
Evangelio según San Lucas 11,1-13:
Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos». Les dijo: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’».
También les dijo Jesús: «Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».
A las puertas de la oración
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 27 de Julio, 2025 | XVII Domingo del Tiempo Ordinario
Gén 18:20-32; Col 2: 12-14; Lc 11: 1-13
El arte tradicional del tiro con arco japonés, es conocido como Kyūdō (el camino del arco).
Un joven aprendiz se acerca a un maestro de Kyūdō y le dice: Maestro, quiero aprender a disparar con precisión. Enséñeme la técnica.
El maestro asiente, pero en lugar de hablar de posturas o dianas, le entrega un arco y le dice: Primero, aprende a sostenerlo sin tensión. Luego, aprende a respirar con él. No dispares aún.
Día tras día, el joven practica sin soltar una sola flecha. Solo respira, se alinea, y escucha el silencio. Finalmente, frustrado, pregunta: ¿Cuándo aprenderé a disparar?
El maestro responde: Cuando dejes de querer acertar. El disparo no es tuyo. El arco dispara cuando tú desapareces.
¿Qué tiene que ver esto con la oración?
Así como el arquero zen no busca controlar el disparo, sino alinearse con el momento presente, los discípulos vieron que Jesús no oraba para “obtener” algo, sino para estar ahora mismo con el Padre. Su oración no era técnica, era entrega, vacío de todo lo que le preocupar y no viniese del Padre. Por eso le dijeron: Enséñanos a orar.
La oración, como el tiro con arco, no busca centrarse en palabras ni en resultados. Se trata de vaciarse, de estar presente, dejar que el Espíritu “dispare” desde dentro.
Pero, evidentemente, quienes hemos tenido la gracia de conocer a Cristo, sabemos que la confianza hemos de ponerla en Él y en nuestro Padre, que siempre “disparan primero”. Por eso, cada línea del Padrenuestro y cada mirada interior en nuestro estado orante, es un paso más hacia la intimidad: Danos hoy nuestro pan de cada día, un recordatorio de que debemos vivir intensamente su presencia, manifestada de mil formas, confiando en lo que Dios nos está dando para ser fieles a su voluntad ahora mismo.
Tal vez la primera lección que podemos aprender del Evangelio de hoy es la sinceridad de los primeros discípulos, que a pesar de haber estado orando toda sus vida, reconocen que debe haber algo más profundo en la oración, pues era lo que percibían en el Maestro.
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La Primera Lectura ilumina los verdaderos efectos de la oración: En efecto, Abraham suplica a Yahveh con insistencia para que no destruya la ciudad de Sodoma. Lo hace como el padre de familia que pone Jesús como ejemplo de oración perseverante. Pero la corrupción humana hace imposible que se realicen los planes de la misericordia divina, pues no había siquiera diez justos en la ciudad, sólo la familia de Lot. Y aun así, algunos de ellos dudaron o desobedecieron. La oración de Abraham sirvió para reafirmar su vínculo con Yahveh, que cumplió sus promesas y le hizo “padre de las naciones”.
De todas formas, no olvidemos que nuestro Fundador siempre pone al propio Cristo como modelo de persona orante y por eso nos recuerda que nuestra oración debe ser suplicante, concisa, sencilla, sobre todo de escucha, continua, filial, afectuosa y que profundice en la misión.
Aunque, como dice Jesús, “no sepamos orar” y tal vez estemos torpe e inconscientemente pidiendo un alacrán en vez de un huevo, no podemos dejar de hacerlo, pues con ello damos a Dios una prueba de que confiamos en Él y no en el mundo. Si ponemos ante el altar nuestra súplica, poco a poco aprenderemos a distinguir y aprovechar la respuesta divina. Nuestra oración no “cambia” a Dios ni sus intenciones, pero abre las puertas de nuestro corazón para que entre en nuestra vida plenamente.
Cristo pone como modelo a los niños para participar del reino de los cielos. Pero los niños también son modelos para nuestra oración, pues buscan y encuentran mil maneras para dialogar con su mamá, con o sin palabras.
Como bien sabemos, la comunicación entre un niño y su madre suele ser extraordinariamente eficaz por una combinación de factores biológicos, emocionales y sociales que se entrelazan desde el nacimiento, e incluso antes.
Desde el embarazo, el bebé reconoce la voz de su madre y responde a ella con mayor atención. El vínculo que se desarrolla a través del contacto físico, las caricias y la mirada permite una sintonía emocional muy precisa.
Este “diálogo silencioso” incluye gestos, expresiones faciales, tono de voz y contacto físico que transmiten más que las palabras. Un ejemplo poderoso es el llanto, las lágrimas de un niño.
Antes de que el lenguaje aparezca, madre e hijo se entienden a través de miradas, sonidos, llanto, sonrisas… y, por supuesto, la madre interpreta esas señales de forma intuitiva.
Durante los primeros años, el cerebro infantil es altamente moldeable: las interacciones con la madre crean estructuras claves para el lenguaje y la empatía.
Esto no solo mejora la eficacia de la comunicación, sino que fortalece el desarrollo social y emocional y el niño siente que puede expresarse libremente sin juicio, lo cual fomenta una comunicación siempre más abierta y auténtica.
Se va creando así un “espacio seguro” que facilita la expresión emocional y refuerza la conexión madre-hijo. Es como si hablaran un idioma compartido que va más allá de lo verbal: una especie de «telepatía” emocional y espiritual que fortalece tanto el entendimiento como el vínculo.
En su conversación con Nicodemo (Jn 3: 1-21) Jesús se adelantó a todas estas observaciones y recomendó a ese buen fariseo no ya “el hacerse como los niños”, sino el nacer de nuevo, para ser capaz de captar todo el amor que viene del Espíritu, sin estar contaminado por tantos mensajes, tantas solicitudes de la vida. Esa es la libertad del niño, verdaderamente abierto a todo y sobre todo a quien le ama.
Miremos ahora al Padre a quien hablamos. Aunque la Biblia se refiere mayoritariamente a Dios como Padre, también encontramos imágenes maternales que revelan el amor tierno, protector y compasivo de Dios, muy parecido al de una madre:
Como uno a quien consuela su madre, así les consolaré yo (Is 66: 13).
¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho…? Aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré (Is 49: 15). Dios se presenta como más fiel y amoroso que incluso una madre.
El propio Jesús dice: ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas! (Mt 23: 27) Una imagen claramente maternal de protección y ternura.
Estas metáforas no cambian la identidad de Dios, pero amplían nuestra comprensión de su naturaleza: no limitada por género, sino rica en amor paternal y maternal.
Decíamos que las palabras no son el centro de la oración, pero ciertamente nos ayudan en ese acercamiento a Dios y en el dejar de prestar atención a los afanes del mundo y a todo lo que nos agobia.
No se trata solo de repetir palabras, sino de expresar con la voz lo que hay en el corazón. Como dijo el Papa Francisco, la oración vocal es “la oración de los sencillos” y no debe despreciarse como una simple repetición. Los Salmos lo dicen poética y profundamente: Confía en él siempre, derrama ante él tu corazón (Salmo 62:8). Ya sea en voz alta o en silencio, lo importante es que la oración sea sincera y brote del alma.
Por si alguno de nosotros no da suficiente valor a la oración vocal, especialmente al Padrenuestro o al Trisagio, tengamos en cuenta las siguientes observaciones sobre la oración vocal, por obvias que parezcan:
* Ordena el corazón y la mente, pues al pronunciar palabras sagradas, nuestra mente se enfoca, se tranquiliza, y se dirige conscientemente hacia Dios.
* Nos vincula con la tradición espiritual; en especial, el Padre Nuestro une al cristiano con siglos de oración cristiana y con la misma enseñanza de Jesús.
* Sostiene la oración cuando el alma está seca o distraída En momentos de cansancio o sequedad espiritual, la oración vocal hace de hilo que nos mantiene unidos con las Personas Divinas.
* Abre la puerta a otras formas de oración que nos pueden parecer más profundas. Al empezar con oración vocal, se puede entrar en una actitud plenamente contemplativa o de escucha, pues esa oración se convierte en el inicio de un diálogo.
Lo importante: el corazón detrás de las palabras Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2700-2704), la oración vocal es valiosa cuando nace del interior, no cuando es una mera repetición sin atención. Jesús mismo advirtió contra “las repeticiones vanas” (Mateo 6: 7), pero no contra la repetición en sí, sino contra rezar sin intención ni entrega. al orar. No hablen solo por hablar como hacen los gentiles (Mt 6: 7).
En su comentario a los Salmos, dice San Agustín: Tu mismo deseo es tu oración; si el deseo es continuo, la oración es continua. No en vano dijo el Apóstol: Oren sin cesar. Pero ¿acaso nos arrodillamos, nos postramos y levantamos las manos sin interrupción, y por eso dice: Oren sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar.
Existe otra oración interior y continua, que es el deseo. Aunque hagas cualquier otra cosa, si deseas el reposo en Dios, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo.
Dios permita que después de cada momento e oración, quien nos vea sienta el deseo de orar para ser también transformado. Y que tú y yo, como los primeros discípulos, no dejemos de pedir, cada día: Cristo, enséñanos a orar.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente