
Evangelio según San Mateo 2,13-15.19-23
Después que se fueron los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».
Dios Padre y la Epigenética
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 28 de Diciembre, 2025 | La Sagrada Familia
Eclo 3: 2-6.12-14; Col 3: 12-21; Mt 2: 13-15.19-23
Las tres Lecturas de hoy hablan de la familia, bajo perspectivas distintas. El Eclesiástico (o Sirácide) escrito dos siglos antes de Cristo, nos instruye sobre la obediencia y la piedad filiales; la Epístola a los Colosenses, compuesta en la cárcel, busca liberarlos de la influencia de ciertas filosofías, misticismo y ritos que deshacían las comunidades: finalmente, el Evangelio de Mateo relata las tribulaciones de la Sagrada Familia.
Por supuesto, incluso con la mejor intención, para nosotros existe el riesgo de que estas Lecturas tengan sólo un valor emotivo e histórico… lo cual ya es algo. Pero, a pesar de (o gracias a) la diversidad de las circunstancias en que fueron escritas, buscan destacar hoy la importancia de la familia, cuyas dificultades y tribulaciones actuales conocemos todos. Estamos invitados a reflexionar sobre su papel central en la vida humana y debemos hacerlo con amplitud de visión.
Sin duda, la clave nos la da Cristo al confesarse Hijo, al referirse continuamente a su Padre y al venir a este mundo en una Familia que reconocemos como Sagrada.
Hoy, incluso la ciencia confirma y revela, con mayor énfasis que hace unos años, la función esencial de los padres en la vida de un hijo. No se trata sólo de traerlos al mundo, alimentarlos o educarlos. Recientemente, la disciplina conocida como Epigenética, está desvelando cómo todo lo que nos rodea, especialmente al niño no nacido y al bebé, tiene un efecto decisivo sobre nuestra vida. En griego, episignifica “sobre, fuera de, alrededor de” y, como es bien sabido, genética se refiere a los genes, los miles de segmentos de ADN que nos convierten en una persona única.
Por ejemplo, para comprender la importancia de la influencia (consciente o no) de los padres, sobre todo de la madre, sabemos que la etapa más importante para el desarrollo del cerebro es desde el útero y durante el primer año de vida. Se ha estimado que este rápido crecimiento del cerebro y de sus circuitos se produce a una velocidad asombrosa: entre 700 y 1000 conexiones sinápticas por segundo durante este periodo. En todo eso y mucho más interviene la presencia amorosa o la ausencia amarga de los padres.
Cada vez hay más pruebas procedentes de los campos de la psicología del desarrollo, la neurobiología y los estudios epigenéticos que demuestran que el abandono, la inconsistencia parental y la falta de amor pueden provocar problemas de salud mental a largo plazo, así como una reducción del potencial general y la felicidad. Son muchas las pruebas que respaldan esta afirmación en varias disciplinas y muestran que el apoyo a los bebés y a sus padres durante los dos primeros años de vida es un objetivo crucial de los grupos de salud pública de la comunidad.
Hay efectos sorprendentes (denominados cambios en la metilación) en el cerebro de los ratones que también se han observado ahora en los seres humanos. Así, los estudios realizados en el cerebro de personas que se suicidaron y sufrieron abusos durante la infancia muestran los mismos patrones químicos que los ratones “desatendidos” por sus madres.
Por supuesto, en los seres humanos, esto va mucho más lejos. Así, es cierto que la fe se transmite de muchas maneras, al menos como apertura del corazón, que difícilmente se produce, o no se realiza del mismo modo, si ha faltado el amor materno y paterno en la infancia. En muchos ámbitos de nuestra vida, como la llegada a este mundo o la vivencia de la fe, Dios no ha querido actuar solo, sino con nuestra humilde ayuda.
Cuando nuestro padre Fundador nos dice que el avance en la santidad (o en la perfección, o en la vida plena, que son sinónimos), equivale a crecer en la conciencia filial, NO se refiere sólo a comprender nuestro origen, sino a despertar a todos los vínculos que nos unen a Dios y al prójimo, independientemente de nuestra creencia, nuestra fidelidad o nuestra generosidad. La experiencia filial con nuestros padres nos prepara para este camino de plenitud, en el que “dar la vida” no es sólo un acto heroico, sino la única manera de alcanzar una libertad y una serenidad, a las cuales no se puede llegar por medios individualistas, como pueden ser los éxitos o los placeres mundanos de cualquier categoría. Por eso Jesús declara: De cierto, de cierto les digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará (Jn 12: 24-25).
De alguna manera, esto lo intuían quienes vivieron antes de Cristo. En la época en que se escribió el Libro de Sirach, apenas se comenzaba a creer en la vida eterna; más bien se hablaba de una “vida larga”, como la de Abraham, lo que es expresamente mencionado en esta Primera Lectura, como premio a quien honra a su padre: El que enaltece a su padre, tendrá larga vida.
La atención hacia los hijos en ocasiones puede ser una manifestación de amor posesivo, pero la atención hacia los abuelos, sobre todo cuando lo necesitan todo, nunca puede malinterpretarse, es una lección de vida incomparable. Los hijos, lo sabemos, aprenden más con los ojos que con los oídos. Ven y no olvidan el comportamiento de sus padres hacia los abuelos.
El Libro del Eclesiástico también pone en lugar tan alto la filiación vivida en plenitud, que logra incluso la remisión de los pecados:
El que honra a su padre queda limpio de pecado; y el que respeta a su madre acumula tesoros (…) El bien hecho al padre no quedará en el olvido y se tomará a cuenta de tus pecados.
Todavía más, en el versículo inmediato a la Lectura de hoy, leemos: Hijos, escúchenme, soy el padre de ustedes, compórtense de manera que sean salvados (Sir 3:1). Esa salvación que Sirach veía a su manera, nosotros sabemos que comienza ahora, al ser salvados de una vida raquítica y sin sentido.
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El relato evangélico de hoy incluye la huida a Egipto y el retorno a Israel, dos momentos sin duda difíciles para esa Sagrada Familia, que incluyeron dejar muchas seguridades y hábitos de vida, encontrando nuevas dificultades, como el maltrato que sufrieron los judíos en Egipto lo cual se ofrece hoy a nuestra meditación para que comprendamos cómo la convivencia fraterna es posible, si somos fieles, en medio de imprevistos, inseguridades, cansancio y diferencias de sensibilidad
¿Cuál es el secreto de Jesús, María y José? No sólo la buena voluntad, sino –como vemos en San José– buscar la voluntad de Dios día y noche, en la contemplación de todo (incluidos los sueños) y en el rostro de quienes le rodean.
Hoy, San Pablo resume la forma de comportarse de una comunidad, cuando es consciente de que Dios mismo les ha reunido:
Ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad.
En las dificultades de la convivencia, en vez de vivir el Espíritu Evangélico y contrariamente al deseo de Jesús, se dan con frecuencia las siguientes reacciones instintivas cuando nos sentimos ofendidos:
* Agresión verbal, subrayando los defectos de la otra persona con gritos, insultos o reproches.
* Aislamiento, procurando no saludar, refugiándose en las obligaciones personales y evitando casi cualquier conversación. Mucho menos, interesarse por las preocupaciones, la salud o el trabajo de la otra persona. Esta actitud suele estar acompañada de esta vergonzosa justificación: Es mejor así, para evitar males mayores.
* No pedir perdón por ningún error o molestia causada, leve o grave.
* Por miedo o sumisión, aceptar la agresión sin cuestionarla.
* Quedarse bloqueado, sin capacidad emocional de responder.
En resumen, las reacciones instintivas ante lo que consideramos una agresión en la comunidad o en la familia suelen oscilar entre defensa, silencio, huida o sumisión, todas ellas comprensibles pero insuficientes para resolver el conflicto y mucho menos para dar el testimonio que Jesús espera de sus discípulos. Todo esto lleva a la dolorosa separación, de varias formas diferentes y, desde luego, se refleja en las relaciones de esa familia o esa comunidad con el resto del mundo, resultando un grupo nada atractivo, independientemente de sus creencias, ideas o actividades.
La actitud adecuada, ajustada al Espíritu Evangélico, no puede improvisarse; nace sólo de una oración continua que se resume en el deseo de ser embajadores de Cristo, como también dijo San Pablo (2 Cor 5: 20). Por eso, hoy nos aconseja: Todo lo que de palabra o de obra realicen, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él.
Es San Pablo quien más claramente contrapone los valores “de Adán” con los de Cristo. Y la verdad es que las dificultades, las crisis, los obstáculos que se enfrentan en comunión y en nombre de Cristo, generan paradójicamente aún más unidad y, con la gracia, se puede transformar la peor situación en una ocasión de dar testimonio de la presencia divina.
Un ejemplo espectacular, pero que es modelo de lo que nos sucede si somos fieles, es la historia de Pablo y Silas en Hechos 16:25-26, cuando cantaban himnos en prisión y su testimonio abrió corazones, provocando incluso la actuación divina, con un terremoto que soltó sus cadenas y logró la conversión del carcelero y toda su familia. La cárcel ciertamente se transformó en templo.
Es la gracia del Bautismo la que hace esto posible, como dice San Pablo, pues ese sacramento nos reviste del hombre nuevo.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente









