
Evangelio según San Juan 20,19-23:
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
El Espíritu que restaura nuestra identidad
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 08 de Junio, 2025 | Domingo de Pentecostés
Hechos 2: 1-11; Rom 8: 8-17; Jn 14: 15-16.23b-26
Recuerdo con profundo afecto la audiencia que le Papa Francisco nos concediera, el lunes después e Pentecostés, en 2016. Delicadamente le preguntamos si había leído el libro de nuestro Fundador En el Corazón del Padre, que le habíamos regalado poco antes. Su respuesta fue: ¿Ustedes escucharon mi homilía de ayer? En efecto, la habíamos escuchado, y comenzaba así:
La misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta finalidad esencial: restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos.
Debería ser algo a meditar en la solemnidad de hoy. Una forma esencial de la actividad del Espíritu Santo es la Purificación. En ello podemos conocerlo como persona, porque ciertamente manifiesta una personalidad muy determinada al buscar nuestra purificación. Si bien una de las imágenes más utilizadas es el fuego, seguramente para representar esa purificación que las llamas pueden realizar en muchos materiales, como tradicionalmente se hacía con el oro. En Mateo 3:11, San Juan Bautista dice que Jesús bautizará con el Espíritu Santo y fuego, lo que indica esa transformación interior, que nos dispone y nos hace cada vez más sensibles para vivir como hijos. Esa es la forma tan bella como nuestro padre Fundador describe el camino del asceta.
¿Cuál es nuestra experiencia de purificación? Incluso aunque no estemos muy atentos ni seamos suficientemente reflexivos, sentimos cómo el Espíritu Santo nos purifica de algo más que el pecado. Podemos decir, en forma sencilla, que el Espíritu Santo nos libera de todo aquello que NO tiene relación con Dios y, por lo tanto, viene del mundo o de nuestro ego.
Uno de los ejemplos más claros es el del joven rico (Mc 10: 17-21), a quien, debido a su bondad y buena intención, Jesús “miró con afecto”, pero rehusó dejar casa, hermanas, hermanos y propiedades, aunque Cristo se lo pidió en forma personal y explícita ¿El resultado? Este joven desaparece del Evangelio, no sabemos que participase en las tareas del reino nunca más, aunque seguramente siguiera siendo una persona honrada y laboriosa.
Esto es necesario para entrar, literalmente, en el reino de los cielos, es decir, participar en el cumplimiento de la voluntad de Dios, como testigos y como apóstoles. Es precisamente lo que recordamos hoy en la solemnidad de Pentecostés.
Pero esto es una constante. Por ejemplo, en el Capítulo 6 de Isaías, al sentirse llamado por el Señor, se lamenta así: ¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, yo, que habito entre gente de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al Rey, Señor del universo. Y, precisamente, tuvo la impresión de que sus labios eran abrasados con fuego por un ángel, de manera que así pudo ofrecerse “para ser enviado”.
Hoy, el Evangelio relata cómo el Espíritu Santo purificó del miedo a los primeros discípulos. El resultado fue que recibieron el poder de liberar de los pecados y fueron enviados por el propio Maestro. Una pequeña fábula ayudará a recordar esta realidad:
Había una vez una vasija de barro olvidada en el rincón de un taller. Estaba sucia, agrietada, y cubierta de polvo. Un día, por alguna razón que no sabía explicar, el alfarero se fijó en esa vasija, la tomó en sus manos y dijo: Todavía puedo hacer algo hermoso con ella.
La llevó al agua y comenzó a lavarla con cuidado. Pero no bastaba. La vasija tenía manchas profundas, endurecidas por el tiempo. Entonces, el alfarero la colocó cerca del fuego. El calor comenzó a actuar. No fue cómodo: el barro crujía, algunas impurezas salían a la superficie. Pero cuando el proceso terminó, la vasija tenía nueva forma, nuevo brillo, y era útil otra vez.
El alfarero sonrió: Ahora está lista para llevar agua limpia.
El mensaje es el mismo que leemos en el Antiguo Testamento, es decir, somos purificados para servir, para vivir con plenitud, lo cual es el sentido auténtico de la salvación, no simplemente evitar el castigo sino ser rescatados de los poderes de este mundo.
Además, el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas (Deut 30: 6).
La purificación a que nos somete el Espíritu Santo puede ser dolorosa. Pero conviene distinguir dos aspectos:
- El dolor y el sufrimiento, que tantas veces experimentamos, NO viene de Dios, sin embargo, Él aprovecha ese sufrimiento precisamente para una purificación, que produce… otro tipo de dolor, que ha sido caracterizado como soledad, noche oscura, ausencia… pero despertando siempre en el discípulo una búsqueda de Dios que ya no es sólo racional, no sólo emocional, sino verdadera sed, en el sentido de que no podemos sentirnos llenos ni en paz, a no ser que continuemos acercándonos a Él. Todos recordamos la famosa frase de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Ciertamente, seguir a Cristo es difícil, pero no tener oportunidad de caminar con Él es absolutamente angustioso.
- La separación que producen las purificaciones es totalmente necesaria, pues sólo de esa manera alcanzamos una sensibilidad capaz de acercarnos a Dios por caminos que eran insospechados para nosotros. Ciertamente, el Espíritu Santo nos llama a través de situaciones inesperadas: una enfermedad, una crisis, un encuentro fortuito o incluso un fracaso.
Cláudia Koll fue una actriz italiana muy popular en los años 90, conocida por papeles en películas de alto contenido erótico. Se convirtió en un símbolo sexual en Italia, alejada completamente de la fe cristiana.
En pleno éxito profesional, participó en una sesión de meditación en la que buscaba la serenidad y relajarse al estilo New Age, sin ninguna raíz cristiana. Durante esa experiencia, sintió una presencia negativa y opresiva, como si algo oscuro la envolviera. Asustada, gritó en su interior: ¡Jesús, sálvame!
Y fue en ese instante que, según ella, la oscuridad se disipó completamente. Ese momento marcó un antes y un después. Comenzó a acercarse al Evangelio, a leer los escritos de los santos, y finalmente regresó plenamente a la fe católica. Cláudia dejó el cine comercial y se dedica desde entonces al apostolado y al servicio de los pobres. Da conferencias sobre su conversión y dirige una comunidad dedicada a la evangelización.
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La purificación no tiene por qué suceder siempre de una manera espectacular o de gran intensidad, más bien suele ser un proceso largo, tal vez extendiéndose de formas diversas en toda nuestra vida.
Sin utilizar términos teológicos, recordemos cómo obtener frutos de lo que la Providencia desea transformar en purificación:
* Prestar atención a las interrupciones. Una pérdida, una crisis o un giro no deseado, puede convertirse en una señal del camino que el Espíritu nos muestra en ese instante.
* Escuchar mi inquietud interior. Esa inquietud espiritual -aunque no siempre sepa nombrarla- puede ser el Espíritu Santo susurrando que estoy hecho para algo más. No se trata solo de buscar precipitadamente “tranquilidad”, sino de abrirme a una vida más auténtica.
* Mirar hacia atrás con ojos nuevos. Cuando contemplo mi vida pasada con sinceridad, puedo notar momentos donde algo “accidental” resultó ser clave en mi crecimiento o conversión. Sobre todo, algunas personas.
* Buscar la Palabra en medio de la vida. El Evangelio no es solo un venerable libro antiguo: es luz para interpretar el presente. A veces un pasaje, leído o escuchado “por casualidad”, ilumina mi situación actual de forma sorprendente, en un momento adecuado. No debo olvidar que la Biblia es un conjunto de libros inspirados. Seré capaz de beneficiarme de esa inspiración que recibieron los autores de la Palabra si vivo un estado creciente de Aceptación (acogida, atención) Intelectual del Evangelio.
* Permanecer en apertura y oración. La apertura en el alma es reconocida hoy como el primer factor para una personalidad equilibrada y capaz de una buena relación con los demás. Lo mismo vale para nuestra peregrinación hacia Dios.
Al hijo pródigo le resultó difícil acercarse a la casa de su padre, Cristo explica claramente que ese joven sufrió en su interior vergüenza y humillación, miedo al rechazo y una auténtica lucha interna con su identidad: Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
Ese “recapacitar” que relata la parábola, muestra un momento de despertar interior, pero también implica una gran humillación personal. Reconocer que has fallado profundamente y que necesitas volver… no es fácil para ningún ser humano. Requiere valentía y humildad.
Lo más importante: aunque le resultó difícil, regresó, fue capaz de abrirse al reto de un cambio profundo. Y eso lo trasformó todo. Lo que parecía un camino de vergüenza, terminó siendo una fiesta de reconciliación.
La Primera Lectura nos ofrece una imagen de cómo el Espíritu Santo es el único ser capaz de lograr la unidad entre nosotros, unidad que parece inexplicable a los ojos del mundo, como sucedió a quienes escuchaban a los discípulos: Cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua.
Eso es lo que ocurre cuando, sin necesidad hacer actividades especiales ni dar lecciones profundas, simplemente acogemos en nuestra casa a los amigos y conocidos que sienten la unidad entre nosotros, la condición esencial con la cual sabrán que somos discípulos de Jesús (Jn 13: 35).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente