Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
New York, Comentario al Evangelio del 03 Junio, 2018.
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo- Solemnidad (Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26.)
Perdón si puedo parecer hipersensible o exagerado, pero siempre me ha sorprendido lo cuidadosamente que tratamos de preparar a los niños para su Primera Comunión y, sin embargo, cómo nosotros consideramos una acción normal y rutinaria el recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. Esto es lo que pienso cuando veo a las personas riendo y charlando justo antes de la Eucaristía y muchos sacerdotes bromeando en la sacristía
Probablemente, necesitamos siempre renovar nuestra sensibilidad a la presencia y la acción de Dios en nuestras vidas. La mayoría de las veces no estamos listos para aprovechar al máximo el acto del Espíritu Santo. Las circunstancias de la vida a menudo limitan nuestra visión, nos impiden contemplar a Dios, aquí mismo, a nuestro alrededor, caminando a nuestro lado. Vivimos en un mundo en el que el dolor y el miedo, la incertidumbre y la limitación son las reglas del juego. Es por esto que Jesús, después de su Resurrección, siempre saludaba a sus discípulos diciendo: La paz esté con ustedes, preparándolos para ser receptivos a sus palabras y obras; esta es la razón por la cual nuestra vida mística comienza y continúa con un crecimiento permanente de nuestra sensibilidad a los signos y manifestaciones del Espíritu Santo.
En un viernes gris de enero de 2007, durante la hora punta de la mañana, cierto joven entró en una estación de metro en Washington D.C.
Mientras la gente caminaba con prisa, el hombre encontró un lugar para mantenerse fuera del camino de los pasajeros que entraban corriendo a la estación. Abrió el estuche de violín que llevaba y comenzó a tocar. Pero no era un músico callejero ordinario. Joshua Bell es uno de los mejores músicos del mundo. Ha tocado con las principales orquestas y directores del mundo. Bell se puso a tocar con pasión, con su violín Stradivarius de 1713, valorado en cuatro millones de dólares.
Interpretó seis difíciles obras de Bach durante unos 45 minutos. Durante ese tiempo, como era la hora punta, miles de personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en camino al trabajo. El que prestó más atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el niño se detuvo para mirar al violinista. Finalmente, la madre le arrastró con decisión y el niño continuó caminando girando la cabeza todo el tiempo. En los 45 minutos que el músico tocó, solo 6 personas se detuvieron un rato. Alrededor de 20 le dieron dinero, pero continuaron caminando a su ritmo normal. Bell recolectó 32 dólares.
Todo era parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos para apreciarla? ¿Reconocemos la presencia de Dios en un momento inesperado? Si no tenemos un momento para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocar la mejor música que se haya escrito, ¿cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?
Para bien o para mal, en nuestra vida espiritual perdemos o no entendemos del todo una gran cantidad de sucesos. Algunos ejemplos:
* Los discípulos de Emaús estaban tratando buscar sentido a su fracaso, cuando Jesús se unió a ellos en su viaje. Más tarde, les tomó mucho tiempo reconocerlo.
* ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te fuimos a visitar?
* ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, enfermo o en prisión, y no te ayudamos?
¿Y tú y yo? Seamos claros: la vida, normalmente no es “fantástica”. En general, la vida es ordinaria y algunas veces dolorosa. Pero es entonces cuando más podemos aprender y crecer. Es entonces cuando tenemos la mejor oportunidad de encontrar a Cristo resucitado, si tenemos ojos para verlo en los más difíciles e incómodos de nuestros semejantes. En el otro extremo, en la Sagrada Comunión, diariamente tenemos el privilegio de vivir la unidad entre Él y nosotros. ¿Qué imagen puede haber más fuerte de la unidad que el comer un pan que se convierte en parte de nuestro cuerpo? ¿Qué hay más significativo que beber vino, que se convierte en parte de nuestra sangre? La Sagrada Eucaristía, como el sacramento supremo de la Iglesia, produce lo que significa, como afirma el significado clásico de lo que es un sacramento.
¿Cómo recibo la Sagrada Comunión? ¿Entro distraído, en la fila de la Comunión, de manera mecánica? ¿O me acerco plenamente consciente de quién estoy a punto de recibir? ¿Estoy agradecido y maravillado de lo que ha hecho y de lo que va a hacer por mí?
El vino y el pan significan vida y alimento. Como símbolos de la vida y del alimento, Jesús eligió la sangre la forma de vino y para la comida eligió el pan, uno de los alimentos más comunes (junto con el arroz, el maíz y otros cereales). ¿Hay algo más básico que la vida y la comida?
Nuestro “pan de cada día” es parte de la petición en el Padrenuestro. La muerte llegó a la humanidad por comer la fruta prohibida y ahora la vida se restaura al comer el pan de vida, es decir, el cuerpo de Cristo.
La sangre estaba prohibida en el Antiguo Testamento. Estaba reservada sólo para una cosa: La expiación.
La sangre que corre por nuestras venas es la medicina más impresionante del mundo. La sangre y las medicinas hechas con sangre salvan más vidas que cualquier sustancia que la ciencia haya descubierto nunca, y todavía queda mucho por aprender sobre cómo usar la sangre en la lucha contra las enfermedades.
La sangre siempre ha fascinado al hombre, y ha tratado de profundizar en sus misterios durante siglos. En el año 1628, William Harvey descubrió que la sangre es un “río de vida” que fluye en el cuerpo humano, y poco después se hicieron muchas transfusiones de sangre y se salvaron muchas vidas. Ahora, la sangre puede conservarse o “enlatarse” para casos de emergencia y otros usos, y tenemos los “bancos de sangre”, que se sirven día y noche y tienen como consigna: La sangre es vida. Ayuda a salvar una vida. Sí; de muchas maneras diferentes, “la sangre es vida”. Estas son las palabras de nuestro Padre Fundador (1991):
Cuando Cristo revela que la Eucaristía es pan de vida (Jn 6, 35), no restringe esta vida sólo a la del espíritu, sino a una vida íntegra; es decir, a una vida verdaderamente humana. Si hay un sacramento verdaderamente medicinal, éste es la Eucaristía. Este sacramento está dado para desarrollo de todos los valores genéticos propios de la vida humana; su misión es correctora de lo patológico.
La Eucaristía nos alimenta y nos sana (Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo). ¿Qué hacemos cuando nos sentimos incapaces frente a las complejidades y oscuridades de nuestras vidas? ¿Qué hacemos para recibir una plenitud, una paz que no podemos lograr con nuestros medios? Generalmente hacemos…todo tipo de cosas, y a menudo nos deprimimos, nos frustramos y nos desesperamos.
Pero podemos tocar el borde del manto de Cristo. Como la mujer que había estado con hemorragias internas durante muchos años y nada le había sanado.
Para hacerlo, hemos recibido la Eucaristía. En ella, Dios nos acerca a su corazón.
Esa mujer sintió una energía nueva dentro de sí.
La Eucaristía fue creada para funcionar de ese modo. En ella, tocamos el borde del manto de Cristo y así nos puede acercar su corazón. Lo que sucede está más allá de las palabras y de nuestro entendimiento, aunque no más allá del amor. Como el amor, la Eucaristía no necesita ser entendida o explicada con argumentos físicos o psicológicos; sólo necesitamos tocarla. En la Eucaristía, como en el amor, lo principal es que somos abrazados.
En la Eucaristía, Dios actúa como una madre. Cuando un niño está ansioso y agitado, al ser sostenido en el pecho de su madre, normalmente se calma y se vuelve a poner en pie con una paz y una fuerza que no pueden transmitirse a través de las palabras. Las palabras tienen un poder extraordinario. Pero en situaciones críticas, a menudo no son suficientes. Cuando esto sucede, todavía nos queda el abrazo. Este puede decir y hacer lo que las palabras no logran. Jesús, a través de sus palabras, conmovió corazones, sanó a las personas y desencadenó conversiones. La noche antes de su muerte, fue más allá de las palabras. Nos dio la Eucaristía, su abrazo físico, con el que nos mantiene junto a su corazón. Abrazos, besos, risas, caricias, incluso guiñar el ojo, son acciones que simplemente funcionan; su dinámica interna no necesita más elaboración.
Hay en un abrazo algo más de lo que se puede explicar biológica o psicológicamente. Es la fuerza que se transmite a través del amor, que va más allá de la comprensión racional.
Así es como actúa la Eucaristía. En ella, Dios nos abraza físicamente.
Muchos de nosotros presenciamos personalmente la actitud de nuestro Padre Fundador después de recibir la Sagrada Comunión, o cuando pasaba horas o algún tiempo libre antes de la Eucaristía: se dirigía consistentemente a nosotros con alguna sugerencia nueva, compartiendo con nosotros un nuevo proyecto apostólico o un sueño contagioso para el Reino de Dios
Nos valemos de las comidas para celebrar. Es la forma en que mostramos hospitalidad. Es el sacramento de la familia y la amistad. De esa manera, en nuestro interior, las comidas nos dan seguridad. Son promesa de lealtad y compromiso: la cena de Navidad, un pastel de bodas, un almuerzo de cumpleaños… Los primeros cristianos se dedicaron a la enseñanza y la fraternidad propias de los apóstoles, a partir el pan y a la oración…Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno (Hechos 2: 42, 44-45).
Servicio y perdón. Estamos llamados a unirnos al sacrificio de Cristo: Hagan esto en memoria mía. Hacer esto en memoria de Él también es vivir ese sacrificio en nuestra vida diaria, ofreciéndonos en donación humilde y desinteresadamente en nombre de Dios, a nuestro prójimo.
Así como Jesús dio su cuerpo y derramó su sangre por nosotros, a través de la Eucaristía estamos invitados y capacitados para vivir para los demás. Alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo, crecemos en la conciencia de la dignidad y el valor de cada persona. Alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo, nos hacemos sensibles al sufrimiento humano y a la miseria, a las injusticias y a las acciones perversas en la sociedad y buscamos formas de remediar efectivamente tales situaciones.
Quienes hayan visto En el corazón del asesino, una película de Catherine McGilvray, quedarán doblemente sorprendidos por la siguiente historia:
La escena tiene lugar en una sala de juzgado en Sudáfrica. Una frágil anciana negra se levanta lentamente. Al otro lado de la sala hay varios agentes blancos de la policía de seguridad, uno de los cuales, el Sr. van der Broek, acaba de ser juzgado y declarado culpable en los asesinatos del hijo de la mujer y de su marido, algunos años antes. Él había ido a la casa de la mujer, se llevó a su hijo, le disparó a quemarropa y luego prendió fuego al cuerpo del joven mientras él y sus oficiales hacían una fiesta cerca de allí.
Varios años después, van der Broek y sus secuaces habían regresado para llevarse también al marido de esa señora. Durante muchos meses, ella no supo nada de su paradero. Luego, casi dos años después de la desaparición del marido, van de Broek regresó a buscar a la esposa. Cuán vívidamente recordaba ella esa noche, yendo a un lugar junto al río, donde le fue mostrado su esposo, atado y apaleado, pero aún así fuerte de espíritu, reposando sobre una pila de leña. Las últimas palabras que escuchó de sus labios cuando los oficiales vertieron gasolina sobre su cuerpo y le prendieron fuego fueron: Padre, perdónalos …
Ahora la mujer se pone de pie ante el tribunal y escucha la confesión del Sr. van de Broek. El juez se vuelve hacia ella y le pregunta: ¿Entonces qué quiere? ¿Cómo debería hacerse justicia a este hombre que tan brutalmente ha destruido a su familia?
Quiero tres cosas, comienza a decir la anciana con calma, pero con confianza. Primero quiero que me lleven al lugar donde fue quemado el cuerpo de mi esposo, para que pueda recoger las cenizas y dar a sus restos un entierro digno. Hace una pausa, y luego continúa: Mi esposo y mi hijo eran mi única familia; quiero, en segundo lugar, que el Sr. van der Broek se convierta en mi hijo. Me gustaría que venga dos veces al mes al getto y que pase el día conmigo, para poder derramar sobre él el amor que aún me queda. Y finalmente, dijo, quiero una tercera cosa, este es también el deseo de mi esposo, así que pediría que alguien amablemente venga a mi lado y me ayude a cruzar la sala para que pueda abrazar al Sr. van der Broek y hacerle saber que está verdaderamente perdonado.
Cuando los asistentes judiciales llevaron a la anciana al otro lado de la sala, el Sr. van der Broek, abrumado por lo que acababa de escuchar, se desmayó. Los que estaban en la sala, la familia, los amigos, los vecinos -todos víctimas de décadas de opresión e injusticia- comenzaron a cantar, suavemente, pero con firmeza: Gracia increíble, qué dulce es el sonido, que salvó a un miserable como yo.
Alimentados por el cuerpo y la sangre de Cristo, experimentamos un profundo deseo de amar y perdonar a nuestro prójimo y a cada ser humano. Cuando perdonas de ese modo, de la manera que Pedro fue perdonado, eres más como Jesús.