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¿Somos mayores que San Juan Bautista? | Evangelio del 14 de diciembre

By 10 diciembre, 2025No Comments

Evangelio según San Mateo 11,2-11
En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».

¿Somos mayores que San Juan Bautista?

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 14 de Diciembre, 2025 | Tercer Domingo de Adviento

Is 35: 1-6a.10; Sant 5: 7-10; Mt 11: 2-11

En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decir: En verdad les digo que entre los nacidos de mujerno se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde luego, al hablar así Cristo no está haciendo un “ranking de santidad”, sino que nos está recordando que el Bautista no fue testigo de los prodigios que los primeros discípulos vieron y de los actos heroicos que nosotros hemos visto en los santos, durante tantos siglos, aunque nuestra respuesta a esa gracia no sea siempre la mejor. Él predicó, sufrió la persecución, la cárcel y el martirio sin haber visto lo que nos ha sido concedido contemplar a nosotros: los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio.

Creía profundamente en el Maestro y, al mismo tiempo, no podía comprender la magnitud de la misericordia divina, que llevó a Cristo a perdonar y convivir con quienes eran juzgados impuros, a acercarse a los más repugnantes, a quienes mostraban signos claros de no desear arrepentirse; Jesús les anunciaba que -contra todo pronóstico- los planes de Dios Padre se cumplen y se seguirán cumpliendo: será prácticamente imposible resistirse a la misericordia divina y no convertirse ahora mismo, dentro de un tiempo o al terminar esta vida. Eso explica los milagros y las curaciones que hizo Jesús, para que todos comprendieran que el reino de los cielos verdaderamente estaba ya entre nosotros.

Desde luego, la actitud de misericordia de Cristo superaba (y contradecía) todas las expectativas; la forma de mirar a los pecadores y corruptos no coincidía con lo que a veces leemos en el Antiguo Testamento: ¿No odio a los que te aborrecen, Señor? ¿Y no me repugnan los que se levantan contra Ti? Los aborrezco con el más profundo odio (Salmo 139).

Tal vez por eso, San Juan preguntó si algún otro “que había de venir”, completaría las enseñanzas y la compasión de Cristo eliminando los más perversos, que parecían hacer imposible la paz y la victoria total anunciadas por los profetas. Pero había emprendido su misión como Abraham, se puso en camino, sin saber exactamente donde debía ir.

El mismo Jesús, muy consciente del shock que producía su misericordia sin límites, exclama hoy: ¡Bienaventurado aquel que no halle escándalo en mí!

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Pero, lo que experimentamos cada día y lo que experimentaban los israelitas en el exilio tampoco parece hablar de la victoria del reino de los cielos. De hecho, ayer y hoy, muchas personas muestran desinterés por la vida espiritual y por cualquier religión porque les parece irrelevante en sus vidas ¿Qué importa si existe Dios o no existe, dado que no parece tener relación con nosotros? ¿De qué sirve mi antigua fe en Dios si no resuelve las dificultades más acuciantes de las personas que quiero y por quienes tanto he rogado? Algunos, incluso culpan a Dios de las tragedias que padecen sus seres queridos o ellos mismos. Por eso, el anuncio del Evangelio, aunque apoyado por la palabra, debe ser demostrado con ciertas acciones que son imposibles de explicar en un ser humano sin la intervención de la gracia: el vivir una abnegación total, el amar a los enemigos y el perdonar en toda ocasión.

Pero hay más. La victoria del reino de los cielos se demuestra cuando “dos o más están reunidos en Su nombre” (Mt 18: 20), lo cual significa que Él se hará presente. Cristo no dice “cuando estén trabajando en mi nombre”, ni siquiera menciona la oración, pero Su presencia tiene siempre signos especiales. El primero, desde luego, es la unidad, pues sólo el Espíritu Santo que acompaña al Hijo es capaz de crear unidad en quienes tienes sensibilidades distintas, expectativas diferentes y, además, no siempre se entienden perfectamente.

Cuando esa unidad lleva a entregar juntos la vida, de formas distintas, pero siempre hasta el final…la presencia de Dios es perceptible. El modelo más insigne es el de los mártires que se animan mutuamente a morir por Él.

Un ejemplo muy hermoso y admirable lo encontramos en los Mártires de Nagasaki (Japón, 1597). Fueron 26 cristianos -franciscanos, jesuitas y laicos, entre ellos tres niños- condenados a morir crucificados por anunciar el Evangelio. Durante el camino hacia el monte Nishizaka, se iban alentando unos a otros con cantos y palabras de esperanza.

El más joven, Luis Ibaraki, de apenas 12 años, animaba a los mayores diciendo: El cielo está delante de nosotros. Los adultos, viendo su valentía, se fortalecían mutuamente: la fe del niño se convirtió en un espejo que les devolvía valor y esperanza. En la cruz, se animaban unos a otros a cantar el Te Deum, mostrando que la comunión en el martirio era más fuerte que el miedo.

Pero no sólo se trata de la muerte sangrienta. Una comunidad que de forma consistente se une para vivir el martirio de la entrega diaria, cuando una comunidad se consagra a servir sin descanso, renunciando a comodidades y soportando incomprensiones, pero permaneciendo fiel al amor. También se observa en las comunidades monásticas contemplativas, que ofrecen su vida en oración por el mundo, sin reconocimiento externo. El Papa Francisco lo ha recordado: El requisito indispensable para ser mártir no es morir, sino dar la vida por amor. A veces se ha llamado “martirio blanco” a esta entrega silenciosa y perseverante, sobre todo de una comunidad, que dura toda la vida.

Podemos imaginar estas comunidades como los cirios de Adviento, encendidos en la noche, sin hacer ruido, sin llamar la atención, pero consumiendo su propia vida para dar luz a los demás. Ese es su martirio: desgastarse por amor, sin necesidad de morir violentamente.

La unidad, esa meta tan difícil en la vida del mundo, se manifiesta en los miembros de las comunidades religiosas o las familias que en verdad se consagran juntos.

Nuestro padre Fundador nos anima a vivir la santidad en común, no porque sea más llevadero hacerlo así, sino porque, de este modo, podemos dar testimonios de unidad y perdón mutuo que no son posibles más que en una comunidad. Esto es tan poderoso que, si perdemos esta ocasión, seríamos merecedores -en el duro lenguaje del Antiguo Testamento- de un castigo espantoso. Por eso San Pablo exclama hoy en tono aparentemente exagerado: No se quejen, hermanos, unos de otros, para no ser condenados.

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A San Juan Bautista, a María, a Abraham, a José y a muchos profetas, les sucedió lo mismo: no podían comprender los planes de Dios. El Antiguo y el Nuevo Testamento coinciden en reconocer que nuestra forma de caminar ha de ser atravesar el misterio, no comprenderlo:

Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55:9).

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33).

El testimonio del Bautista fue tan impresionante que Herodes decidió encarcelarlo en la imponente fortaleza de Maqueronte, pues estaba sobrecogido de pánico porque imaginaba que la autoridad moral del Bautista pudiese llevar al pueblo a un levantamiento. Además, temblaba porque Juan ponía ante sus ojos el mal que hacía al unirse a la esposa de su hermano, lo cual le produjo confusión y, contra su voluntad, fue impulsado a la ejecución del Bautista. Eso demuestra el poder de una abnegación completa (de mis juicios, de mis deseos y del hambre de “misiones cumplidas”) y la realización de lo que Cristo predijo, la persecución que de muchas maneras sufrirá el justo.

El Adviento nos invita a prepararnos de varias maneras a la llegada de Cristo, pero sobre todo con la visita al desierto, que simboliza claramente la negación de sí mismo.

Hoy tenemos una ocasión única para tomar al Bautista como modelo de nuestra abnegación ascética. Eso le valió recibir la gracia de llegar a toda clase de personas.

Su estilo de vida lo vinculaba con los profetas del Antiguo Testamento: el retrato de Juan recuerda explícitamente a Elías, el gran profeta que también llevaba vestiduras ásperas y vivía apartado (2 Re 1: 8). Los evangelistas quieren mostrar que Juan es el “nuevo Elías”.

Su misión es preparar la llegada del Mesías, preparar el camino para que pueda alcanzar a las almas, a los corazones más cerrados y endurecidos. Su atuendo y dieta eran parte de este mensaje: es un profeta auténtico, austero, consagrado enteramente a Dios.

La piel de camello simboliza austeridad radical y desprendimiento; no es suave ni elegante; es áspera e incómoda. Esto expresaba renuncia a los lujos, a lo que no es estrictamente necesario, una vida penitencial.

Los saltamontes (langostas) eran un alimento accesible y permitido, como dice el Levítico (11: 22) y, para alguien que habitaba en el desierto, mostraban que vivía de lo mínimo necesario. La miel silvestre representa la dependencia total de Dios, no era miel cultivada, sino la que se encuentra en la naturaleza, un alimento gratuito y no controlado por la economía humana. Todo esto expresa su voluntad de: vivir del don y confiar en la Providencia, lo que le daba una autoridad moral y espiritual que no tenían la mayoría de los fariseos, saduceos y sacerdotes.

Esta abnegación, este desprendimiento, le dio autoridad para llamar a la conversión a todos, sin distinción social, religiosa o moral. Pero lo hacía de maneras diferentes según quién estuviera frente a él.

Primero, está la gente común (obreros, campesinos, peregrinos) que iba al Jordán buscando orientación espiritual, perdón, renovación interior y esperanza ante la opresión política y la corrupción religiosa. Con ellos, Juan hablaba en un tono directo pero accesible, exhortando a vivir con justicia y misericordia (Lc 3:10–14).

También llegaron los publicanos (recaudadores), considerados pecadores públicos. Eran vistos como traidores porque colaboraban con Roma. Sorprendentemente, Juan no los rechazaba. Al contrario, les enseñaba cómo vivir con rectitud: No exijan más de lo establecido (Lc 3: 12–13) Esto muestra que Juan no se aislaba de los pecadores, sino que les ofrecía un camino de transformación.

También se acercaron soldados. Juan les habló dentro de su contexto profesional: No extorsionen a nadie; conténtense con su salario (Lc 3: 14). Así entendemos que no veía a nadie como irredimible, ni siquiera a quienes representaban el poder opresor.

A los fariseos y saduceos también les habló, pero con mucha dureza. No porque los rechazara como personas, sino por su hipocresía religiosa. Intenta despertar su conciencia corrupta con frases duras: ¡Raza de víboras! (Mt 3: 7). Ellos acudían más por curiosidad o para evaluar su movimiento, no para convertirse. Aun así, Juan les dirigió el mismo llamado a cambiar de vida.

Juan incluso habló a los gobernantes, denunciando injusticias y pecados públicos. Criticó abiertamente a Herodes por su relación ilegítima con Herodías (Mc 6: 17-18). Eso le costó la prisión y, finalmente, la vida. Evidentemente, no rebajaba su mensaje según el poder de su interlocutor.

Finalmente, Juan formó un grupo de discípulos (Jn 1: 35-41) con los que tenía un trato más profundo, de formación y acompañamiento. Algunos de ellos terminaron siguiendo a Jesús.

Pidamos, dando prueba de nuestra abnegación, esa gracia apostólica de llegar a todos los corazones, de llevar la paz que Jesús nos anuncia ya este Adviento.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente