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Vive y transmite el Evangelio

Dejaron las redes, dejaron a su padre… | Evangelio del 21 de enero

By 17 enero, 2024No Comments
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Evangelio según San Marcos 1,14-20:

Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.

Dejaron las redes, dejaron a su padre…

 P. Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 21 de Enero, 2024 | III Domingo del Tiempo Ordinario

Jonás 3:1-5.10; 1Cor 7:29-31; Mc 1,14-20

Llama la atención en el Evangelio de hoy el encuentro de Jesús con Simón, con Andrés con los hijos de Zebedeo ¿Qué pasaría en el corazón de estos hombres para dejar enseguida familia y trabajo y seguir a Cristo? Más allá de la curiosidad que sentimos, del natural deseo de saber qué les dijo el Maestro, está el hecho de que le siguieron a Él, no a una doctrina que no habían podido comprender aún, o a un grupo que ni siquiera había nacido.

El conocer cara a cara a Dios “produce” diligencia. Hay otras actitudes como la prisa, la hiperactividad o algunos tipos de entusiasmo más o menos volátiles, que a veces confundimos con la diligencia.

La diligencia no implica necesariamente rapidez, sino más bien cuidado y esmero al llevar a cabo una acción. Hay bastantes personas que se precipitan al realizar un trabajo (seguramente porque no les entusiasma) y los resultados suelen ser catastróficos: platos rotos al lavar; olvidos por falta de orden y organización en el trabajo personal; prisas de última hora por haberme dedicado a lo que me resulta menos difícil…

Pero, en todo caso, la diligencia, como virtud evangélica, vivida por Cristo, María y José, sólo puede ser referida a una persona. Por eso suele decirse clásicamente que es una forma o una característica de la caridad. Un ejemplo excelente es la Visitación de María a su prima Isabel. O la forma cómo San José responde a Dios para cuidar de su familia.

En los Juegos Olímpicos actuales, siempre se celebra el Maratón al final de los juegos, pero cuando empezaron las Olimpiadas, el Maratón era a menudo la primera prueba.  El ganador del maratón recibía un ramo de flores y podía sentarse junto al rey durante el resto de los juegos.

En uno de aquellos antiguos maratones griegos, varios corredores en buena forma se paseaban inquietos cerca de la línea de salida de la carrera. Se acercaba la hora.

En medio de todo ello, un joven desconocido se colocó en la línea de salida. Su físico era impresionante. Era más atlético que cualquiera de los demás corredores.  No parecía haber dudas entre los corredores sobre quién ganaría el premio. Se afirma que al desconocido le ofrecieron dinero para que no corriera. Otra persona intentó sobornarle con bienes. Rechazando las ofertas, se puso firme y esperó la señal para correr. Cuando se dio la señal, fue el primero en salir. En la línea de meta, fue el primero en cruzar, muy por delante del resto.

Cuando todo hubo terminado, alguien preguntó al joven si creía que las flores valían tanto como el dinero y los bienes que había rechazado. Él respondió: No participé en la carrera por las flores. Corrí para poder estar al lado de mi rey.

—ooOoo—

La Primera Lectura nos enseña cómo nuestra falta de diligencia puede ser remediada por la Providencia. Jonás, que recibe un mandato para una difícil misión, predicar el arrepentimiento en la corrupta ciudad de Nínive, duda y se niega a obedecer, viajando al oeste, en dirección opuesta a donde Dios le indicaba. Pero, tras ser arrojado al mar por los marineros, que así esperaban librarse del supuesto castigo divino del naufragio, es salvado milagrosamente, se arrepiente y emprende con auténtica y ejemplar diligencia su misión, viajando y predicando sin cesar por las calles de la ciudad y logrando, contra todo pronóstico y frente su propia incredulidad, la conversión de toda la ciudad y el perdón de Yahveh para ella.

Si es sorprendente la reacción y el cambio de vida de los pescadores que encontraron a Cristo, también lo es el arrepentimiento de más de ciento veinte mil personas de Nínive, la ciudad símbolo del mal y de la perversión (Jonás 4: 11). Dentro de ti y de mi hay barro y piedras preciosas, tendencias negativas y auténticos tesoros. Dios sabe aprovechar todo, incluso las torpes palabras de Jonás, que ni siquiera terminó de recorrer toda la ciudad de Nínive… según el relato bíblico, hizo sólo un tercio de la misión encomendada, no manifestó “eficacia humana”, pero sí una verdadera diligencia, que tuvo respuesta de Dios.

Al compartir nuestra experiencia mística, mencionamos los dones del Espíritu Santo. Uno de ellos, la piedad, significa el cambio en nuestra forma de amar, de vivir la caridad. Sin duda, la diligencia es una manifestación de ese don, un regalo del Espíritu Santo que va más allá de la relativa prontitud o buena disposición de carácter. Sólo Él es capaz de poner en marcha nuestros talentos, de despertar nuestras energías adormecidas.

Suele ponerse el ejemplo de David (1 Sam. 24) en el Antiguo Testamento. David y sus hombres se escondían de Saúl en una cueva cuando, sin saberlo, éste entró allí. Los compañeros de David sugirieron que Dios les había entregado a Saúl, e instaron a David a que lo matara, pues era una oportunidad única. Si David mataba a Saúl, pensaban que podrían dejar de huir y David podría convertirse en rey. Pero David se negó a hacer daño a Saúl porque era “el ungido del Señor”, mostrando no sólo compasión, sino la sabiduría y la diligencia para tomar una decisión adecuada, más allá´ de la lógica del mundo, su precipitación y sus pasiones. En efecto, la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía (Sant 3: 17).

Es nuestra responsabilidad acoger, aceptar y poner en práctica ese don de la diligencia. No faltan personas realmente espirituales que dicen que esa diligencia nace cuando el Espíritu Santo nos hace verdaderamente conscientes de lo que es importante. Y eso es la sabiduría. Tomemos en serio los dones que recibimos pues, como escribía Herman Hesse en su preciosa novela Siddhartha (1922): La sabiduría no se puede transmitir. La sabiduría que un sabio intenta impartir siempre suena a tontería para otra persona… El conocimiento puede comunicarse, pero no la sabiduría. Uno puede encontrarla, vivirla, hacer maravillas a través de ella, pero no puede comunicarla ni enseñarla.

—ooOoo—

La Segunda Lectura nos anima a algo más que a aprovechar el tiempo para hacer cosas. Más bien, es una llamada a que NADA pueda convertirse en centro de nuestra vida. Nada ni nadie puede convertirse en absoluto, en un ídolo. Ni lo moralmente bueno ni lo reprobable; ni la tristeza ni la alegría; ni los bienes que están a nuestra disposición, incluso lo mejor de nuestra convivencia (el que tenga esposa, viva como si no la tuviera), porque todo cambia, todo desaparece, deja de ser nuestro apoyo.

La invitación de Pablo es la de una persona que sabe lo que es tener (o haber tenido) capacidad intelectual, buenos contactos, salud suficiente, energía… y haber conseguido ofrecer todo a Dios: el comer o el ayunar, el sufrir y el disfrutar, el tener buena fama o recibir continuas críticas y desconfianza. Si somos conscientes de que, en medio de nuestra mediocridad, como Jonás, hemos sido elegidos para ser instrumentos del Dios, todo adquiere sentido, todo momento se hace valioso.

Es más, notemos que Jesús comienza su mensaje de hoy diciendo que el tiempo se ha cumplido, lo cual es fácil imaginar que tuvo un impacto enorme sobre los judíos, que llevaban años esperando la llegada de un Mesías capaz de dirigir al pueblo, después de siglos de reyes corruptos y viciosos, con algunas excepciones. Esta esperanza la proclaman los libros más antiguos del Antiguo Testamento: El Señor reinará para siempre (Ex 15:18). Cristo dice que ese momento ha llegado y nosotros sabemos que en realidad es un proceso, una permanente llegada que de manera especial se celebra en la Navidad y que cada uno de nosotros está invitado a vivir con la llamada de hoy del propio Cristo: el tiempo se ha cumplido.

Esta llamada a la conversión va unida a creer en la Buena Nueva. Convertirse no significa simplemente dejar de hacer el mal, sino despertar a la auténtica vida, a levantar la cabeza y ver que todo encuentro con cualquier ser humano es algo preparado por Dios, una situación a la que debo responder, una oportunidad que no puedo perder, pues, aunque no sienta la presencia de Dios, tenemos experiencia de que nos contempla en todo instante. Sí; la conversión comienza por una forma nueva de mirar a Dios, al prójimo, al mundo.  Es empezar a verlo todo desde la perspectiva de Dios, del Dios amoroso, paciente, lento a la cólera, lleno de bondad e interés por sus criaturas, del Dios que sabe distinguir lo que parece y lo que es, lo efímero de lo duradero.

Una vez, un periódico publicó la historia de una mujer que conducía una tarde hacia su casa cuando se dio cuenta de que un enorme camión estaba justo detrás de ella. Pensando que estaba demasiado cerca, pisó el acelerador. Pero el camión también aceleró. Pronto, ambos iban a toda velocidad por la autopista. Asustada, se apartó de la autopista, pero el camión siguió detrás de ella. Ya le había entrado el pánico, así que condujo hasta una gasolinera y saltó del coche, gritando.

El camionero se detuvo justo detrás de ella, saltó del camión, corrió hacia su coche y abrió la puerta trasera. Allí, agazapado tras su asiento, estaba un peligroso violador perseguido por la justicia. El camionero, desde su posición elevada, lo había visto. Perseguía a la mujer, no para hacerle daño, sino para evitar que la hirieran o la mataran. Lo mismo ocurre con Dios. Él ve los peligros que afrontamos; y conoce el resultado de un curso que hemos elegido. Intenta advertirnos, quizá a través de la conciencia, la voz de un amigo, los sucesos, o un ser querido. Simplemente debemos estar abiertos a la sabiduría de Dios en cada situación.

Diligencia, generosidad, decisión en el desprendimiento de lo que es viejo e incompatible con el mundo futuro, caracterizan la respuesta de quienes, respondiendo a la llamada de Jesús, se comprometen con los planes de Dios.

Comenzamos hablando de diligencia. Lorenzo Scupoli (1530-1610), sacerdote y escritor italiano, escribió un excelente libro, El Combate Espiritual, que influyó en muchas personas de la época, incluyendo San Francisco de Sales. En él se puede leer las siguientes líneas, muy adecuadas para quien se siente ansioso o agobiado. El párrafo no menciona a Dios, pero se adivina que es fruto de una experiencia de fiel e inteligente vida ascética:

Si te sientes abrumado por la cantidad de trabajo que tienes ante ti y por las dificultades que entraña, no permitas que la indolencia te desanime. Empieza por lo que exija tu atención inmediata y no pienses en el resto. Sé muy diligente, porque cuando esto lo hayas hecho bien, el resto vendrá con muchos menos problemas de los que habías previsto.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente