Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

El que amas está enfermo | 26 de marzo

By 21 marzo, 2023marzo 23rd, 2023No Comments
Print Friendly, PDF & Email

p. Luis CASASÚS | Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes.

Roma, 26 de Marzo, 2023 | Quinto Domingo de Cuaresma

Ez 37:12-14; Rom 8:8-11; Jn 11:1-45.

Lo que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo es una mariposa (Lao-Tze, filósofo chino, siglo VI a.C.).

Las tres Lecturas de hoy encajan maravillosamente, pues nos hablan de una muerte que cede el paso a una nueva forma de vida. La metáfora de los gemelos en el vientre de la madre se ha utilizado para ilustrar nuestra perspectiva limitada de la vida y de los demás. He aquí una versión que muestra cómo contemplamos la muerte:

Imaginemos que en el vientre de una madre hay gemelos. Pueden verse y hablarse durante los nueve meses de gestación. Solo conocen su pequeño mundo y no pueden imaginar cómo es la vida fuera de él. No saben que la gente se casa, trabaja y viaja. No tienen ni idea de que hay animales, plantas, flores, montañas. Lo único que conocen es la forma de vida que tienen dentro del vientre materno.

Al cabo de nueve meses, los gemelos nacen por turno. Y el que nació unos segundos después y permaneció, aunque fuera poco tiempo, en el vientre de la madre, pensaría sin duda: Mi hermano ha muerto. Ya no está aquí. Desapareció y me abandonó… y llora. Pero el hermano no está muerto. Solo deja una vida restringida, corta, limitada y pasa a otra forma de vida.

Cuando hablamos del sufrimiento por el que cada uno de nosotros debe pasar necesariamente, de los contratiempos que a veces se acumulan en nuestros días, recordamos siempre que Jesús vivió en medio de las dificultades, de la incomprensión por parte de sus enemigos y de los suyos, y naturalmente recordamos la Pasión y la Cruz.

Pero sin duda el Evangelio de hoy es lo que debemos recordar cuando nos sentimos impotentes ante el dolor del prójimo o la muerte de seres queridos. Nos identificamos con Marta y María cuando increpaban a Cristo: Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero Él comparte nuestras emociones y penas. Él también sintió el dolor de perder a alguien a quien amaba. Compartió el dolor de las lágrimas de María. Podía imaginar lo angustiadas que estaban las hermanas en los últimos cuatro días, llorando la muerte de su hermano. Jesús lloró, pero no hizo nada para detener el proceso del final de la vida de Lázaro y el sufrimiento de sus hermanas.

Quizá la pregunta no sea ¿Por qué se produce el dolor y la muerte?, sino: Puesto que parece inevitable, ¿por qué Dios no nos permite comprenderlo? Quizá sea mejor no hacer tantas preguntas. En cualquier caso, a esto responde hoy Cristo: Yo soy la resurrección y la vida; todo el que crea en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que viva y crea en mí, no morirá jamás. ¿Crees en esto? Su deseo es que nos pongamos en Sus manos, como Él mismo hizo en la Cruz cuando se dirigió a Su Padre: En tus manos encomiendo mi espíritu.

No es la lógica de este mundo, que nos pide que conozcamos bien el camino antes de dar el primer paso, sino la lógica celestial, que nos lleva a confiar en los planes de nuestro Padre celestial, que nos permite conocer, pero no necesitamos comprender plenamente. Ésta es probablemente la razón por la que Jesús fue al cuarto día después de la muerte de Lázaro, como Él mismo dijo: Nuestro amigo Lázaro está descansando, voy a despertarle. Lázaro ha muerto; y por ustedes me alegro de no haber estado allí, porque ahora creerán. Evidentemente, el retraso de Jesús era para subrayar que Lázaro había muerto de verdad y no estaba simplemente enfermo o en coma.

—ooOoo—

Algo que debemos tener en cuenta es que Dios NO es el creador del dolor ni de la muerte, y tampoco son estos dos “castigos divinos”. Por supuesto, no podemos aspirar a comprender plenamente ni el dolor ni la muerte, porque las lágrimas nos lo impiden. Es como cuando intentamos razonar con un niño en plena rabieta….

En cualquier caso, San Juan Pablo II, en su famosa Carta Apostólica Salvifici Doloris (Sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano), explicó magistralmente lo que podemos comprender sobre el dolor con la ayuda de la fe.

La Carta comienza citando al apóstol Pablo: En mi carne completo lo que falta a las aflicciones de Cristo por el bien de su cuerpo, es decir, la Iglesia (Col 1,24).

El apóstol Pablo pudo regocijarse en el sufrimiento, porque descubrió que sufrir es participar en el sufrimiento salvífico de Cristo en beneficio de la Iglesia. El sufrimiento tiene sentido y dignidad por su poder redentor y su significado espiritual en el contexto del sacrificio y la pasión de Cristo. Por tanto, la respuesta humana adecuada al sufrimiento es doble: la compasión de corazón y el imperativo de la fe:

El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Este particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe.

Probablemente todos recordamos una historia parecida a la siguiente: Un hombre estaba en el metro disfrutando de un agradable y relajante viaje a casa, cuando otro hombre con dos hijos subieron al tren. Los dos niños empezaron a alborotar, gritando, corriendo, arrebatando periódicos de las manos de los pasajeros. Los ánimos estaban caldeados. Finalmente, este hombre se dirigió al padre de los dos niños y le pidió que hiciera algo con sus díscolos hijos, que estaban molestando a todo el mundo en el tren. El padre se volvió hacia él y le dijo: Creo que tiene razón. Acabamos de regresar del hospital donde acaba de morir su madre… Supongo que no se lo están tomando muy bien. Por supuesto, todo cambió en un instante. Nadie podía seguir enfadado por eso.

Santa Teresa de Calcuta dijo: Si lo supieras todo, lo perdonarías todo. Es decir, si supieras por qué esa persona hizo eso, la perdonarías, sin necesidad siquiera de que te pidiera perdón. Pero no es una simple cuestión de “información”, de conocer los detalles de la vida de los demás. Basta con ser consciente, siempre consciente, de que nuestro prójimo necesita continuamente recibir la paz, ser curado, como Lázaro, como Marta y María, como tú y como yo.

El Papa Juan Pablo II también señaló que Cristo no explica el misterio del sufrimiento, ni da razones abstractas. Cristo simplemente llama a sus discípulos a tomar su cruz para seguirle. Siguiendo el ejemplo de Cristo, sus discípulos empezarán a comprender el valor redentor del sufrimiento y a experimentar la alegría de la comunión con Cristo.

Por supuesto, Lázaro tuvo que volver a morir, lo que indica que Cristo no concedía gran relevancia a ese tipo de resurrección física y temporal. Al contrario, conocemos la importancia de cómo Lázaro se convirtió en prueba viviente de la verdad que Jesús proclamaba, hasta el punto de que las autoridades religiosas planearon matarlo para acabar con su poderoso testimonio (Jn 12, 9-11).

La soledad, el abandono, la distancia, la traición, la ignorancia, la enfermedad y el dolor son formas de muerte. Nuestra vida aquí nunca es completa. Siempre está sujeta a limitaciones. Este no puede ser el mundo final, nuestro destino último. Para vivir plenamente y sin muerte, debemos salir de él.

Como acabamos de señalar, Dios no es el autor del mal, el dolor y la muerte, sino que está atento para que se conviertan en ocasiones de verdadera purificación, de liberación de nuestros pecados y nuestras limitaciones, incluso de aquellos de los que no somos culpables, como le ocurrió al ciego al que Jesús curó con barro y saliva.

—ooOoo—

No podemos pasar por alto las palabras pronunciadas por Tomás en el texto del Evangelio de hoy. Aunque no comprendía del todo a Jesús, fue él quien nos muestra lo que es importante. Tomás se dio cuenta de que, si Jesús iba a Betania, la vida de todos ellos correría peligro, pues hacía poco que las autoridades habían intentado matarlo en aquella zona. Pero una vez que Jesús decide ir, es Tomás quien dice: Vayamos también nosotros a morir con Él. Cultivar una relación profundamente personal con Jesús significa que estamos dispuestos incluso a morir por Él. La mayoría de las veces, morir por Jesús significará simplemente morir a nuestro ego, desprendernos de nuestras ideas y opiniones para practicar la misericordia y el amor.

La vida llena del Espíritu es una vida de intimidad con Dios.  En la Segunda Lectura de hoy, Pablo subraya la acción fortalecedora de Dios Padre, de Cristo, Su Hijo, y del Espíritu Santo.

Cuando leía el Evangelio de hoy, me acordé de un comentario hecho durante una reunión en la universidad donde trabajaba. La reunión, en sí misma, era bastante sencilla: compartir informes y determinar plazos. Sin embargo, esta reunión en concreto dio un giro poco habitual. Después de que un miembro del Departamento presentara su informe, informó sobre el estado de salud de un antiguo colega. Mencionó que estaba en el hospital y que le iban a operar de nuevo de cáncer. Terminó su relato añadiendo que ese colega estaba esperanzado y de muy buen humor. Fue en ese momento cuando otro profesor comentó: No sé cómo es posible que esté tan tranquilo y en paz. Si yo tuviera cáncer, siempre me preguntaría qué he hecho mal en mi vida.

La actitud que subyace al comentario del profesor es exactamente la misma que la de nuestro Evangelio de hoy. A menudo nos resulta más fácil centrarnos en por qué ocurren las cosas malas, y descuidar la atención sobre lo que estamos llamados a hacer en medio de una situación difícil. Ciertamente, ésta es una lucha para todo ser humano.

Sin embargo, Jesús señala que cuando se nos pide que afrontemos dificultades y penurias, no es un castigo de Dios, sino una oportunidad para que crezcamos en santidad. Si somos capaces de aceptar la situación en la que nos encontramos, podremos abrir nuestros ojos de fe y buscar oportunidades para mejorar nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos y hermanas.

Por desgracia, a todos nos ocurrirán cosas malas. Sin embargo, quizá la verdadera tragedia sea el crecimiento espiritual que nos perdemos de alcanzar en medio de nuestras dificultades.

_______________________________

En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASÚS

Presidente