Evangelio según San Mateo 23,1-12:
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.
»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Hipócritas y Siervos
p. Luis Casasús, presidente de las misioneras y los misioneros Identes
Roma, 05 de noviembre, 2023 | XXXI domingo del Tiempo Ordinario
Mal 1:14b-2:2b, 8-10; 1 Tes 2:7b-9, 13; Mt 23:1-12
1. Hipocresía. Dante, en La Divina Comedia (1472), propone a Caifás como ejemplo de hipocresía. Caifás era el sumo sacerdote judío de Jerusalén que dirigía el Sanedrín, tribunal judío compuesto por 71 rabinos. En vísperas de la Pascua, uno de los días más sagrados del calendario judío, Jesús fue detenido y llevado a casa de Caifás. Se trataba de una situación poco habitual por varias razones.
Normalmente, los detenidos eran conducidos a un barracón. Los juicios no se celebraban por la noche y mucho menos durante las fiestas. Además, un juicio requería un quorum del Sanedrín. En su ausencia, al amparo de la oscuridad durante una fiesta sagrada, Caifás siguió adelante. El «juicio» terminó con un veredicto de culpabilidad. Caifás no tenía poder para ejecutar a Jesús según la ley romana, así que pidió a los romanos que lo hicieran.
De manera que, en La Divina Comedia, se encuentra a Caifás crucificado en el suelo, donde unos hombres encorvados y vestidos con túnicas doradas lo pisotean. Esos hombres son los hipócritas, cuyo castigo es realizar esa tortura por toda la eternidad. En apariencia, sus túnicas son hermosas, pero están cubiertas de plomo, lo que las hace increíblemente pesadas. La crucifixión no parece ser castigo suficiente para Caifás, tiene el tormento añadido del peso de todos los demás hipócritas que saltan sobre él.
Y es que, como dijo el escritor inglés Somerset Maugham (1874-1965), la hipocresía es el vicio más difícil y angustioso que cualquier hombre puede practicar; necesita una vigilancia incesante y un raro desprendimiento de espíritu. No puede, como el adulterio o la glotonería, practicarse en los momentos libres; es un trabajo de tiempo completo. Hace falta un gran esfuerzo para ser un hipócrita “con éxito”.
Pero la realidad es que muchos lo consiguen, al menos por un tiempo, sobre todo ocupando puestos de responsabilidad, con tácticas bien desarrolladas para convencer a los demás de que no tienen razón, usar justificaciones y distorsionar lo hechos. En su máximo grado, el hipócrita es capaz de hacer que se sientan muy mal a quienes lo cuestionan o tienen opiniones diferentes.
Pero hemos de tener cuidado, porque tanto tú como yo tenemos elementos hipócritas en nuestra alma y nuestra conducta. Seguro.
Recordemos el episodio de Sansón y Dalila. Esta mujer es un ejemplo de astuta hipocresía, poniendo sus palabras y su cuerpo al servicio de un plan político.
Mirado desde la vida espiritual, la hipocresía es tan grave porque afecta el centro de la oración. Significa una clara división del alma, una alteración seria de nuestra facultad unitiva, que se va produciendo poco a poco, a base de gestos con los que intentamos proteger nuestra fama.
Volviendo al ejemplo citado, como sumo sacerdote, Caifás tenía la sagrada tarea de defender y hacer cumplir la ley judía. Se apartó de esas leyes actuando no por amor a la ley, sino por otros motivos: hambre de poder y prestigio. Hoy, en la lectura evangélica, Jesús llama hipócritas a los escribas y fariseos porque su intención es ser vistos por los hombres.
Ese es el problema, el verdadero origen de la hipocresía: nuestras intenciones, que no son puras, que normalmente están mezcladas, contaminadas. El hipócrita realizará actos generosos, pero sobre todo para recibir gratitud y admiración, con lo cual se comporta de forma exactamente opuesta a lo que Cristo personalmente nos pide: cargar la cruz y negarme e mí mismo. Esto es lo que en la Primera Lectura condena el profeta Malaquías con duras palabras: el que los sacerdotes fingían servir al pueblo y en realidad se aprovechaban de su cargo para beneficio propio y de sus familias.
Somos hipócritas porque esperamos ser vistos por los hombres, para sentirnos seguros de su aprobación… pero no nos proponemos ser vistos por Dios Padre, como hizo Cristo, y conseguir satisfacerle en todo: Este es mi Hijo amado, y en Él me complazco (Mt 3: 17). Esta es la verdadera actitud ascética, la única intención, verdadera aspiración, que puede bloquear todas las demás y hacernos libres.
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2. Servicio. Recordemos cómo termina San Pablo su Epístola a los romanos: con un Capítulo dedicado a dar las gracias a muchas personas cuyos nombres menciona, y de las que poco sabemos. Pero a todas agradece su servicio, incluyendo Febe, “ayudante de la iglesia” (diaconisa, en el texto original), Andrónico y Junias, que le acompañaron en prisión.
¿Cuál es la razón para servir?
Seguramente, la más importante es reconocer que cada una de las personas que tengo al lado está llamada a cumplir una misión, cuyo alcance no puedo conocer en toda su amplitud. Pero está claro que Cristo destaca a San Juan Bautista sobre todos los demás porque hizo posible que Él realizase su misión. Sin duda, el ejemplo más sublime y conmovedor es el de María, que inmediatamente se identificó como sierva ante Dios. Pero esto es así en cuanto hablamos de una vida espiritual auténtica.
La virtud de la obediencia, central en la vida religiosa, se hace servicio cuando vamos siendo conscientes de que el prójimo realmente se beneficia de nuestra obediencia a Dios, le ayudamos a realizar el propósito por el cual Dios le puso en este mundo.
* Cristo lava los pies a los apóstoles, porque los pies son necesarios para “ir a todas las naciones”.
* José hace lo imposible para que María pueda cumplir su excepcional misión.
* María visita a Isabel para que consiga traer al mundo a un apóstol único.
* Jesús instruye a un Pedro arrepentido de sus culpas con un único encargo: Apacienta mis corderos. En otras palabras, le hace despertar a su misión.
Una condición esencial para servir es… creer que mi prójimo en verdad lo necesita. Así se producen los actos heroicos, cuando alguien se da cuenta que una persona está en un serio peligro y pone en juego su vida para salvarla. Cristo dijo a su Padre que no pedía sacarnos del mundo, lo cual ya indica que Dios tiene para cada uno de nosotros un plan para ahora, no solo para después de la muerte.
Si comienzo a fijarme en mis limitaciones, mis fracasos anteriores, mis pocas fuerzas, ni siquiera me pasará por la cabeza la idea de servir.
¿Qué le aporta al prójimo mi servicio? Es fácil pensar que estará aliviado de algún trabajo o preocupación, pero lo esencial es que esa persona recibe la prueba de ser querido más allá de las palabras o del disfrute en común de los buenos momentos. Un pequeño gesto de servicio, como lavar los pies, puede que sea útil y práctico, pero sobre todo es simbólico, sin duda, y dice con fuerza que deseo liberar a la otra persona de todo lo que le separa de Dios, de la paz y de la felicidad. Aunque sólo lo consiga en un 1%, ese ser humano sabrá que no está solo. Servir a alguien es decir sin ningún discurso: Creo en ti.
Observemos que, aparentemente, el texto evangélico de hoy no tiene unidad ¿por qué aparecen juntos hipocresía y servicio? Creo que es una nueva genialidad de Cristo. Igual que se dice que la virtud opuesta a la pereza es la diligencia, podemos afirmar que lo opuesto a la hipocresía es el servicio.
En efecto, ambas actitudes cubren todo el espectro de nuestra facultad unitiva, por supuesto con matices opuestos:
* Cuando soy hipócrita, mis intenciones acaban apuntando hacia mí, aunque esté haciendo algo “por los demás”. Cuando sirvo, me dejo llevar de la misma aflicción que vivió Cristo: la urgencia de llevar la paz a todos.
* Cuando soy hipócrita necesito ser reconocido, visto y felicitado. Cuando sirvo, procuro hacerlo en secreto, para que no me interrumpan (como Pedro quería impedir que Cristo lavase sus pies); tengo especial interés en que Dios, y solo Él, me vea.
* Cuando soy hipócrita, mis actos se manifiestan como fríos, faltos de entusiasmo, pura obligación. Además, hago preceptos y reglas innecesarios para los demás, en realidad con origen en mi gusto personal (¡atención, los que nos toca dirigir de alguna manera!). Cuando sirvo, se observa en mis pequeñas acciones una alegría que no puede nacer de hacer un trabajo al cual no le veo el sentido.
De manera que el servicio aparece como verdadero antídoto contra nuestra hipocresía.
El servir no es un deporte, no es “una actividad”, es una actitud que me ha de llevar a no perder ni una ocasión de servir. Si María aceptó la extraordinaria misión de ser Madre del Salvador, poniendo en juego toda su vida y su fama, también aceptó de inmediato ir a ayudar a su prima Isabel en las tareas domésticas… algo que parece más sencillo. Pero esa es la diferencia. Justo en el momento de la Visitación, Isabel reconoció la presencia de Dios en su joven prima: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre.
Un detalle importante, que Pablo pone de relieve, es que hemos de ser cuidadosos en evitar que los demás tengan que servirnos. Desde luego, será necesario algunas veces, pero podemos abusar de su generosidad y es claro que, por ejemplo, San Pablo tuvo cuidado en no ser una carga económica para nadie. Sin embargo, se dejó ayudar con humildad cuando era necesario. Ya antes el propio Cristo había dado testimonio de esto, acogiendo la ayuda del padre de familia cireneo que regresaba del campo. No siempre lo hacemos así, y a veces rechazamos la ayuda o el consejo de los demás para mostrar a alguien y a nosotros mismos que somos autosuficientes, independientes.
Terminamos con un testimonio de la medicina:
Elizabeth Kubler-Ross fue profesora de psiquiatría en la Universidad de Chicago. Escribió un best-seller titulado La muerte y el morir. El libro surgió de entrevistas con cientos de personas que habían sido declaradas clínicamente muertas y luego revivieron. En repetidas ocasiones, estas personas relataron que durante su experiencia cercana a la muerte experimentaron una especie de repaso instantáneo de sus vidas. Era como ver una película de todo lo que habían hecho. ¿Cómo afectó a estas personas esa experiencia? ¿Reveló algo significativo? Comentando esto, Elizabeth Kubler-Ross dice: Cuando llegas a este punto, ves que solo hay dos cosas relevantes: el servicio que prestaste a los demás y el amor. Todas esas cosas que creemos importantes, como la fama, el dinero, el prestigio y el poder, son insignificantes.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis Casasùs,
Presidente