, de que lo pudiéramos saludar, cosa realmente difícil durante los días con el Papa. Está claro que para Cristo nada es imposible. Al acercarnos a él, Mons. Ulloa nos identificó en seguida por la camiseta que llevábamos, con la palabra “identes” en grande, y nos transmitió la gran necesidad que los universitarios panameños tienen de nuestro carisma.
Ahora en cada lugar las misioneras y misioneros deberán estar atentos a los jóvenes que participaron en la JMJ para que el fuego que allá brilló no se vaya apagando, sino que, como decía el Papa Francisco, los jóvenes tomen decisiones ‘ahora’, no para después, y que digan ‘sí’ como María a la voluntad de Dios.