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Vive y transmite el Evangelio

Tres formas engañosas de tratar con Dios, la Naturaleza y las Personas

By 1 marzo, 2020No Comments
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por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.
Madrid, 1 de Marzo, 2020. | I Domingo de Cuaresma.


Génesis 2: 7-9.3,1-7; Carta a los Romanos 5: 12-19; San Mateo 4: 1-11.

En la Juventud Idente, nuestro Padre Fundador nos ha enseñado a vivir y difundir el mensaje de que Dios, la Naturaleza y la Sociedad son las tres fuentes donde aprendemos a desarrollar nuestra sensibilidad y donde descubrimos lo que es verdaderamente valioso en nuestra existencia.
Por lo tanto, no es tan sorprendente que el diablo haya tentado a Cristo con tres formas perversas de tratar a Dios, la Naturaleza y la Sociedad, tres propuestas corruptas, pero camufladas con la apariencia de verdad.
Tampoco nos sorprende que el diablo haya tentado a Cristo precisamente en el desierto, un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. De hecho, tenemos la experiencia personal de cómo en los momentos más decisivos de nuestro acercamiento a Dios, tal vez cuando hemos recibido una gracia especial, como un sacramento, los votos religiosos o la misión de acompañar a las almas, la tentación se presenta con mayor vigor.
Siempre tienta a los puros, porque los otros ya son suyos sin ofrecer resistencia. El diablo siempre está cerca de los bienintencionados y de los consagrados… los otros sucumben “a distancia”.
Pero mucha gente, incluidos los católicos, creen que el diablo no es un ser vivo sino un mero símbolo del mal. Y quizás así es como Satanás lo prefiere, si es cierto que el truco más astuto del Diablo es convencernos de que no existe, como se afirmó el poeta francés Charles Baudelaire… que no era exactamente un angelito.
Una de las declaraciones más reveladoras y personales de un Papa sobre el diablo fue hecha por el Cardenal Bergoglio, antes de su elección, en 2010, en un diálogo con el Rabino Skorka: Los frutos del diablo son siempre destructivos: división, odio y calumnia. Y en mi experiencia personal, lo noto cada vez que estoy tentado de hacer algo que no es lo que Dios quiere para mí. Creo que el Diablo existe.
La realidad del diablo no se demuestra en un discurso académico sino por el hecho de que podemos ver los efectos de su presencia en el mundo y en nuestra vida. Una forma
contemporánea muy común de incredulidad en la existencia del diablo es la producida por una lectura científica mediocre, superficial y mal digerida. ¿Un ejemplo?
La proyección es el proceso de desplazar los sentimientos que uno tiene hacia otra persona, animal u objeto. Vemos en otras personas las cosas que no queremos ver en nosotros mismos. La proyección permite abordar las propias características problemáticas sin que el individuo las reconozca plenamente en sí mismo. Por ejemplo, un hombre casado que se siente atraído por una compañera de trabajo podría acusarla de coquetear con él.
Gracias a nuestra mente inconsciente, somos capaces de manipular nuestra imagen de la realidad y verla como deseamos verla; normalmente de una manera que inicialmente nos hace sentir más cómodos: No es mi culpa; es la culpa de otro. No siento envidia de otras personas, pero seguro que ellos me envidian a mí. Por medio de la proyección, nos deshacemos de los sentimientos no deseados y los reubicamos en otra persona.
Y la conclusión ingenua, pseudocientífica e ignorante (¡de la Biblia y de la Psicología!) es que el diablo es… un fruto de este mecanismo de proyección, un mito expresivo que “representa” el mal y nuestras malas inclinaciones.
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Pero el diablo, con una personalidad definida y un comportamiento característico, pervierte la verdad, como lo hizo con Eva y lo está haciendo en el Evangelio de hoy. Nos llena la mente de dudas. Cuando alguien escucha la palabra del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que se ha sembrado en el corazón; esto es lo que se sembró en el camino (Mt 13: 19).
El diablo proporciona todas las razones por las que algo está bien, aunque el Espíritu Santo y las personas prudentes lo consideren erróneo. ¿Realmente Dios les dijo a ustedes que no comieran de ninguno de los árboles del jardín?
Nuestro subconsciente es un campo que el diablo utiliza para sembrar deseos e ideas que pueden esclavizarnos y dominarnos. Por eso algunos de nosotros, paradójicamente, nos preparamos de antemano para caer en la tentación, como muestra la siguiente historia.
“Hijo”, ordenó un padre, “No nades en ese canal”. “Muy bien, papá”, respondió el niño. Pero esa noche llegó a casa con el traje de baño mojado. “¿Dónde has estado?” le preguntó el padre. “Nadando en el canal”, respondió el chico. “¿No te he dicho que no nades allí?” preguntó el padre. “Sí”, respondió el niño. “¿Por qué lo hiciste?” preguntó. “Bueno, papá”, explicó, “tenía mi traje de baño puesto y no pude resistir la tentación”. “¿Por qué te llevaste el traje de baño?”, preguntó el padre. “Para estar preparado para nadar, en caso de que fuera tentado”, respondió el muchacho.
El diablo usa todo para alejarnos de Dios. Nos tienta a adorar lo material, lo sensual y lo maravilloso en lugar de adorar a Dios. Nos atrae a una sensación de falsa seguridad al pensar que podemos construir nuestro propio pequeño reino, aquí y ahora, sin necesidad de Dios. Nos llena de pensamientos pesimistas y odiosos. Nos muestra todas las heridas, frustraciones y problemas de este mundo y de nuestras vidas, esperando llevarnos a la desesperación. Aunque hoy hablamos de las tentaciones de Cristo en el desierto, la realidad es que su vida fue un enfrentamiento dramático entre Él y el tentador.
Tenemos que empezar por admitir que somos débiles. Reconocer la tentación y nuestra debilidad es el primer paso. Si es así, entonces debemos estudiar la causa y el origen de
nuestras tentaciones para que podamos anticiparnos y protegernos mejor de ser expuestos a tentaciones innecesarias. Esta es una medicina preventiva espiritual:
Cuando amenaza la tentación, cuando aparece la tentación, cuando aprieta la tentación —la tentación que sea— es preciso movernos con verdadero temor filial de cometer el pecado. Yo pregunto: si uno cualquiera del Instituto, puede ser un joven, por ejemplo; un hombre que está sentado, por ejemplo, estudiando, y le viene una tentación, ¿qué tiene que hacer? Tiene que hacer aquello mismo que haría, si viera que la casa se le derrumba en aquel instante; salir corriendo, huir al instante; tiene que hacer todo aquello que en el plano de lo humano es máximo posible; es decir, que se juega la vida. Y aquí no se pueden permitir componendas, ni invocaciones misericordiosas, sino que hay que tomar esta actitud necesariamente. Es el terror de perder el amor; el terror de no ganar todo el amor que yo debo de adquirir (Nuestro padre Fundador, 4 SEPT 1970).
Por supuesto, tenemos que implorar la ayuda del Espíritu Santo para que nos ilumine y nos dé la gracia necesaria para resistir el pecado en el momento en que sabemos que algo es un pecado. La percepción y la comprensión deben ser seguidas por la unión, que lleva a la acción. Debemos poner en práctica inmediatamente la resolución que tomamos con respecto a la percepción que recibimos del Espíritu Santo. Al dudar y aplazar, sólo permitiremos que el diablo encuentre nuevas formas de entrar en nuestras vidas. Pongamos en práctica la gracia de Dios.
La tentación es una prueba en la que el hombre tiene la libertad de elegir entre ser fiel o infiel a Dios. Satanás incitó a Jesús a desviarse del plan del Padre haciendo un mal uso de su autoridad y privilegios. Cuando somos tentados, la solución debe buscarse en el Espíritu del Evangelio, incluso en las palabras literales del Evangelio. En su respuesta a la primera tentación, Jesús subrayó la importancia de vivir de la Palabra de Dios. Adán decide seguir sus propios juicios engañosos; Cristo hace una referencia constante a la Palabra de Dios.
En la primera tentación, se muestra la forma incorrecta con la que podemos interactuar con la realidad natural (objetos, nuestro cuerpo, los talentos…). Satanás desafió a Jesús a usar su poder mesiánico para su propio interés. Jesús hizo milagros para revelar la gloria de Dios o para ayudar a los necesitados y no para servir a sus necesidades personales. El uso egoísta de la riqueza acumulada para uno mismo, viviendo del trabajo de otros, derrochando en lujo y cosas innecesarias, mientras otros carecen de lo elemental, son comportamientos dictados por el maligno… No hagamos un mal uso de nuestro cuerpo, nuestros recursos y nuestro tiempo. También deben ser compartidos para el bien de los demás basado en nuestro amor a Dios. La declaración de Satanás equivalía a decir: “No eres el Hijo de Dios si no eres capaz de hacer este milagro por ti mismo”. Satanás usó una declaración engañosa, como lo hizo con Eva.
La segunda tentación busca corromper nuestra relación con Dios. Equivale a pedirle a Dios una señal, una prueba, un milagro predeterminado por nosotros. Experimentamos esta tentación cuando dudamos de que Dios nos escuche y nos gustaría ver con nuestros ojos que Él cumple sus promesas y que, especialmente en los momentos difíciles, elimine todos los obstáculos, el dolor y el sufrimiento de nuestro camino. Nos gustaría recibir un trato especial, pidiéndole ser liberados por gracia y milagros de las dificultades, contrariedades y desastres que afectan a otras personas. A veces, cuando leemos las
palabras de Cristo en la cruz: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? nos olvidamos de que no se quejaba, sino que oraba, recitando el Salmo 22.
La tercera tentación es la tentación del poder, de dominar a los demás. Es decir, hacer un uso egoísta de la Sociedad, de nuestra relación con nuestros semejantes.
La elección es entre dominar y servir. Esta elección se manifiesta en cada actitud y en cada situación de la vida. El que ha alcanzado algún conocimiento o una posición de prestigio puede ayudar a crecer a los menos afortunados o utilizarlo para humillar a los menos favorecidos. La codicia por el poder es tan abrumadora que incluso los pobres se ven tentados a dominar a los más débiles.
Jesús no usó sus talentos para subir los escalones del poder religioso o político. Era inteligente, valiente, y fascinaba a las multitudes. Ciertamente habría tenido éxito… pero con una condición, que “adorara a Satanás” que se aliara con los poderosos, usando sus métodos. Hizo la elección opuesta: se hizo un servidor. La voz que excita en nosotros la sed de poder e invita a promover el culto a la personalidad es insistente e insidiosa.
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La elección es entre aceptar o rechazar el plan del Padre. Y su plan, invariable e infaliblemente, es acercarnos a Él y a nuestro prójimo. Esto es tan cierto que se aprovecha incluso de las tentaciones del diablo. Bienaventurado el hombre que soporta la prueba, porque cuando la haya superado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1: 12). Esto explica por qué en nuestro Examen de la Perfección miramos los Signos Diabólicos, las huellas de su presencia universal.
La desconfianza hacia Dios nos lleva a tomar decisiones contrarias a sus orientaciones. El pecado no nace de la búsqueda del mal, sino del bien y la felicidad. El problema es que, desconfiando de Dios, el hombre apunta al blanco equivocado, se confunde el objetivo y se autodestruye. Es un error, una falta de sabiduría, una astucia sin sentido.
Tendemos a pensar en la tentación como algo que nos atrae bajo el disfraz del bien. Pero tentación significa también “probar” o “demostrar” la fidelidad, integridad, virtud o constancia de una persona. Así que, si yo te tiento, lo que realmente hago es medir tu capacidad de permanecer fiel a tus principios, viendo si eres la persona que dices ser.
Eso es lo que el diablo hizo con Jesús en el desierto. Lo puso a prueba intentando primero que dudara de sí mismo, ofreciéndole status y poder, y luego buscando que se confiara demasiado (saltando del techo del templo, seguro de que los ángeles lo recogerían).
Al comenzar la Cuaresma, podemos considerar las tentaciones como una amenaza o bien como momentos en los que podemos reafirmar nuestro compromiso de seguir a Cristo.
No olvidemos cómo termina el texto del Evangelio de hoy: Y he aquí que los ángeles vinieron y le sirvieron. Esto debería recordarnos que el Espíritu Santo responde exactamente con lo que necesitamos, si realmente ayunamos de la tentación, evitamos incluso pensar en seguir las insinuaciones del maligno.