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Eucaristía: Un milagro personal y comunitario | Evangelio del 11 de junio

By 7 junio, 2023No Comments
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Evangelio según San Juan 6,51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».

Eucaristía: Un milagro personal y comunitario.

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 11 de Junio, 2023 | Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo

Dt 8: 2-3.14b-16a; 1 Cor10,16-17; Jn 6,51-58

 

Una historia, que dudo sea verdadera, cuenta que un sacerdote (de cuya buena intención no dudo) celebraba la Eucaristía en un pequeño barrio, bastante pobre, de una gran ciudad. Y, después de un ligero terremoto, observó que la pequeña casa de una pareja de ancianos había sido severamente dañada, sobre todo el techo.

Cuando regresó al domingo siguiente para celebrar la misa, notó que la situación no había cambiado. Así sucedió al siguiente domingo. Después de tres semanas, al no observar ningún cambio, concluyó su homilía en la Misa dominical diciendo: Lo siento mucho, pero a partir de ahora ya no vendré nunca a celebrar la Eucaristía con ustedes. Le preguntaron si había sido trasladado a otro lugar y él respondió: No; lo que ocurre es que no tiene sentido celebrar la Misa aquí, porque ustedes no son cristianos. Vienen en masa a comulgar, pero nadie ha movido un dedo para ayudar a esta pareja de ancianos, vecinos suyos.

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Tal vez esta anécdota sirva para comprender mejor lo que San Pablo dijo a los Corintios y hoy nos recuerda la Segunda Lectura: El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Cuando escuchamos a Cristo en el Evangelio de hoy, es importante recordar que está pronunciando palabras de despedida. Si una persona querida nos dirige la palabra en sus últimos momentos, cuando está a punto de morir, sin duda habla desde el corazón, con la intención de transmitirnos lo que considera más importante en esa hora, cuando contempla toda su vida y desea compartir algo que especialmente desea que escuchemos.

Tanto el propio Jesús como San Pablo nos están hablando hoy de la unidad, de una forma de unidad que merece una profunda y serena meditación. No nos equivoquemos, no nos quedemos en la contemplación de la triste realidad de los conflictos entre grupos humanos o países. Cristo se interesa, en sus últimas horas, en asegurar la unidad entre nosotros, familias, comunidades religiosas o parroquias. Es lo que especialmente le preocupa y es lo que decididamente quiere asegurar entregándonos su Cuerpo y su Sangre.

Pero no olvidemos que esto lo hace con un signo altamente relevante: partiendo y compartiendo algo tan sencillo como el pan. No se trata simplemente de su presencia, es su presencia compartida en medio de nuestra necesidad. No es lo mismo compartir un lujoso cocktail en un hotel, servido por una Embajada, que partir en dos con un amigo el único bocadillo que nos queda después de un largo camino, al anochecer en la montaña. Aunque no sea un banquete, los dos nos miraremos felices y ese bocadillo nos unirá en un sencillo pero auténtico gozo.

Posiblemente lo anterior no sea una metáfora muy elegante de lo que es la Eucaristía, pero debiéramos cerrar los ojos y sentirnos más unidos a quienes se han acercado con nosotros a recibir a Cristo, esperando con atención a lo que desee hacer en nuestro corazón.

Es doloroso contemplar la desunión entre personas que desean el bien, que han abandonado muchas cosas del mundo para dedicarse a los demás o incluso hacerlo en nombre de Cristo. Y tal vez se reúnen para orar y para recibir la Eucaristía…Sí, es más fácil ver la presencia de Cristo en la Sagrada Forma que en la persona que me lleva la contraria sistemáticamente, que habla mal de mí, o que presume todo el tiempo de sus gestos generosos de ayer y de hoy.

Cristo hace todos los esfuerzos imaginables para demostrar que está entre nosotros y en cada uno de igual forma. Al partir el pan en el momento de la cena con los discípulos de Emaús, consiguió que regresasen a Jerusalén junto a la comunidad. Al hacerse carne y sangre en cada Eucaristía, su intención es la misma para nosotros. Algunos quizás buscamos sólo una fuerza y un consuelo personal y no se nos ocurre que el hecho de acercarnos al altar a recibirle, ya es el comienzo de una unidad más fuerte entre nosotros.

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Dado que esta presencia de Cristo en la Eucaristía es un misterio y que muchas personas, incluidos cristianos, no lo contemplan más que como algo metafórico, es importante recordar una vez más que un misterio no es algo a lo que se enfrenta un detective en una novela para terminar descubriendo quién es el asesino, ni tampoco una verdad oculta que eventualmente desvela la investigación científica.

Alguna vez, el significado de “misterio” se ha explicado con una simple analogía: Supongamos que tú y yo estamos en una recepción. Entonces, llega Andrés y saluda efusivamente a Carlos, dándole un abrazo. Y yo digo asombrado: Fíjate, que cosas hay que ver. Entonces tú respondes: ¿Qué hay de extraño en un saludo afectuoso? Entonces te explico: Andrés y Carlos han sido enemigos durante treinta años.

Ese abrazo es más significativo de lo que parece a simple vista. Un misterio nos lleva a ver más allá de lo aparente. Según el Concilio Vaticano II, la Iglesia es ante todo un misterio (Lumen Gentium 1-8). Un misterio es algo que hay que contemplar y vivir. Es valioso, en sí mismo y por sí mismo, como fuente de maravillas inagotables. Aunque un misterio trasciende el conocimiento humano, no carece de sentido.

Al recibir la Eucaristía, el caminar hacia el altar, el poner la hostia consagrada en nuestra boca, el escuchar las palabras “El Cuerpo de Cristo”, el ver a los demás hacer los mismos gestos, nos han de ayudar a comprender que Cristo está luchando por mostrarnos que camina con nosotros y que sólo con Él la unidad entre nosotros es posible.

Pero lamentablemente, a veces no penetramos en los misterios, simplemente los cubrimos su luz con admiración, ritos o razonamientos.

Hace muchos años, según cuenta la historia, un clan familiar adquirió una joya de valor incalculable. Su belleza y poder eran de una calidad insuperable. Para salvaguardarla, la familia colocó la joya en un joyero elaborado con un cuidado exquisito. La siguiente generación se maravilló no sólo de la joya, sino también del hermoso joyero. Para guardarla, hicieron un joyero mayor en el que metieron tanto la joya como el primer joyero.

Con el paso del tiempo, generación tras generación se fueron haciendo más y más grandes cofres, hasta que por fin se construyó un gran y magnífico cofre del tesoro, adornado con intrincadas tallas, piedras preciosas, símbolos artísticos y pinturas religiosas. El clan familiar, ahora bastante numeroso, estaba muy orgulloso de su noble herencia. También los forasteros venían a admirar la antigua belleza del enorme cofre del tesoro. Qué afortunados son ustedes -decían a menudo- por poseer una tradición tan verdaderamente rica. Entonces, un día alguien preguntó: Por cierto, ¿qué hay en el cofre del tesoro? Nadie podía ofrecer una respuesta clara. Pocos parecían saberlo con certeza.

Esto explica por qué nuestro padre Fundador nos decía:

Una cosa es pensar en la Eucaristía, y otra cosa es ser Eucaristía. Es la Eucaristía la que nos da la inmutabilidad espiritual en todas las pruebas de la vida para que esa unión se consolide y llegue a ser tan íntima e indisoluble que el alma alcance ya una seguridad plena de no moverse jamás de ese estado. Esta es la Eucaristía (26 FEB 1961).

En esa ocasión, nuestro Fundador nos decía también que es tal la transformación eucarística, que produce una aversión a todo lo que no es Cristo. Al igual que comenzábamos esta reflexión diciendo que hay ejemplos de personas (…quizás tú y yo) que no aprovechamos el poder de la Eucaristía, también es cierto que muchos santos han obtenido un beneficio extraordinario de su fidelidad a este sacramento.

Un fruto destaca por su visibilidad e importancia, la protección respecto al pecado. De ahí la cita anterior de nuestro Fundador y lo que proclamamos en la Santa Misa: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

De manera que, la Eucaristía tiene asociadas unas gracias personales, que preparan nuestro corazón para las cosas de Dios y también la gracia de la unidad, que nos permite dar el signo de ser verdaderos seguidores de Cristo, más allá de nuestras actividades y palabras.

Hoy, en la Primera Lectura, se dirige al pueblo una sentida invitación: recuerda, no olvides. Mira a tu pasado, considera lo que Dios ha hecho, ten presentes sus obras de salvación.

En el desierto, el maná era un alimento misterioso, desconocido e inesperado. Apareció milagrosamente en el desierto. Dios enseñó la sencillez, lo esencial a su pueblo. Les hizo comprender cuáles son las necesidades básicas y cuáles provienen de la avaricia, la codicia, el ansia de posesión y de poder. Las necesidades inducidas, lo superfluo, la pereza y la vida de placer alejaron al pueblo de Dios. Esto es lo que nos ocurre a nosotros, que hemos tenido la gracia y el privilegio de recibir la fe.

Durante nuestro éxodo a la morada celestial, Dios nos ofrece también un alimento completamente nuevo, distinto de los que el hombre siempre ha conocido y experimentado, un alimento “salido de la boca del Señor” que viene del cielo como el maná: su Palabra convertida en pan.

Al hablar con jóvenes y adultos, se aprecia hoy, seguramente más que en otras épocas, una falta de convicción sobre la necesidad de recibir la Eucaristía, mucho más respecto a los consejos tradicionales para una buena preparación previa, como por ejemplo los que vemos en las obras de San Francisco de Sales.

Probablemente, más que cualquier explicación teológica, lo que puede llevarnos a un profundo afecto a este sacramento es recordar que la Eucaristía es la única observancia para la cual personalmente Cristo dio indicaciones detalladas, poniendo el pan y el vino como elementos naturales y vectores de su sangre y de su carne.

Recibimos la Eucaristía porque Él, personalmente, así lo pidió; así lo recomendó fuertemente como medio de salvación y de unidad. Aparte de lo que podamos decir de la Eucaristía, ciertamente es un verdadero gesto de amistad con Cristo… que Él tuvo antes con nosotros.

Me gustaría concluir con una observación de algo que podemos olvidar, la relación inmediata de la Eucaristía con la vida apostólica. Cada uno de nosotros puede sacar sus propias conclusiones:

Cada vez que coman de este pan y beban de este vino, estarán anunciando la muerte del Señor hasta que él regrese (1Cor 11: 26).

 

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente