Evangelio según San Mateo 9,36—10,8
En aquel tiempo, al ver Jesús a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».
Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó.
A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que ‘el Reino de los Cielos está cerca’. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis».
Estaban extenuados y abandonados.
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 18 de Junio, 2023 | XI Domingo del Tiempo Ordinario
Éxodo 19: 2-6; Romanos 5: 6-11; Mt 9: 36-38; 10:1-8
El Evangelio de hoy no deja mucho espacio a interpretaciones sofisticadas: Los obreros son pocos. Es una afirmación, si se quiere, cuantitativa, aritmética, es dolorosa y constituye un desafío. Nadie discute que el número de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa disminuye en casi todo el mundo y, lo que aún es más complicado, en lugares donde el número de vocaciones no ha caído dramáticamente, no todas son auténticas y puras.
Ya en la época de Cristo la situación era difícil. Sólo puedo enviar 12 discípulos y más tarde consiguió preparar a otros 72. Visitar todas las ciudades y pueblos de Galilea para anunciar la Buena Nueva ya era una tarea desbordante, dado el tamaño de la población. Pero esto es algo sorprendente ¿No dijo el propio Jesús que podría contar con doce legiones de ángeles para ayudarle (Mt 26: 53)?
Aquí parece haber algo extraño. Los reinos no eran así, nunca lo han sido. Nunca un rey tenía escasez de siervos, colaboradores o soldados.
Esto dice el profeta Samuel respecto al futuro rey Saúl:
Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras.
Si eran necesarios más trabajadores y Cristo podría haberlos conseguido pidiéndolos al Padre ¿por qué se queja de que los obreros no son suficientes? Pocas personas, en primer lugar los Fundadores, tienen una comprensión más rica (no opuesta) de esas palabras de Jesús. Como nuestro padre Fundador nos decía alguna vez, bastaría un auténtico y esforzado misionero o misionera en cada continente, para iniciar una intensa revolución espiritual en un territorio. Esto ya nos da una pista para comprender mejor lo que Jesús nos indica llevar a cabo: Pedir al dueño de la mies que envíe más obreros.
Esta petición no significa elevar los ojos al cielo y decir: Padre, tienes que hacer algo, envía más ayuda, porque el trabajo nos desborda. La oración que hizo Jesús no fue esa y ciertamente no es una oración hecha simplemente de palabras. El diálogo que hemos de emprender su puede resumir así:
Padre, el día termina. Creo que hoy he entregado todo; si no es así, te ruego me lo hagas saber, pero me parece que no puedo hacer más. Perdona si me equivoco. Ahora, creo que te puedo pedir que toques el corazón de otras personas mejores que yo para luchar por tu reino. Te prometo que mañana seguiré haciendo todo lo posible.
Esta oración es un diálogo de hechos y de palabras. No sólo presento a Dios Padre mis buenos deseos, sino el esfuerzo realizado. Es la confesión, atrevida pero sincera, de que creo haber hecho el máximo posible.
Sucede que Dios tiene para su Reino una lógica diferente de la nuestra. Para mover los corazones espera que sus obreros lleguen hasta el límite de sus posibilidades, como ocurrió en el milagro de los cinco panes y dos peces o en la vida de una niña hace muchos años:
Una niña estaba llorando ante la puerta de una iglesia, el párroco la vio y le preguntó por qué lloraba. Ella le dijo: Hoy no puedo asistir a la catequesis porque no quedan asientos. El sacerdote vio que la niña tenía un aspecto desaliñado y estaba vestida con harapos, e inmediatamente comprendió. La tomó de la mano, la condujo a la clase y le buscó un sitio. Aquella tarde, la niña recordó cómo había podido asistir a la catequesis esa mañana y se sintió muy agradecida. Pero pensó en los muchos niños que no podían asistir y conocer a Jesús porque la iglesia era demasiado pequeña. Así que decidió en su corazón ayudar a construir una iglesia más grande. Al cabo de dos años, la niña enfermó y murió. Su familia le pidió al sacerdote que oficiara el funeral. Descubrieron que llevaba un pequeño monedero con una nota. En ella, la niña había escrito: “Esto es para el Señor, para ampliar nuestra pequeña iglesia, para que más niños puedan venir a la iglesia y conocer y adorar a Jesús“.
Dentro del monedero había 57 céntimos. La niña los había estado recogiendo durante dos años. Al leer la nota, el sacerdote lloró. Durante el culto, relató la historia del monedero de la niña y su deseo. A continuación, animó a los feligreses a hacer realidad el deseo de la niña. Un periódico se enteró de la historia de la niña y la publicó. Un ciudadano acomodado leyó el artículo y se sintió conmovido por la historia de la niña y vendió un terreno a la iglesia por 57 céntimos. En 5 años, la gente de la iglesia hizo donaciones y todos los que se sintieron conmovidos por la historia enviaron dinero. Sus 57 céntimos se convirtieron en una gran cantidad en aquella época. Hoy, en Filadelfia, se encuentra una iglesia, con capacidad para 3.300 personas, con una foto de una niña sonriendo y su ofrenda de 57 céntimos.
Los obreros que son como esta niña son los únicos capaces de acercar a Dios a cualquier ser humano, llegando a conmover al más indiferente o egoísta. Ciertamente, ya advirtió Jesús que su reino no es de este mundo…
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La dificultad de la cosecha abundante no sólo es el gran número de personas, sino que el llegar de verdad a cada una de ellas no es un asunto trivial. Cristo se quejaba de que las personas que fueron curadas o alimentadas por sus milagros, no cambiaron, pocas veces manifestaron su gratitud o ni siquiera estaban dispuestas a escucharle.
Esto no es sólo un problema moral, sino una auténtica y profunda limitación. Por muchos motivos, nos resulta a todos difícil acoger la Buena Nueva; esto no debe sorprendernos ni desanimarnos. El texto evangélico nos dice que Cristo se conmovió por dos dificultades de la “muchedumbre”: estaban extenuados y abandonados.
Es notable cómo ya el Génesis describe de forma semejante la condición humana tras el pecado. Por un lado, el agotamiento por el trabajo, por tener los hijos con dolor, por el conflicto entre hombre y mujer, entre hermanos… Por otro lado, el distanciarse de Dios, al no ser fieles a la amistad con Dios y ser expulsados del Paraíso, lo cual lleva a un sentimiento de soledad, acentuado por la muerte y el alejamiento de los seres queridos. Nuestro cansancio y abandono, eso es lo que conmovió el corazón de Jesús y lo que mueve el corazón del verdadero apóstol.
¿Quién de nosotros no ha sentido una forma de cansancio? ¿Quién no ha experimentado alguna forma de soledad? Si no veo estas dos formas, estos dos signos permanentes de dolor en el ser humano, no puedo ser verdadero apóstol. Menos mal que el Espíritu Santo es capaz de hacer crecer nuestra sensibilidad y por medio de nuestras experiencias de cansancio y de soledad, podemos ayudar en esa abundante cosecha, sin medir nuestro esfuerzo, que sobre todo ha de ser de abnegación, más que de actividades. Así seremos como aquella gente sencilla de la parábola de los obreros de la última hora (Mt 20:1-16) que buscaba trabajo y siempre le fue dada la oportunidad de trabajar por el reino de los cielos.
Si nuestra vida, aun siendo pecadores, refleja la imagen de Cristo, por la gracia que recibimos para ser humildes apóstoles, se cumplirá lo que el Papa Francisco dijo una vez (10 ABR 2016):
La presencia de Jesús resucitado lo transforma todo. Las tinieblas son vencidas por la luz, el trabajo inútil se hace de nuevo fecundo y prometedor, la sensación de cansancio y abandono es sustituida por una nueva alegría y la certeza de que Él está con nosotros.
Quisiera terminar esta meditación recordando un momento del Antiguo Testamento (Jueces 6-8), para insistir en que los verdaderos apóstoles no son simplemente los que trabajan mucho, sino los que son abnegados por completo. Yahveh le dice al Juez Gedeón, antes de la batalla con los madianitas, que tiene demasiados soldados y termina haciéndole escoger sólo a 300 ¿Comprendemos qué clase de trabajadores faltan en la Iglesia?
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente