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Vive y transmite el Evangelio

¡Alégrense! | Evangelio del 10 de marzo

By 6 marzo, 2024No Comments
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Evangelio según San Juan 3,14-21:

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
»Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

¡Alégrense!

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 10 de Marzo, 2024 | IV Domingo de Cuaresma

2Crón 36: 14-16.19-23; Ef 2: 4-10; Jn 3: 14-21

Todos hemos oído historias sobre la fuerza del amor. Algunas de ellas las conocemos de cerca y quizás algunos de nosotros hemos sido los beneficiados por la persona protagonista de esa historia. Algunos de esos relatos están recogidos en la literatura o el cine. Otros son literalmente ciertos, como por ejemplo el siguiente.

En un país asiático, sumido en una guerra civil, una joven mujer avanzaba con dificultad por la calle de un pueblo, a punto de dar a luz a un niño. Suplicaba a los transeúntes: ¡Ayúdenme! Ayúdenme, por favor. Mi bebé.

Nadie le prestó atención. Pasó una pareja de mediana edad. La esposa apartó a la joven madre y se burló: ¿Dónde está el padre?

La pareja se rió y siguió adelante.

La joven se dobló por una contracción al verlos marchar. Por favor…, suplicó.

Había oído hablar de un misionero que vivía cerca y que podría ayudarla. Apresuradamente, empezó a caminar hacia aquel pueblo. Si al menos ayudara a su bebé. Temblando y dolorida, luchó por atravesar el camino helado. Pero la noche era muy fría. Estaba nevando. Al darse cuenta de que se acercaba la hora de dar a luz a su bebé, se refugió bajo un puente. Allí, sola, nació su bebé.

Preocupada por su hijo recién nacido, se quitó la ropa, lo envolvió y lo estrechó en el cálido círculo de sus brazos.

Al día siguiente, el misionero desafió la nieve para visitar a varias personas. Mientras caminaba, oyó el llanto de un bebé. Siguió el sonido hasta un puente. Bajo él, encontró a una joven madre muerta por el frío, que seguía abrazada al llanto de su hijo recién nacido. El misionero levantó con ternura al bebé de sus brazos.

Cuando el niño tenía 10 años, su padre adoptivo le contó la historia de la muerte de su madre. El niño lloró al darse cuenta del sacrificio que su madre había hecho por él.

A la mañana siguiente, el misionero se levantó temprano y encontró la cama del niño vacía. Al ver unas huellas recientes en la nieve, se abrigó bien y siguió el rastro. Llevaba al puente donde había muerto la joven madre.

Al acercarse al puente, el misionero se detuvo, atónito. Arrodillado en la nieve estaba el niño, desnudo y temblando sin control. Su ropa yacía a su lado en un pequeño montón. Acercándose, oyó al niño decir, mientras tiritaba: Mamá, ¿pasaste este frío por mí?

Desde luego, esta historia recuerda a otra semejante, cuando Jesús nació en el frío de un pesebre y sin duda, como hombre, aprendió de María y José la lección de lo que significa dejarlo todo por Él.

El Evangelio de hoy nos recuerda también un Padre que entrega a su único Hijo por nosotros ¿Por qué esta historia no nos conmueve hasta la médula y nos hace cambiar? Es demasiado intensa; una reacción típica es no profundizar en ella y buscar una excusa racional: se trata de una leyenda, fake news del pasado. Otro mecanismo frecuente es sentirnos conmovidos, incluso estremecidos por ese sacrificio, pero no entramos en él; es como un recuerdo que incluso nos hace verter lágrimas, pero no vamos más allá de la emoción, aunque esta sea intensa, aunque se repita de vez en cuando.

En ambos casos, la Primera y la Segunda Lecturas de hoy nos pueden ser muy útiles. En la Primera, el autor de las Crónicas nos recuerda que todos los seres humanos necesitamos una forma de amor muy específica: la misericordia que nos libera de los efectos de nuestras infidelidades y costumbres abominables, en los cuales no creemos, pues nos consideramos superiores a los “ingenuos” pueblos antiguos o tal vez somos escépticos en cuanto a la posibilidad de cambiar. En la Segunda Lectura, San Pablo nos hace ver los efectos de ese amor misericordioso y redentor, y lo hace con expresiones que nos pueden parecer poco realistas, claramente exageradas, pues nos dice que Cristo Jesús nos ha sentado en el cielo con Él.

¿Vamos a dejarnos confundir por el leguaje del Antiguo Testamento y el vigor expresivo de San Pablo?

Aunque no entendamos muchas cosas, aunque hay demasiados misterios, deberíamos aprender de Nicodemo, a quien debió ser difícil comprender las palabras de Jesús, al decirle que el Hijo de Dios debía ser “levantado en alto” como levantó Moisés la serpiente de bronce en el desierto. Sin embargo, se acercó a Jesús, porque, según le dijo: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los milagros que tú haces si Dios no está con él (Jn 3: 2).

No necesito ver caminar a los cojos o que un muerto resucite, pero, al igual que Nicodemo, he de acercarme a Cristo SOBRE TODO porque ha logrado hacer cambios en mi vida. Tal vez no soy un ejemplo de amor misericordioso, pero no tengo duda de que Él ha sembrado en mi vida algo indestructible, que ha de dar frutos, como nos dice hoy San Pablo: para que quede de manifiesto que mis obras están hechas según Dios.

Al igual que el niño de la historia que recordábamos al principio, el cual se decidió a pasar frío y seguir los pasos de su madre, tengo que estar seguro de que mis obras hablarán de Dios. Si soy fiel, porque se manifestará la virtud que he heredado. Si soy infiel, porque será visible en mi vida que, en realidad, no ha habido ningún cambio y sigo igual de triste, igual de confuso que quien acaba de pecar.

Es exactamente lo que la Primera Lectura relata sobre el pueblo israelita. A pesar de la sabiduría de los profetas, de las advertencias dadas por Yahveh y los consejos de los ancianos, eligieron los ídolos de otras tribus y fueron víctimas de la ambición del mundo. Todo el Libro de las Crónicas es un impresionante relato de todo ello

Con mi acogida agradecida o sin ella, la obra de Dios será visible en mí. Desde luego, la Providencia no me abandonará, haga lo que haga. Así como San Mateo insiste en las consecuencias eternas de mis acciones, San Juan subraya cómo Dios responde ahora mismo, de manera imprevisible, a lo que yo decido hacer, siendo sabio o siendo necio.

Todo se decide en un instante, en cada momento donde puedo decir SÍ o NO a la confianza personal de Cristo, a esa verdad, que es más que un título, que describe su amor por ti y por mí, completamente lleno de esa inmerecida confianza:

En adelante, ya no les llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A ustedes les llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre (Jn 15: 15).

Eso explica por qué este Domingo de Cuaresma se llama Laetare, que significa ¡alégrense! No es que sea un paréntesis en nuestro esfuerzo cuaresmal, sino una celebración por haber recibido ese amor de Dios. Por supuesto que se nos anima a hacer buenas obras, pero sin olvidar que el perdón y el amor recibidos no son “pago” de nuestras buenas acciones, como podría pensarse en la mentalidad del Antiguo Testamento; más bien son gracia pura que nos debe llenar de gozo:

Ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8: 39).

La semana pasada, durante la homilía de la Misa pregunté a los niños de catequesis si recordaban haber dicho alguna mentira. Varios de ellos respondieron valientemente ante todos los parroquianos y uno de ellos, después de contar que había roto un espejo y lo había negado a sus padres, añadió que su padre le había llamado, le invitó a unas galletas, sentado en sus rodillas y al mismo tiempo le dijo con afecto: Lo rompiste tú ¿verdad? El niño entonces comprendió que su padre le amaba de verdad.

Ciertamente, no hay mayor motivación para la conversión que darse cuenta de que nuestra salvación, en última instancia, es un don gratuito de Dios y no por nuestro hacer o por nuestros méritos. Sin esta convicción de que Dios nos ama incondicionalmente, sería imposible amar también incondicionalmente. Si bien es cierto que el hombre no se salva por sus propias buenas obras, es igualmente cierto, sin embargo, que éstas son la respuesta necesaria al amor de Dios. Son los signos de que la gracia de Dios ha sido acogida y ha empezado a dar frutos

Como nos enseña la historia de Israel y nuestra historia personal, Dios Padre y Dios Hijo saben cómo enviar al Espíritu Santo para nuestro consuelo y corrección. Hoy es un buen día para meditar sobre lo que significa la Inspiración, esa presencia del Espíritu Santo con abundancia de signos que nos confirman dos verdades: que no estamos solos en nuestro dolor, en nuestras miserias y que el Padre nos da una misión en cada instante. Esa Inspiración nos llega a través del prójimo, de la naturaleza y de los acontecimientos en nuestra propia vida. Pero Dios continúa enviando auténticos profetas, que no desean ni pretenden serlo y, sin embargo, a pesar de sus posibles debilidades, de su miedo y de sus faltas, se convierten en instrumentos elegidos para que uno, dos o miles de nosotros, descubra que nuestro Padre espera algo de nosotros.

Nicodemo era un intelectual judío. Buscó a Jesús en la oscuridad de la noche para comprender mejor su mensaje, porque temía que los demás, sobre todo sus compañeros rabinos, se burlaran de él. Como Nicodemo, quizá también nosotros dudamos en abrirnos al don de Dios, temerosos de dar el salto de fe a su amor y misericordia. Hoy se nos exhorta a abrir los ojos y ver el amor de Dios en la muerte y la pasión de Jesús y en nuestras propias vidas. No vine a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo (Jn 12: 47).

Estamos llamados a pasar este Tiempo de Cuaresma contemplando su amor en la cruz la paradoja de recibir la luz y la fuerza, precisamente de un condenado por la justicia humana.  Los esclavos acababan en la cruz, solamente los esclavos. Desde la Cruz, Jesús proclama que el hombre realizado según Dios es aquel que se ha hecho voluntariamente esclavo por amor, servidor de sus hermanos hasta morir por ellos.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente