Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del 2-7-2017, XIII Domingo del Tiempo Ordinario (2º Libro de los Reyes 4:8-11.14-16a; Carta a los Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)
Quien pierda su vida por mí la encontrará…¡pero esto tiene lugar inmediatamente! El prolífico autor Tertuliano relata que cuando los jueces paganos querían persuadir a los cristianos para que renunciasen a su fe, utilizaban esta frase: Salva tu vida; no la tires a la basura.
Pero la vida espiritual sigue una lógica diferente: un cristiano llamado Probio, que vivió en el Imperio Romano hacia el año 250, fue azotado hasta derramar sangre y luego, cargado de cadenas, arrojado al calabozo. Pocos días después, se le llevó ante las imágenes de dioses paganos y se le ordenó que ofreciera un sacrificio. Sabía que sería torturado y ejecutado si se negaba. Aun así, dijo con valentía: He venido mejor preparado que antes, pues todo lo que he sufrido me ha hecho más fuerte en mi decisión. Usen todo su poder contra mí y verán que ni ustedes, ni el Emperador, ni los dioses a los que sirven, ni el diablo, que es el padre de ustedes, me obligarán a adorar a los ídolos. Probio fue torturado de nuevo y murió por la espada.
Él perdió literalmente su vida biológica y fue fortalecido en su vida espiritual con una gracia muy especial. Esto es lo que Cristo había anunciado a los primeros discípulos y a todos nosotros. Quizás no todos estamos llamados a morir en un martirio, pero sí con la abnegación del yo. Esta abnegación es verdadera corona de la vida ascética, que no se limita a “eliminar vicios”.
Algunos religiosos están convencidos de que el Espíritu Santo no actuará si se celebra la misa a las10.30am en vez de hacerlo a las 10.00am. Esto no es una broma, sino el apego a los juicios, esclavitud y servidumbre a mi ego. Muy frecuentemente, aunque pretendamos ser objetivos, estamos también motivados por nuestros intereses y bloqueados por nuestra inseguridad y ansiedad, lo que nos lleva a crear barreras entre nosotros y el prójimo.
Ser persona significa, entre otras cosas, tener la capacidad de reírse de sí mismo. Mientras la ciencia ha descubierto la existencia de cierto sentido del humor en muchas especies, probablemente sólo es el ser humano quien puede reírse de sus propias tonterías. La Abnegación del ego es una virtud humana que nos enseña la naturaleza por medio de esta capacidad. Desde luego, la abnegación es casi siempre muy exigente, pero a fin de cuentas tiene su origen en nuestra naturaleza; por eso Cristo desea llevarnos a la perfección completa utilizando y purificando ese elemento esencial de nuestra alma.
La mayor diferencia entre la abnegación exigida por Cristo y la abnegación de este mundo (que es muy encomiable) está expresada en esta palabra: Sígueme. No podemos caminar con nuestras infinitas formas de soledad e individualismo: Pongan toda su ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de ustedes (1Pe 5: 7). Quizá la siguiente historia de un joven monje sea útil para los ascetas y los rectores:
Cuando era joven, tuve esta experiencia. Sufría una pasión en mi alma, que me dominaba. Había oído que Abba Zeno había sanado a muchos y quise ir a verle para abrir mi corazón a él. Pero el diablo me lo impedía, diciendo: Como ya sabes lo que tienes que hacer, compórtate según lo que has leído ¿para qué escandalizar a ese anciano? Cada vez que me disponía para verle, el conflicto se calmaba un poco y no iba a verlo. Y cuando ya había abandonado la idea de verle, de nuevo la pasión me asaltaba. Otra vez intentaba luchar para conseguir visitarle, pero el enemigo me engañaba con el mismo truco y no me permitía abrirme al anciano. A veces incluso conseguía ir a verlo, con la intención de decirle todo, pero el enemigo no me permitía hablar, llenando de vergüenza mi corazón y diciéndome: Como ya sabes la manera de curarte ¿para qué decirle nada? No confías en ti mismo; ya sabes lo que los Padres han enseñado. Así es como el adversario me convencía para que no revelase mi enfermedad al médico y me pudiera curar.
El anciano sabía muy bien que yo tenía estos pensamientos, pero no intervenía, esperando que yo se los manifestase. Él me enseñaba el buen camino y me invitaba a seguir caminando.
Finalmente, afligido y lloroso, dije a mi alma: ¿Por cuánto tiempo, alma desgraciada, vas a persistir en tu negativa a ser sanada? La gente que vive muy lejos viene a ver al anciano y son curados ¿No te da vergüenza vivir tan cerca de él y no hacer tú ese esfuerzo? Con el corazón encendido, me levanté y me dije: Voy a ver al anciano y si no tiene visitas, sabré que es voluntad de Dios que le manifieste mis pensamientos.
Fui y no encontré a otras personas. El anciano, según su costumbre, me enseñó algunas cosas sobre la salvación del alma y las formas de limpiar los malos pensamientos. Pero de nuevo sentí vergüenza y no logré abrirme. Le pedí su bendición.
El anciano se levantó, dijo una oración y me acompañó a la puerta. Caminaba ante mí y mientras tanto me atormentaban mis pensamientos ¿Le diría todo al anciano o quizás no? Caminé tras él y no me miraba. Puso su mano en la puerta para que yo saliese y volviéndose hacia mí me golpeó en el pecho diciendo: ¿Qué pasa contigo? ¿Acaso no soy yo también un hombre? (Hechos 10:26).
Cuando el anciano me dijo esto, sentí que había levantado el velo de mi corazón. Me postré ante sus pies rogándole con lágrimas: Tenga piedad de mí. Él me dijo: ¿Qué es lo que te pasa? Le respondí: Si usted lo sabe ¿para qué tengo que decirlo? Me respondió: Eres tú quien ha de confesar lo que te pasa.
Lleno de vergüenza, le confesé mi pasión y me dijo: ¿Acaso no soy yo también un hombre? ¿Quieres que te diga lo que yo sé? Que has estado viniendo aquí por tres años con esos pensamientos y no los has manifestado. Me postré ante él y le dije: Por el amor de Dios, tenga piedad de mí. Respondió: Vete, no descuides tu oración y no hables mal de nadie. Volví a mi celda y no descuidé mi oración y por la gracia de Cristo y las oraciones del anciano, no fui nunca más atormentado por esa pasión.
Esta historia toca muchos elementos importantes: la ilusión de la auto-suficiencia y el auto-discernimiento; la fuerza de la confusión y la vergüenza; la paciencia y humildad del director espiritual; la necesidad de manifestar los secretos del corazón; la sensibilidad espiritual del monje, que se manifiesta más en su oración continua que en los consejos que da tras escuchar la confesión de conciencia.
Es más, en la primera lectura, vemos cómo el santo profeta Eliseo pregunta a Guejazí: ¿Qué podemos hacer por Shunam? (La mujer que le había ofrecido hospitalidad). Es importante recordar que Guejazí era un siervo de Eliseo, corrupto, malvado y deshonesto; este es otro ejemplo de cómo un verdadero discípulo puede confiar en Dios, a pesar de sus imperfecciones personales y de las limitaciones de los semejantes.
En el caso de un sacerdote, el poder del Espíritu Santo garantiza el efecto de los sacramentos, de manera que el pecado de quien los administra no puede eliminar el fruto de la gracia.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Esta afirmación de Jesús es dura y perturbadora, pero aún lo es más en la versión de San Lucas: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Según los expertos biblistas, no hay duda en la traducción: cuando Cristo dice aborrecer… quiere decir aborrecer.
Por supuesto, no significa que tengamos que sentir odio “por una persona”, por los seres queridos. Sino que tenemos que aborrecer el amor que les profesamos. Ese amor no es el que Cristo nos da, sino uno que es siempre incompleto e incondicional. Este odio místico es fruto de nuestra aceptación de la Purificación que el Espíritu Santo hace en nuestras vidas. Nuestro Padre Fundador nos ha enseñado lo que significa el aborrecimiento de mí mismo, una manifestación de este odio profundo que todos experimentamos, sobre todo, cuando nos damos cuenta de las gracias que hemos perdido, más que de los pecados que –por supuesto- hemos cometido.
Cristo declara abiertamente: No crean que he venido para traer paz a la tierra. No he venido para traer paz, sino para traer desacuerdo y para causar divisiones en la familia (Mt 10:34). Como un padre separa a dos niños que se pelean, poniéndolos en habitaciones diferentes, así Cristo “separa” familias para luego traer misteriosamente su paz. Esas separaciones tienen también un indudable valor testimonial: Porque es necesario que entre ustedes haya bandos, a fin de que se manifiesten entre ustedes los que fueron probados (1Cor 11: 19).
La espada de la división separa a la humanidad en quienes rechazan y quienes acogen el Evangelio y a los discípulos que lo proclaman. Cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
¿Soy de verdad acogedor de las iniciativas, los trabajos apostólicos de mis hermanos jóvenes y mayores, cercanos y distantes? Muchos de nosotros no lo somos y quizás tenemos la justificación “perfecta”: Ya tengo bastante con mis propias obligaciones.
La hospitalidad es una de las notas del carisma idente. Todos somos peregrinos que dependemos de la delicadeza de los demás: Sean hospitalarios los unos con los otros, sin quejas (1 Pe 4: 9).
El Bautismo significa morir al pecado; la muerte del hombre viejo…para seguir muerto al pecado después del Bautismo, hace falta el esfuerzo personal. San Pablo resume este esfuerzo diciendo que él ha sido crucificado con Cristo; una descripción muy precisa de cómo hemos de imitar a Cristo con nuestro esfuerzo ascético.
La Cruz es el Camino y por eso la Iglesia celebra el Via Crucis. El sufrimiento y la muerte hallan nuevo significado y fin: redimen y son una victoria. Les aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante (Jn 12:24).
También nosotros tenemos la oportunidad de ser crucificados con Cristo, como Dimas, el “buen ladrón”: Pide a gritos misericordia y reconoce que merece ser crucificado, reconociendo sus malas acciones; tiene temor de Dios y lo comparte con el otro ladrón que estaba crucificado; cree que va a pasar la eternidad en el infierno. Cristo le responde con misericordia, no con condena. No está nada mal como ejemplo de humildad y alegre esperanza para nosotros, que somos penitentes en comunidad. Por alguna buena razón nuestro Padre Fundador dijo que nuestro “nombre completo” es Misioneros Identes de Cristo Crucificado.
También merece la pena fijarse en cómo el Siervo de Dios Pablo VI expone el poder purificativo y el signo de ofrenda completa que podemos dar a Dios cada vez que abrazamos la cruz diaria:
De una forma misteriosa, Cristo acepta la muerte…en la cruz, para erradicar del corazón del hombre los pecados de auto-suficiencia y para manifestar al Padre su completa obediencia filial.