P. Luis CASASUS | Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 05 de Febrero, 2023 | V Domingo del Tiempo Ordinario
Isaías 58:7-10; 1 Cor 2:1-5; Mt 5:13-16.
1. Ser sal y luz. Una se refiere al sentido del gusto y la otra al sentido de la vista. Hemos de reflexionar una y otra vez sobre lo que Jesús quiere decirnos con estas dos imágenes, que desde luego tienen un rico significado más allá de lo que pueda recoger esta pequeña reflexión. En todo caso, el gusto y la vista nos ponen en contacto con la realidad material, emocional y espiritual. En verdad, nos abren al mundo, en el sentido más amplio de la palabra.
Sin duda, para comprender mejor lo que la sal y la luz significan en nuestra vida espiritual, que es en realidad la ÚNICA vida, hemos de fijarnos primero en lo que Cristo señala como lo opuesto a la sal, la falta de sabor y lo opuesto a la luz, la oscuridad.
Recuerdo que al leer “Cuál es mi fe” del gran Leo Tolstoi (1828-1910), quedé sorprendido cuando afirma:
El estado del hombre desde el día de su nacimiento es tal, que le espera una destrucción inevitable, es decir, una vida sin sentido y una muerte sin sentido, si no encuentra lo único necesario para la verdadera vida. Cristo revela a los hombres lo único que les da la verdadera vida. No la inventa, no promete darla con su poder divino; solo muestra a la humanidad que, además de la vida individual, que no es más que un engaño, debe haber otra vida, que es verdad y no engaño. Cristo, en su parábola del dueño de la viña (Mt 21: 33-42), explica la fuente del error humano, que oculta la verdad a los hombres, y que les hace considerar la sombra de la vida, su propia vida individual, como la verdadera.
Todos recordamos la parábola de los viñadores homicidas, pero quizás nos impresiona tanto su horrible acción que no apreciamos –como hizo Tolstoi- que ese crimen es una de las consecuencias de vivir una vida sin sentido, sin sal, vacía.
En realidad, si una persona no encuentra sentido a su vida, puede reaccionar cayendo en un profundo desánimo (llamémosle depresión, tristeza) que le llevará a separarse de los demás, de formas variadas (hiperactividad, suicidio, silencio…), o desarrollará un resentimiento, un deseo de agresión hacia el prójimo, por sentirlo como origen de su desgracia.
Cristo nos llama hoy a ser instrumentos (tal vez diríamos aquí “ingredientes”) para dar a la existencia de los demás un sabor de verdadera VIDA.
En la Primera Lectura, el profeta Isaías ya revela el secreto de cómo podemos hacerlo; en pocas palabras, viviendo una auténtica misericordia. Isaías nos recuerda que, de esta manera, Dios se hará visible en nuestras vidas.
En la Segunda Lectura, San Pablo confirma esta verdad, constatando que pudo llegar a los corazones de los Corintios no por alguna forma de sabiduría humana o con palabras persuasivas, sino con mansedumbre y con el temor y temblor que le producía sentirse limitado y vulnerable.
De manera que, lo primero que ofrece Cristo, no es la solución a la falta de sabor, sal y sentido en la vida de quienes le siguen, sino la invitación a ser sal para los demás. Jesús, en el Evangelio de hoy, dice claramente que los efectos de la falta de misericordia son trágicos. Lo que se suponía ser sal activa, cuando pierde su fuerza, ya no tiene verdadera vida. La pregunta clave no es ¿qué le pasará a mi prójimo si yo no le ayudo?, sino más bien ¿qué me sucederá si no actúo?
Después de enseñar las Bienaventuranzas, dijo a la gente: Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo. Estas palabras del Evangelio de hoy fueron dramáticas para la gente a la que Jesús se dirigía. Eran gente sencilla, muchos de ellos pobres. Tenían trabajos muy corrientes y sencillos. Algunos eran pescadores, como Pedro, Santiago y Juan. Vivían en lo que se consideraba una zona poco importante y oscura del mundo, Galilea.
¿Qué debieron pensar cuando Jesús les llamó nada menos que la sal de la tierra y la luz del mundo? Podemos hacernos esa misma pregunta hoy, porque Jesús también quiso decir esas palabras para nosotros, sus seguidores, sus discípulos, hoy.
En la práctica, ¿cómo se puede ser continuamente sal? Esto no significa llegar a una especie de cima de la perfección. Supone, más bien, vivir una novedad constante, un cambio permanente en nuestra forma de servir, de vivir la misericordia. No hemos de limitarnos a pensar que “cambiar” significa dejar de cometer pecados.
Si nos fijamos en nuestra experiencia personal, comprobamos que cada esfuerzo por hacer un bien, supone un alejamiento de nuestro ego, de la tentación y de la esclavitud de las pasiones. Esto se convierte en un testimonio singular, que no pasa por alto, pues los seres humanos somos bastante “monótonos” en nuestra forma de compasión, de servicio y de misericordia.
No hablamos ahora de pecados o faltas; por alguna razón, nuestro Fundador, cuando nos enseña a examinar nuestra vida ascética, pone primero el Espíritu Evangélico, dicho de forma tradicional “la imitación de Cristo” y luego miramos lo que es nuestro Defecto Dominante. Sí, los primeros auxilios en nuestro esfuerzo ascético están en cuidar de forma continua y siempre nueva a los demás ¿hay forma mejor de decirlo que ser sal del mundo?
Hasta la investigación moderna lo confirma a su manera. Por ejemplo, Grimm (Psychosomatic Medicine, 2007) afirma que hay una fuerte relación entre el voluntariado y la salud: las personas voluntarias tienen menores tasas de mortalidad, mayor capacidad funcional y menores tasas de depresión en etapas posteriores de la vida que las que no han practicado el voluntariado.
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2. Merece la pena considerar cuidadosamente cómo Cristo habla de la luz. En efecto, en muchas religiones, es usada como analogía de una forma elevada de conocimiento y entre los que vivían la época de Jesús, para la religión judía, la luz es sinónimo de Dios: ¡No te burles de mí, enemigo mío! Aunque haya caído, me levantaré. Aunque esté en tinieblas, el Señor será mi luz. Y Cristo lo deja claro: Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo (Jn 9:5).
Sin embargo, para comprender bien el alcance de este significado y –todavía más- lo que significa que tú y yo somos luz del mundo, debemos entender lo que es la oscuridad, la ausencia de luz y lo que esto supone en nuestra vida y en la de quien está a nuestro lado.
Un ciego fue a visitar a su amigo al pueblo de al lado. Era de noche cuando regresó. Su amigo le entregó al ciego una lámpara encendida al despedirse de él. Negándose a recibir la lámpara, el ciego dijo No necesito esta lámpara, amigo; utilizaré mi bastón para encontrar el camino. Las noches y los días son iguales para mí. Su amigo le dijo: Quédatela. No es para ti, sino para los demás. Si llevas esta lámpara encendida contigo, los demás podrán verla. Así no chocarán contigo.
El ciego emprendió su viaje llevando consigo la lámpara encendida. En el camino, hubo una tormenta. Esperó bajo un árbol y reanudó su viaje después de la tormenta. De repente, un desconocido que venía en dirección contraria chocó con él y ambos cayeron al suelo. El ciego gritó enfadado ¿No ha visto la lámpara encendida en mi mano, señor? ¿Es usted ciego? El desconocido respondió: No soy ciego, pero su lámpara no estaba encendida. El ciego dijo: Lo siento, soy ciego y no sabía que la llama se había apagado por la tormenta.
Una forma de entender la falta de sal y la falta de luz en nuestras vidas puede ser la siguiente: No logramos descubrir nuestra propia vida verdadera ni la vida de Dios en nosotros. Tal vez eso explica que Jesús utilizase estas dos analogías de la sal y la luz, dos realidades cuya presencia es necesaria y a la vez palpable.
No es natural que la sal pierda su sabor; para eso, algo impuro tiene que mezclarse con ella. Y mucho menos es posible que la luz deje de iluminar; como en la historia del ciego, tiene que haber una verdadera tormenta. Sin embargo, eso sucede; nuestros talentos duermen y la presencia de Dios, su compañía, pasa inadvertida. Como decía el filósofo español Ortega y Gasset (1883-1955) en una ocasión: No sabemos lo que nos pasa… y eso es precisamente lo que nos pasa.
Un autor dijo que, respecto a la vida mística (que todos tenemos) los seres humanos estamos en uno de estos grupos:
1) Aquellos que no son conscientes, ni siquiera sospechan, o tal vez niegan la acción de las Personas Divinas en nuestras vidas.
2) Los que están atentos y aprovechan las continuas llamadas de Dios en nuestro corazón.
3) Los que, además, comparten lo recibido de Dios, lo anuncian y lo confiesan. Son luz y sal.
Como discípulos mediocres de Cristo, tendemos a mantener nuestra sal de influencia en el cajón, sin usar, y nuestra luz de fe apagada. Nos centramos en las cosas equivocadas y tendemos a alejarnos de lo que estamos llamados a comprometernos o a abarcar en exceso… y así nos hacemos como el mundo.
La luz es sin duda el mejor ejemplo de éxtasis, ya que está ahí para iluminar a los demás, no a sí misma. De hecho, William Temple, famoso teólogo inglés, escribió una vez: La Iglesia es la única institución que existe principalmente para el beneficio de aquellos que no son sus miembros.
Gabriel Marcel, el filósofo francés, habló de la sabiduría como la idea de una luz que siente la alegría de ser luz. Podemos compartir esa alegría única, como lo hicieron los primeros apóstoles, a pesar de que la visión de su misión era aún imperfecta:
El Señor designó a otros setenta y los envió delante de él de dos en dos a todas las ciudades y lugares a los que él mismo pensaba ir. Los instruye y los envía, y cuando regresan, los setenta volvieron con alegría…. (Lc 10).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASÚS
Presidente