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¡Hazlo por mí! | Evangelio del 14 de mayo

By 8 mayo, 2023mayo 22nd, 2023No Comments
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Evangelio según San Juan 15,9-17: 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

»Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

»No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

 


¡Hazlo por mí!

p. Luis CASASUS, presidente de las misioneras y los misioneros identes

 

Roma, 14 de Mayo, 2023 | Sexto Domingo de Pascua

 

Hechos 8:5-8.14-17; 1Pe 3:15-18; Jn 14:15-21.

 

Cuando una madre sensible se halla ante un hijo que se niega a entrar en razón, que tal vez tiene una rabieta y no quiere escuchar, en vez de elevar la tensión, con ternura e inteligencia le pedirá: Hazlo por mi…Y así hay muchas posibilidades de que el niño se tome la medicina que aborrece, o recoja los juguetes, o no siga peleando con su hermanito.

 

Tal vez sea la forma más completa y realista de comprender lo que hoy nos dice Cristo en el Evangelio: Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos.

 

Como le pasa al niño, aunque no tengamos especial deseo de ser fieles a uno de los mandamientos… lo haremos porque Jesús lo pide, por amor a Él. Cristo nos está diciendo que no nos resultará difícil vivir los mandamientos cuando lo hacemos por puro afecto a Él.

 

Y, visto del otro lado, si nos preguntamos qué hemos de hacer para amarle, comprobaremos que nuestro esfuerzo por vivir la sabiduría recogida en los Mandamientos, nos impulsará a amar a Dios, pues nuestro empeño no queda sin Su respuesta. Podríamos decir que la primera perspectiva es la de la vida ascética y la segunda corresponde a nuestra experiencia mística.

 

En todo caso, el propio Cristo nos dirá que, en realidad, todos los Mandamientos, la Ley y los Profetas se resumen en una forma de amor que incluye a Dios y al prójimo.

 

De todas formas, nuestra tendencia, no sólo de los cristianos, sino de la cultura que vivimos, es dar poco valor a las normas y suponer que la libertad individual, unida a la buena voluntad y un supuesto trato íntimo con las personas divinas, pueden sustituirlas con ventaja. No es esa una interpretación correcta de la Biblia. En realidad, los Mandamientos representan una guía excelente para quienes, naturalmente, no comprendemos en plenitud el mensaje de Cristo. Por ejemplo, muchos de nosotros no somos hoy demasiado sensibles a lo que establece el tercer mandamiento: Santificarás las Fiestas.

 

De forma ingenua y superficial, hay quien no profundiza en el dicho de San Agustín: Ama y haz lo que quieras, y llega así a un relativismo individualista. Tal vez no tienen en cuenta que San Agustín vivió una verdadera humildad intelectual y declaró: Yo no creería en la Biblia, si no hubiese la Iglesia que me la presenta y me la explica.

 

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El meditar sobre lo que significan los Mandamientos y el que resume a todos ellos, el Mandamiento del amor, nos lleva a la segunda parte del texto evangélico de hoy, un momento triste para los discípulos que presentían un futuro lejos de Cristo. Pero precisamente, el Espíritu Santo que les promete, es la respuesta a todo. Sí; el hecho de ser huérfanos, como deja entrever Jesús, es una desgracia difícil de comprender para quien no la ha padecido. El Espíritu Santo es la persona divina que nos salva de ser huérfanos.

 

Normalmente, imaginamos a un huérfano como un niño o niña con dificultades para satisfacer sus necesidades primarias, como el alimento, un techo y una educación apropiada.

 

Pero cada vez sabemos más de los efectos de la pérdida o del abandono de los padres. Los niños que han sufrido privaciones familiares presentan una serie de rasgos negativos y también desarrollan una serie de características negativas: ritmo lento de desarrollo mental, coeficiente intelectual bajo, trastornos emocionales y reguladores, autoestima inestable e inadecuada, ansiedad y hostilidad hacia los adultos y baja aceptación en el grupo de iguales, escasas habilidades de autocontrol y de comportamiento socialmente aceptable, identidad e imagen familiar distorsionadas…

 

De manera que el ser huérfano no significa solamente una dificultad para sobrevivir, sino especialmente para tener una vida serena y de relaciones sanas. En particular, quien es huérfano tiene serias dificultades para saber amar y acoger el amor ¿se puede ser más desgraciado?

 

El Espíritu Santo nos enseña a amar.  Esa es su enseñanza fundamental. Y esto no es una promesa vana o abstracta; Jesús dice que conocemos al Espíritu Santo. Ciertamente, su presencia es inconfundible. Hablar de presencia es hablar de la seguridad de alguien delante de mí, alguien diferente a mí mismo. No hace falta insistir en que la simple presencia de una persona cambia nuestra vida. Un niño se sentirá seguro delante de sus padres; un estudiante en un examen dejará de pensar en copiar si el profesor se pone ante él, o un equipo de baloncesto jugará mejor si oye el rugido de la afición que le anima…

 

El Espíritu Santo se hace sentir inclinándonos a un amor diferente, nuevo, distinto al que tal vez experimentamos hace unos días o unos minutos. Esto es verdadera presencia, más allá de los sentidos. Lo podemos notar porque nos da una paz (Quietud) que nos permite contemplar (Recogimiento) cómo hemos de tratar a quien tenemos delante.

 

Esto no es nada infrecuente ni excepcional. Un ejemplo claro es lo que sucedió en Pentecostés: los discípulos estaban llenos de temor y dudas y el Espíritu Santo no sólo les confortó, sino les dio la palabra que tenían que transmitir a la multitud, como así hicieron. Tal vez en nuestra vida no nos sucederá algo tan espectacular, pero sí experimentamos que, al recibir el consuelo de Dios, nos sentimos listos para confortar y ayudar a los demás.

 

He aquí una historia real.

 

A principio del siglo XX, en el Medio Oeste de Estados Unidos, una mujer visitó un orfanato y preguntó a la Enfermera Jefe: ¿Hay algún niño que nadie haya querido adoptar? Le enfermera respondió: Si; hay una niña de 10 años, poco atractiva y es gibosa. La mujer dijo: Esa es la niña que quiero. Treinta y cinco años más tarde, el Director de Inspección de Orfanatos del Estado escribió este informe acerca de un centro:

 

Este lugar es excepcional. Está limpio, la comida es buena, los niños están muy bien cuidados y el ambiente es el mejor de todos los centros que hemos visitado. La enfermera responsable, Mercy Goodfaith, tiene un corazón que rezuma amor, tiene una mirada y un rostro amables, que hacen olvidar el hecho de que es jorobada. Es evidente que los niños la adoran.

 

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En el caso del Espíritu Santo, su presencia tiene muchas manifestaciones. Una de ellas es su forma peculiar de consolarnos. El Espíritu Santo no es un analgésico, pero sabe utilizar todo para acercarnos a Él. La Primera Lectura de hoy es un buen ejemplo. Después del martirio de San Esteban, los cristianos helenistas se vieron directamente amenazados, pues para las autoridades judías representaban un peligro potencial para sus tradiciones y su poder. Muchos escaparon a Siria y otras provincias del Imperio Romano. Entre los que huyeron a Samaria estaba Felipe, que había sido elegido como una de los que tenían como misión servir a los pobres. En esta Lectura vemos cómo la palabra de Felipe fue acogida con entusiasmo y cambió las vidas de los nuevos cristianos.

 

Hoy día, todos hemos oído hablar del mindfulness, también llamado atención plena o conciencia plena, que anima a estar atento y aceptar la experiencia del momento, sin rechazos ni juicios precipitados. Seguramente, quienes estiman esta práctica mental, que también es utilizada como terapia de la ansiedad, el estrés y la depresión, comprenderán el valor de la presencia del Espíritu Santo, pues nos ayuda a contemplar mejor el valor de los sucesos, de todas las experiencias, del sufrimiento.

 

Como decía el Papa Francisco en Pentecostés de 2022, el Espíritu Santo, llamado “el Consolador”, sana los recuerdos. Lo que nos parecía algo negativo, digno de olvidar, cobra un nuevo sentido y, literalmente, inesperadamente, el dolor conduce a la alegría. En realidad, esta es la continua dinámica de nuestra vida mística; vemos que algo es purificado dentro de nosotros y, como consecuencia, nos sentimos más cerca de Dios, más unidos a Él.

 

Pero también, de forma muy sencilla, en esta Primera Lectura vemos el origen del sacramento de la Confirmación. Los apóstoles Pedro y Juan, imponiendo las manos sobre aquellos que había sido bautizados por Felipe “sólo en nombre del Señor Jesús”, reciben el Espíritu Santo y de esta forma pueden dar un paso más, son capaces de recibir los dones del Espíritu Santo e ir más allá de una vida moral adecuada, para convertirse en apóstoles, en servidores de todos.

 

Además, en esta Lectura tenemos un ejemplo perfecto de cómo el apostolado es siempre comunitario. Independientemente de cómo se lleve a cabo, si se hace con fe y humildad, un esfuerzo o un ejemplo de un discípulo es confirmado por otros, y esto tiene una bendición segura.

 

Nunca será suficiente el recordar que hemos de ser humildes, pero sobre todo cuando nos presentamos como discípulos de Cristo. Los comentarios irónicos o agresivos respecto a “otros católicos”, la prepotencia de quien pretende conocer a Dios mejor que los demás y el pretender tener respuesta para todo, son verdaderas formas de escándalo. En la Segunda Lectura, San Pedro nos anima a dar razón de nuestra fe con dulzura, respeto y recta conciencia, pues la polémica sólo alimenta la separación y la vanidad de quien pretende ser discípulo.

 

El consejo final de Pedro es muy sabio. Si bien la persecución y la incomprensión pueden entristecernos, lo que NO deberíamos hacer es… asombrarnos. Seguramente es un signo de debilidad que, para mayor desgracia, el diablo utilizará como instrumento para alejarnos de Dios y del prójimo. En palabras del Papa Francisco:

 

Con frecuencia nos ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado; o bien nos proyecta hacia el futuro, alimentando temores, miedos, ilusiones y falsas esperanzas. El Espíritu Santo, en cambio, nos lleva a amar el aquí y el ahora, no un mundo ideal, ni una Iglesia ideal, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez (Pentecostés, 2022).

 

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

 

Luis CASASUS

 

Presidente